“Si tu rival te toca, perdés. En una serie de cinco golpes, vos pensá que vas 4 iguales. Si ganaste el primer tanto, vas uno a cero arriba. El próximo golpe es de vida o muerte. ¡No dudes: tirá a ganar!”. Ese es uno de los grandes consejos que Fernando Lupiz (71) recibió de parte de su padre, Enrique “Quique” Lupiz, quien, además de ser director técnico de varios equipos de fútbol de primera, como Rosario Central, Banfield, Huracán, Danubio en el Uruguay y el Celta de Vigo, en España, fue un reconocido maestro de esgrima. El otro gran consejo se lo dio el legendario Guy Williams, el actor norteamericano que protagonizó la famosa serie El Zorro, a quien Lupiz considera su segundo padre: “Use what you are [’Usá lo que sos’, según su traducción del inglés]. Pensá siempre que sos esgrimista porque no cualquiera es esgrimista”. Cuando fue convocado para ser el coequiper de Williams en la versión argentina de El Zorro –la producción que le abriría camino hacia la actuación–, Lupiz ya era uno de los mejores esgrimistas del país y uno de los más jóvenes. “La esgrima me dio todo”, confiesa a ¡HOLA! Argentina el actor: no sólo habla de trofeos de todo tipo, viajes por el mundo representando a la Argentina [tras haber sido coronado campeón argentino entre otros hitos, participó en los Juegos Olímpicos de Múnich, 1972; en los de Montreal, en 1976; y, debido a que la Argentina se plegó al boicot de los Estados Unidos, no pudo participar en las Olimpíadas de Moscú en 1980], sino del espíritu del deportista: de dar batalla y seguir, de aprendizaje y de resiliencia. “A [Gabriel] Puma Goity [con quien Lupiz trabaja en Cyrano de Bergerac, éxito teatral en el Teatro San Martín de la Ciudad de Buenos Aires y ahora en el Tronador de Mar del Plata], a quien entrené durante un año, le enseñé todo lo que me enseñaron a mí. Aprendí con los mejores esgrimistas y también con los mejores en esgrima escénico: aprendí de Guy quien, a su vez, había aprendido con Fred Cavens, maestro de Tyrone Power”, dice.
Cuando fue convocado para ser el coequiper de Williams en la versión argentina de El Zorro –la producción que le abriría camino hacia la actuación–, Lupiz ya era uno de los mejores esgrimistas del país y uno de los más jóvenes. Con todos los elementos que el actor norteamericano le heredó mientras trabajaban juntos, Lupiz tiene pensado hacer una gran exhibición.FOTO: Matías Salgado
–Antes de desembarcar en la actuación, pasaste por el modelaje…
–Empecé a hacer esgrima a los 14 y, a los 16 años, Adidas me convocó para hacer publicidades junto con [el futbolista y después DT] Miguel Brindisi. En aquel momento, ser modelo y ser hombre no estaba tan bien visto. A mí me encantaba. Mi papá, que había sido capitán del Ejército [fue uno de los maestros de esgrima que tuvo Juan Domingo Perón], estaba orgulloso. Mi mamá, María del Carmen “Pompi” Usher [una uruguaya bellísima, que fue Miss Punta del Este y muy amiga de China Zorrilla], se encargó de guardar todos los recortes de las publicidades que salían en las revistas. Nunca se me cayeron los anillos por hacer una fila para participar de un casting para una publicidad: ¡me divertía y era trabajo!
–Esgrimista, actor famoso y modelo. ¡Un combo ganador!
–[Se ríe]. ¡Tenía todas las fichas! Pero nunca me la creí: me consideré siempre más deportista que actor… y ser actor, para mí, fue una bendición. En los noventa, cuando hice Detective de señoras [con César Pierry] no podía ni salir a la calle. Y cuando trabajé con Guy, todo era una locura. En el Circo Real Madrid, en Mar del Plata, hicimos el récord histórico de funciones: la rompíamos. Juanito Belmonte [el mítico productor y representante de artistas] me presentaba como “el hijo del Zorro” y las chicas se me acercaban hablándome en inglés. Y claro: yo vivía en el Hermitage, andaba en moto y, con el sol y el mar, las cosas eran un poco más fáciles. [Se ríe].
–Pero has sido de tener relaciones largas.
–Sí, fui larguero [con su primera mujer, Stella Obiglio, Fernando tuvo a su única hija, Ale; después, estuvo con la actriz Adriana Salgueiro; más tarde con la modelo y actriz Adriana Delucci, y con Nancy Sevilla]. Desde hace doce años, estoy en pareja con Claudia Zeballos [56].
–¿Cómo se conocieron?
–Me la presentó un amigo. La llamé y me encantó: ella me acompañó mucho cuando mi mamá se enfermó. Vivimos juntos y adoptamos un perro: Seven. Este año nos separamos, pero nos juntamos otra vez. Ahora somos una pareja a la distancia: porque en el medio, ella se había mudado a Córdoba.
–¿Cómo fue el salto de la esgrima a la pintura?
–Siempre fui muy inquieto. Así como me han atraído las actividades de riesgo, como andar en moto, manejar ultralivianos o domar tigres, me gusta el arte, la escultura y la poesía. Nunca antes había pintado, pero en 2002, se me ocurrió hacer un cuadro inspirándome en una foto de una escena de El Zorro en el Teatro Broadway, producida por Romay. Empecé a tomar clases; fui aprendiendo de a poco hasta lograr mi estilo. Hoy, además de las cuatro horas que tomo con Darío Aguilar, sigo pintando en mi casa. Desarmé el comedor y monté mi estudio, que es mi lugar en el mundo. A mis cuadros los vendo; hago series únicas. Guillermo Francella me contactó con un galerista, con quien estoy organizando una muestra para el año que viene.
–¿Pintar fue una terapia cuando te diagnosticaron cáncer?
–Con la pintura descubrí un mundo nuevo… Y ha estado ahí para ayudar a recuperarme del cáncer, hace exactamente un año y medio atrás. Un día, noté que, en una ingle, tenía algo que no había notado antes. El médico me enumeró las posibilidades: infección, inflamación o cáncer. Al principio, el susto fue inmenso. La palabra “cáncer” impacta. Recuerdo haber vuelto a mi casa pensando sólo una cosa: “¿Me voy a morir?”.
–¿En ese momento, te acompañó tu hija, Ale [tiene 39 y, desde hace tres años, vive en Punta del Diablo, Uruguay]?
–Decidí enfrentar el diagnóstico y el tratamiento solo; quise enfocar toda mi energía. Me propuse ser paciente, esperar el resultado de la biopsia y dar batalla. Afortunadamente, se trataba de una enfermedad glandular grado 1 no Hopkins. Es el grado más suave. Me indicaron ocho sesiones de quimioterapia.
–¿Tampoco le pediste a Claudia que fuera con vos?
–Es que, después, lo que pasó fue que me puse en modo positivo. “No me va a pasar nada”, me dije. Claudia me acompañó y también respetó mis pedidos. Estoy convencido de que el cáncer no sólo se combate con la medicina, sino que también lo enfrentás con actitud. Y contarlo ayuda a incentivar a otros. Al final, las ocho sesiones de quimio terminaron siendo seis debido a mi buen estado físico: como deportista, he tenido una vida ordenada y saludable. A la quimio, iba con alegría y habiendo hecho los deberes, la misma actitud con la que gané a campeones mundiales y olímpicos de esgrima. Cuatro iguales, un solo golpe y a ganar.
Fuente: La Nación