La historia del Club Canottieri Italiani empieza con un duque italiano y un presidente argentino. Es que en 1904 el duque italiano de Abruzzi fue invitado por Julio Argentino Roca a visitar nuestro país y, entre los agasajos, lo llevaron a presenciar una regata de remo en el río Luján de Tigre.
El duque enseguida se dio cuenta de que en la zona había muchos clubes naúticos que representaban países como Inglaterra o Alemania, pero ninguno con los colores de Italia. Así, al finalizar la regata, entre sus palabras de agradecimiento, hizo un llamado a la colectividad italiana para incentivarla a crear un club propio, que la representara.
Ni lerdos ni perezosos, a principios de enero de 1910, un numeroso grupo de italianos (casi 700) fundó el Club Canottieri Italiani y compraron con sus propios fondos el primer terreno sobre la calle Bartolomé Mitre, frente al río Luján, donde construyeron un pequeño chalet de madera con capacidad para albergar apenas diez botes.
El predio que adquirieron los socios italianos pertenecía a una importante familia aristócrata de la época, los Vivanco, que para sostener su posición social primero se vieron forzados a desprenderse de los terrenos lindantes a su casa familiar y finalmente vendieron también esa propiedad a los socios italianos. Allí se instaló, en 1920, la sede social del club.
La casa estaba en muy mal estado, pero uno de los socios del club era el reconocido arquitecto italiano Virginio Colombo, quien se encargó de refaccionarla y transformarla de vivienda unifamiliar a sede de eventos sociales, cerrando muchas de sus galerías al aire libre, entre otras reformas.
Pero las incorporaciones no terminaron ahí, porque al año siguiente el chalet donde guardaban los botes empezó a quedarles chico, con lo cual los socios decidieron encargar la construcción de un nuevo edificio deportivo. Para llevarlo a cabo, consideraron tres proyectos arquitectónicos con distintos estilos italianos, entre los que eligieron el de estilo florentino, caracterizado por el techo a dos aguas.
Sin embargo, con la obra empezada, el presidente del club advirtió que la ciudad italiana de Florencia, sin salida al mar, no representaba nada náutico para Italia, a diferencia de Venecia. Así que cambió totalmente de opinión y decidió que se construyera un palacio veneciano para el que convocó al arquitecto Gaetano Moretti, que realizó el Mástil de los Italianos en Puerto Madero, entre otras obras en el continente americano.
Para esta construcción, Moretti se inspiró en dos reconocidos edificios: el Palacio Ducal, del que tomó el trazado y remate de fachada, así como el estilo bizantino para las ventanas; y el Palacio Contarini del Bovolo, del cual imitó la escalera caracol que aún puede verse en uno de los laterales del edificio del club.
Como a todo palacio, al Canottieri no podían faltarle escaleras imponentes, grandes halls de entrada, puertas de madera enormes, vitrales y obras de arte. Para eso, Moretti trabajó junto al artista Enrico Albertazzi, quien realizó dos vitrales de más de dos metros de alto con 424 piezas entre ambos, cuyas escenas representan al puerto de Venecia en la época medieval visto desde las cúpulas de la iglesia de San Marcos y al puerto de Ostia, el más importante del Imperio romano. Se sumó un fresco realizado en estuco donde puede verse a San Jorge, el patrono de Génova, peleando contra un dragón; y otro que muestra a Américo Vespucio confeccionando el primer mapa del continente americano (réplica de una obra que se encuentra en Florencia).
El edificio tardó siete años en construirse y gracias a todas estas características se convirtió en el único palacio veneciano en Sudamérica. A lo largo del tiempo, se fueron anexando varios de los terrenos lindantes donde el club pudo incorporar canchas de tenis, de pádel, de pelota paleta y de fútbol, un gimnasio, una pileta de remo, un jardín, una plaza con juegos y un quincho.
Historia del remo argentino
No solo el edificio del club guarda historias, sino también el desempeño de sus deportistas en la disciplina con la cual nació la institución y que se convirtió en su fuerte: el remo.
En los años 30, el club contrató a los italianos que habían ganado la primera medalla de oro en remo en Italia para que entrenaran al equipo oficial del Canottieri. En ese equipo se encontraban el italiano Tranquilo Cappozzo y el argentino Eduardo Guerrero, que se convirtieron, en 1952 y hasta el día de hoy, en los únicos medallistas de oro olímpicos en remo para Argentina.
El dúo se presentó en los Juegos Olímpicos de Helsinki (Finlandia) con un bote que pesaba 25 kilos más que los botes de otros oponentes, ya que contaba con mejores tecnologías para su construcción. Pero al bajar del barco en el que viajaban, el bote en cuestión se cayó y se partió al medio. Desconsolados, los deportistas pensaban que ya no podrían competir, pero el carpintero de la Unión Soviética se ofreció a arreglarles su bote, pese a que los equipos serían rivales. Finalmente, los soviéticos quedaron en segundo lugar y Cappozzo y Guerrero obtuvieron la medalla de oro en la categoría “Doble Scull” o “Doble Par” de remo.
A la disciplina de remo se sumó la de canotaje en los años 60 y, actualmente, los deportistas del club siguen acumulando triunfos en ambas disciplinas náuticas: este año, Valentino Aversso se coronó campeón Sudamericano de remo corto X4 junior en Brasil; y Mirko Havilio obtuvo el octavo puesto en el Mundial de canotaje en Hungría.
Mucho más que deporte
En sus comienzos, para ser parte del club era necesario ser descendiente de italianos o tener recomendación de otro socio. “Este era un lugar donde todos los italianos compartían lazos por igual. A diferencia de otros clubes barriales italianos de Buenos Aires y aunque en esa época Italia todavía no era una república, el Canottieri nació como una unión de todas las regiones italianas y en la fachada del palacio pueden verse los escudos de cada una de ellas”, cuenta Tomás Gally, que es socio del club desde hace tres años, ingeniero y un apasionado de la historia y la arquitectura del lugar.
Además de las actividades deportivas, en el club había clases de italiano y una biblioteca con libros en el mismo idioma. En sus años dorados llegó a tener 3000 socios. Hoy sus puertas están abiertas no solo a la comunidad italiana, aunque continúan manteniendo tradiciones como la fiesta por el Día de la República Italiana, con comida y canciones típicas.
Con 114 años de vida, el club no solo vio triunfos deportivos, porque en él también nacieron muchas amistades y amores. Entre una de sus socias más antiguas se encuentra Marta Colman, madre de la actual presidenta del club. “Tengo más de 70 años de socia. Empecé viniendo con mi prima cuando tenía dos años, practiqué todos los deportes y nunca me perdía los bailes que se hacían los sábados de cinco a siete de la tarde. Acá conocí a los amigos más hermosos que tuve en la vida y también a mi esposo. Hoy me sigo encontrando con mis amigas a jugar a las cartas en la sede social”, relata.
Con el actual crecimiento de los barrios cerrados y sus instalaciones deportivas, los clubes tuvieron una merma en su cantidad de inscriptos, pero con sus escuelitas deportivas para los más chicos, Canottieri sigue firme para que nuevas generaciones y familias puedan disfrutarlo.
Desde la calle puede verse la sede social del club, la antigua casa familiar Vivanco, que hoy tiene un sector exclusivo para los socios y otro que funciona como restaurante para cualquiera que quiera visitarlo. Pero la verdadera joya, el imponente palacio veneciano, asoma en la parte trasera del predio y cuenta con visitas guiadas todos los fines de semana para recorrerlo y conocerlo en profundidad.
Gracias a la colaboración de muchos de sus socios, el Club Canottieri puede seguir luciendo sus bellezas históricas, ya que a puro pulmón se encargan de mantener, conservar y restaurar el patrimonio cultural del lugar.
El año pasado, junto a una especialista, restauraron uno de los vitrales que se rompió luego de recibir un pelotazo. También impermeabilizaron la torre que estaba muy afectada por la humedad, arreglaron las habitaciones para los deportistas que se encuentran en el piso superior del palacio y reconstruyeron sus muebles originales, al igual que los vestuarios. Incluso están por reabrir una peluquería de época, donde los antiguos socios se cortaban el pelo los fines de semana.
Además, el club construía sus propios botes en la enorme carpintería que sigue funcionando dentro del palacio, y donde hoy se encargan de arreglar la amplia flota de madera que aún conservan para practicar los deportes o hacer paseos recreativos en el agua.
Con el trámite ya presentado y aprobado, los socios están a la espera de que el edificio sea declarado Monumento Histórico Nacional. “Eso nos permitirá acceder a recursos del exterior, que son la única esperanza que tenemos para hacer una restauración integral con la que venimos soñando”, finaliza Gally, que fue parte de varias obras de conservación. Sin dudas, el broche de oro que todo palacio merece.
Fuente: María Florencia Sanz, La Nación