Lalo Fransen, el caballero del twist en español que conoce como nadie el entramado de la construcción de la música popular Tadeo Bourbon – LA NACION
Jean, sweater, campera cancherísima y zapatillas. Muy lejos del outfit de un adulto mayor -¿qué es eso, tratándose de él?- y bien cerca del estilo que siendo un jovencito lo catapultó a la fama con aires de “nene bien”.
Culmina la sesión de fotos que acompañan esta entrevista en los jardines del edificio de Palermo donde tiene montada su oficina y podría decirse que cuesta seguirle el tranco. Avanza a paso firme en busca del foyer y el ascensor.
-He leído su edad, pero creo que el dato que circula online es erróneo.
-¿Qué número me pusieron?
-85.
-Es correcto.
Norberto Franzoni, Lalo Fransen para todos, contagia bienestar. Ya dentro de sus búnker creativo y empresarial -en él se entretejen ambas posibilidades- su pareja ofrece café, mientras el caballero se ubica detrás de un escritorio formal, aunque, a un costado, como un albacea, descansa una de sus guitarras. “Toco todos los días”.
Además de su tarea musical -es el arreglador y director de la banda que acompaña a Palito Ortega en sus conciertos y donde no se priva de contar con su propio set solista- Fransen es, también, quien negocia los contratos de su amigo, compadre y prócer que impuso aquello de “yo tengo fe, que todo cambiará”. “Soy múltiple”. Lalo y Palito son como hermanos.
Pero ahora el tema no es Palito sino Lalo. Si alguien dijera de es el responsable de algo así como el playlist de todo un país con melodías que sorprenden por su vigencia y arraigo. Si para muestra basta un botón -en su caso serían unos acordes- a él lo cantan hasta en la cancha.
“Veo-veo, ¿qué ves?”, entona la “popu” capitalizando pentagramas y llevando agua para su molino. Todo dicho en torno a ese infalible termómetro irreverente e irrefutable que no paga derechos de autor. “Para mí es natural, la música me apasionó siempre y pude comenzar desde muy chico, mucho antes de El Club del Clan”.
De movida, Fransen menciona a ese colectivo de jovencitos que, durante la década del 60 irrumpió con sus melodías con atmósfera de “nueva ola”, baladas, rock y twist y que se convirtió en un fenómeno de masas; pero fue tal su carisma y, desde ya, talento para la escritura que rápidamente logró editar sus primeros LPs como solista, materiales que Sony Music acaba de relanzar en plataformas digitales.
El 30 de septiembre vio la luz Lalocura, su primer álbum, que incluye el recordado éxito El pañuelo manchado de rouge compuesto por Pedro Luján. Unos días antes, la compañía ya había relanzado, también a través de las plataformas digitales, Lalo Fransen, el segundo material de estudio del cantautor a 60 años de su edición original. Historia pura para un hombre que es todo presente.
Twist y gritos
A los trece años ya tocaba en la calle Florida con un grupo de amigos. Primera aproximación con un público espontáneo. De adolescente, con el nombre artístico de Danny Santos, fue el frontman de Los Paters, un grupo de rock and roll con espíritu barrial nacido en 1958.
Luego de un tiempo, el músico consideró que estaba para más y se presentó a una audición en el histórico sello RCA Víctor: “Ricardo Mejía, quien era su director artístico, los sábados tomaba pruebas a nuevos valores. En ese momento sonaba el tango o éxitos en inglés, italiano y francés, pero no había valores jóvenes de música cantada en español. Fue a este hombre a quien se le ocurrió conformar una nueva camada de cantantes juveniles”.
De esa idea (sin dudas, el productor ecuatoriano Mejía fue un iluminado de la industria) se consagraron nombres como los de Palito Ortega, Johnny Tedesco, Nicky Jones, Violeta Rivas, Chico Novarro, Raúl Lavié y Jolly Land, entre los más destacados. Nacía El Club del Clan.
-¿Por qué se “rebautizó” como Lalo Fransen?
–Ricardo Mejía les cambiaba el nombre a todos. Te pedía datos personales, te miraba y te bautizaba, Palito era Nery Nelson y le terminó poniendo el apodo con el que se hizo famoso.
-Usted era el playboy del grupo.
-Eso decían, porque era el pibe de Palermo y Barrio Norte, entonces me impusieron esa personalidad artística, aunque, en realidad, ya era un poco así: usaba blazers con escudos.
El músico tenía veinte años y, de pronto, se encontró integrando El Club del Clan, propuesta impulsada por un programa de TV que salía en vivo por Canal 13 los sábados a las 19 y que medía arriba de 60 puntos de rating. “Lo miraba la familia entera. De ahí nos íbamos a hacer los shows en vivo, podíamos llegar a tener siete presentaciones por noche”.
-Usted fue un precursor del twist en español.
-Así es.
-¿Cómo se dio?
-En los 60, cuando estábamos empezando con El Club del Clan, Chubby Checker llegó al país y, antes de su show en el Luna Park, fue a ensayar a la RCA, donde estábamos nosotros. Cuando fue el concierto, nos invitó a todos y fue a Mejía a quién se le ocurrió que yo fuera el “rey del twist en español”. Así fue como grabé “Twist Again” y fue un éxito.
Alguna vez se planteó lograr un récord de baile de ese género nacido en los Estados Unidos en base al rock and roll y donde las parejas no debían tocarse mientras se movían. “Yo bailaba muy bien”, se ufana.
-¿Cómo hizo para, siendo tan joven, no marearse o no sucumbir a determinadas tentaciones que acarrean la fama fuerte y el dinero?
-La sociedad era más tranquila, no se hablaba de drogas ni de alcohol. Todos éramos chicos sanos.
-¿Competían entre ustedes?
-No, éramos todos amigos, pero, como es lógico, la gente fue eligiendo. Palito fue el más exitoso, se dio así, y yo fui su amigo desde ese momento Además, desde hace 50 años trabajo con él manejándole sus giras, dirigiendo su banda, haciendo sus arreglos y vendiendo sus shows.
-Además, son compadres.
-Soy el padrino de su hijo Sebastián y él es padrino de Julián, mi hijo mayor. Somos familia.
-¿Nunca se pelearon?
-No, habremos intercambiado algunas palabras, pero hemos conservado una amistad interminable, sin problemas.
Usina
Imposible resumir la germinación de hits populares que nacieron de la pluma de Lalo Fransen. “El negro no puede” -inmortalizada en el programa del cómico Alberto Olmedo– o “En la granja de Carozo y Narizota” –leitmotiv de los famosos muñecos que animaban ciclos para las infancias- son algunas de esas aventuras que resumen su olfato para seducir multitudes de cualquier rango etario.
-¿Cómo nacen esas canciones tan populares?
-Un poco parten del profesionalismo y teniendo a Palito al lado; hemos hecho grandes éxitos juntos. Recuerdo sucesos del grupo Katunga como “Me lo dijo una gitana”, “Buenas noches, queridos conejos”, “Veo veo, ¿qué ves?”, “El que no baila es un aburrido”.
-¿Todos esos temas son suyos?
-Y muchos otros más.
En tándem con Ortega escribió “Mirá para arriba” o “Por una Negrita”, ineludibles en cualquier carnaval carioca de fin de fiesta. “Escribí solo y con Palito unas cuatrocientas canciones”.
-Es llamativo el porcentaje de hits.
-Uno puede escribir mucho y que nada pegue, en mi caso se dio que a la gente le gustaban. Tuve la suerte de componer desde los 60 para acá y no parar nunca.
“Cuando Palito se lanzó a la política, un mundo que no me interesaba, seguí componiendo solo y produciendo a artistas como Silvana Di Lorenzo o a los chicos de Música en Libertad: todos los temas de ese grupo los compuse yo”.
En ese engranaje, el músico también enarbola otra cucarda: “Hice la música de las películas Los exterminators, Los bañeros más locos del mundo y El manosanta está cargado”. A un costado de su escritorio descansa un premio diseñado por el destacado artista plástico Antonio Pujía, “me lo dio Sadaic por la composición de la música de películas”.
-Usted debe ser de los autores y compositores con mayores regalías.
–Palito me gana, pero no me quejo.
-¿Qué le sucede cuando escucha que una tribuna tararea una tema suyo?
-Es una satisfacción, pero no soy fanfarrón, son cosas que se dan en la vida un poco por casualidad y también por el talento que uno puede tener para que la gente lo siga y lo cante. Por suerte, esas canciones se siguen cantando y devengando derechos en buena parte del mundo.
-¿En el mundo?
-”El negro no puede” es número uno en España, varios temas que hicimos con Palito se grabaron en inglés o en alemán. Y ni hablar de Latinoamérica, donde hemos girado por Colombia, Perú, Ecuador, México. En la parte latina de Estados Unidos también suenan fuerte.
-¿Existe el método para componer o es “que la inspiración te encuentre trabajando”?
-Al principio, necesitaba estar solo para inspirarme y componer. Con los años, llegaron los pedidos, entonces, alguien te decía “Necesito una canción romántica para Silvana Di Lorenzo” y uno, como profesional, se ponía a componer. En cuanto a la música popular y bailable, es algo que se me da muy fácil.
-No es nada sencillo, indudablemente se trata de un don.
-El grupo Katunga metió más de veinte sucesos, uno atrás de otro, y yo era el productor y autor de esas canciones con éxito en toda Latinoamérica.
-Podríamos hablar de prejuicio ante lo popular o de envidia por el éxito. ¿Percibió esos sentimientos en algunos de sus colegas?
-En nuestros comienzos nos pegaban mucho los tangueros.
-¿Los consideraban de una valía artística inferior?
-Es que nos habían bautizado como la “nueva ola” y los tangueros decían que hacíamos “canciones imberbes”. De todos modos, reconozco que los autores, como Cátulo Castillo o Enrique Santos Discépolo, eran genios; nosotros salimos con una cosa más simple, pero que pegó a nivel popular. Luego llegó el rock nacional que también se tiraba contra El Club del Clan. León Gieco hizo una canción contra Palito que se llamó “Cantorcito de contramano”, menospreciándolo por sus letras. Palito hasta tuvo un juicio con Charly (García), porque uno habló mal del otro.
-Con los años, Ramón Ortega protegió y cuidó de Charly García.
-Se hicieron amigos y le salvó la vida. Con los años, todos los rockeros se hicieron amigos de Ramón, quien los invitó a grabar en el disco Cantando con amigos. Todos reconocieron que Palito era un artista popular con grandes valores.
-A usted, ¿le dolían esas críticas?
-No.
-Se resarcía en Sadaic.
-Cuando iba a cobrar me olvidaba de todo. Pero entiendo que muchos pensarían “Éste, con esa cancioncita, está haciendo más plata que nosotros”.
-Hay que saber llegar al corazón y el espíritu de los sectores populares y trascender a otras clases sociales.
-Eso es cierto, pero es que había canciones casi infantiles muy sencillas que eran hits.
-¿Por ejemplo?
-”Veo veo, ¿qué ves? Una cosa, ¿qué es?”. Los rockeros no podían entender cómo ganaba plata en el mundo haciendo eso. O cuando escribí “Buenas noches, queridos conejos”.
-Le pido una confesión. ¿Qué connotación tiene “buenas noches, queridos conejos”?
-Era pensar en los pibes que iban a bailar, imaginarlos como conejos y que la zanahoria estaba con la chica. En los boliches lo pasaban todos.
Todos los días empuña su guitarra y también pone manos a la obra sobre el papel. “Hay que tener los dedos entrenados”. Así como tantísimos cantantes le piden temas, también su ahijado, el productor Sebastián Ortega, lo ha convocado para la composición de cortinas de sus producciones de ficción como sucedió con Educando a Nina, la historia protagonizada por Griselda Siciliani. Aquella melodía fue en sociedad con Palito Ortega, como a comienzos de este siglo había sucedido con la tira de Polka El sodero de mi vida, encabezada por Andrea del Boca y Dady Brieva. También Los Roldán, otra producción de Sebastián Ortega, con Flor de la V y Miguel Ángel Rodríguez, contó con sus acordes. “Ese tema lo tocábamos en los shows”.
Cuando se le recuerda que también compuso para la niñez comienza a entonar aquello de “Carozo y Narizota se fueron a pasear, se fueron de paseo por toda la ciudad” y cuenta que con Palito -a quien no deja de mencionar en toda la charla como si se tratase de su álter ego- compusieron todo el disco que acompañó el exitoso programa de los muñecos creados por José Luis Telecher.
-¿Escucha a las nuevas generaciones englobadas en la llamada “música urbana”?
-Sí, escucho todo, el trap y rap. Estoy al tanto de María Becerra, es muy buena la piba; Trueno, Pablo Londra… los conozco a todos, si tienen éxito, por algo debe ser. Los vi en Lollapalooza. La gente del rock los menosprecia, pero yo soy un profesional y, si alguien vende veinte millones de discos, por algo debe ser. Duki llenó el estadio Santiago Bernabéu de Madrid, mató. Dicen que no tienen melodía y que todo es medio hablado, pero esa música viene del rap americano de calle. Jamás hablo mal de nadie.
-No va a repetir el error que cometían con el éxito de El Club del Clan.
-Por algo sigo trabajando después de más de 60 años. Algo teníamos.
Amor maduro
-Cumplía con el rol de playboy, era exitoso, ganaba dinero…
-No puedo hablar, tengo ahí a mi pareja…
-Nos referimos a otra época.
-No la conocía en ese tiempo.
[La pareja del músico se ríe ante el chiste. “Yo no estaba, soy otra administración”, sostiene la mujer siguiéndole la corriente.]
-Entonces Lalo, ¿qué pasaba en aquel tiempo?
–Con el éxito, todos teníamos una fila de chicas, es lógico. Además, el que está en el escenario siempre gana.
-Y usted era el más “fachero”. ¿Salió con alguna fan?
-Y sí… ahora ya no, tengo novia.
-¿Cuánto hace que están juntos?
-Un poco más de un año.
-Es gratificante a esta altura de su vida.
–Pensaba que ya no sucedería, pero se me dio, encontré a Silvia, mi media naranja.
Padre de dos hijos varones y abuelo de tres nietas. Viudo desde hace varios años de quien fuera su esposa y la madre de sus hijos. “Fue mi única mujer hasta que llegó Silvia”.
-¿Cómo se conocieron?
Con cierto pudor, propio de una masculinidad de otros tiempos, prefiere no ahondar, pero Silvia se despacha con un “nos presentaron”. Buen ojo para quien pensó que podrían llegar a formar una pareja.
-¿El amor es el secreto para estar tan bien físicamente?
La novia vuelve a intervenir con un reclamo: “Cuando me pongo tacos altos, no lo puedo seguir, camina demasiado rápido”.
-Entonces, ¿cuál es el secreto?
-Fumo un cigarrillo muy de vez en cuando, tomo un vaso de vino en las comidas, llevo una vida sana, camino. Y no estoy operado de la cara.
-Ser feliz con lo que se hace podría ser una clave.
-Sí, porque uno se va a dormir tranquilo y descansa. Siempre con pensamientos claros.
-Manejando un repertorio tan festivo, ¿cómo se hace para componer o subirse al escenario ante un momento personal de dolor?
-Todos pasamos por momentos difíciles, malos, pero siempre he sido positivo. Si hay un problema, me acuesto convencido que, al día siguiente, lo voy a resolver.
-¿Cuál fue el dolor más duro que le tocó atravesar?
-Hubo varios, la muerte de mi madre y de mi esposa de tantos años fueron tristes. Son cosas que te tocan. Es la vida que te quita, pero también nacen los nietos. Todo se compensa.
La voz
En 1981, Palito Ortega fue el productor responsable de traer a Frank Sinatra a la Argentina. Lalo Fransen ya trabajaba con él, así que siguió de cerca todo el procedimiento que fue una verdadera revolución artística en el país, pero que, devaluación mediante -nada nuevo en el país- terminó haciendo quebrar las finanzas del tucumano nacido en el pequeño pueblo de Lules. “Hice cuatro funciones en el Sheraton y dos en el Luna Park”.
-Las cuentas no cerraron.
-Palito tuvo la mala suerte que el dólar se disparara, como siempre en la Argentina, por lo tanto perdió más de dos millones de dólares. En lo económico, quedó patas para arriba, así que me dijo “Lalo, armá de nuevo la banda, salimos en gira para recuperar la plata”. Estuvimos tocando desde 1981 hasta 1985, por el país y el exterior, hasta que se radicó en Miami. Volvió cuando lo llamaron para ser gobernador de Tucumán.
-Con el rendimiento de la gira, ¿Palito Ortega logró recuperar el dinero perdido con la contratación de Frank Sinatra?
-Sí. Luego, montó su productora en Miami y Sinatra lo ayudó mucho con el tema bancos. Pudo levantarse.
-Alguna vez, ¿lo vio quebrarse a Palito?
-No, es un tipo muy positivo y siempre sostuvo que, de alguna manera, saldría adelante.
-¿Cómo fue su vínculo con Sinatra?
-No hablé nada con él, hasta Palito lo vio poco. Se quedaba en el hotel, comía en la suite, no salía a la calle. Luego del show, Palito lo saludaba, pero nada más.
-Como sucede ahora con Luis Miguel.
-No lo ve nadie.
Luego de la vida en Miami y el regreso a la Argentina para dedicarse a la política, Ramón Ortega decidió volver a los escenarios para despedirse de su público. “La gira comenzó en 2000″.
-Una despedida más extensa que la de Los Chalchaleros.
-Llevamos 24 años tocando sin parar en nuestro país y en el exterior, y con los estadios llenos.
En el Luna Park, el mismo estadio donde dos millones de dólares se esfumaron, no paran de tocar ante las multitudes que agotan los tickets. Lo mismo sucede en Latinoamérica y en espacios fuera de agenda para este tipo de lenguajes artísticos como el Teatro Colón porteño o el Sodre de Montevideo, donde acaban de presentarse por segunda vez con el cartel de sold out.
Anécdotas le sobran a Fransen, pero rescata cuando en 1967 se radicó en España durante tres años, donde se desempeñó, a través de la RCA de ese país, como cantante y productor. “Fue una época muy buena, comencé a estudiar música y orquestación, eso me permitió ser arreglador. Hasta ese momento era más ´orejero´, pero sentí que era el momento que debía comprometerme con la música porque lo sentía mi futuro y así fue”. En su estadía en España fue productor de artistas como Luis Eduardo Aute.
“Lo que aprendí allá me sirvió para trabajar con Palito y grabar en lugares como Nueva York, Roma o Berlín”.
-¿Qué figura es la que considera que lo atravesó especialmente?
-Somos hijos de Elvis Presley.
-En el presente, ¿qué lo seduce más, el escenario o la producción?
-El escenario es una cosa mágica. No hay algo mejor que ir a un show, dirigir y tocar la guitarra. Artista fui y seré. El trabajo como manager de Palito también lo hago, firmo los contratos, cobro el dinero, manejo mi oficina, estoy tranquilo. Es una actividad que aprendí a hacer.
-En general, el artista no es “prolijo” con el dinero y el empresario se lleva mal con la bohemia. En su caso, se resumen ambas posibilidades, algo no tan habitual.
-Sucede por la confianza que me tiene un amigo como Palito, a quien nunca he defraudado ni pienso defraudar.
-De jubilación, ni hablar.
-No está dentro de las posibilidades, pienso seguir trabajando.
Fuente: La Nación