Alicia Maria Zorrilla, presidenta de la Academia Argentina de Letras en el mismo edifico de Sánchez de Bustamante. Soledad Aznarez
Podríamos remontarnos a los tiempos en que la épica del Medioevo europeo buscaba el honor a través de riesgosas hazañas para probar la sorprendente vigencia de un adjetivo, usado también como sustantivo, en nuestros días. Nos referimos a la palabra épico.
El vocablo proviene del griego (epos), que significa “palabra, discurso, poema, narración, canto”. Como sabemos, alude a las narraciones, en prosa o en verso, que celebran las grandes gestas de héroes históricos, legendarios o mitológicos, cuyas virtudes y cualidades son dignas de admiración. De ahí que, en la cuarta acepción del Diccionario de la lengua española, leamos “grandioso o fuera de lo común”. Por supuesto, no se ajusta hoy exactamente al sentido que le damos al vocablo al leer la Ilíada (siglo VIII a. C.) o la Odisea (c. siglo VIII a. C.); la Epopeya de Gilgamesh o Poema de Gilgamesh (2500-2000 a. C.); la Eneida, de Virgilio (escrita entre 29 y 19 a. C.); el Cantar de los Nibelungos (entre 1198 y 1204) o el Poema de Mio Cid (c. 1200), pero toma características de esos textos para enfatizar otras realidades, ya que su contenido –casi siempre positivo– trasciende culturalmente.
Este vocablo, usado, sobre todo, como adjetivo, es muy fértil en todos los ámbitos semánticos: abrazo épico, amores épicos, barba épica, caos épico, chocolate caliente épico, descuento épico, dientes épicos, enfado épico, épica huida, épico campamento, épico calor, épico error, épicos blasones, falda épica, hamburguesa épica, invierno épico, la épica lucha electoral, la épica pizza, la noche épica, laberinto épico, mugre épica, peine épico, ronquido épico, sonrisas épicas, tallarines épicos, un empate épico, un robo épico, un salto épico, una broma épica, una cachetada épica, una caries épica, una peluca épica, uñas épicas, vida épica, vinos épicos, voz épica. Corroboramos nuestra afirmación con el siguiente ejemplo: “Incendios mortales en Chile y frío ‘épico’ en EE.UU.: las causas de dos fenómenos a miles de kilómetros”.
El adjetivo también se usa de modo insólito para referirse a los bigotes, a la barba, a las patillas o a la sonrisa: “No se puede negar que los bigotes han tenido un regreso épico”; “La sonrisa épica se refiere a la expresión de satisfacción o admiración que se produce en el rostro de las personas al escuchar una historia”.
Se lo emplea como sustantivo, entonces, se habla de la épica de la austeridad, de la épica del desencanto, de la épica de la destrucción, de la épica de la libertad, de la épica de la paciencia, de la épica del diccionario, de la épica del ridículo, de la épica de lo imposible, de la épica educativa, de la épica de la urgencia, de la épica violenta de un parto por cesárea, de la libertad sin épica, de que le metimos épica y militancia y de que tal partido político va por la épica, una épica del amor. Otros filosofan con la épica de levantarse cada día y andar y, quizá, se refieran al esfuerzo que esto significa o al milagro de hacerlo, y no pocos, como Abrasha Rotenberg, añoran la épica de los sueños, el tiempo en que se deseaban profundos cambios y se sostenía la esperanza casi como una obligación.
Si alguien usa una camiseta épica, la imaginamos con motivos que representan la no convencional vestimenta juvenil, el estilo épico, y el que la lleva adorna brazos, piernas, torso y espalda con tatuajes épicos, que suelen representar personajes exóticos, impresionantes o leyendas de las que, a veces, se arrepienten épicamente. Por supuesto, no falta después una autofoto o selfi que transpira épica.
Sumergidas en las redes sociales épicas, un anuncio publicitario tienta a algunas mujeres para que se compren zapatos de novia épica en cuotas sin interés y un vestido de novia épico de tafetán de seda y tul para celebrar su épica boda. Ahora deberán buscar, sin duda, un esposo épico que selle su amor con un beso épico y gozar luego de una fiesta épica y de una luna de miel épica.
Si a un bebé se le cae el chupete –caos épico–, los padres, abuelos y demás parientes emprenden una búsqueda épica para que deje de llorar épicamente. Y si la película que estamos viendo contiene una buena dosis de épica lacrimógena, cambiamos de canal con gesto épico o apagamos el televisor con épica. Hasta los perros participan de un épico debate de ladridos ante la presencia de algún gatito épico. ¡¡¡Sin duda, un extenuante exceso épico!!!; con esta palabra, casi se ha logrado una caricatura verbal o, tal vez, su uso ya linda con el grotesco.
Hacia lo extremo
¿Qué nos hace tan inclinados a usarla? Contiene en sí un valor ponderativo, apunta a lo exultante, eufórico, grandioso, extremo, enfático (Ideas geniales para tener unos quince años épicos), pero también a lo desmesurado, lo delirante o intenso (Si el motivo del llanto carece de dimensión épica, llorar es ridículo); suele relacionarse con una dimensión extraordinaria: “Siente el poder de nuestra tecnología y vive una experiencia épica en alta definición […], como si estuvieras en una galaxia muy muy lejana”, y, para aumentar aún más lo que desean transmitir, muchas personas la emplean en grado superlativo: epiquísimo, en especial, cuando se refieren a los juegos electrónicos: “Más que épico es epiquísimo, con luces extravagantes, efectos visuales, nubes de humo, sudores, temblores y todo lo que se pueda imaginar en un combate”. A pesar de ello, aparece en otros contextos con pluralidad de significados: “Le preguntan a la RAE el motivo por el que no se puede escribir ‘marrona’ y la respuesta ha sido epiquísima …”.
En verdad, no sabemos si, en este caso, significa que la respuesta fue inesperada, sorprendente, profunda o divertida –adjetivo que sigue siendo muy productivo hoy–, ya que nunca hubiéramos usado ese término para calificarla. Aclaramos que “no se dice ‘marrona’ porque marrón es un adjetivo de una sola terminación, como atroz, débil, montés, prensil, terrible, unánime o útil”: “Todo el final es epiquísimo y supone cambios irreversibles en la mente del protagonista”.
A veces, se usa con uno o varios prefijos y se yerra al unirlos al adjetivo en grado superlativo: supermegaepiquísimo, pues es el grado máximo que alcanza el adjetivo, por lo tanto, no necesita otros agregados. Con decir epiquísimo o superépico es suficiente. Otras, se lo emplea bien, en grado positivo, pero con un exceso de prefijos: final megasuperultrahiperépico, ejemplo exagerado por donde se lo mire.
No conformes, inventan el sustantivo épicidades, escrito, a veces, con una tilde espuria en la primera e, que lo asemeja –según sus cultores– a una voz supersobreesdrújula, pero, aquí el error es doble, es épico, ya que, en español, no existen sustantivos sobresdrújulos.
Sin duda, las características de la épica se ajustan al mundo deportivo. El fútbol, el rugby, el tenis, el boxeo, la natación, el ajedrez, el polo y las carreras de automóviles se valen continuamente del vocablo que estudiamos para expresar las hazañas de los hombres en la cancha, en el cuadrilátero, en el agua, frente al tablero o al volante. En el fútbol y en el rugby, el héroe es primero el equipo, que trata de jugar un partido épico, emocionante, pero, en segundo lugar, también descuella una persona, héroe entre héroes, que se lleva la palma, ya que sobresale del resto y merece la ovación: “Barcelona: un Messi épico le da un triunfo vital al Barcelona contra el Real Madrid”; “El gol de Messi fue tan épico que David Beckham terminó llorando de emoción por semejante golazo para el triunfo”. En los dos ejemplos anteriores, con el adjetivo épico, la figura de Messi adquiere dimensiones extraordinarias. No obstante, el periodista le agrega el cuantificador indefinido apocopado tan (tan épico), que funciona como adverbio, y el aumentativo golazo para exaltar aún más la proeza. El empleo del sustantivo también denota “lo grandioso”: “El final del partido fue electrizante y rozó la épica para el equipo de Dinamarca, que contó con un penal en la última acción”; “Para muchos se había consumado una hazaña, una épica del fútbol para los libros”.
Pero, ante un resultado doloroso, después de la derrota, los ánimos no decaen para afrontar el siguiente partido: “Tendríamos que tener una noche épica, de esas que existen en el fútbol y se dan de vez en cuando. Nos aferraremos a eso”.
Un artículo publicado en el Suplemento Deportes, de LA NACION, a raíz del triunfo de Los Pumas contra Gales, nos permite analizar el despliegue de la palabra épica en el rugby: “Hay partidos que quedan en la historia por su épica y otros por su relevancia”.
Entorno bélico
En este ejemplo, el sustantivo se refiere a la calidad técnica de los jugadores, a su pericia para lograr el añorado triunfo. Pero lo más importante es que, en el contenido de la nota, el periodista corrobora su afirmación con todas aquellas palabras que crean un entorno casi bélico, usadas en gradación ascendente: batallas, heroísmo, dramatismo, tintes de epopeya, aventura, embate, abrumadora victoria, conquista, construcción mitológica. Además, cierra su nota con el sello de su intención: “… ya entraron en la historia”.
Respecto del mismo partido, otro periodista habla de “una de las victorias más épicas que se recuerden”. En este caso, explica que “el espíritu del equipo se hizo gigante” y que, en este encuentro, “había que inmolarse” con “corazón, locura, pasión”. Deducimos, pues, que “la épica Puma” los emocionó otra vez.
Cuando logran el triunfo, la “batalla” librada es colosal, sublime, heroica, gloriosa, es decir, épica; si pierden, la derrota carece de intensidad extrema, y la palabra épica aparece mucho menos o acompañada de todo lo que signifique “frustración”; entonces, se habla de la épica del fracaso; de la dignidad, pero sin épica; de la agonía de la épica o de la muerte de la épica: “A la épica le faltó el triunfo”; “Lo imposible de soslayar ante esta eliminación con dramatismo, pero sin épica en Quito, es que en Núñez hubo ‘una hazaña’ que no permitió analizar algunas cuestiones”.
En el tenis, se habla de la épica del tenis con el sentido de la pasión que despierta, pero suele usarse más el adjetivo con el significado de “memorable”, “extraordinario”: “Tras su épica consagración en el Australia Open, Rafa [Nadal] contó que jugó al límite…”. Y aunque la palabra épica no se nombre, el periodista prepara el escenario de los hechos como un campo de batalla actual: “Rafa, como mínimo, se había asegurado la muerte súbita a pesar de sentirse dominado por la contundencia de los misiles de su adversario. Se llegaba a esa situación cuando se cumplía una hora desde el inicio de las hostilidades”.
También se la emplea con el significado de “complicado”, “difícil”, “duro”: “En 1982, dos de los mejores jugadores de tenis de la época, John McEnroe y Mats Wilander, se enfrentaron en un partido épico, en la Copa Davis, que duró más de seis horas”.
En el boxeo, a veces, se la usa como adjetivo para comparar el cuadrilátero con un campo de combate: “La novela, el ensayo y el cine han bebido del boxeo como territorio épico”; otras, enfatiza las dificultades de un púgil a lo largo de su vida: “La épica odisea de Andy Ruiz: de las riñas callejeras al campeonato mundial de peso completo”.
Como sustantivo, se refieren a la épica del boxeo y a la admiración que el luchador ha despertado entre muchos escritores: “La épica del peleador ha fascinado a autores como Julio Cortázar, Norman Mailer, Hemingway o Joyce Carol Oates. Toda verdad humana encarna un combate”, pero, si el pugilista pierde, se lee lo siguiente: “Le faltó la épica de los grandes”.
Héroes del agua
En la natación, la épica aventura de la natación, un deporte en el que, como en los otros, se compite para ganar, y el héroe es el nadador triunfante, también aparecen el sustantivo y el adjetivo: “La épica del acto de nadar”. Sin duda, se refiere a la extraordinaria aventura que implica la natación: “Nadador de 53 años completa épica travesía; nadó 507 kilómetros y atravesó el Río Hudson en Nueva York”.
En este ejemplo, podría reemplazarse con el adjetivo memorable.
En las notas sobre el polo, también aparece: “La Dolfina clasificó a la final del Abierto Argentino de Polo en un partido épico”.
En el ajedrez, que –según dicen– nació como metáfora de la guerra, se habla del épico tablero de ajedrez y de la poesía del tablero: “El ajedrez –escribe José García Velázquez– es mucho más que un juego de estrategia, inteligencia. Es un arte, en el que tiene cabida la poesía, quizá la poesía épica, porque en el tablero se desarrolla una batalla: incruenta, pero batalla”: “Épica partida de ajedrez entre Pierre Saint Amant y Howard Staunton en 1843″; “Jaque mate épico en partida de 30 segundos”.
En las carreras de automóviles: “Agustín Canapino, un campeón épico en el Turismo Carretera”.
Tampoco se salva el país de tan repetida palabra: “Al país normal le falta una épica”. Se refiere el periodista a la ausencia del heroísmo de la razón, a la épica de la razón.
Si bien antes se censuraba el empleo de esta voz polisémica por considerarla anglicada (epic), hoy no sucede lo mismo, pero debe evitarse su abuso, pues su desgaste la vaciará de significado e impedirá que los hablantes busquen otros vocablos para enriquecer su vocabulario, como colosal, descomunal, desmesurado, glorioso, grandioso, inmenso, memorable. De acuerdo con los ejemplos expuestos, también denota “que es fruto del coraje, esfuerzo o heroísmo, y es digno de ser ensalzado”.
En síntesis, como dijimos, en todos los deportes y en muchos momentos de la vida se viven fervorosamente los triunfos, pero, además, se lamentan las derrotas. Por eso, Jean de la Bruyère, filósofo, escritor y moralista francés del siglo XVII, dice que “si no hubiera dificultades, tampoco habría hazañas”.
De cualquier modo, para no pocos, la épica significa valores, coraje y dignidad; otros, según Winston Manrique Sabogal, lejos de las grandes hazañas, se dedican “a encontrar e iluminar la épica de las personas, de su mundo interior o exterior, de las pequeñas cosas que son grandes para quien las vive”.
Algunas personas ansían huir de la necesidad de pensar. Tal vez, sea esta la razón por la cual el uso constante de una sola palabra como “épico”, con sus distintos matices semánticos, cubra muchas de las facetas emocionales del hablante argentino, quien ríe y llora, festeja y se deprime, se obsesiona y se desencanta, habita el infierno y el paraíso con la misma intensidad, pero nunca acepta perder en la ardua batalla contra la incertidumbre, la inseguridad y la vulnerabilidad de los tiempos que vive.
Presidenta de la Academia Argentina de Letras
Fuente: La Nación