Tiempo de balance; en el foyer del teatro Politeama, Luis Brandoni y Eduardo Blanco repasan el derrotero de un material escénico con recorrido infrecuente Hernan Zenteno – La Nacion
-¿Viste cuánto hicimos hoy?
-Sí, un número extraordinario.
-No se puede creer.
-Una locura.
El intercambio no es entre amateurs. Se produce entre dos consagrados, quienes, además, vienen enhebrando un suceso teatral desde el debut, en agosto de 2013. Sin embargo, la visualización de la planilla con la venta de entradas para la función de la noche -con localidades casi agotadas- les sigue generando adrenalina y hasta cierta sorpresa.
-¿No se acostumbraron al éxito?
L.B.: -Jamás.
Eduardo Blanco: -Nunca.
El sábado 3 de agosto bajará el telón de la obra Parque Lezama definitivamente, luego de más de 1200 funciones y más de un millón de espectadores que la aplaudieron, tanto en la Argentina como en España. Aunque el elenco fue sufriendo cambios, sus dos protagonistas excluyentes conformaron una dupla artística que llevó adelante esta pieza, adaptada y dirigida por Juan José Campanella, que se convirtió en un “material de culto” para mucha gente que la vio más de una vez.
“Hay una mujer que viene todos los meses; ya no son espectadores, son como clientes”, asegura Brandoni, con humor. “El otro día nos esperó un matrimonio que nos dijo que, en su familia, ya la vieron abuelos, padres y nietos; se van pasando la posta”, sostiene Blanco, casi encogido de hombros, no por no entender el valor del material, sino por seguir maravillándose con lo que la escena puede invocar en sus destinatarios.
El elenco fue sufriendo cambios con el correr de los años. Actualmente, los actores están acompañados por Verónica Pelaccini, Gustavo Pardi, Mariano Reynaga, Matías Alarcón y Manu Menéndez.
El ritual
El enorme foyer en penumbras del bellísimo teatro Politeama -recuperado en 2022, en un nuevo edificio gracias a la inversión de un grupo de aventureros con el director Campanella y la compañía 100 Bares a la cabeza- es el lugar escogido para la producción de fotos y la charla con LA NACION.
Primero llega Blanco, media hora antes de lo previsto, apurando el paso para poder degustar un café en un bar de la calle Corrientes que, con la última claridad de la tarde, aún es transitada por una multitud de niños en vacaciones de invierno. Brandoni se atrasa unos minutos porque no encuentra lugar para estacionar. “No le gusta dejarlo en una cochera, prefiere la calle”, dice una asistente. Cada cual con sus manías.
Finalmente, Brandoni y Blanco se saludan, celebran la venta de entradas, juguetean con el fotógrafo y se disponen a charlar. “A las 18.30 tenemos que cortar”, se ataja Blanco. El actor -quien ya vocalizó en su vehículo camino a la sala- vuelve a calentar la voz y a elongar su cuerpo como un deportista, un ritual que lleva a cabo desde una hora y media antes de cada función.
El trabajo físico de ambos sobre el escenario es superlativo. Incluso Brandoni, que va por los 84 años, debe “avejentarse” al componer su personaje, ya que se lo ve radiante, subiendo y bajando escaleras y hasta montándose al revés en una silla con una vitalidad que sorprende.
“Cuando debutamos yo tenía 55 años”, afirma Blanco. En el medio, aconteció la vida. De todo. Alegría, dolores. Hasta el país fue cambiando. Sin embargo, Parque Lezama jamás mermó en el gusto de la gente. “También en la previa hablamos sobre cómo andamos de venta de entradas, cómo va la afluencia de público a los teatros, qué tipo de repertorio se está ofreciendo en Buenos Aires y las cuestiones de nuestra profesión”, revela Brandoni. “También hablamos sobre la Copa América o la Libertadores”, remarca su compañero de rubro. Y lanzan una carcajada, la primera de muchas.
La entrevista se convierte en una despedida solapada de los medios. Queda muy poco para el telón final. “Un éxito jamás se abandona”. ¿Quién suscribió esa máxima de la industria del espectáculo? Quizás el pavor al abismo por lo nuevo. Acá no sucede nada de eso. Ni siquiera hay sentido de duelo. Se espera el apagón definitivo con la hidalguía de haber batallado hasta último momento y con el premio de levantar la bandera del triunfo.
-¿Cómo viven el inminente final?
L.B.: -Es un poco raro, esto fue mucho más que hacer temporadas, fue un gran episodio de nuestras vidas; pero el teatro, como casi todas las cosas de la vida, tiene su final y llegó el final para Parque Lezama. Sin embargo, es un final falso, todavía nos queda hacerlo imperecedero en el cine.
El actor se refiere al rodaje del film -que también será dirigido por Juan José Campanella– y cuyo rodaje está previsto para el año próximo. “El espectáculo no morirá cuando se deje de hacer en el teatro, sino que va a sobrevivir cinematográficamente. Así que la última función será un momento de cierta melancolía y nostalgia, porque son muchos años, nos han pasado cosas, hemos sido felices y hemos tenido temores, pero, en rigor de verdad, no podemos menos que reconocer que todo esto ha sido un momento muy dichoso de nuestra vida como actores”, asevera Brandoni.
Haber debutado en agosto de 2013 y llegar hasta hoy -con algunas interrupciones en el medio debido a otros proyectos que se cruzaron en sus vidas y hasta una pandemia- hizo que, indudablemente, los actores hayan atravesado las más diversas situaciones personales. Un duelo vivenciado por Blanco resume lo más extremo que debieron afrontar. “Nadie supo que, el día que falleció mi viejo, yo fui a hacer la función al Teatro Liceo; todos se enteraron después”, recuerda el actor.
-¿Por qué no se suspendió la función?
E.B.: -La hice a modo de homenaje, porque es una obra cuyo aplauso final es conmovedor, de una energía que vivimos sorprendidos en cada presentación. Esa noche, tenía el deseo de que esa energía, en mi fantasía mística, acompañe a mi viejo.
“En el escenario no hay dificultades”
Además, en la composición del personaje de Blanco hay algunos rasgos físicos de su propio padre: “No recreo a mi papá en escena, pero tomé una dificultad que él tenía en ese momento para demostrar que, en el escenario, no hay dificultades; los viejos que componemos pueden perseguir a un dealer o tratar de conquistarse a una chica”. El intérprete apeló a algunas características de un Parkinson que afectó a su padre en los últimos tiempos de su vida y se las imprimió a su criatura de ficción, pero desde el positivismo de tejer a un anciano que, más allá de alguna limitación y miedos, se va atreviendo a todo.
“En mi caso, no tengo un recuerdo no grato para lamentar en todos estos años de funciones”, se alivia Brandoni, aunque hace un silencio dramático de oficio y arremete, “en algún momento temimos no cumplir un sueño”.
-¿A qué se refiere?
L.B.: –Desde hace 14 años los dos tenemos el sueño de hacer la película y, cuando eso aún no estaba confirmado, nos generaba cierta ansiedad; estoy convencido que se va a concretar.
Cómplices, bromean entre ellos como esos compañeros de curso que están llegando al egreso y empiezan a hacer sus balances de despedida.
-En todo este tiempo, las anécdotas cosechadas en torno a los espectadores deben ser un rico material.
L.B.: -Nunca falta quien nos dice que le hicimos acordar a su propio padre, a pensar en esa gente que tenía la ilusión de un mundo nuevo.
E.B.: -Contá lo que te pasó con la familia de La Orqueta.
L.B.: –Luego de una función, una mujer me dijo: “Qué paliza nos diste, Brandoni”. Cuando le pregunté a qué se refería me dijo que vivían en La Orqueta, barrio al que mi personaje le tiene antipatía. Entonces, le pregunté cómo habían llegado a ver la obra, ahí me contó que su madre había visto el espectáculo y, como le había gustado mucho, luego invitó a sus ocho nietos. Y fueron esos chicos, quienes les recomendaron la obra a sus padres.
E.B.: -Eso da idea de por qué funcionó tanto tiempo este espectáculo.
L.B.: -Lo curioso es que esa abuela no invitó primero a su hija y yerno, sino a sus nietos y luego los pibes se la recomendaron a los padres. Les gustó a todos.
E.B.: – Nos han venido a ver chicos de 15 años, jóvenes de 30 y personas de ochenta y cinco. Cuando (Juan José) Campanella vio esta obra en Nueva York tenía veintipico de años. Él dice que se conmovió tanto que le direccionó su forma de escribir.
Lejos del dramatismo
Reflexionando en torno a ese anecdotario, Blanco comenta que es recurrente que los espectadores les hagan llegar sus devoluciones por escrito. “El teatro tiene que ver con lo colectivo, pero esas reflexiones son de corte individual, algo muy frecuente e impensado para nosotros. Hace pocos nos llegó la carta de un joven salteño que, luego de ver la función, tardó seis meses en escribirnos. Hacía poco que había muerto su madre y nos decía que esta historia lo había atravesado; cada momento de cada espectador es único”.
Sin embargo, el material está lejos del dramatismo, “la obra no te hace mierda, al contrario, te invita a mirar la vida con un sentido positivo, como suelen ser los libros de (Juan José) Campanella, donde siempre hay una esperanza mientras estés vivo; de hecho, mi personaje despierta de esa entrega en la que estaba sumergido”, sostiene Blanco y Brandoni agrega con convicción que “esta obra tiene un final feliz, por eso el fervor de la gente en su aplauso”.
-En la vida, ¿les sucedió muchas veces “despertar” en torno a alguna realidad?
E.B.: -Sucede permanentemente, cuántas veces una tontería de lo cotidiano, los problemas del día a día nos condicionan y uno se olvida que está vivo y que hay cosas muy importantes para tener en cuenta. Por eso la obra te dice “la vida termina cuando termina realmente, ni un minuto antes; porque, hasta un minuto antes, te pueden pasar cosas que te transforman o transforman a otros”.
-Es una obra “inclusiva” en tanto interpela a varias generaciones.
E.B.: -Sí, lo es, pero no porque los viejos que interpretamos hablen con la “e”. ¿Te imaginás eso Beto?
L.B.: -Sería raro.
Se ríen como dos chicos. Algo que sucede una y otra vez. Han amasado en este tiempo un camino de complicidades, entendimientos que van más allá del escenario.
Un largo camino
-¿Recuerdan qué les sucedió cuando leyeron, por primera vez, el texto de la obra?
L.B.: -En una oportunidad, había tenido la oportunidad de leer una traducción que no me había causado ninguna gracia, no me había entusiasmado nada con vistas a hacer un espectáculo; eso cambió cuando conocí la versión de (Juan José) Campanella, parecía otra obra, porque él no solo la tradujo, sino que la adaptó a un idioma que conocemos todos, sobre todo porque transcurre en un lugar muy popular, ya sea porque uno de chico jugó en las barrancas de ese parque o por historias o dichos. El Parque Lezama es un recuerdo cariñoso de los argentinos.
E.B.: -Yo había visto una versión que se hizo en Buenos Aires y no me había entusiasmado; recién me enganchó cuando leí la adaptación de Juan (Campanella).
Juan José Campanella tejió una atmósfera local para contar la historia de dos ancianos que desafían la existencia, ponen en tensión el concepto de “decrepitud” y se aventuran con un mensaje esperanzador en torno a la vida.
Uno es León (Brandoni), un viejo militante comunista, y el otro Cardozo (Blanco), un hombre casi ciego que está por ser despedido de su último empleo en un consorcio. El idealismo político, las luchas sociales frente a una actitud de “no te metás” van cruzando a estos dos hombres queribles desde el vamos.
El director logró mutar el Central Park original de Yo no soy Rappaport (I´m Not Rappaport), título escogido por el autor Herb Gardner, fallecido en septiembre de 2003, luego de una gran producción como comediógrafo de Broadway y habiendo llevándose un premio Tony justamente por este material.
Para el director de Luna de Avellaneda, Nueva York y Buenos Aires albergan varias similitudes, aunque su “argentinización” del texto le confirió una cercanía extrema con el público local.
L.B.: -Al público ni se le ocurre pensar que se trata de una obra de un autor norteamericano.
-Casi como un eufemismo, se suele definir a la ancianidad como “adultos mayores”. No es corriente encontrar en la ficción personajes de estas edades.
E.B.: -No es nada habitual.
L.B.: -Como tampoco lo es el tipo de lenguaje cotidiano que se utiliza; es reconocible lo que se está diciendo, pero desde un punto de vista de cierta ilustración, eso hace sentir muy respetado al público en el uso correcto de la palabra.
-Lo coloquial no está exento de poética.
E.B.: -Es un gran mérito de la adaptación.
-Los personajes, desde ya, mantienen sus edades originales, por encima de las ocho décadas. En cambio, ustedes tienen once años más respecto del día del estreno. ¿Cómo incide esa circunstancia a la composición de ficción?
E.B.: -Cuando debutamos, yo me tenía que pintar las canas y lavarme el pelo después de cada función; hoy ya no es necesario, tengo canas naturales.
L.B.: -No me lo plantee, ni me lo pienso plantear; bastante con que hacemos la función y no cambiamos el texto.
Estallan en una carcajada. Aunque hay mucho de alivio al reconocer que la propuesta permanece inalterable desde aquella primera función en el teatro Liceo, donde se estrenó. Curiosamente, el derrotero de Parque Lezama tuvo un punto de partida en sala privada en funcionamiento más longeva de Latinoamérica (con más de 150 años de historia) y finaliza en un espacio flamante dotado de un confort superlativo. “Y ambas salas sobre la calle Paraná”, dice Blanco, dando cuenta de otra de las curiosidades que acompaña a la pieza.
E.B.: -¿Querés otra particularidad interesante?
-Por supuesto.
E.B.: -En Madrid terminamos la temporada el 12 de enero de 2020 y, sin saberlo, volvimos a debutar en Buenos Aires el 12 de enero de 2023.
Riesgo país
En todo este tiempo de más de 1200 representaciones el país fue cambiando. Parque Lezama fue testigo de las presidencias de Cristina Fernández de Kirchner, Mauricio Macri, Alberto Fernández y Javier Milei. Luis Brandoni mantuvo una férrea postura anti kirchnerista y el director Juan José Campanella tampoco se ha privado de verter, en varias ocasiones, su mirada crítica hacia la realidad nacional.
-¿La platea, con sus reacciones y emocionalidades, fue un termómetro de la realidad del país?
L.B.: -Yo diría que no.
E.B.: -Coincido plenamente.
L.B.: -La ceremonia del teatro es mágica, extraordinaria, desde que se decide ir a ver una función. La gente se sigue vistiendo de una manera particular, habla con los boleteros como no habla con los del cine, y paga una entrada, que no sé si les parecerá barata o cara, pero sin saber si les va a gustar lo que van a ver y entendiendo que nadie les va a devolver la plata si no les gustó la propuesta. “Vengo a que me guste”, es la expectativa de todos. Si eso ocurre, es un hecho de gran felicidad, de vivir un momento gratísimo que, en general, se hace acompañado, es un momento de compartir una dicha.
E.B.: -Y con la necesidad de divulgarlo.
Como sostiene la directora francesa Ariane Mnouchkine, “el teatro es la utopía de lo que debería ser el mundo. “El teatro es un acto de buena fe”, define con gran precisión Brandoni.
En enero de 2025, Eduardo Blanco debutará nuevamente en el teatro Politeama con una obra escrita y dirigida por Juan José Campanella, de la que no puede adelantar nada más. En tanto que L.B. continuará abocado a la dirección de Made in Lanús, la pieza de Nelly Fernández Tiscornia que dirige en el Multitabarís y que ya tiene asegurada su continuidad durante el año próximo.
Más allá de los proyectos paralelos y los que están por venir, Brandoni reconoce que “después de permanecer tantos años en este oficio, tengo la convicción que Parque Lezama es un espectáculo que la gente no va a olvidar”.
-Vuelvo al inicio. Entonces, ¿no se acostumbraron al éxito?
Ambos detonan un riguroso “jamás nos acostumbraremos al éxito”, apelando al sentido común y a conocer como nadie las vicisitudes de su metier.
L.B.: -Uno quisiera acostumbrarse al éxito, pero la realidad te dice “no seas boludo, no te lo creas”. Al más pintado…
E.B.: -Eso puede sucederte a los 20 años, después ya sabés cómo es el oficio.
L.B.: -Me gustaría tener éxito con cada obra que hago, pero todos sabemos que no es así, por eso nos alegramos mucho cuando sucede.
Para agendar
Parque Lezama, miércoles 24 y jueves 25 de julio, viernes 2 y sábado 3 de agosto, a las 20. Teatro Politeama (Paraná 353)
Fuente: La Nación