A Tina Serrano solo le faltó ser estrella. Tal vez fue el único propósito que no pasó por la cabeza de una actriz extraordinaria y dispuesta a honrar su vocación a tiempo completo y en todos los escenarios imaginables. El teatro clásico y algunas telenovelas de enorme repercusión fueron, entre muchos otros, los espacios en los que supo mostrar su talento y la incansable búsqueda del personaje ideal.
Fue Hilario Quinteros, uno de sus tres hijos, el primero en anunciar en la tarde de este jueves que Tina Serrano murió a los 82 años. “Mi mamá falleció. Se fue en paz. Estoy muy triste”, dijo a través de sus redes sociales. La noticia fue poco después difundida y ampliada por la Asociación Argentina de Actores.
Lo último que supimos de ella fue que estaba radicada en Mar del Plata y que la última actividad con su firma que tuvo repercusión fue Zoom para dos, pieza teatral en la que dirigió a Hilario, fruto (junto a sus hermanos Julián y Ana) de la unión con el actor Lorenzo Quinteros, fallecido en 2019.
Nacida como Martina Angela Serrano el 21 de julio de 1941 en Munro, hija de Enrique Serrano (brillante actor de comedia y uno de los grandes protagonistas históricos del cine argentino en su época dorada), Tina estaba celebrando este año las seis décadas completas de carrera artística. El recuerdo de aquel comienzo quedó inscripto entre sus recuerdos más entrañables porque se produjo casi al mismo tiempo del momento en que falleció su padre.
Al evocar ese tiempo siempre contó que el mayor desafío que se impuso fue el de tomar distancia de su padre, toda una celebridad en ese tiempo, para empezar a construir con las dificultades del caso un camino propio. “Poder despegar de padres famosos es bravo, encontrar tu propio lugar, no sentirte una usurpadora. No por nada muchos hijos de famosos se quiebran”, confesó en una entrevista de 2004 con el diario Página/12.
Para cumplir al pie de la letra con el mandato paterno que decía que había que empezar desde el escalón más bajo, inició su recorrido artístico como extra en el Teatro San Martín. Y cuando Enrique Serrano murió, para su hija no hubo otro destino que la actuación. Dejó los estudios de arquitectura y otros trabajos administrativos ocasionales (llegó a tener empleo en el área de cuentas corrientes de un importante banco) y de a poco se fue ganando un lugar por mérito propio, sobre todo en el mundo teatral.
Ganó en ese terreno todos los premios posibles: el Molière, el ACE (seis veces), el María Guerrero, el Leónidas Barletta, el Gregorio de Laferrère, el Konex (en 1991, como actriz de comedia, cine y teatro). También el Prensario, el Estrella de Mar y el Martín Fierro, gracias a un recorrido que la incluyó, por ejemplo, en elencos de destacadas puestas de Yerma, Medea, Antígona Vélez, Almuerzo en la casa de Ludwig W., La reina de la noche, La señorita de Tacna y muchísimas más. Tuvo una rara aparición protagónica en una elogiada puesta de Las sacrificadas, junto a Julieta Ortega y dirigida por Roberto Villanueva en el Teatro Nacional Cervantes, una de las salas oficiales en las que solíamos verla actuar.
Más adelante, sobre todo a partir de la década del 80, su rostro se hizo familiar como actriz de reparto en el cine. Sus apariciones en la pantalla grande se inclinaron mucho hacia una veta costumbrista, a la que se predisponía con toda naturalidad gracias a gestos, modos, gestos y una forma de hablar que inmediatamente se hizo familiar para un público cada vez más amplio. Así la vimos, por ejemplo, en Chechechela, una chica de barrio, La clínica del Dr. Cureta, Ya no hay hombres, ¿Dónde estás amor de mi vida que no te puedo encontrar?, De eso no se habla, Un buda y algunos otros títulos de menor impacto. La última aparición que tuvo en la pantalla grande fue como directora en la aventura escolar de Caídos del mapa, hace una década.
Tenía una notable vis cómica y manejaba al mismo tiempo una expresividad poderosa, a través de la cual capturaba toda la potencia y la energía interior de sus personajes. Siempre fue reconocida como una notable actriz de reparto, capaz al mismo tiempo de despertar una atención especial desde esas apariciones circunstanciales, de naturaleza secundaria, y ocupar con ellas en más de un momento el centro absoluto de la escena.
El mejor ejemplo fue la malvada Leonarda Panini, su personaje en la telenovela Resistiré (2003), con el que obtuvo la mayor repercusión de toda su carrera. Hubo momentos en los que solo se hablaba, dentro de un ciclo de ficción que abrió muchísimos debates, de las escenas incestuosas que la tía Leonarda compartía con su sobrino Andrés (el prematuramente fallecido Claudio Quinteros). Entre los dos y Fabián Vena quedó armado el gran trío de villanos y antagonistas del relato.
Antes y después de Resistiré, Serrano fue una presencia permanente en algunas de las tiras y unitarios más relevantes de las décadas de 1990 y 2000. Ese ciclo empezó con Atreverse, que le dio uno de los mejores reconocimientos de toda su carrera, y continuó en series que persisten en nuestra memoria: Gasoleros, Las chicas de enfrente, Mosca y Smith, Botines, Amas de casa desesperadas, Mujeres asesinas. Pocos recuerdan que bastante antes de ese recorrido se lució como una de las hermanastras de la Cenicienta (Soledad Silveyra) en una brillante adaptación del clásico infantil que Hugo Midón hizo en 1982 por ATC.
Ese extenso recorrido televisivo se cerró en 2015 con una aparición en Historia de un clan. Pero el papel más exitoso de todos los que hizo en la tele tuvo su contracara amarga. Por sus compromisos a tiempo completo en Resistiré debió renunciar al llamado de Lucrecia Martel, que la había convocado para sumarla al elenco de La niña santa. Filmar con Martel fue un gran sueño que Serrano nunca pudo cumplir.
También sobrellevó fracasos teatrales (como la puesta en 1994 del musical Hermanos de sangre) y televisivos (las comedias Las hormigas, Qué difícil aguantarte). Con Quinteros, más allá de su vida artística en común, compartió fuera de los escenarios varios años de duro exilio en Brasil y en Francia. Después llegó el tiempo de la docencia y del trabajo en la dirección teatral, con una valoración que siempre estuvo a la altura de su brillante trayectoria como actriz.
De la comedia al drama, de la telenovela al off teatral, de la pieza más brillante o clásica al texto más experimental. Todas las facetas posibles del trabajo que se hace sobre un escenario encontraron en Tina Serrano a una intérprete ideal. Si no alcanzó el estrellato fue, según propia confesión, por su incurable timidez. Pero sin dudas alcanzó esa cumbre de búsquedas poéticas y expresivas a la que aspira cualquier actriz segura y plena en el ejercicio de su vocación. Ese es el lugar en el que siempre quiso estar.
Luego de que trascendiera la noticia de su muerte, muchos colegas y amigos de la intérprete también expresaron su tristeza. “Querida Tina, que los ángeles acompañen tu vuelo. Adorada compañera”, escribió Ana María Picchio en su cuenta de Instagram, junto a una imagen de la película Chechechela, una chica de barrio, de 1986.
“‘Poner en nuestra boca palabras que no son tuyas y hacerlas propias. Es un trabajo muy arduo y fascinante. Misterioso y mágico’. Así definía su profesión Tina Serrano, quien falleció hoy en Buenos Aires a los 82 años”, publicaron desde la cuenta del Complejo Teatral de Buenos Aires, a modo de despedida.
Mario Segade, autor de Resistiré, citó una de las frases del personaje que interpretó en la novela: “‘No soy una asesina, soy una mujer con conflictos’. Ese mantra de Leonarda que repetiste en Resistiré tan hermoso como vos, actriz, talento y trabajo. Inolvidable Tina Serrano. ¡¡¡Vuela alto!!!”.
Fuente: Marcelo Stiletano, La Nación.