Por muchísimas razones y motivos vivimos otra época. Quizás lo anticipó con acierto Bob Dylan (“The Times They are a Changing”) allá por 1964 (Sí: 1964) cuando escribió y cantó: “Ya se trazó la línea,/Se echó la maldición./El que ahora es lento, luego será rápido./Así como ahora es presente, luego será pasado./El orden se desvanece rápido/y quien está primero, pasará último./Porque los tiempos están cambiando”.
Depende de dónde y cómo. El arrancar a un nuevo día, con un límite cercano: Hasta la Pandemia, más o menos… ¿Estamos de acuerdo? asumía una intensidad, de alguna manera parcialmente recobrada, hoy por hoy, período vigente y muy reciente, otra vez nublado…
Razón para no exigir a la memoria y no considerar recuerdos lejanos. De hecho, esas etapas generales hasta el mojón indicado ahora para muchos conservan esas maneras, otros que, tal vez, no comprendan génesis o prefieran omitir, ya no es así.
Sería bueno, también, pensar que un “nuevo salto” a una realidad deseada es posible. Entonces aparezca el sonido del despertador, o el móvil, que la lucha contra las ganas de seguir en la cama, vencer la modorra hasta que el café u otra infusión elegida logren su efecto, y se esté pronto para iniciar la cotidiana aventura.
Hay muchas, muchísimas, formas de llegar al centro de Buenos Aires, tal denominación porque fue el “centro” o el germen de un pueblerío con vocación de ciudad llamado Santa María del Buen Ayre (singular y/o plural) o de la Santísima Trinidad, una polémica para historiadores, que incluso fue parcelado en el Microcentro, con los principales edificios gubernamentales incluyendo la sede presidencial, la City (punto cúlmine de las actividades financieras y económicas), la avenida Corrientes, Florida y su escenario anexo. Ya sé, no me digan Corrientes duerme, y desde cierta hora de la tarde Lavalle no tiene “público” (y obvio tampoco cines), solo arbolitos “parlantes” y las calles están más vacías y oscuras. El Macrocentro es el otro sector, con una actividad intensa de oficinas, un movimiento comercial, que fue más amplio, menos selectivo…
Hay gran cantidad las maneras de ir a cumplir con las tareas diarias. Desde el Sur, el Norte, el Oeste. Colectivos, trenes, subtes, taxis y autos particulares encaminados al destino fijado. A lo largo de cada metro de cemento de esa Buenos Aires a la que el amor y el espanto unían con Borges, vuelan puteadas, calificativos descalificadores (no es un juego de palabras), toda clase de insultos, ya invocando los más “típicos” hasta algunos novedosamente creativos.
Palabras que, casi, sin tomarse el tiempo de “madurar”, se transforman en empujones, trompadas, patadas lanzadas en estilos nunca muy claros y mucho menos reconocibles. El “baile infinito” de cada mañana del que participan protagonistas ya mencionados y suma a motociclistas, anche ciclistas (haya o no senda exclusiva) deambulan en velocidades distintas en absoluto uno de otro, todos, con la excepción que confirma la regla, zigzagueando en un “todos contra todos”, inventando maniobras de cordón a cordón, con el solo “derecho” de ser más grandes o, paradoja, más pequeños. Taxistas a paso de hombre sin pasajero y, sorpresiva, aceleración de 0 a 100 solo en segundos ante una mano levantada a distancia visible para el conductor.
Se torna inútil señalar que ocurre que la gran mayoría, claramente, viola toda reglamentación de tránsito existente, o por existir, de Buenos Aires, París y Beijing al mismo instante.
Adentro o sobre cada “máquina” y con su propulsión propia o a pie cruzando la calle, con una infracción en la forma de hacerlo (ignorancia de las rayas pintadas ad-hoc) en un altísimo porcentaje están los habitantes de la metrópoli rumbo a sus obligaciones diarias.
Dueños de comercios, directivos de empresas, profesionales y oficinistas de todos los ramos, empleados de la administración y/o los servicios públicos, bancarios, vendedores, personal de establecimientos, desde la gastronomía hasta casas de moda, en el amplio marco de actividades necesarias para darle la savia vital al cotidiano árbol, para la práctica constante de la supervivencia cada minuto más difícil, en todos los sentidos, e intentar obtener la buena, regular o mala “ganancia” necesaria y unos “cuantos todos” hacia ese punto u otros con algunas diferencias de “estilo” pero igual complicación de “uso”.
Cada mañana con la imposibilidad de hacer nombres, de personalizar cada caso, porque es un ajetreo general que se mide por cantidades importantes. Son perceptibles diferencias (“Los tiempos están cambiando”) que despiertan la duda que al momento de tipiar una frase, ésta ya no sea la adecuada. Mis disculpas…
Cada mañana. Cuando, casi todo, va hacía el mismo lugar… Una enmarañada aventura de apretujones e, infaltables, tardanzas y excusas. Asimismo, algo que muchos extrañan y sufren.
A un clic de distancia, con la tristeza de pensar en quienes de ellos ya no están, el que fue primer lanzamiento (el disco simple y pronto el álbum) de «Memphis, La Blusera», eternamente mis amigos, desde el comienzo hasta que iniciaron otro camino, Adrián y Emilio. Una canción que supo retratar ese instante matutino y lo lanzado desde allí. Grabada en el Luna Park de la ciudad de Buenos Aires, en el concierto del 25° aniversario de la banda (registrado en disco y DVD) el “Blues de las 6,30” (Adrián Otero-Daniel Beiserman). Publicado por PopArt Discos en su sitio de YouTube.
Cuídense, en todo y por todo. Mucho, muchísimo más que nunca…
Norberto Tallón