En un cuartito del barrio de La Boca, Osqui Guzmán, el frustrado profesor de Kung Fu, escuchaba todas las noches el casete de El Bululú mientras le daba duro a la máquina de coser para ayudar económicamente a su familia; con los años hizo su propia versión
Cuenta esta historia con elementos de leyenda que el actor español José María Vilches estrenó El Bululú en 1974. La obra mostraba la experiencia de los viejos actores trashumantes que recorrían pueblos y ciudades con el único objetivo de entretener a los espectadores. Lo hacía valiéndose de los mejores poetas dramáticos hispanos: Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Federico García Lorca y Francisco de Quevedo. Con esa obra en la que el actor se multiplicaba en varios personajes, Vilches llegó a hacer 4500 funciones y recorrer más de 40 mil kilómetros visitando pueblos y ciudades. Aquel montaje se transformó en leyenda, en mito.
El señor en cuestión, el tal José María Vilches, había nacido en Alcalá de Henares y fue bautizado en la misma pila que Cervantes. De joven, como varios de sus pares, tuvo la fantasía de ser torero, pero terminó estudiando teatro. Finalmente, debutó en una sala de Madrid en 1958, y pocos años después, en Buenos Aires, se presentó en el demolido teatro Odeón que, paradojas del destino, actualmente hay dos teatros que llevan ese nombre pero que nunca se inauguraron. En los planes iniciales del actor, Buenos Aires iba a ser un lugar de paso. Nada de eso sucedió: en esta ciudad trabajó con figuras de su tiempo y de todos los tiempos como Margarita Xirgu, Lola Membrives, Alfredo Alcón o Norma Aleandro.
Fue en 1974 cuando estrenó El Bululú. Según el diccionario, la palabra “bululú” es un “comediante que representaba obras él solo, mudando la voz según la condición de los personajes que interpretaba”. Vilches se multiplicaba mil veces en escenas apelando a máscaras, a la música, a su manejo del cuerpo y de la voz y una infinidad de recursos que el público admiraba y aplaudía con ganas. Adelantado para la época, editó un long play con esos textos, que muchos copiaban en los viejos casetes. Con todo ese combo, Vilches pasó a formar parte de un mito que se instaló en la memoria colectiva de quienes lo vieron actuar.
En un reportaje antiguo que le hizo Julio Ardiles Grey, Vilches apuntaba que el bululú es al teatro lo que el juglar es a la poesía. “Era el más pobre de todos, el actor de menos recursos: no tenía ni siquiera un compañero con quien trabajar”. Hasta decía, en plena época de esplendor del café concert, que Antonio Gasalla y Carlos Perciavalle eran “los bululú” de los revoltosos años 70. Tal vez, cabe pensar que el actor de stand up es el bululú de hoy, y que aquel señor español que se las arreglaba para escenificar cuando libro o cuento caía en sus manos, empoderó a toda una nueva generación.
José María Vilches murió en un accidente de tránsito en 1984. Venía de presentar en Mar del Plata Donde madura el limonero. Viajaba a Coronel Suárez con su representante, Ángel Mariconda Turino, y con el director y productor Willy Wullich. La crónica periodística cuenta que aquel martes llovió torrencialmente, que había escasa visibilidad y que el suelo estaba muy resbaladizo. Chocó de frente contra otro auto en el que iban un hombre y una mujer. Vilches tenía apenas 49 años. El intendente marplatense de aquel momento, Ángel Roig, decidió que un premio de la Secretaría de Cultura llevara su nombre. Así, el mito sumó un ritual: el de la entrega, en la casa de Victoria Ocampo, del galardón.
“La máquina de coser memoria”
Como buena leyenda, hay una segunda parte. Quien se hace cargo de este otro capítulo es el talentoso y multifacético actor Osqui Guzmán, el actor que formó parte de la obra Toc Toc y de la serie Maradona, sueño bendito, entre tantos trabajos destacados, y quien estrenó -con dramaturgia de Leticia González de Lellis- El Bululú, la antología endiablada, ya después de la muerte de su creador original.
Hijo de una madre costurera y un padre gasista y plomero, la niñez del actor transcurrió en medio de dificultades económicas. Cuando estaba terminando el secundario se imaginó estudiando en la Facultad de Medicina. Pero, como suele suceder, lo inesperado modificó lo medianamente planificado: un compañero le contó que su novia se había anotado en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático. “¿Qué es eso?”, preguntó Osqui. “Una facultad de actores”, le respondió su amigo, y para aclarar un poco la cosa agregó que en ese lugar se estudiaba “acrobacia, escenas de violencia y esgrima”. Mágicamente, esas palabras claves lo conectaron con su ilusión secreta: la de ser profesor de Kung Fu. No lo dudó, se anotó. Aprobó el examen de ingreso con un 10 sin haber ido nunca a un teatro. La decisión tuvo su precio: el disgusto de su padre por el nuevo camino de su hijo hizo que le dejara de hablar por tres años.
En estos tiempos ya estaba en un elenco de teatro callejero y el director le regaló un casete de El Bululú, que era el que Vilches vendía luego de las funciones. Desde ese momento incorporó la rutina de apretar la tecla “play” mientras trabajaba en una máquina de coser para ayudar a la economía familiar. En ese cuartito del barrio de La Boca, el karateca frustrado se topó con los textos de Cervantes, Lope de Vega, Federico García Lorca y Quevedo. Memorizó esos parlamentos sin saber que los autores eran señores que habían pasado a la historia. Según cuenta en el mismo espectáculo, sentía que la aguja de la máquina de coser seguía perfectamente el ritmo de los diálogos y las poesías.
En el Conservatorio, rodeado de compañeros tan dramáticos como cómicos, ya hacía escenas de esa espectáculo que muchos años después se estrenó en Teatro Nacional Cervantes. Cuando presentaron el proyecto no sabían cómo había sido El Bululú de Vilches, “pero sí sabíamos qué nos pasaba a nosotros con ese material”, reconoció el actor en un reportaje. Buscando material de archivo se enteraron que El Bululú para Vilches era un homenaje a sus dos patrias: la de pertenencia y la adoptiva. Así fue como Osqui Guzmán decidió sumar en su versión a su otra patria: la boliviana, que heredó de sus padres, agregándola a su propuesta.
Con un poco de magia
En enero de 2011 se produjo un hecho mágico. En los jardines de Villa Ocampo, de Mar del Plata, el jurado del Premio José María Vilches premió a Osqui Guzmán por su trabajo en El Bululú, que se estaba presentando en la ciudad atlántica. Cuando Osqui recibió el galardón, reconoció que tenía una deuda con El Bululú. “Tenía esta obra hace muchos años en mi cabeza -dijo adelante de todos-. Finalmente la hice en memoria de él y en homenaje a él. Todos estos premios otorgados que llevan su nombre son el resultado del amor que él dejó en el público”. Debido al éxito, volvió al Cervantes para otra temporada y recorrió salas de la provincia de Buenos Aires, Santa Fe y Santa Cruz. En 2012, el hijo de padres bolivianos llevó El Bululú a La Paz, Bolivia. En cierto modo, se cerraba un círculo.
Después hubo funciones en Miami y en Cádiz, temporadas en Timbre 4, giras por el interior de la Argentina, versión on line en tiempos pandémicos y una perfecta grabación de la obra que está disponible en la plataforma Teatrix. Pero como la leyenda continúa, mientras Guzmán se despide de Los Bonobos, el martes 9 de abril repondrá El Bululú, antología endiablada, en el Metropolitan, reconstruida a partir de una hipótesis: “El teatro es una máquina de coser memoria”.
La historia endiablada que ya se presentó en 70 ciudades del interior recibió́ los premios ACE, Estrella de Mar, Konex, Vilches, Teatro del Mundo y de la Escuela de Espectadores. La primera semana de abril, esta historia nacida en 2010 pero cuya prehistoria se remite a 1974, estará en calle Corrientes “por nueve semanas”, dice el actor. No hay por qué creerle: la historia de El Bululú ya ha dado infinidad de vueltas impensables. Y la leyenda sigue escribiéndose.
Para agendar: El Bululú, antología endiablada; martes a las 20.30 hs. (a partir del 9 de abril), en el Teatro Metropolitan
Fuente: Alejandro Cruz, La Nacion