“Acá la música no es funcional, sino fundamental”, explican desde Mixtape, un flamante bar que abrió en la ciudad de Buenos Aires. Ubicado en un primer piso en Núñez, el lugar combina una barra de alta coctelería dirigida por el bartender Pablo Piñata; un omakase de sushi y platos japoneses comandado por el itamae Takeshi Shimada; y la música como protagonista, con la curaduría de Bobby Flores, hombre de radio con más de cuatro décadas de trayectoria. “Llevo 47 años musicalizando. Lo que traigo a Mixtape es una experiencia personal, que te permite beber un Apple Martini, comer el mejor sushi y escuchar los discos que vamos eligiendo para cada momento. Esto lo hicimos junto a Quique Yafuso, dueño del local de Haiku, que ocupa la planta baja. Haiku nació hace 30 años, por ahí pasaron músicos como Cerati, Spinetta, Cachorro López”, cuenta Bobby. Lejos de reconocerse en un estilo único, la música de Mixtape recorre geografías y épocas diversas. “Es una carta musical variada, como pasa con la comida o la bebida. Podrá sonar Miles Davis, Billie Holiday, los Beatles, Barry White, también artistas actuales como D’Angelo. Ahora estamos pinchando Raphael Saadiq, Ibibio Sound Machine y un par de temas del próximo disco de The Jesus and Mary Chain. Hay días con ánimo de romance, otros de alternativa, otros de fiesta”, continúa Flores.
Mixtape es parte de los llamados listening bars (bares de escucha), un concepto creado originalmente en Japón. Nacidos en la década de 1920, los bares de escucha japoneses permitían beber un whisky mientras se escuchaba jazz en épocas donde conseguir música extranjera era tan difícil como oneroso. Con el tiempo, estos lugares evolucionaron bajo el nombre de Jazz Kizza, pequeños bares con amplificadores, parlantes y bandejas de altísima definición. Reconocidos como una de las principales tendencias globales para este 2024 por la revista Time Out, se convirtieron en una moda que atravesó fronteras para conquistar a las grandes capitales del mundo.
“Quise recuperar una concepción más romántica de la música, dándole un lugar fundamental en la propuesta del bar”, cuenta Bruno Albano, que en mayo de 2022 abrió Gris Gris en Palermo. Bajista y compositor de Banda de Turistas, Bruno se define como un músico que puso un bar.
“Proponemos bebidas, comida y vinilos curados. Acá no pinchamos canción tras canción, sino que le damos prioridad al concepto de álbum, a esa narrativa que pensó el artista detrás de cada disco”, explica mientras el camarero trae a la mesa un sándwich de gírgolas laqueadas con queso halloumi grillado, lechuga, chutney de tomates y maní, junto con una copa del Hey Malbec del enólogo Matías Riccitelli. “Mezclo mi colección personal con cosas que fuimos comprando exclusivamente para el bar. Hay jazz de los 50 y música incidental con mucho soundtrack de cine de décadas pasadas; siempre elijo bossa con discos que traigo de Río de Janeiro, me gusta el rock psicodélico de los 70 en Europa, y sumamos muchas bandas nuevas, de los últimos diez años”, cuenta Bruno.
Un lugar principal
Las propuestas locales hacen hincapié en el protagonismo de la música. “Tengo 51 años, soy parte de una generación que esuchaba discos completos”, cuenta Pablo Osan, autor de @jazzenlofi (una cuenta de Instagram donde recomienda algunos de sus discos favoritos) y creador también de Café Lo Fi, pequeña cafetería del barrio de Caballito. Aquí suena jazz, indie, algo de rock, dependiendo de la atmósfera y del día. De tarde, a veces avisando, a veces no, Pablo elige un álbum para pasarlo entero. “El término lo-fi expresa una idea, la de que no es necesaria demasiada tecnología para captar la esencia de algo. Es lo mismo que hacemos con el café: tenemos granos fantásticos, que vienen de Honduras, pero nuestro lenguaje es el del café de barrio, ofrecemos pocillos, café con leche, no usamos la nomenclatura típica del café de especialidad”.
Tal vez el primer listening bar de Buenos Aires a modo y usanza japonesa fue Black Forest, pequeño sótano de aires vintage en Chacarita que arrancó en 2019 ofreciendo whiskies y sesiones de vinilos junto con shows en vivo de artistas invitados. En 2021, el club de vinos Overo Bar abrió sobre la plaza Costa Rica, ofreciendo vinos por copa, comida rica y la “sala Torrontés” (de uso exclusivo para socios): una habitación acustizada a medida, equipada con hardware de alta fidelidad: amplificadores y ecualizadores, además de bandeja giradiscos, todo pensado para escuchar los vinilos de la casa o llevar los propios.
El recorrido puede sumar un bar como Trane (homenaje al saxofonista John Coltrane), donde sirven Martinis y Negronis con música seleccionada y muy buenos equipos de audio. O AVG Electric Café, en los Arcos del Rosedal, con su propia disquería especializada en vinilos y cabinas de escucha incluidas.
“AVG nació como el café de Avant Garten, dos lugares que tienen a la música como driver principal. En Avant Garten nos hicimos fuertes con la electrónica, convocando hasta 40 artistas por mes. En AVG arrancamos los fines de semana con el ciclo Music Before Breakfast, siguiendo el consejo del escritor Andrés Caicedo: es prudente escuchar música antes del desayuno. Hoy ese ciclo es más de brunch, pero la idea es la misma: tener músicos, DJs, productores o coleccionistas de discos, regalándonos sets desde la cabina a la vista”, dice Nicolás Igot, a cargo de la comunicación de estos dos lugares.
Comer, beber y escuchar forman así los tres lados de un triángulo perfecto. “Tenemos mixers, bandejas, buenos waffles, parlantes ubicados de manera estratégica para que el sonido llegue a todo el local; hay mucha madera para evitar el rebote. Siempre queremos más, pero hoy ya se escucha muy bien”, dice Bobby Flores mientras muestra su computadora con una colección de más de 25.000 discos. “Hace poco vino Sergio Rotman y nos regaló un set de música jamaiquina de los años 60 y 70, previo a Marley. De eso se trata: de lograr momentos únicos, donde la música, la comida y la bebida sean parte de una experiencia de disfrute”, concluye.
Fuente: Rodolfo Reich, La Nación.