En el Castillo Guerrero se realizan visitas guiadas para conocer la trágica historia de la vida de Felicitas Guerrero.
En la Ruta 210, en la localidad de Domselaar, partido de San Vicente, a menos de 100 kilómetros de Buenos Aires, se esconde entre los árboles, detrás de un portón de hierro, una de las casas más impresionantes de Argentina. Emplazada en medio de un jardín adornado con estatuas, esta casona de tres pisos y 151 años de antigüedad parece sacada de un cuento de fantasía.
Con sus imponentes 1600 metros cuadrados y su arquitectura peculiar, fue apodada como un castillo, aunque poco tiene en común con esas construcciones. Algunos podrían reconocerla de películas como El cuento de las comadrejas de Juan José Campanella o Cornelia frente al espejo de Daniel Rosenfeld.
Estas características por sí solas serían suficientes para atraer la atención de cualquiera que se tope con esta obra arquitectónica de época. Sin embargo, la historia que encierra añade un misticismo único que la hace aún más impresionante.
Esta casa, conocida como Castillo Guerrero, pertenece nada menos que la familia de la mítica Felicia Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto de Álzaga, inmortalizada como Felicitas Guerrero. Una figura de la historia argentina, una joven aristócrata y viuda adinerada de tan solo 25 años que perdió la vida trágicamente por un disparo de un hombre que no pudo aceptar el fin de su relación amorosa.
Un castillo familiar
El Castillo Guerrero se encuentra en un terreno de seis hectáreas, aunque originalmente abarcaba 18. Su arquitectura es de estilo netamente francés, con techos a la mansarda, columnas ornamentadas y un sótano en altura. La casa cuenta con 24 habitaciones, muchas de las cuales se conservan en buen estado, ya que la residencia está en proceso de restauración permanente.
A pesar de estar oculta a simple vista, lo sorprendente de esta casona es que está abierta al público. Aunque menos famosa que La Raquel, otra de las estancias de la familia Guerrero ubicada sobre la Ruta 2 en dirección a la Costa Atlántica, el Castillo Guerrero es una de las pocas propiedades de la familia que pueden ser visitadas mediante un recorrido guiado por expertos que conocen a fondo la historia de esta prominente familia de la aristocracia argentina de antaño.
Además del recorrido por las habitaciones de esta casa que parece detenida en el tiempo, los visitantes son sorprendidos con un secreto: la verdadera historia detrás de la muerte de Felicitas Guerrero. “Existen dos versiones: una es la oficial, establecida por la justicia, y la otra es la transmitida dentro de la familia, a lo largo de generaciones, relatada por testigos presenciales”, explica Cristina Mabel Podestá, investigadora histórica que trabaja como guía en el castillo.
La investigadora comenzó a adentrarse en la historia de Felicitas en el 2006. Por casualidad, se enteró de que una pariente de Guerrero ofrecía charlas sobre su vida en la misma casona. Al llegar, se encontró con una mujer mayor muy encantadora, María Josefina Guerrero de Magyary, sobrina nieta de Felicitas Guerrero, cuyo relato le evocaban recuerdos de su propia tía abuela, como si estuviera contando un cuento. Fascinada, la investigadora le hizo muchas preguntas, y Josefina, sonriente, le reveló todos los detalles.
Según lo narrado por Josefina, tras el trágico fallecimiento de Felicitas el 30 de enero de 1872, el crimen capturó la atención no solo en Argentina, sino también en Europa e incluso en Australia. “Los periódicos no cesaban de cubrir el suceso, convirtiéndose en el tema principal de conversación en Buenos Aires”, asegura la historiadora. Cansados de la vida citadina, los padres de Felicitas, Carlos José Guerrero y Reissig y su esposa Segunda Rufina Cueto y Montes de Oca, optaron por retirarse y adquirieron en diciembre del mismo año las tierras de la antigua estancia de Santa Isabel en Domselaar, rebautizándola como Estancia San Carlos. En 1873, un año después del fallecimiento de su hija, decidieron construir la imponente casona en Domselaar.
El diseño y construcción de la casa
“En aquella época, la propiedad fue equipada con todos los adelantos que una casa en la ciudad podía tener”, relata Podestá. Contaba con agua corriente y caliente en los tres pisos, e iluminación a gas carburo -que con el tiempo fue electrificada-. La construcción de la casa fue encargada a un arquitecto francés, quien diseñó los planos y supervisó todo el proyecto, enviando personal y utilizando una gran cantidad de materiales importados de Europa, como el piso del Reino Unido y el papel tapiz original de Francia. Curiosamente, el arquitecto nunca llegó a ver terminada su obra.
El parque, diseñado por Carlos Thays, alberga especies arbóreas traídas de distintas partes del mundo, incluso contaba con un lago artificial. Lo que destaca tanto en el jardín como dentro de la casa es la abundancia de estatuas que lo rodean, siendo Josefina una reconocida escultora. El sótano, a nivel del jardín, ocupa toda la superficie de la casa y está dividido en diferentes áreas: la cocina, el lavadero, la bodega, el almacén y el saladero. “En la cocina, se encuentra un antiguo montacargas que solía utilizarse para llevar la comida al comedor”, menciona la investigadora.
La casa presenta columnas dóricas en tres de sus fachadas y alberga una biblioteca con 2000 volúmenes, la mitad en castellano y la otra mitad en francés. Entre sus objetos originales se encuentran muebles, vajillas, juegos de té, utensilios de cocina de la época e innumerables fotografías. Sin embargo, el elemento más destacado de la visita es la exhibición del arma que causó la muerte de Felicitas en esa trágica noche.
Originalmente, la casa era utilizada por los padres de Felicitas Guerrero, quienes pasaban temporadas en el campo junto con sus hijos solteros y la servidumbre. “Esta numerosa familia justificaba la gran cantidad de habitaciones en la casa”, explica Podestá. Finalmente, la propiedad fue heredada por uno de los hermanos de Felicitas, Antonio Tomás Saturnino Guerrero Cueto.
Qué funciona hoy en el castillo
“Antonio tuvo un solo hijo, Juan Carlos Guerrero, quien a su vez tuvo dos hijas, una de ellas María Josefina Guerrero. Ella residió en la casa hasta su fallecimiento, casi a los 90 años, en 2018″, cuenta la historiadora. Durante su tiempo como propietaria, alquilaba la casa para películas que se rodaban mientras ella aún la habitaba. En esos momentos, se retiraba a una sola habitación. “Recuerdo que solía mencionar el inconveniente que suponía para ella ver cómo, al descolgarse con cámaras de los techos para filmar, caían trozos de mampostería”, menciona Podestá.
Entre las varias producciones cinematográficas y televisivas que utilizaron la estancia como escenario, se encuentran series como El reino, El jardín de bronce y Tierra incógnita de Disney. Entre las películas que utilizaron la casa como set se encuentran Cornelia frente al espejo, Crónicas de una fuga y El cuento de las comadrejas. Además, fue el lugar elegido para rodar videoclips de artistas como Miranda, Lali, Cazzu, CRO y El mató un policía motorizado, entre otros.
Actualmente se sigue alquilando para filmaciones, sino que durante más de 20 años Josefína hacía vistas guiadas por la casa. “No solo para ayudar a mantener semejante caserón, sino también para que se supiera la verdad de los hechos ocurridos en su familia. Se ha tergiversado mucho la historia. La justicia cerró el caso como crimen pasional y suicido de Ocampo. Sin embargo, la verdad que contamos en el Castillo Guerrero es la la versión de Antonio, hermano de Felicitas Guerrero, que estuvo esa noche cuando la mataron”, revela la invetigadora.
La verdadera historia detrás de la muerte de Felicitas Guerrero
A pesar de la corta vida de Felicitas, su historia fue trágica y marcada por la muerte. Su padre era amigo de Martín Gregorio de Álzaga, un terrateniente de la alta sociedad argentina. Cuando Felicitas cumplió 16 años, Álzaga se enamoró de ella y solicitó su mano a su padre. Este último le preguntó qué ofrecería a cambio, y Álzaga respondió que, debido a sus problemas de salud, necesitaría alguien que se hiciera cargo de su fortuna en un futuro cercano.
Guerrero aceptó la propuesta, pero al contarle a su familia que había comprometido a Felicitas con Álzaga, su hija lloró desconsoladamente. La diferencia de edad era considerable, ya que Álzaga superaba en 32 años a Felicitas, e incluso era mayor que su propio padre.
De nada valió que su hija protestara y pataleara, pues para su padre, Álzaga representaba un buen partido. En 1864, con tan solo 18 años, Felicitas se casó con Álzaga, quien contaba ya con 50 años, en la iglesia de San Ignacio. A pesar de haber tenido dos hijos, ninguno de ellos vivió mucho tiempo. La salud de Álzaga se deterioró tras la pérdida de su primer hijo y finalmente, tras el fallecimiento de su segundo hijo, Álzaga murió en 1870 a los 56 años.
Felicitas guardó un año de luto y tomó las riendas de todos los negocios de su difunto esposo, algo inusual para la época. Además, comenzó a frecuentar reuniones sociales. Fue en estos salones donde su presencia destacaba; el poeta Carlos Guido Spano comenzó a llamarla “la mujer más bella de la república” y “la joya de los salones porteños”. Los pretendientes no tardaron en acumularse, no solo por su belleza y juventud, sino también porque al ser heredera universal de su esposo, y al no tener hijos vivos, poseía una gran fortuna.
Uno de los muchos pretendientes de Felicitas era Enrique Ocampo, tío abuelo de las escritoras Silvina y Victoria Ocampo. La familia sostiene que no hay pruebas de que ella haya mantenido una relación con Ocampo, ya que no se conservan registros de cartas u otros documentos que lo confirmen. Sin embargo, es evidente que entre ellos dos hubo algo.
Ocampo celaba intensamente a Felicitas y estaba profundamente enamorado de ella. No obstante, también se especula que su interés podría haber estado motivado por la fortuna de Felicitas, ya que él atravesaba graves problemas financieros, prácticamente en la bancarrota. Al mismo tiempo, a él también le adeudaban dinero, por lo que decidió partir hacia Europa en busca de una solución para su situación precaria. Después de la muerte de Ocampo, cuando sus bienes fueron subastados, el dinero obtenido no alcanzó para cubrir todas sus deudas pendientes.
Durante la ausencia de Ocampo, Felicitas conoció al amor de su vida.
En un viaje en carruaje a través del campo, una fuerte tormenta de verano sorprende a los viajeros. El cochero se desorientó y el carruaje quedó atascado en el barro. Al asomarse para solicitar ayuda, Felicitas fue sorprendida por un joven jinete de su misma edad que se presentó como Samuel Sáenz Valiente, perteneciente a la familia propietaria de esos campos. Gentilmente les ofreció refugio en la estancia hasta que pasara la tormenta. Agradecidos, aceptaron la hospitalidad y así comenzó una amistad entre ambos que eventualmente se convirtió en un noviazgo, el cual continuó en la ciudad de Buenos Aires.
Feliz al creer haber encontrado al amor de su vida con el anhelo de casarse por amor, Felicitas reunió a su familia para anunciarles que se comprometería con Sáenz Valiente. Sin embargo, cuando Ocampo regresó de Europa, esperaba que ella aceptara su propuesta de matrimonio. Al rechazarlo, él la amenazó con quitarle la vida. Sus palabras fueron minimizadas y nadie creyó que sería capaz de cometer tal acto.
Mientras Felicitas se encontraba con un familiar en la quinta La Noria, en Barracas, el 29 de enero de 1872, en compañía de Samuel y otros parientes, Ocampo apareció para exigirle una respuesta definitiva. Se retiraron a una habitación para hablar, pero cuando ella volvió a rechazarlo, él sacó un arma y le disparó por la espalda, alcanzándola en el omóplato. Aturdida y asustada, Felicitas intentó huir de la habitación, pero su vestido largo se enganchó en un mueble, provocando que tropezara y se golpeara la cabeza. Ocampo volvió a dispararle, esta vez el tiro atravesó su pulmón y destrozó su médula.
En la casa también se encontraban su hermano Antonio (abuelo de Josefina Guerrero), de tan solo 14 años, junto con su primo Cristián Demaría. Al escuchar la discusión y luego el disparo, corrieron para socorrerla e intentaron abrir la puerta, pero ella estaba tendida en el piso y no lograban entrar. Finalmente, Antonio, el más menudo, logró abrir la puerta y entra en la habitación. En ese momento, Ocampo le dispara, aunque no se sabe si fue intencional o si el arma se disparó accidentalmente. La bala rozó el cuero cabelludo de Antonio y se incrustó en el dintel de la puerta. Asustado, se escondió debajo de un escritorio.
Cristián Demaría logra entrar a la habitación y se enfrenta a Ocampo. Lucha para quitarle el arma y lo consigue, colocándola en la boca de Ocampo y disparando, lo que le causa una muerte instantánea. Sin embargo, al ver que Ocampo aún tenía signos vitales, Cristián Demaría le dispara nuevamente a quemarropa en el pecho, acabando así con su vida definitivamente.
En ese momento, el padre de Cristián y tío de Felicitas, Bernabé Demaría, interviene, quitándole el arma a su hijo y entregándosela a Antonio con la instrucción de esconderla y mantener en secreto lo que habían presenciado. Fue él quien manejó todo el asunto con la policía. Esa misma noche, su hijo fue arrestado, pero tres días después, el juez ordenó su liberación y el caso se cerró como un crimen pasional seguido de un suicidio por parte de Ocampo.
Todas las familias involucradas pertenecían a la aristocracia y estaban muy vinculadas al poder político y judicial. Por lo tanto, el incidente se encubrió por completo y no se volvió a hablar del tema. Con el tiempo, el expediente desapareció de los archivos judiciales.
Felicitas falleció en la mañana del 30 de enero. La noticia de su trágica muerte fue publicada en todos los diarios y se extendió por todo el país.
Antonio mantuvo el arma oculta durante toda su vida, siguiendo las instrucciones de su tío, hasta que cumplió 64 años. En ese momento, decidió reunir a su familia para mostrarles el arma y revelar lo que realmente sucedió esa fatídica noche. No quería llevarse ese secreto a la tumba.
Con el paso de los años, la sobrina nieta de Felicitas, Josefina, contrajo matrimonio con Guillermo Magyary Nyul. Juntos, tuvieron tres hijos varones y seis nietos, y actualmente son ocho los propietarios de la casa. Tras el fallecimiento de Josefina, se continúan ofreciendo visitas guiadas los domingos a las 11 de la mañana hasta el día de hoy y, recientemente, se agregó una nueva atracción nocturna que incluye música, luces y una barra de tragos.
Podestá, junto con su compañero Mariano Nunes y un nieto de Josefina, son los guías encargados de relatar la historia de la casa. “Siempre hay gente en el castillo, el casero vive allí y los nietos siguen visitándolo regularmente, cada uno tiene su habitación”, menciona la historiadora.
El proyecto inmobiliario en los alrededores del castillo
La última novedad es que en los terrenos circundantes al castillo se está llevando a cabo un proyecto de urbanización para construir un barrio protegido, sin gastos de mantenimiento comunes, únicamente compartiendo los costos de seguridad. Este proyecto abarcará 20 hectáreas y el centro de atención será el castillo. En total, el barrio contará con 324 lotes de 300 m² y un área verde de tres hectáreas. El valor de los lotes parte desde los US$15.000.
“La financiación ofrecida es de hasta 60 cuotas en pesos o dólares, con un pago inicial mínimo del 40%. Además, se ofrecen diferentes vistas, siendo la más impresionante la del Castillo Guerrero”, explica María Inés Burcet, directora general del proyecto, con el desarrollo a cargo de la empresa WIT Desarrollos Urbanos.
Es importante destacar que la casona no se verá afectada, sino que, por el contrario, se realizará un trabajo de restauración gracias a los ingresos generados por este emprendimiento. El barrio, por supuesto, llevará el nombre de Felicitas, en honor a esta histórica mujer.
Fuente: Candelaria Reinoso Taccone, La Nacion