Toda persona tiene una historia, una misión. Y aunque uno se empecine en intentar cambiarla, algo del destino ya está escrito. Ingrid Pelicori siempre insiste en que su interés, de pequeña, no estaba en ser actriz. Por el contrario: lo desestimaba con fuerza. Sus padres eran dos actores estelares de la época, Ernesto Bianco e Iris Alonso, sin embargo para ella no incidía en nada; “mera coincidencia”. De chica, Ingrid era muy buena alumna. Le gustaba estudiar, siempre fue abanderada con promedios “ridículamente altos” y pensaba en la carrera de Psicología para continuar su rumbo universitario. Pero el ADN es irreverente e inevitable, y algo en la sangre pudo más. Claro, su árbol genealógico no desprendía frutos anónimos, sino arte. Sus tíos por parte de su madre fueron Tito, Pola, Héctor y Mario Alonso. El primero tuvo un sonado amorío con Tita Merello, y ella tiene recuerdos de haber escuchado el cuento como anécdota familiar, mientras que Pola, después de un matrimonio fugaz con el futbolista José Manuel “El Charro” Moreno (figura de la célebre Máquina de River Plate) se casó con Osvaldo Dragún, prestigioso dramaturgo argentino. Por su parte, Mario fue un reconocido tanguero que cantó junto con la orquesta de Francisco Canaro. Una Navidad cualquiera en su casa podía llegar a confundirse con la alfombra roja de los Premios Martín Fierro. Y entre los comensales invitados, como para elevar más el status, podían estar Osvaldo Miranda y Orestes Caviglia, entre otros grandes artistas. En definitiva, ser actriz era ley.
“Mi tío Tito Alonso tuvo un romance con Tita Merello, que era 20 años mayor y no era muy bien visto en esa época. Él hizo de su hijo en películas como Arrabalera y Filomena Marturano. En la ficción eran madre e hijo, y amantes en la vida real. Un verdadero escándalo”, cuenta Pelicori, entusiasmada por los chismes que atesora su familia. La charla con LA NACIÓN se da en el marco del reestreno de sus dos obras más recientes, Cae la noche tropical, en el Astros, los domingos a las 20, y El zoo de Cristal, los martes a las 20 en el Picadero. Y aunque se muestre muy preocupada por la actualidad política, su pasión al hablar de teatro la ilumina ante cada pregunta. Algo en ella sí es inmutable: su sonrisa. Baja la voz, casi susurrando y a modo de confesión, cuenta: “Y mi tía Pola estuvo casada con el jugador de fútbol “El Charro” Moreno, pero se separaron antes que yo naciera. Al que sí conocí fue a su segundo marido, Osvaldo Dragún. Cuando yo nací, en 1957, Pola era tan conocida que salió en la tapa de Radiolandia junto a Fangio, como las dos personas más populares de Argentina. Los actores en esa época comenzaban en radio y pasaban rápidamente al cine. De hecho, hay una película que se llama Mis cinco hijos, que son mi mamá, Iris Alonso, y mis cuatro tíos”.
-Una familia notable y numerosa. ¿Tiene recuerdos de su infancia?
-Los veranos cuando compartíamos casa con mi tío Tito y su mujer, María Rosa Gallo. Mi papá hacía temporada en Mar de Plata y lo dirigía mi otro tío, Chacho Dragún. Éramos todos juntos haciendo todo, vacacionando, trabajando… Mis primos, Alejandra y Claudio Da Passano, también estaban con nosotros, que eran los hijos de María Rosa. Después, durante el año no. Yo hacía mi vida: iba al colegio, doble escolaridad; después empecé el Nacional de Buenos Aires y cuando terminé todo, recién empecé a meterme en la actuación. Pero de niña, nada. Era el trabajo de mi familia y yo estaba en la mía. Tampoco viví entre bambalinas como muchos hijos de artistas. A mí no me criaron en un teatro. Tenía mi vida en mi casa e iba a verlos, nada más. Mi papá tenía la particularidad de cenar antes de ir a la función. O sea que también fue muy presente. Solo que después yo me iba a dormir y él se iba a trabajar.
-¿Renegó alguna vez de la fama de su familia?
-Nunca tuve conflicto con la fama de mis padres ni de la de mis tíos. Sí pasaba que la gente los saludaba, pero no me molestaba. Mis padres tuvieron orígenes muy humildes, y con sus trabajos el ascenso social fue evidente, pero nunca negué nada de eso. Solo que yo era muy tímida, muy estudiante y no estaba en mis planes ser parte del mundo artístico.
-Estudió psicología y teatro en plena dictadura. ¿Cómo vivió esos años?
-Una etapa de mi vida con mucho miedo. Si bien era muy chica, había hecho el secundario en el Nacional de Buenos Aires y se hablaba mucho del tema. Tenía amigos exiliados, desaparecidos… También me tocó en lo personal, porque varios familiares míos estaban prohibidos. Pero era lo que nos tocaba vivir. Había que resistir. Cuando sos joven, todo es parte de la lectura de tu vida, aun lo más oscuro. Mis años de adolescente estuvieron atravesados por la dictadura y fue horrible, pero no me arruinó el recuerdo que tengo de mi juventud. Nos tocó, lo vivimos, lo pasamos, con miedo, con dolor y sin olvidarlo.
-¿Cuándo pasó de la psicología a la actuación?
-Cuando me recibí, me fui un año a Francia con el que era mi pareja, que iba a París a hacer un posgrado en Sociología. Fue en 1984. Me encontré con que todos los exiliados, volvían. Lo cierto es que fui sin un plan y fue trascendental, porque mi cabeza hizo el clic que acá no lograba hacer. Al saber francés, trabajé en un hospital haciendo ejercicios de improvisación teatral con pacientes. Era todo dentro de un marco terapéutico. Y aunque hice cursos de psicología, fue allá que me decidí por la actuación. Me costó mucho estar allá; padecí el cielo de París, el clima, los modos de los franceses. Volví feliz, porque siempre fui muy argentina. La lejanía y la perspectiva definieron mucho mi vida.
-No usó el apellido de su padre. ¿Quería evitar lo de “la hija de…”?
–Siempre fue un problema ser “la hija de…”. Y de hecho, lo evité. Durante los ensayos de mi primera obra, nadie supo quién era mi padre hasta que se enteraron y me pedían hacer notas como “la hija de Bianco”, pero no acepté. Hoy mismo, poca gente sabe que mi papá es Ernesto Bianco. Igual, yo no negué mi apellido, solo que no tomé el Bianco que adoptó él, que era el apellido de su madre, o sea mi abuela.
Aplausos de pie
Existe una frase muy recurrente en el ambiente artístico para descalificar gratuitamente a un actor, que es acusarlo de actuar siempre de sí mismo. Ingrid Pelicori se ríe de eso, ya que no solo no repite gestos de un personaje a otro sino que, dice, si no apareciera en los créditos de muchos de sus trabajos nadie sabría que es ella la protagonista. Un ejemplo contundente es la obra de Manuel Puig Cae la noche tropical, donde interpreta a una encorvada anciana que vive tranquilamente su vejez en Río de Janeiro junto con su hermana que la visita, Nidia (Leonor Manso). Es que Pelicori sube al escenario despojada de todos sus sellos personales y se vuelve una verdadera tabula rasa. Lo mismo sucedió el año pasado cuando estrenó en el Cervantes Aurora trabaja, donde interpretaba a una madre machista que ofrecía a su hija a cambio del bienestar familiar. Si la Pelicori real, feminista y empoderada, la escuchara, sin duda se horrorizaría de su propio personaje, pero el público la aplaudía de pie en cada función.
“El que cuenta la historia siempre es el personaje, no Ingrid Pelicori “haciendo de…”. Entonces, me gusta darle todos los matices que creo que tiene que tener. Hay varios puntos que me motivan a hacerlo, el principal es el juego. A mí me gusta jugar a ser otra persona. Imaginarme su mundo, su forma de pensar, de caminar, de hablar. Por otro lado, es un encuentro entre mí, como actriz, y algo que no está en ningún lugar más que en un libreto, y eso me despierta cosas propias. Me sumo a la propuesta que me da el director y la vivo intensamente. Cuanto más alejado de mí está el personaje, mejor. Disfruté mucho de hacer de borracha, porque no lo soy; y de policía, porque tampoco lo soy.”
-A la hora de elegir un trabajo, ¿le da prioridad al personaje?
-Lo que más me interesa es el grupo humano. Saber quiénes lo hacen. Una obra puede no interesarme en lo más mínimo pero si la hace gente que quiero, la hago, porque una obra es un viaje al que te embarcás durante un tiempo largo. Y si estás rodeada de gente afín, lo disfrutás mucho. Después, lo típico: el personaje, el teatro, el tiempo en que te llega la propuesta. Para mí, el teatro es menos fugaz que la tele, donde uno va hace lo suyo y se va. El teatro significa permanecer durante todo el tiempo que dure la obra en cartel.
-En sus obras hay profesionales que se repiten, pero cumplen diferentes funciones: a veces actúan y otras dirigen. ¿Cómo vive esos cambios de roles?
-Cuando hay respeto y admiración, no pasa nada. Es un juego donde se distribuyen los roles; si querés jugarlo, aceptás las reglas y listo. A Leonor Manso, a quien quiero y admiro muchísimo, la tengo como compañera en Cae la noche tropical y como directora en Aurora trabaja. Y el respeto es el mismo siempre y las ganas de trabajar juntas no varía. Hay un entendimiento y enriquecimiento mutuo en ambos casos.
-¿Cómo se es actriz teatral en un país tan inestable como Argentina?
-Estoy acostumbrada a ser una potencial desocupada, porque soy actriz desde muy chica, y pasaron muchos años, gobiernos, pandemias, todo. En estos últimos 50 años pasó todo en Argentina. Y siempre hay proyectos propios que uno cree que va a hacer cuando se termine la obra que está haciendo. Tengo asumido que mi vida es así y mi agenda puede cambiar por completo de un mes a otro. Siendo joven, daba más vértigo. Ahora ya no. Nunca sentí el vacío de lo que viene.
-En su obra El zoo de cristal hace de madre, pero hace 30 años hizo el papel de hija. ¿Cómo lleva el paso del tiempo?
-Cuando hice de Laura, mi madre era Inda Ledesma. Ahora hago su personaje y mi hija es Malena Figó. Entrar a la misma obra por dos personajes tan distintos me encantó y es consecuencia de la edad. No hay mucha vuelta. Por ahora lo llevo muy bien. Tengo 67 años y disfruto mi edad. El problema es que uno es consciente que cada vez tiene menos vida y por ende, algunos personajes ya quedan fuera del campo. Me gusta tener historia, me gusta tener un pasado interesante, haber visto otros mundos y poder contarlo.
-Su vida privada es un misterio. ¿Le molesta que le pregunten por la Ingrid fuera de la actuación?
-No, para nada. No levanto un muro para ocultar mi vida privada, pero estoy convencida que no le interesaría a nadie saber qué hago puertas adentro. Soy muy tranquila en ese aspecto y relajada. No tengo hijos, no tengo mascotas, estoy en pareja hace 24 años con Diego, que es consultor de periodismo económico y convivimos hace mucho tiempo. Tenemos una casa llena de libros, y en mis ratos libres toco un poco la guitarra y algo de piano. Tengo más visibles los premios de mi padre que los míos, que están allá arriba en un estante. Los tendría que acomodar bien.
-¿Cómo vive la realidad del país?
-Preocupada. La gente está necesitada y la veo cada vez más acorralada. Es un momento muy difícil. Si bien no le tengo miedo a nada, cuanto más difícil se ponga la situación, más fuerza tendré para trabajar y seguir generando.
Fuente: Mariano Casas Di Nardo, La Nación.