Maglietti es doctor en medicina Summa Cum Laude de la Universidad de Buenos Aires e investigador del Conicet en la Fundación Barceló
Tengo café común o uno de Colombia que me regalaron”, dice Felipe Maglietti, mientras invita a pasar a su consultorio en la calle Mansilla. Es un departamento amplio, con un decorado sobrio y en la sala de espera no hay televisión, solo unas revistas de interés general. Maglietti es un médico joven (39 años). El campo académico ha destacado sus investigaciones para tratamientos oncológicos y su último galardón lo obtuvo en 2022, en el Congreso Mundial de Electroporación que se desarrolló en Dinamarca. En ese encuentro recibió un premio a la medicina aplicada por los aportes que realizó para fomentar una terapia innovadora basada en la electroporación, destinada a tratar el cáncer.
“Es una tecnología que, a partir de la aplicación de un campo eléctrico, puede abrir poros en las membranas celulares. Es lo que se llama una plataforma tecnológica y se utiliza con diversos fines: industria alimentaria, procesamiento de alimentos, biología y en medicina. Dentro de la medicina, entre todas sus variables, se usa para el tratamiento de tumores. Lo que se logra es que esos poros de la membrana celular permitan la entrada de la quimioterapia sin tantos efectos adversos. Este tratamiento se utiliza de forma rutinaria en Europa desde 2006 y en nuestro país desde 2020″, explica a LA NACION.
Y agrega: “Es una terapéutica que constituye un escalón más de tratamiento, cuando las terapias convencionales no funcionaron. Si el paciente tiene un cáncer, comienza con una primera línea de tratamientos. Puede ser cirugía, quimioterapia, radioterapia, la opción que sea. Si no tiene buena respuesta con eso, o la propuesta de tratamiento le resulta inaceptable, la opción es hacer electroquimioterapia. Por ejemplo, en algunas terapéuticas el paciente tiene un tumor en la oreja y hay que cortarla, pero el paciente rechaza esta opción por más que se cure, la electroquimioterapia es una opción con muy buenos resultados”.
Maglietti es doctor en medicina Summa Cum Laude de la Universidad de Buenos Aires e investigador del Conicet en la Fundación Barceló. En 2009, justo antes de terminar su carrera universitaria, empezó a investigar sobre esta terapia con electroporación, junto con un equipo interdisciplinario integrado por veterinarios, ingenieros, biólogos, matemáticos, químicos y presencias internacionales, como el catalán Luis Mir, que descubrió esta técnica de tratamiento.
“Trabajamos varios años hasta que logramos introducirlo en la medicina veterinaria junto con Matías Tellado, el veterinario del grupo de investigación. Ahí tratamos perros y gatos con tumores espontáneos y empezamos a notar excelentes resultados. Luego de varios años de publicaciones en oncología veterinaria surgió la posibilidad de que la empresa nacional Biotex desarrollara el primer electroporador de grado médico de toda la región de América Latina y con la aprobación de la Anmat. Así empezamos a tratar pacientes humanos en 2020″, especifica.
¿En qué centros se reciben los tratamientos? Está disponible en el Hospital Ramos Mejía –”tiene su propio electroporador, que se compró por un proyecto del Ministerio de Ciencia”–, en el hospital Petrona Cordero de San Fernando, el Instituto Ángel H. Roffo, y dentro de los privados, se está desarrollando en el Sanatorio Otamendi y la Clínica Adventista de Belgrano. “Antes, cuando un paciente nos escribía por este tratamiento, teníamos que decirle que debía viajar a España, Francia o Portugal, pero hoy en día tengo la satisfacción de poder decir que pueden ir al hospital Ramos Mejía o al Cordero. Sin nada que envidiarle a ningún centro europeo”, dice.
«La constancia hace que la mayoría de las cosas sucedan. Uno puede tener muchos talentos y destrezas, pero si no tiene constancia es difícil acceder. En la ciencia es igual»
Su expectativa es que en poco tiempo pueda desarrollarse a nivel nacional. “Estamos en contacto con médicos de Santa Fe, Misiones, Río Negro, que tienen interés en adoptar esta tecnología. La capacitación está; los equipos, también. Es cuestión de que vaya recibiendo la difusión que se merece”, dice y argumenta sobre algunos de sus beneficios.
“La electroquimioterapia, más allá de lo novedoso, permite ahorrar recursos. Es ambulatorio y en una sola sesión muchas veces se resuelve o disminuye ese tumor. Mi proyección es que esté en todas las provincias”. Y sostiene que “con este tratamiento, uno suele tener una tasa de respuesta del 80%. Eso quiere decir que los tumores desaparecen o se reducen, como mínimo, un 50% del tamaño inicial”.
Maglietti practicó varias artes marciales. Principalmente, karate y pakua. “Esta última la hago hace 27 años. Siempre me gustaron las artes marciales, no solo por la disciplina, sino por la parte filosófica. Cultivan el autocontrol, el respeto”, dice. Le interesa, también, por la posibilidad de enfrentar situaciones “con otra seguridad. Cuando una persona sabe defenderse, inmediatamente tiene una actitud más segura de sí misma. Por otro lado, tener el conocimiento de una disciplina que te da cierta fortaleza y capacidad de agredir hace que se desarrolle tu capacidad de controlarlo y ser responsable con eso que sabés”.
El doctor comenzó a dar clases de artes marciales en el año 2000. Los primeros alumnos eran todos amigos suyos. “Desde ahí no paré nunca más. La constancia hace que la mayoría de las cosas sucedan. Uno puede tener muchos talentos y destrezas, pero si no tiene constancia es difícil acceder. En la ciencia es igual. La constancia de estar trabajando, pensando y desarrollando es lo que te lleva a realizar nuevas cosas, a crecer y avanzar. Si uno ante la primera dificultad se amilana y cambia, pierde posibilidades. Por supuesto que, si uno se da cuenta de que el camino no es el correcto, tiene que cambiar; pero si está convencido, la constancia es el arma más fuerte que puede esgrimir”.
Maglietti coordina un grupo de investigación en la Fundación Barceló, donde se sigue desarrollando esta forma de tratamiento con el objetivo de que se pueda aplicar en varias ramas de la medicina. “Próximamente en cardiología”, adelanta. Además, capacita a médicos que quieran indicarlo o directamente hacerlo. “Lo novedoso es que ahora hicimos la primera edición del curso de capacitación para poder hacer e indicar la electroquimioterapia como tratamiento. Una vez que el médico está en conocimiento de esta herramienta, se trata de que la institución decida incorporar el equipamiento y listo”, explica.
Ha recibido varias propuestas de otros países para viaje a investigar y desarrollarse científicamente, pero siempre las rechazó convencido de que acá también iba a poder hacerlo. “Es una gran satisfacción investigar en mi país y devolver todo lo que invirtió en mí en materia de formación y de recursos. Qué mejor forma de retribución que quedarme acá y desarrollar una tecnología que está solo en Europa, y que, gracias al trabajo de todo el grupo de investigación, ahora somos el primer y único país de la región que cuenta con este tratamiento”, dice.
«Por un lado, está el médico de un hospital público, día a día peleándola con la escasez de recursos y, por otro, el médico que trabaja con los máximos recursos que pueda disponer»
Y tras algunos segundos de silencio, agrega: “Investigar en la Argentina es algo perfectamente posible. El Conicet es un organismo de ciencia muy prestigioso a nivel latinoamericano y mundial. Si no me equivoco, está primero en América latina y número 80 en el mundo. Es una jerarquía muy importante a nivel publicaciones”.
–¿Se nota mucha diferencia entre los médicos de “antes” y los de “ahora”?
–Las realidades de los médicos en la Argentina son muy diversas. Por un lado, está el médico de un hospital público, día a día peleándola con la escasez de recursos y, por otro, el médico que trabaja con los máximos recursos que pueda disponer. Más allá de eso, mi percepción sobre esta profesión es la de contar con el conocimiento suficiente para poder ofrecer al paciente lo que mejor se adecúe a sus necesidades. Por supuesto, sin perder de vista que hay tratamientos de primera línea, pero el paciente es un individuo. Tiene expectativas, miedos y, muchas veces, una opción de tratamiento puede ser muy buena, pero no es la mejor para ese paciente. Cuando uno maneja o domina la especialidad que le toca, puede establecer un abanico de posibilidades, perspectivas y contención. Muchas veces las enfermedades tienen cura y otras no, pero el hecho de estar en contacto con esa persona que está preocupada, buscando una solución, genera alivio. El afecto y la contención que el médico tiene que brindar día a día es muy importante. Más que una palmada en la espalda es una contención calificada, es una palabra de aliento, pero con un fundamento y un respaldo científico atrás.
– Entonces, ¿se fue perdiendo la calidez humana entre el médico y el paciente?
–Nuestro país, lamentablemente, se caracteriza por retribuir económicamente mal a los médicos. No de todas las especialidades, por supuesto. Muchos saben administrarse económicamente y ganar dinero. No estamos hablando de lucrar, estamos hablando de ganar un sueldo digno y de atender a un paciente con el tiempo que corresponde. Creo que ningún médico está feliz de atender un paciente en cinco o diez minutos y despacharlo. A veces es una necesidad que viene dada por una altísima demanda. En un hospital público, donde hay cientos de pacientes, la atención exige que sea más rápida, cuando lo ideal sería tener el doble o el triple de médicos con sueldos adecuados, entonces ahí cada médico podría dedicar más tiempo en la atención.
Maglietti pregunta si el café está muy caliente. Ofrece galletitas. Antes de responder cada pregunta, se detiene unos segundos y piensa. Habla con orgullo de la vocación que eligió, aunque confiesa que al principio estuvo en duda con la carrera de ingeniería electrónica. Hasta decidirse del todo, hizo las dos carreras en paralelo, pero en tercer año de ingeniería plantó bandera y se quedó en medicina.
Pero no solo le confiere tiempo a la investigación y a su profesión de médico, también es maestro de pakua, el arte marcial de origen chino que propicia el fortalecimiento de los valores, la disciplina mental, la autoconfianza y el respeto por los demás. “Cuando tenés que esquivar una patada o una piña, te olvidás de todos lo problemas por un rato”, bromea. En su clase hay varios alumnos y ahí también aconseja sobre aspectos saludables que fomenten la armonía con la salud y la mente. Al hablar, las miradas van hacia él.
Antes de despedirse para no llegar tarde a la clase de pakua, recuerda una conversación familiar con la que termina de explicar la elección de su vocación. “Cuando hablaba con mi mamá le decía que quería ayudar a la gente y me pareció que la mejor manera era desde la salud”.
El aprendizaje en la Fundación Barceló
La relación de Maglietti con la Fundación Barceló tiene un arraigo particular. Conoció a Adrián Barceló, hermano de Héctor Alejandro Barceló –director de este proyecto que suma más de 50 años– por intermedio de su madre, gracias a una amistad que nació cuando cursaba el ingreso a la Facultad de Medicina. “Él (se refiere a Adrián Barceló) fue su profesor en ese curso y ahí se hicieron amigos”, cuenta.
Cuando la madre de Maglietti vio que su hijo se encaminaba a estudiar medicina, le presentó a Adrián Barceló y, al conocerlo, no dudó sobre la profesión que había elegido.
Se encontró en un lugar con una profunda vocación de formación médica, con sólidas bases científicas y raíces humanas. “Él me apadrinó la carrera –explica Maglietti sobre Barceló– y me orientó desde antes de que estudiara medicina. Después surgió la posibilidad de empezar como investigador en su facultad y ahí empecé a trabajar”, recuerda.
En sintonía con la explicación de su arraigo con este lugar, aprovecha para dejar una aclaración que profundiza el compromiso que maneja la institución por el desarrollo científico, la promoción de la salud y la prevención de las enfermedades: “Siempre me facilitaron todo. Desde ahí, el desarrollo de la técnica tuvo un impulso muy grande”.
Fuente: La Nación