En el convento de Mama Antula hay un movimiento constante de monjas y de laicas. Viven un gran acontecimiento: el papa Francisco convirtió en santa a María Antonia de Paz Figueroa (1730-1799), una de las mujeres más audaces del siglo XVIII.
Su vida está ligada a la Santa Casa de Ejercicios Espirituales de Constitución donde atesoran sus pertenencias. La beata es recordada por difundir las oraciones jesuíticas y por ser una mujer muy culta e independiente, considerada la primera escritora del Río de la Plata.
“Tuve que suspender las visitas guiadas a la Santa Casa. Me estoy yendo a Roma a la canonización. Imagínese cómo estoy de emocionada”, cuenta Graciela Ojeda de Ríos, quien en 1990 fue nombrada por el papa Francisco, Presidenta de la Comisión Histórica que trabajó en la Causa de Canonización de María Antonia de Paz y Figueroa, o bien María Antonia de San José, más conocida como Mama Antula en quechua. Desde hace años la mujer realiza tours por el enclave religioso de Avenida Independencia 1100.
Este domingo 11 de febrero la beata de manto negro y ojos azules pasó a ser la primera santa argentina. “Lo interesante es que se canonizó a una laica. Además, a diferencia de otros nombramientos, donde el Papa santifica a un conjunto de postulantes, esta vez se realizó una misa para ella sola, tal como sucedió con María Teresa de Calcuta. Un gran honor para nosotros”, agrega Ríos quien, además de las visitas, desde hace más de 40 años se dedica a investigar en profundidad la vida de Mama Antula.
La ceremonia se hizo en la Basílica de San Pedro, presidida por el Papa y contó con la presencia del presidente Javier Milei, autoridades eclesiásticas y de un grupo de familiares e impulsores de la causa, además de fieles. El primer santo argentino fue Héctor Valdivielso Sáez, pero dado que fue una figura poco conocida, Cura Brochero es considerado en realidad el primero. Mama Antula, por tanto, es la primera mujer santificada.
Una construcción de 250 años donde rezaron los próceres de la patria
Mientras que en Roma hubo una serie de celebraciones en su honor, en Buenos Aires las puertas del claustro continuarán cerradas al público, tan sólo funcionará el refugio para mujeres en situación de calle. La Santa Casa es una de las construcciones coloniales más antiguas y emblemáticas de la Ciudad de Buenos Aires. Tiene casi 250 años de antigüedad y es para muchos un oasis de paz en medio del caos del centro porteño. Con entrada por avenida Independencia, ocupa casi toda la manzana comprendida por esa avenida, Lima, Estados Unidos y Salta.
Por ese lugar pasaron casi todos los hombres de Mayo y otros próceres de nuestra historia. Allí estuvo Mariquita Sánchez, la del himno, castigada por su romance prohibido con el señor Thompson. También Camila O’ Gorman iba a ser recluida allí en castigo por su fuga con un sacerdote, pero fue fusilada antes de su traslado. Hicieron los ejercicios ignacianos en ese lugar Liniers, Saavedra, Belgrano, Castelli, Moreno, Rivadavia y, más tarde, Rosas y su hija Manuelita, Alberdi, Mitre y muchos más. Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola son una secuencia ordenada de meditaciones y contemplaciones basadas en el libro del santo. Se los considera un modo de examinar la conciencia, meditar, razonar, y contemplar.
Con el tiempo, las beatas del claustro se convirtieron en monjas bajo el nombre de Sociedad Hijas del Divino Salvador, y siguen al frente del lugar junto a algunas laicas. En el sitio se continúan realizando los retiros espirituales impulsados por Antula. Sus 95 celdas, con dos camas cada una, pueden albergar a casi 200 personas.
Según explica el padre Martin Panatti, párroco de Nuestra Señora de Montserrat, “en la ciudad hay ocho casas de ejercicios espirituales; espacios que permiten estar tres o siete días en un sitio destinado a la purificación interior”.
Nuestra Señora de Montserrat fue el primer lugar donde Antula organizó los ejercicios espirituales al llegar de Santiago del Estero.
En Constitución se conserva en perfecto estado la celda o aposento donde vivió y murió Paz Figueroa. En ese lugar se puede ver la túnica, su tradicional bastón con forma de cruz que llevaba consigo a todos lados, y un leño que fue utilizado como señal en su sepulcro. Sus restos fueron hallados el 25 de mayo de 1867 en la Basílica de Nuestras Señora de la Piedad en Buenos Aires. Al morir en 1799, luego de ser apedreada por continuar sin permiso la obra de los jesuitas, dejó un testamento en donde expresaba su voluntad de que la casa de Buenos Aires sea llevada adelante por mujeres.
Para Ríos, quien además es licenciada en historia, la exposición de estos objetos personales dentro del museo del convento ponen de manifiesto que Antula en su momento ejerció un rol que no era común en estas tierras. “Era una beata jesuítica, una laica que incluso hasta se podría haber casado. No tenía votos de obediencia, no era de clausura. Su misión era salir a los caminos en busca del otro”.
En cuanto a su iconografía se popularizó la imagen vestida de negro. La capa oscura era señal de recato aunque también se la puede ver con una sotana jesuítica. Sin embargo, para la historiadora es necesario aclarar ciertas interpretaciones: “No es cierto que fuera una rebelde. Se movió con audacia y valentía impulsada por el amor a Dios. Tampoco fue empoderada, ni abortista, ni se vestía como un varón. Tratar a alguien del siglo XVIII como si estuviera en el siglo XXI puede ser hasta ofensivo.”
Además, en el siglo pasado, cuando se comienza a difundir su imagen empiezan a llamarla sor, un concepto equivocado ya que no es una monja, agrega.
Una laica que predicó sola y descalza
La historia de quien será nombrada santa nace cuando tenía 15 años y se dedicó a colaborar con los jesuitas y sus ejercicios espirituales en toda la Argentina. No podía predicar, pero sí los ayudó y acompañó preparando las casas y las comidas para los ejercitantes. De la liturgia se encargaban ellos. Cuando en 1767 la congregación es expulsada, Antula pasó a ser un personaje mucho más comprometido con su juramento y decidió salir de su Santiago del Estero natal para viajar por todas las ciudades de la Argentina donde, en las casas de los jesuitas, volvió a organizar ejercicios espirituales. Tan solo en Buenos Aires realiza ejercicios para más 70.000 personas. “Recorrió descalza todo el territorio, sin apoyo de ninguna congregación”, destaca Ríos.
En el año 1790, comienza la construcción de la Santa Casa con los medios que tenía a su alcance. Por eso la arquitectura es austera, típica del estilo colonial de la época. Fue levantada con la autorización del virrey Vértiz y del Cabildo para recibir a un gran número de ejercitantes. El estado general de conservación del conjunto religioso es bueno: en el 2017 el gobierno porteño renovó e iluminó su exterior.
La construcción cuenta con ocho patios, los faroles alumbran varios pasillos internos con vigas de madera, que conducen a las distintas capillas, el comedor y la cocina. Se observan imágenes religiosas que datan del 1800 y los pisos son originales. En una de las capillas se encuentra una de las primeras figuras traídas a Buenos Aires de San Cayetano, encargada por Antula a Europa, una fiel seguidora y quien se encargó de difundir su palabra.
La construcción fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1942. A lo largo del siglo XIX y XX se sumaron nuevos sectores destinados a niñas y mujeres; la casa de rehabilitación; el colegio para y la casa de reclusas. De la obra original se conserva el primer claustro con la capilla y la habitación donde murió María Antonia de la Paz y Figueroa.
Al recorrer el edificio el público descubre la impronta de esta mujer que fue una de las más atrevidas de su época dado que los jesuitas, al ser echados, no era bien visto hablar de ellos y de su obra. “Ella emprendió lo que habían dejado con gran coraje y marcó rumbo e inspiró a muchos y muchas. En esta casa no sólo había lugar para los ejercitantes sino también para las mujeres más excluidas, para las esclavas, prostitutas y menores abandonadas. Fue como su madre, por eso su apodo”, amplió monseñor Ernesto Giobando.
Un Papa devoto de Mama Antula
Según cuenta Ríos, el vínculo especial que tiene el Papa con Mamá Antula es de larga data. “En la década del 90 empezamos un grupo de estudio del tema y presentamos la causa al arzobispo Bergoglio. No solo se entusiasmó con el personaje, sino que confesó que era devoto de esta mujer. Él impulso la causa y formó la comisión histórica que presido”.
En el 2005 Ríos y su equipo presentaron en Roma la documentación referida a la beata. Cinco años más tarde es nombrada Venerable por Benedicto XVI. “Al asumir Bergoglio tuvimos la esperanza de que al ser jesuita tuviera el conocimiento y el impulso necesario para movilizar una causa que merecía ser tenida en cuenta. Así lo hizo”.
Los dos milagros por los que será santificada son el de la curación de una religiosa que tenía septicemia, ocurrido en el 2016, y el de la curación de hombre que tuvo un ACV, en 2019.
La literatura epistolar de la primera escritora argentina del Río de la Plata
Además de ser la primera santa argentina, Antula sería la primera escritora nacional sino fuera que a su muerte nuestro país no existía como Estado moderno. Sus cartas, muchas de ellas en francés, pueden ser consideradas como la literatura epistolar originaria más importante, sino la más antigua de la Argentina. Cada una de sus misivas resulta un texto coloreado, y juntas forman el todo de ese paisaje que era el clima previo a la independencia Argentina. Se escribía con su confesor, el Padre Gaspar Juárez, santiagueño como ella, exiliado en Europa luego de la expulsión de los Jesuitas de América. Su estilo es comparado con el de Santa Teresa de Ávila.
Las cartas, las imágenes, los objetos personales guardados dentro de la Casa de Ejercicios Espirituales son testimonio de una toda una vida. Pero además, es importante “preservar estos espacios porque dado que vivimos siempre tan urgidos descuidamos lo importante. Corremos detrás de cosas que no siempre son lo mejor o sacan lo más preciado de cada uno”, concluye el padre Panatti.
Fuente: La Nación