“Me estoy tomando el primer cafecito antes de la apertura. Este bar era mi refugio, mi casa”, confiesa doña Rosita, ubicada en una mesa. La señora, entusiasmada, le mandó un mensaje a su hijo a través del celular. “En unos días reabre el Saeta, ya están calentando motores. Vuelve la mítica esquina del barrio. Casi me pongo a llorar de la emoción”, se oye, mientras bebe un sorbo de la infusión preferida y sonríe. Carlos, otro vecino del barrio, pispea el ventanal y enseguida, suma una anécdota: “Venía a los cinco años con mi abuelo. Ahora tengo 50. Me da una alegría inmensa que regresen. Los mejores éxitos”, expresa. Desde mediados del 2001 el bar se encuentra cerrado y en un estado de absoluto abandono. Pero tras varios años de remodelación y puesta en valor, en febrero volverá a brillar con el mismo nombre de siempre: “Saeta”.
Un cartel de Se vende y un número escrito a mano
“Es impresionante la expectativa que hay. Es mágico lo que sucede con esta esquina de San Telmo”, afirma Lucas Pérez, mientras regula el punto del molinillo de café, detrás de la antigua barra cantinera de fórmica. Lucas es gastronómico de toda la vida. Estudió en la escuela del Gato Dumas, se recibió de chef, trabajó como bachero, ayudante de cocina y luego cumplió un sueño: tener su propio bar de coctelería en zona Sur, llamado “Bamba”. Allí estuvo al frente durante más de una década.
Años más tarde, en el 2019 comenzó a buscar una esquina para abrir otro emprendimiento. Un domingo, luego de almorzar con su mujer e hijo por La Boca, pasearon por San Telmo y descubrieron en la esquina de Chile y Perú un rústico cartel de “Se vende” con un número de teléfono escrito a mano. “Me llamó la atención la estética de la casona antigua, se notaba que desde hace años estaba abandonada. Toda la fachada tenía grafitis y estaba tapiada. Sentí algo especial, una corazonada. Mi mujer me incentivó a llamar, rememora Pérez.
Recién un año más tarde, firmó la escritura. “El 19 de marzo de 2020, justo un día antes del cierre total por la Pandemia. Fue una cosa de locos. Cuando entré a la propiedad descubrí que allí funcionaba un bar, pero estaba todo muy destruido: barra, sillas, mesas, sifones de soda, pingüinos de vino, cuadros, etc. Por los techos filtraba agua. Arrancamos a acomodarlo muy de a poquito”, cuenta.
En plena obra, entre los escombros, encontraron una publicación de una pequeña revista barrial independiente que contaba la historia del lugar. “Allá por 1865, en la presidencia de Bartolomé Mitre, en la esquina de Chile y Perú se inauguró el almacén y despacho de bebidas con el nombre de “La estrella”. Este lugar fue punto de encuentro de los vecinos del arroyo Tercero del Sur, ó zanjón de Granados y en la orilla sur señala el límite de San Telmo con Montserrat. A fin del siglo XX sigue en el mismo lugar, pero como Saeta. Con este nombre se conoce la copla breve cantada durante las procesiones de Semana Santa en los pueblos de Andalucía”, dice la tirada. Asimismo en el primer piso funcionaba un conventillo.
En 1962 tres inmigrantes españoles, Sebastián González y los primos Mario Luis y Celedonio García, lo transformaron en bar. En esa época el establecimiento tenía una particularidad: estaba abierto los siete días de la semana y las 24 horas. En “lo de los gallegos”, como le decían, siempre te recibían con los brazos abiertos: con un café, medialunas, sándwiches, minutas y platos de bodegón para reconfortar el alma. Quienes tuvieron la oportunidad de visitarlo, mencionan que en el podio estaba la tortilla de papas, suculenta y preparada en el momento. Otro infalible era el plato del día, que podía variar desde un pan de carne con puré, milanesas con ensalada de chaucha y huevo, hasta un generoso matambre arrollado con salsa portuguesa y papas natural. “Era un clásico del barrio frecuentado por vecinos, estudiantes, artistas, bohemios y taxistas. Las puertas estaban siempre abiertas. Cuando arrancamos con la obra encontramos un montón de sifones de soda llenos, que los probamos (risas) y sidras. También pizarras, cuadros que rememoraban a España, como el del torero; un antiguo televisor y el teléfono público “, relata Lucas.
Un accidente que cambió la historia
El Saeta se mantuvo firme en esa histórica esquina hasta que una tragedia tocó su puerta: el 11 de abril de 2001 ocurrió un accidente fatal en el sótano. Había un escape de gas y cuando el repartidor de gaseosas bajó al subsuelo para buscar los cajones de botellas vacías explotó todo. Como consecuencia, levantó el piso del local, que quedó hecho escombros, y provocó el derrumbe de la mampostería y rotura de vidrios. Meses más tarde, cerró y dejó en vilo a todo el barrio. Estuvo abandonado por más de 20 años. Cuando Lucas lo descubrió se puso un claro objetivo: recuperarlo.
Cuatro años para sacarlo de la ruina
La puesta en valor duró cuatro años ya que el establecimiento se encontraba en ruinas. En un principio Lucas había pensado abrir allí una pizzería y cambiarle la onda al espacio, pero cuando encontró en los enormes ventanales el nombre “Saeta” y los mismos vecinos se acercaban a contarle historias del bar, optó por mantener su esencia. “Realmente fue una sorpresa todos los recuerdos y anécdotas. Todo el barrio había pasado por el Saeta. Había tanto para hacer, que no sabía por dónde empezar. El techo estaba caído, el piso volado y todo roto. Sillas y mesas que se desarmaban. Mantuve la estética de la época con los techos altos con tirantes originales, se realizó todo el piso y la cocina a nuevo. Encontré en una tienda de antigüedades la heladera cantinera con vidrio vertical, entre otras reliquias. Además, descubrimos, entre los escombros, objetos que eran significativos de la casona y la copera original. Quise rescatar todo lo que se pudo del lugar. “, cuenta.
En los últimos meses, llegaron los pingüinos de vino de colores a los estantes de la barra, las botellas con aperitivos y la máquina de café. Ya está todo listo para la inminente apertura. “Cuando les conté a la familia de los fundadores que iba a mantener el nombre del bar estaban felices. A diario les envió fotografías con los avances de la obra”, agrega el emprendedor.
Empanadas, buñuelos, cazuela y la infaltable tortilla
En cuanto a la propuesta culinaria, Lucas asegura que el fuerte de la casa serán los platos porteños clásicos pero con una vuelta de rosca. Junto al chef Rodolfo García Castro, le están dando forma a la carta en la que no faltarán las empanadas de carne, los buñuelos de espinaca, la cazuela de mariscos, pastas y la infalible tortilla. “Vamos a tener un plato del día. Según la temporada puede ir variando entre pastel de papas, albóndigas con arroz, pan de carne y salpicón. En invierno, la estrella de la casa serán los guisos como el locro, lentejas o mondongo. En cuanto a los postres serán bien tradicionales: flan, tarta de manzana (tipo la de la abuela) con helado; y queso y dulce con dulce de boniato casero”, adelanta García Castro. Como abrirá desde temprano (7.30 de la mañana), el fuerte también estará puesto en la cafetería. Para acompañarla habrá alfajores, budines clásicos y variedad de sándwiches. “Vamos a arrancar con una carta acotada e iremos incorporando distintas opciones según los pedidos de los comensales”, agrega.
“Me encanta la reforma. La verdad que lo estás dejando precioso. Hace 27 años que vivo a dos cuadras y espero ansioso que vuelva. ¿Cuándo abren?”, confiesa un vecino. “Los primeros días de febrero. Te espero en la barra”, le responde Lucas. Aquella tarde, el reconocido fileteador porteño Diego Prenollio, estaba ultimando detalles de las puertas y ventanales. En una de ellas, se lee “Bar tradicional Saeta, desde 1962″, con esmalte sintético amarillo y rojo. En breve, resurgirá, entre las cenizas, con nuevas historias para contar.
Fuente: Agustina Canaparo, La Nación