Es la época del año más difícil para aquellos que padecen trastornos de la alimentación: con la llegada del verano, el mandato aún vigente del cuerpo “perfecto” arrastra un sinfín de momentos de angustia. El bombardeo de imágenes, que actualmente se concentra en las redes sociales, comienza antes de los meses de calor, cuando influencers y celebrities multiplican los posteos de sus figuras en trajes de baño. Para muchos jóvenes, especialmente adolescentes, y cada vez más preadolescentes, la presión por lograr el cuerpo hegemónico puede traer graves consecuencias.
Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) más frecuentes son anorexia nerviosa, bulimia nerviosa o trastorno por atracón, según explica Maximiliano Kuttel, médico del servicio de psiquiatría del Hospital Italiano y coordinador del sector de trastornos de la conducta alimentaria y de hospitales de día. Se trata de patologías multideterminadas en las que influyen factores predisponentes y otros desencadenantes. “Particularmente, dentro de los factores predisponentes, se encuentran los socioculturales, ya que en nuestra cultura se idealiza la belleza y la delgadez; es una sociedad de consumo, de autoexigencia, de competencia y donde también existe un ideal de juventud eterna”, plantea.
El verano y las redes sociales resultan una combinación peligrosa. “En esta etapa del año, ese ideal de cuerpos delgados, comienza a tener una mayor influencia en toda la sociedad”, explica el experto, quien advierte sobre el rol amplificador de este mensaje que juegan los medios de comunicación masiva y las redes sociales. Y afirma que, particularmente en personas que padecen estos trastornos, ciertas conductas como la restricción alimentaria o los comportamientos compensatorios como el ejercicio excesivo, los vómitos autoprovocados o la utilización de laxantes y diuréticos empiezan a agravarse.
Para aquellos pacientes que están saliendo de la pesadilla que supone este padecimiento, el verano puede resultar una prueba de fuego. “A pesar de todo lo aprendido en el consultorio, la persona comienza nuevamente a restringir los alimentos. Y a lo único que lleva esta situación es a exacerbar la distorsión de la imagen corporal, a exacerbar los atracones de comida, las ganas de evitar la playa, de evitar mostrarse y demás”, advierte Juana Poulisis, fellow de la Academy of Eating Disorders.
La experta también subraya el impacto de las redes sociales, donde aparecen cuerpos irreales por doquier. “Son muchas las influencers a quienes les dan bikinis para mostrar, y muchas de ellas tienen trastornos alimentarios. Son muy pocas las que tienen cuerpos diversos y se animan a mostrarse. Yo aplaudo a las que sí lo hacen porque realmente les enseñan a los adolescentes a ser libres sin tener la panza chata ni las piernas como Barbie”, señala.
Los trastornos de la alimentación van de la mano de “ansiedad, depresión, ideación de muerte y problemas clínicos cardíacos peligrosos”, describe Poulisis para dimensionar los alcances de la problemática.
“Mi cuerpo ya no daba más”
María Belén Bullrich, docente y community manager, tiene 29 años y padece anorexia nerviosa desde los 12. Hoy, ya recuperada, confiesa que esta época del año le cuesta bastante. “Las redes se llenan de mensajes sobre cómo llegar al verano con cuerpos súper delgados y hegemónicos. Cuerpos que no son como el mío ni como el de nadie, porque las personas que suelen tener esos cuerpos están extremadamente delgadas y sufren consecuencias. Si quisiera tener ese cuerpo, debería estar por debajo de mi peso, y mi equipo de tratamiento no me lo permitiría. No es sano”, señala la joven, que vive en Olivos. Asegura que le preocupa que chicas de 10, 11 o 12 años, e incluso más pequeñas, con cuerpos en pleno cambio por la pubertad, empiecen a recibir estos mensajes que califica como “nefastos”.
Actualmente, Belén pone en práctica todas las herramientas que aprendió en terapia. “Para poder salir adelante de un TCA es importante tener un tratamiento con un equipo interdisciplinario. Algo que me funcionó hace ya muchos años fue dejar de seguir cuentas de modelos o de bikinis, o de aquellas que simplemente mostraran muchos cuerpos de mujeres hegemónicas. Eso hacía que viviera comparándome”, afirma.
Fueron muchos años para Belén de luchar con el espejo, con el centímetro y con la balanza. Muchos años de subir y bajar de peso constantemente. “Llegaba el verano y arrancaba una nueva dieta con una nueva nutricionista. Todo eso terminó en 2021, cuando decidí pedir ayuda y arrancar un tratamiento porque mi cuerpo ya no daba más”, asegura.
En oposición a los contenidos estigmatizantes y a las imágenes hegemónicas, Belén comparte en sus redes mensajes de aprobación, de amor propio, de cuidado a la salud física y mental. Desde su cuenta de Instagram, @sanandoconbel, busca informar, romper tabúes y crear espacios de diálogo con sus seguidores.
Distinto es el caso de Paula, de 17 años, del barrio de Belgrano: si bien nunca padeció trastornos de la alimentación, reconoce que ver en las redes sociales a las influencers mostrarse súper delgadas en traje de baño, le genera cierta incomodidad. “No tengo un cuerpo perfecto y es común que, durante los meses previos a las vacaciones de verano, me cuide un poco más con las comidas para que la malla me quede mejor. No llego al extremo de taparme o hacer dietas extremas, pero es una realidad que se siente esa presión por llegar al verano con ese ideal de belleza que muy pocos pueden alcanzar”, señala.
Poulisis explica que, incluso, algunas personas creen que la van a pasar bien en sus vacaciones únicamente si logran un cuerpo perfecto. “Piensan que van a hacer grupo en la playa si están flacos o trabajados muscularmente”, describe. “Justamente hay que mostrar que uno puede disfrutar de la playa sin tener un cuerpo hegemónico. Tengo pacientes que siguen influencers que dicen que han tenido trastornos alimentarios y están recuperadas y, en realidad, no están del todo o siguen haciendo alarde de lo que es el cuerpo perfecto y eso no es aprendizaje. Esto tiene consecuencias en las cabezas de las niñas y de los niños”, sostiene.
En cuanto a los datos sobre trastornos alimentarios en la población mundial, Poulisis afirma que el trastorno por atracón (sin purga) es el más frecuente y afecta a un 5% de las personas, quienes realizan circuitos sucesivos de atracones y restricción. Entre un 0,5% y un 1% padece anorexia y del 2% al 3% sufre bulimia. “También hay otros trastornos alimentarios que empiezan a surgir como, por ejemplo, el comer todo orgánico, sacar las harinas, son distintas alimentaciones que pueden enfermar”, advierte.
Cuerpos lejanos
Ignacio vive en Recoleta, es estudiante universitario y asegura que, desde que tiene memoria, padece sentimientos problemáticos respecto a su cuerpo: “Fuera de lo que consideraría mi seno familiar, no recuerdo muchos momentos en los que haya estado realmente cómodo sin remera”.
El joven de 21 años cuenta que, por muchos años, esos sentimientos quedaron guardados debajo de la alfombra, acumulándose. En 2018, durante el penúltimo año de la escuela secundaria, la cercanía del viaje de egresados fue el detonante. “En 3 meses bajé casi 15 kilos. El peso era el síntoma más visible del trastorno, pero la realidad es que no era el único. Junto con esos kilos se esfumaron toda mi energía, mi personalidad, mi motivación y mis ganas. Era un ente. Mi familia se alertó rápidamente y entré en tratamiento. Estuve un año hasta que pude recuperar el peso y amigarme con la comida”, recuerda.
Sin embargo, sostiene que los trastornos son compañeros fieles que nunca se van del todo y, usualmente, se transforman. “En mi caso, lo que alguna vez fue una anorexia, en poco menos de dos años se transformó en trastorno por atracón. Por supuesto, empecé a subir de peso. Hacer ejercicio no era suficiente para contrarrestar el efecto de estas grandes ingestas calóricas. Luego, la única forma de lograr alivianar esa carga de culpa fue mediante la purga. Para fines del año pasado, vomitaba casi dos veces por día, probablemente todos los días. Era insostenible”, cuenta Ignacio. Y relata que todo esto sucedía mientras rendía materias en la facultad. “La contención familiar fue importantísima. Tuve ayuda directa de mi papá, que consiguió un nuevo tratamiento con el que tuve una mejora notable, tanto a nivel anímico como nutricional”, dice.
Respecto al verano, asegura que siempre es una época complicada. “En mi caso, sacarme la remera es algo que todavía me genera una incomodidad y un malestar terrible. Es miedo a las miradas, a ser catalogado de cierta forma, a no cumplir las expectativas propias y de los demás. Por otro lado, también hay una mayor exposición al cuerpo ajeno y, por ende, a la comparación. En mi caso, la comparación siempre contribuyó a que me sintiera peor”, señala.
Al igual que los profesionales, también ubica a las redes sociales como parte del problema ya que exponen cuerpos supuestamente ideales que aparentan ser mucho más cercanos a la realidad. “Y esta cercanía es fatal porque siembra la obligación a conseguir lo mismo que estas personas, de la forma que sea. Los cuerpos que vemos pueden estar muy lejos de la realidad propia, por diferencias en estilo de vida, actividades, ocupación, lo que sea. Pero las redes sociales un poco dan la idea de que todo es alcanzable”, cuestiona.
Ignacio sabe analizar el contexto y es consciente de que debe estar alerta para no volver a caer en la pesadilla. ¿Cómo lo hace? “Recordándome que el trastorno es efectivamente una parte de mí, pero no soy yo”, expresa.
Estereotipos inalcanzables y vidas irrealizables
Según la licenciada Mara Fernández, psicóloga especialista en TCA y trastornos de la imagen corporal, los distintos estereotipos de belleza que se tratan de imponer socialmente afectan, de muchísimas formas, a los niños y adolescentes. Asimismo, sostiene que las redes sociales puede ser un disparador o promotor de estereotipos de belleza. “Hoy en día los niños y niñas usan mucho las redes, que fueron consideradas, en primer lugar, para personas adultas. Estos chicos están preocupados y ansiosos por obtener ese like al que le dan un valor que se asemeja al de ser reconocidos y aceptados socialmente. Las redes sociales ponen en evidencia lo que queremos y no podemos ser. Amplifican estereotipos inalcanzables y estilos de vida irrealizables. Suelen promover la delgadez y la belleza como sinónimos de éxito, por lo que pueden funcionar como disparadores de síntomas de trastornos de la conducta alimentaria”, advierte.
Sin embargo, aclara que para que se desarrolle un TCA deben combinarse factores psicológicos, biológicos, familiares y sociales. “De todas maneras, algunas cuentas de las redes sociales, pueden fomentar malos hábitos alimentarios, sentimientos de rechazo al propio cuerpo y una autoestima débil”, señala.
La especialista asegura que una forma de prevención es tomar conciencia sobre lo que se ve, qué cuentas se siguen y estar atentos a los sentimientos que nos puede generar el consumo de algunas páginas. Asimismo, conviene hacer “limpieza” de aquello que puede resultar tóxico y nocivo para la salud mental y física.
La presión por ese cuerpo ideal también repercute en quienes tienen otro tipo de problemas vinculados a la alimentación. Así lo describe Mariana Mora, docente de 54 años, quien reconoce tener una adicción a la comida. “Este mandato de perseguirnos con la imagen también nos alcanza y el gordo siente una gran culpa porque tiene la mirada social permanente”, explica la mujer, que vive en Nueva Pompeya. Para ella también estos meses de verano resultan difíciles: “Esto es de toda la vida, siempre estoy tapada. Hice todo tipo de dietas y siempre vuelvo a engordar, es algo recurrente. El gordo se siente impotente con un cuerpo que no quiere y lucha con su fracaso año tras año. Reconozco que tengo un problema con la alimentación, pero solo dependemos de nuestra voluntad y de la contención familiar, porque socialmente no se nos apoya, se nos juzga”.
Más cuerpos diversos
Kuttel recomienda buscar un tratamiento adecuado que suele tener un acompañamiento psicoterapeútico o psicológico y, en los casos que sea necesario, un abordaje psicofarmacológico. En una primera etapa se busca lograr una estabilidad desde el punto de vista orgánico y nutricional, desde lo psicológico se trabaja con la aceptación de un cuerpo diferente y saludable. “Es bueno empezar a reconocer las emociones que se sienten, luego comunicarlas y compartirlas en un espacio familiar. Estos tratamientos tienen una duración prolongada”, aclara.
Según el especialista, si bien la presión cultural persiste, en los últimos cinco años se generaron avances. “Se empiezan a ver cambios inclusivos. Indudablemente vamos a tener que trabajar mucho para que esto sea distinto y para que la influencia social en estas patologías pueda continuar disminuyendo”, indica.
Por su parte, Poulisis considera que es fundamental, sobre todo en preadolescentes -un segmento en el que se ven cada vez más casos de TCA- que los padres se informen sobre qué cuentas siguen sus hijos en las redes sociales y que sean especialmente cuidadosos con los mensajes que ellos mismos transmiten. “Algo que no tienen que decir es esto de ´voy a hacer más ejercicio para llegar bien al verano´ o ´este año no me meto en la pileta´. Justamente, es importante que el entorno modele esto de que ir a la playa sea un momento de diversión, con énfasis en el bienestar, en el descanso mental y corporal. Eso también se aprende en casa, no solo en las redes sociales”, concluye.
Fuente: Silvina Vitale, La Nación.