Con Confesiones de invierno, la popularidad de Charly García y Nito Mestre alcanzó niveles inusitados para el incipiente rock argentino
Tras el éxito de Vida, su primer disco, en octubre de 1973 Sui Generis lanza su segundo álbum, Confesiones de invierno que, junto con Artaud, de Luis Alberto Spinetta, publicado ese mismo año, marcó un punto de inflexión en la evolución del rock nacional. No sólo por las letras, más comprometidas que en el primer disco, sino también por el sonido del disco, registrado en una moderna consola de ocho canales. El diseño de tapa estuvo a cargo de Juan Oreste Gatti, diseñador, fotógrafo y artista plástico destacado por ser el autor de los diseños gráficos relacionados con las películas de Pedro Almodóvar y las portadas de varios discos de rock argentino de aquella década. Además, el disco contó con una lista de notables invitados: León Gieco en armónica, Rodolfo Mederos en bandoneón, David Lebón en guitarra y Alejandro Medina en bajo.
El segundo álbum de la dupla integrada por Charly García y Nito Mestre, quienes por entonces contaban con apenas 22 y 21 años, respectivamente, marcó además el punto más alto de Sui, con clásicos instantáneos como “Cuando ya me empiece a quedar solo”, “Bienvenidos al tren”, “Confesiones de invierno” y, muy especialmente, “Rasguña las piedras”.
A 50 años del lanzamiento que les dio una inusitada popularidad para la época, Nito Mestre recuerda cómo atravesaron aquel momento junto a Charly García, su compañero del colegio secundario y amigo de toda la vida, a quien acaba de visitar en su cumpleaños número 72.
–¿Cómo definirías a Confesiones de invierno después de 50 años?
–Fue un disco que marcó la madurez de Sui. Primero, porque para Vida no hicimos casi shows. Pero cuando salió Confesiones… ya habíamos grabado un disco, veníamos tocando en vivo, sabíamos un poco más del metier y hubo una madurez casi inmediata; se asentó el sonido Sui. Además, la mayor parte de los temas, salvo “Bienvenidos al tren”, se grabó en 8 canales, hubo varios invitados, arreglos para orquesta. Por las canciones que lleva y cómo se hizo es sin dudas un disco mucho más maduro; las canciones ya eran más elaboradas. Y la tapa, a cargo de Gatti, también tuvo mucha importancia, un trabajo más delicado de presentación que lo hizo más importante y tuvo muchísimo que ver, con esa taba doble, el librito adentro de esa primera edición, todo un concepto artístico, como un disco en serio. Creo que los tres discos de Sui tienen lo suyo y Confesiones… es el más profesional, el que más pudo llegar a la gente. Si bien en el primero estaba “Canción para mi muerte”, en este estaba “Rasguña las Piedras” con la orquesta.
–Es curioso que a pesar de que ustedes eran tan jóvenes, el álbum tiene cierto aire nostálgico. ¿A qué se lo atribuís?
–Si, tiene una cosa nostálgica, quizás no parece un disco de dos chicos tan jóvenes. Un poco por la conciencia que teníamos de lo que estaba pasando en el país y otro poco por los miedos que teníamos en ese momento, que ahora se fueron, pero que entonces se plasmaron especialmente en “Cuando ya me empiece a quedar solo”. Un tema que se plantea: “¿Che, alguien nos escuchará cuando seamos más grandes?”. Porque en ese momento muchos decían que el rock era algo para los pibes, hecho por los pibes, pero nadie creía que podía haber un rockero de más de 30 o 40 años. En ese momento se pensaba así, entonces nosotros pensábamos quién corno nos iba a venir a escuchar más adelante, si después de los 40 era todo una gran incógnita. Es decir, había una especie de futura nostalgia, de lo que nos podía llegar a pasar. Una proyección a futuro, algo bastante típico entre nuestros colegas, que pensaban que después de unos años te ibas a tener que dedicar a cualquier otra cosa. Había grupos como los Beatles que ya se estaban separando o se habían separado, entonces no había una proyección.
–¿Cómo recordás aquellos días de grabación?
–Lo que más me llamó la atención fue ese estudio gigante de RCA, un bruto estudio, inmenso, donde grabó la orquesta para “Rasguña las Piedras” y “Cuando ya me empiece a quedar solo”, que eran sublimes. Porque grabar con orquesta era el sueño del pibe. En cuanto a los invitados, León ya era parte de la casa y Mederos era el músico más cercano que conocíamos que estaba tocando tango, que era joven y de alguna manera pertenecía a ese grupete de amigos. David ya había estado mirando la grabación de Vida y por esa época creo que también grabó su primer disco. Además, yo había tocado con él en su primera presentación en el teatro Opera, casi pegada a la nuestra, entonces había una afinidad muy grande; incluso me fui a vivir con David más adelante.
–¿Las canciones ya las tenían? ¿Cómo era el proceso compositivo?
–Las canciones las traía Charly. Había temas que ya los teníamos de antes y no habían entrado en Vida; que estaban dando vueltas por ahí y quedaron. Me acuerdo del día que Charly me presentó “Confesiones de invierno” y me dijo: “Esta la tendría que cantar yo solo, ¿no te molesta?”. “No, no pasa nada”, le dije. Y la tocó en un club, él solo con la guitarra. Una vez que Charly traía las canciones, lo primero que hacíamos era empezar a cantarlas. Cantábamos tan a menudo que íbamos puliendo las voces a medida que traía los temas. Le poníamos piano, guitarra y empezábamos a cantar. Después sí, se hacían cientos de correcciones, cositas de pronunciación, de cambiar una cosa por otra; lo íbamos haciendo todo sobre la marcha. Y al final se le pasaba la parte al bajo y la batería y se ensayaba. Los temas más arreglados fueron “Cuando ya me empiece a quedar solo” y “Rasguña las piedras”. Los otros, se pasaba el tema y después se empezaba a tocar encima, a la vieja usanza. Iban saliendo ahí sobre la marcha. Se grabó entre julio y agosto del 73. Me acuerdo porque entonces dejé la carrera de Medicina. Para ese momento nuestra actividad con Sui ya era enorme y se veía venir que no iba a poder con todo, porque Medicina era una carrera muy complicada para hacer las dos cosas a la vez.
–Respecto de “Rasguña las piedras”, trascendieron muchísimas especulaciones sobre el significado de la letra. ¿Existe alguna versión oficial?
–Mirá, lo mejor es que cada uno la interpreta como quiere. Sí te puedo decir que no es aquella historia que inventaron de una novia con catalepsia que enterraron viva y cuando se despertó empezó a arañar el cajón. Esa seguro que no es, a pesar de que trascendió un montón, sobre todo en Perú. La interpretación es absolutamente abierta. Yo siempre lo tomé como un tipo que quiere salir adelante.
–¿Y cómo eran los shows en esa época, durante la vuelta corta de la democracia antes de la última dictadura?
–¡Uf!, los primeros eran shows muy básicos, porque no había monitoreo. Entonces lo que hacíamos era dar vuelta un poquito uno de los bafles de los costados y obviamente escuchabas todo junto. La otra era parar la oreja y escuchar afuera. Y así empezamos, a los ponchazos. Los shows duraban 25 o 30 minutos. Empezamos a tocar en abril del 73, sobre todo en clubs. Íbamos a una oficina que nos había recomendado el productor Jorge Álvarez, que quedaba frente a Sadaic. Entonces te anotaban en una libretita los shows y las fechas. Se arreglaba la plata y se anotaba en esa libretita. Era todo pacto de caballeros. Íbamos a tocar en una camioneta de esas que se usan para las mudanzas, normalísimas, donde se llevaba el sonido. Si había tres shows, el primer equipo iba al tercer lugar y al segundo lugar se iba con otro equipo. De a poco los clubes empezaron a llenarse. En algunos tocábamos para mil personas y en los locales bailables, donde se estilaba que fueran una o dos bandas por noche, se llenaba. Para cuando empezamos a hacer shows de carnaval, en el 74, ya eran multitudinarios: 10 mil personas, pero tocaban muchas bandas. Todo era a las corridas, pasándose los semáforos en rojo. Del primero al segundo había que desarmar el sonido, entrabas y salías corriendo de todos lados.
–Había letras, como “Tribulaciones, lamento y ocaso de un tonto rey imaginario o no”, que daban cuenta de un mayor compromiso respecto de la situación política del país. ¿No tenían miedo?
–Más adelante sí, pero en ese momento todavía no. La última vez que lo vi a Gatti, el que hizo la tapa, que había estado preso en esos años, me dijo algo así: “Todos nosotros nos movíamos como si estuviésemos en un 5° B, en una secundaria, con una inocencia y una inconsciencia típica de la edad, de pensar que no nos iba a pasar nada”. Es que en ese momento todavía no se te cruzaba por la cabeza que te podían desaparecer, por más que fuimos mil veces en cana por tener el pelo largo o por tocar fuera de hora. Eso era normal, porque en ese momento ser músico de rock era una mala palabra. Pero lo otro empezó a pasar después. Pero siempre estuvimos al tanto de lo que pasaba. Hasta que dejé de estudiar Medicina, en julio del 73, yo vivía muy de cerca los movimientos y las marchas que había en las universidades, que eran bastante pronunciados. Siempre comentábamos con Charly y además estábamos grabando un disco, nos conectábamos con mucha gente y teníamos como productor a Jorge Alvarez, que de alguna manera nos mantenía al tanto. Por esa época incluso fuimos a tocar a la Villa 31, donde estaba el Padre Mujica. Íbamos a reuniones de distintos partidos, nos metíamos en todos lados, un poco por curiosidad y otro poco también porque nuestro productor nos impulsaba a hacerlo y fue bastante importante en ese sentido.
–¿Y cómo era la vida cotidiana de Sui Generis?
–Bueno, obviamente que en esa época, con Charly, nos veíamos todos los santos días, pasábamos mucho tiempo juntos, primero en la casa de sus padres, en la calle Vidt, entre Güemes y Charcas y ya para Confesiones… en una pensión de la calle Soler, casi Scalabrini Ortiz, que se llamaba Canning en ese momento. Después, íbamos a todos los shows de rock habidos y por haber: de Pescado Rabioso, Pedro y Pablo… íbamos mucho a ver cine, también. El Cine Art, el Lorca y el Lorraine eran los favoritos, porque pasaban el tipo de películas que uno quería ver. No íbamos a bailar, porque los fines de semana tocábamos. Por lo tanto, si salíamos, lo hacíamos los días de semana, a ver un show y después del show a comer a los lugares donde usualmente iban los músicos cuando terminaban de tocar, como Edelweiss o Hamburgo, que después desapareció, y otro más que estaba en el Bauen. Durante el día, cuando no ensayábamos, nos la pasábamos como cualquier pibe, hablando, saliendo. Habíamos sido compañeros de colegio y nos hicimos muy amigos con Charly. Llevábamos una vida normal, porque en la calle pasábamos bastante inadvertidos. A veces, sobre todo al principio, Charly también venía a la casa de mi vieja, cuando mi vieja se iba a Mar del Plata y ensayábamos y pasábamos cosas en la cocina, porque tenía más reverberación.
–A 50 años del lanzamiento de Confesiones…, ¿hay alguna chance de juntarse a tocar con Charly?
–Bueno, yo estoy recorriendo los 50 años de carrera desde hace un tiempo, tocando por todos lados donde, claro está, se mezclan algunos temas de Vida y de Confesiones… con otros de toda mi carrera. Incluso iba a viajar a Israel pero se suspendió todo. Próximamente voy a tocar a Bolivia, Costa Rica, Panamá y el año que viene a México y Perú. Voy a un montón de lugares, pero de juntarse con Charly no hay posibilidades, ni cerca, no lo tenemos planeado. Él no está saliendo a tocar.
–Hace pocos días se anunció que está listo para salir un nuevo álbum de Charly, que se llamará La lógica del escorpión…
–Lo que escuchaste vos es lo mismo que escuché yo. Nada más que eso.
Fuente: La Nación