El argentino Ricardo Coler (66) todavía recuerda su primera impresión de los Mosuo. Era 2005. Había llegado a la aldea principal de la comunidad china tras una travesía extensa. Con la 4×4 cargada con varios bidones de nafta y acompañado por un guía local, esa mañana había manejado las últimas ocho horas de viaje hacia el sudeste por un camino de cornisa no asfaltado con restos de camiones sobre la ladera. Cuando finalmente llegó a su destino, un pueblo remoto a la vera del lago Lugu, una mujer salió a recibirlo.
“Creo que nos estaba esperando, que el guía la había llamado antes para avisarle que íbamos. O quizás arregló en el momento, no sé. Hablaban todo en chino, así que yo no entendía nada. Me dieron una habitación en la casa de una matriarca. A la mañana siguiente me levanté con los gritos de ella. Salí del cuarto y vi a un par de hombres sentados, sin iniciativa, y a la tipa yendo de un lado al otro, dándoles órdenes. Esa es la forma en la que las matriarcas ponen a trabajar a toda la familia: a los gritos”, cuenta él, 18 años después de ese primer viaje, desde una cafetería de Palermo.
Coler no se define como periodista ni como escritor, pero ha publicado seis libros sobre sus viajes, entre ellos El reino de las mujeres (Planeta), sobre la comunidad Mosuo, que no solo fue su primer título, sino también el que mayor éxito tuvo (va por su doceava edición y tiene más de una decena de traducciones). Prefiere describirse, en cambio, como médico clínico, profesión que sigue practicando, y como una persona curiosa e inquieta.
Tenía 48 años y trabajaba en un centro de medicina privada cuando decidió emprender su primer viaje de exploración. “Mi vida era complicada en ese momento. Me había divorciado hace unos años y, apesar de que tenía un trabajo sólido y una relacion importante con mis hijos, había perdido el norte, estaba un poco perdido en la vida en el resto de las cuestiones. Y cayó en mis manos una revista italiana que tenía un artículo sobre este lugar. Me interesó mucho. Siempre me había cuestionado cómo sería una vida totalmente diferente, cómo sería ver las cosas desde una perspectiva completamente distinta. Pensaba que si hay algo que se mantiene en todas las sociedades, sea que manden las mujeres, sea que una mujer tenga muchos hombres o un hombre tenga muchas mujeres, si hay algo que es permanente, ese algo tiene un valor diferente, es propio del ser humano y no es una construcción social ni cultural”, cuenta.
Con ese interrogante en mente dirigió su búsqueda, que lo llevó en una primera instancia a convivir con la comunidad Mosuo, donde viven unas 40.000 personas, divididas en aldeas vecinas. Al llegar, comprobó que gran parte de lo que había leído en aquel artículo italiano era mentira. Pero no por eso se desilusionó. Todo lo contratio: “Lo que encontré ahí me puso la piel de gallina”, recuerda.
Los Mosuo, la sociedad matriarcal “más pura del mundo”
Coler conoció un pueblo donde la tierra, el dinero y las casas son únicamente propiedad de las mujeres. Donde, además, los hijos solo dependen de ellas, no existe el concepto de padre y “la libertad sexual es absoluta”. En ese entonces no pensaba en escribir un libro. La idea surgió dos años después, en Buenos Aires, cuando pensó que lo que había vivido allá era tan llamativo que tendría que volver para recabar más información. Y eso hizo. En esta segunda oportunidad, se instaló por más de un mes en la región, viajando por los diferentes pueblos matriarcales de la zona del río Lugu, todos de la tribu Mosuo, con la compañía de dos habitantes de la zona que manejaban el inglés.
–¿Cómo se organiza la vida en este matriarcado?
–En cada familia hay una matriarca, que no siempre es la más vieja, sino que es la mujer más apta para manejar la autoridad. Toda la familia vive como en un complejo de casas dentro de las tierras familiares. Las mujeres adultas de la familia tienen sus casitas ahí adentro y los hombres adultos generalmente viven todos juntos en un lugar común, dentro de este mismo complejo.
–¿Cómo tratan las mujeres a los hombres?
–Como a un niño. Es una relación más de estilo madre e hijo. Vos pensá que un hombre cuando quiere salir o comprar algo le tiene que pedir plata a la matriarca. Los hombres nunca tienen casa propia. Las mujeres los tratan como chicos, pero los cuidan mucho.
–¿Los hombres están a favor de este sistema?
–Ellos la pasan fenómeno. Ellos defienden el matriarcado. Trabajan muchísimo menos que las mujeres, cambian de pareja todo el tiempo y viven toda la vida con la mamá. A mí no me funcionaría, porque a mí no me gusta que me griten todo el día. Un rato está bien, pero todo el día, no. Y tampoco me banco que una persona me esté indicando todo el día lo que tengo que hacer. Pero ellos la pasan fenómeno.
Coler viajó en los últimos años a varias de las últimas sociedades matriarcales del mundo. Estuvo en la isla surcoreana de Jeju; también vivió con las comunidades juchitecas, al sur de México, donde las mujeres ganan mucho más que los hombres, y en Ladakh, el lugar en el Himalaya donde una mujer puede tener varios maridos. Todas estas experiencias lo hicieron llegar a la conclusión de que la comunidad de los Mosuo, en China, es el matriarcado “más puro del mundo”.
“Me acuerdo que un día estaba entrevistando a una chica mosuo y viene un tipo y le da un beso. Al rato pasa otro y le da otro beso. Pensé: cuántos hermanos tiene –se ríe–. En una hora, ponele, pasaron a darle besos unos cinco o seis hombres”.
–¿La sexualidad es absolutamente libre?
–El tema es así: como los hombres no tienen casa propia, es el hombre el que visita a la mujer por su casa de noche. Todas las mujeres tienen en su puerta un gancho, y los hombres usan boina. ¿Por qué? Porque cuando un varón va a visitar a una mujer, se saca la boina y la cuelga en el gancho, para que el resto de los hombres sepa que esa mujer está con él. Pasa la noche y a la mañana vuelve a la casa de la madre. La sexualidad es libre hasta que se produce algo especial que los hace entender que van a tener una relación un poco más profunda. ¿Cómo se dan cuenta de que se enamoraron? Porque dicen que pueden hablar: la mujer puede contarle sus cosas y el hombre la puede escuchar, y a veces también le cuenta algunas cosas. Comparten. Si te ponés a pensar, siempre que una pareja anda bien es porque tiene buen diálogo.
–Entonces sí hay parejas monógamas.
–Sí. Cuando se establece una relación, el hombre solo visita a esa mujer y esa mujer solo recibe a este hombre. En general, cuando la relación empieza a decaer, se separan. Duran unos cuatro, cinco años. Cuando la relación termina, el duelo es más corto, porque no tienen una propiedad ni hijos en común: solo tienen en común la relación amorosa. En gente mayor sí se ven relaciones más largas. En estas, también se incluye el cuidado del otro. En general, es más la mujer la que cuida al hombre, pero nunca viven juntos.
–¿No existe el concepto de padre?
–Ese es un punto muy importante. Cuando yo los empiezo a interrogar sobre el tema de la paternidad, no había manera de que los hombres me hablaran de sus hijos, me hablan siempre de los sobrinos. Ellos no tienen esa relación emocional con sus hijos, pero los ves ocupándose y jugando un montón con sus sobrinos, son muy cariñosos con ellos. Y como viven en una vivienda familiar, con mucha gente, unos 15 o 20 varones, a los chicos los crían entre todos. Siempre hay uno o dos de la familia que se quedan criando a los chicos mientras el resto sale a trabajar.
–Decís que las parejas sexuales pueden cambiar seguido. ¿Cómo se consensúan?
–Casi todas las noches ellos hacen un bailecito alrededor del fogón, hacen como una rueda y tienen como un código de apretarse las manos de una manera tal para ver quién pasa la noche con quién. No van todos, sino los que quieren ir. En ese baile pasa algo muy particular. Yo te conté que la mujer siempre le levanta la voz al hombre, que camina siempre un paso adelante, que tiene una presencia muy fuerte. Bueno, pero cuando llega el momento del baile, la misma mujer que vos viste manejando una familia entra cantando bajito y mirando para abajo, y los hombres entran haciendo un despliegue de fuerza, cantando fuerte y golpeando el piso. ¿Qué pasó acá? Ellas son capaces de entrar y salir de su rol y hacer una mascarada de debilidad, que, si te ponés a pensar, es muy común en el sexo. Entonces el que pareciera llevar la delantera es el hombre, pero no es así. En ningún lado es así, eso es universal.
“Las mujeres lavan los platos”
En su experiencia viviendo en diferentes matriarcados, dice, pudo comprobar que mucho de lo que comúnmente se espera de un sistema donde manda la mujer en realidad no es así. “Una sociedad donde las mujeres están al mando no es lo mismo que una sociedad donde los hombres están al mando pero al revés. Primero, porque la mujer tiene otra forma de mandar. Tiene una manera de mandar mucho más implicada en el tema: ves, por ejemplo, mucha gente trabajando y una mujer al mando, pero la mujer está trabajando junto al resto, no está en una oficina lejana, mirando. Son comunidades donde no existe la violencia: no existen ni los deportes violentos, ni las personas con aspecto violento. Y eso sí creo que está relacionado con el liderazgo femenino”, dice.
Entre otras sorpresas, destaca que en las comunidades Mosuo los líderes de las aldeas son hombres –”Ellas consideran que ellos tienen mayor facilidad para tomar grandes decisiones–” y que las mujeres son las que lavan los platos y levantan la mesa. “Allá son todos muy hospitalarios, entonces las mujeres me invitaban a comer todos los días a diferentes casas. Cuando terminábamos de comer, yo no me podía parar a levantar los platos. No me dejaban, porque los platos los lavaba una mujer”, suma.
–¿Cómo se relaciona su cultura con las regulaciones estatales que impone el gobierno chino respecto a la herencia y a la cantidad de hijos que se puede tener?
–Ellos pueden tener más hijos que el resto. Hace poco cambió la regulación, pero hasta hace no mucho en China se podía tener un solo hijo. Pero los que viven en el interior pueden tener dos hijos, y los que viven en el interior y son cultura minoritaria, tres hijos. La anticoncepción de China está ultra desarrollada, incluso en estos pueblos minoritarios. El gobierno chino respeta muchas de las leyes de las minorías y por eso respeta que en esta región la herencia y las tierras se administren de esa manera.
–Pero, ¿nunca tuvieron problemas con el gobierno por su forma de vivir?
–Hubo toda una historia durante la revolución china, con Mao. Porque Mao trató de homogeneizar todo el país, y además Mao era una figura masculina muy fuerte. Entonces mandó al ejército a volver patriarcal el matriarcado. No funcionó. La gente quería volver a la casa de sus madres, donde vivieron toda la vida. Y la mayor parte del ejército chino que fue a ocupar ese lugar se asimiló con la cultura.
Coler planeaba hacer un tercer viaje a la comunidad de los Mosuo en 2020, pero no pudo hacerlo debido a las múltiples cuarentenas por coronavirus y los aislamientos de pueblos enteros que aplicó el gobierno chino. Sin embargo, en los últimos años ha recibido noticias de la región. Hay personas que después de leer su libro decidieron replicar su viaje y luego le escribieron para contarle sus experiencias y enviarle fotografías. Por ellos se enteró de que en los últimos años se construyó una carretera que volvió más accesible a la zona y que, desde entonces, gran parte de la región comenzó a recibir turistas.
“Al principio, hará unos tres años, fueron muchas prostitutas. Como el pueblo es conocido por la libertad sexual que tienen las mujeres, mucha gente iba a ver eso, entonces los recibían las prostitutas. Estuvieron un tiempo, hasta que los mismos habitantes del pueblo las echaron. En la entrada del pueblo se instalaron negocios que venden cosas de ellos: ropa, libros, y por ahí los que están vendiendo no son del pueblo. Yo no digo que esté mal la llegada de los negocios y de la plata, pero destruye la cultura. En vez de haber un matriarcado, hay la representación de un matriarcado”, afirma.
En las últimas décadas, además de visitar matriarcados, Coler también ha hecho viajes de exploración por diferentes tipos de sociedades. Entre otras aventuras, ha vivido en un enclave de Ecuador donde las personas viven comúnmente entre 120 y 130 años –”Incluso los perros viven más”–. También fue a conocer a los mormones fundamentalistas del centro de Estados Unidos, donde los hombres pueden desposar a varias mujeres. A partir de estas experiencias escribió varios libros.
Pero entre sus exitosos viajes también ha tenido malas experiencias. “Me ha pasado de ir a buscar sociedades, viajar durante cinco días, meterme en la mitad de la selva y cuando llego me entero que era todo mentira. Es muy frecuente, y es muy frecuente incluso entre lugares que fueron descritos por antropólogos muy reconocidos del siglo XIX. Fueron, escribieron un libro sobre cómo eran supuestamente las cosas ahí, pero después nadie viajó a comprobarlo”, dice.
––A partir de todas tus experiencias, ¿pudiste confirmar algo que esté presente en todas las sociedades?
–En todas lo que se sostiene es la familia. En los matriarcados como el de los Mosuo es mucho más sólida que la nuestra porque los hermanos, los hijos, no se separan nunca. No presencié peleas, pero seguro debe haber. Hay mucha fantasía, por ejemplo, respecto de los matrimonios arreglados. Yo conocí muchos, especialmente en la India. La gente generalmente se imagina a un hombre malvado millonario y un padre que le entrega a su puber a cambio de plata. Así son todas las películas. Pero la verdad es que en general los padres quieren a los hijos, acá y en la India. Entonces buscan a un hombre que les parezca responsable.
–¿Cómo impactaron todos estos viajes en tu vida?
–Estos viajes los hago solo. Y la verdad es que esos momentos en los que me encuentro con una cultura totalmente diferente a la nuestra, te das cuenta de que uno sufre, se preocupa por un montón de cuestiones que, vistas desde otro punto de vista, parecen ridículas. Y la verdad es que estas experiencias me han cambiado la forma de ver las cosas.
Fuente: María Nöllmann, La Nación.