La casa está ubicada en el pasaje Santa Rosa
Entre la variada oferta inmobiliaria que caracteriza a la ciudad de Buenos Aires, se puso a la venta una de las residencias más antiguas en la codiciada zona de Palermo Soho. La casa El Bosquejo, cuya construcción data de 1887, es un testimonio vivo del pasado de la ciudad y ofrece una ventana al esplendor de esa época.
La residencia, conocida por ser un proyecto encargado por el exintendente porteño Torcuato Antonio de Alvear y Sáenz de la Quintanilla, destaca por su ubicación en el Pasaje Santa Rosa, una cortada empedrada entre Borges y Thames, que mantiene su encanto histórico a pesar de que paso del tiempo trajo transformaciones a esta emblemática área. Lo que alguna vez se conoció como Villa Alvear, ahora forma parte del icónico barrio palermitano, con una mezcla ecléctica de estilos y personalidades.
La fachada de la casa se levanta como una obra de arte en sí misma, adornada con mosaicos blancos, dibujos y columnas que representan a los miembros de la actual familia propietaria. El entorno se llena de una exuberante vegetación y cuenta con un pasaje empedrado que conduce a la entrada principal, donde un llamativo caballo multicolor parece custodiar la puerta.
A lo largo de los años, la casa perteneció a Diego de Alvear y a Julia Von Grolman.
El Bosquejo ofrece un espacio único que combina elementos diversos e italianizantes. Con una superficie cubierta de 480 metros cuadrados distribuidos en dos plantas, la casa cuenta con una amplia variedad de espacios, desde un luminoso living hasta un comedor con detalles históricos y un bar que alberga el escudo de la familia Alvear tallado en madera.
Con pisos de mármol originales en el palier de acceso y una escalera caracol turquesa que conduce a los dormitorios, cada habitación cuenta su propia historia, desde el dormitorio principal con su mural único hasta los espacios de descanso con altos ventanales.
Con un valor aproximado de US$4000/m², “encontrar una casa con esta historia, tamaño del predio, parque y tipo de arquitectura a una cuadra de la plaza Serrano y el epicentro gastronómico en Palermo no existe”, menciona Martín Pinus, dueño de la inmobiliaria homónima que comercializa la propiedad.
Una joya escondida
La residencia es faro de originalidad en medio del paisaje urbano, capturando la atención de quienes pasan por la calle. La fachada de esta residencia está lejos de encajar en el molde de una típica casa palermitana. Optando por una apariencia que se aleja de los cánones tradicionales desde su origen, la casa estaba pintada de un suave rosa pálido que le valió el apodo de “la casa rosa del pasaje Santa Rosa”. En la actualidad, una obra de arte en mosaicos adorna su exterior y contrasta fuertemente con el resto del barrio.
En los alredores, se alinean otras viviendas y las paredes traseras de comercios, todas ellas adornadas con fachadas igualmente vivaces y llenas de color. Pero es la mansión en cuestión la que logra robar la atención de aquellos que pasan por su lado. Las miradas curiosas y las preguntas inquisitivas son moneda corriente; y muchos se cuestionan si esta estructura colorida es, de hecho, un centro cultural.
La primera impresión que ofrece esta residencia es tan peculiar como su interior. Al abrir el portón, la vista es inevitablemente atraída por el caballo multicolor. Al estar rodeada por medianeras de gran altura, la propiedad parece ser un oasis en medio de la ciudad de cemento.
Entre las diversas especies que decoran el jardín se encuentran dos majestuosa palmeras, camelias en pleno florecimiento, álamos imponentes y un ginkgo biloba, un árbol que sobrevivió a la devastación de Hiroshima y se lo conoce como el árbol de la vida. Además, se pueden apreciar otras especies japonesas.
Un recorrido por el interior de la casa
La belleza exterior solo es un anticipo de lo que aguarda en el interior. La mansión despliega una armoniosa distribución de tres dormitorios y cinco baños. El terreno, de aproximadamente 25 x 27 metros, ofrece un espacio generoso para disfrutar y explorar. Cada rincón de la vivienda es una pieza de un rompecabezas estilístico, en el que los colores, los muebles y los detalles se combinan para crear una experiencia única.
Desde el mismo pomo de la puerta transparente y facetada, se advierte que lo que aguarda en el interior dista mucho de lo común. Al cruzar el umbral y dirigir la mirada hacia el suelo, se revela un pedazo de historia nacional. Los pisos originales de mármol blanco y negro, que datan de la época en que los Alvear erigieron la mansión, se mantienen intactos en este vestíbulo de bienvenida. Sin embargo, al elevar la vista, una escalera caracol de tono turquesa desgastado aporta un toque moderno y vibrante al ambiente. En apenas tres pasos a la izquierda, el escenario cambia por completo, sumergiendo a quienes ingresan en una realidad totalmente diferente.
Aunque los techos altos permanecen, la sala de estar se tiñe de un violeta intenso. Desde la ventana que da al frente, una pared también violeta se extiende, acompañada por cortinas de tul lila que se funden armoniosamente. La decoración incluye una lámpara de piel blanca, creando un rincón acogedor y único.
En el pasado, en el suelo funcionaba un timbre para llamar al personal de servicio, una reliquia que cedió su lugar cuando los pisos de cemento alisado fueron reemplazados por madera. E
n el extremo opuesto, un ventanal de piso a techo permite contemplar la reja art decó que delimita el espacio del exterior. La luz natural baña los sillones, la chimenea y la amplia alfombra, donde los tonos violetas resaltan con un fondo negro.
Al traspasar el siguiente umbral, el vibrante turquesa del comedor proporciona un contraste que complementa la sala. Este antiguo espacio de entretenimiento se transformó en un comedor con dos ventanales que irradian luz y cuentan con mesas auxiliares que acompañan su tonalidad principal.
La cocina, por su parte, adopta un suave amarillo, aunque son los mosaicos del siglo XIX los que se llevan todas las miradas. Adquiridos en una casa de antigüedades y remasterizados en un collage cromático, los mosaicos añaden un toque de historia y color al ambiente.
El siguiente espacio en la lista, que es una ampliación de la casa original, es un invernadero de metal blanco con una mesa comedor. Integrado con el patio exterior a través de un deck de madera, el invernadero se ubica al lado de la parrilla.
A la derecha de la entrada principal, una sala de techos altos invita a la relajación. Con una biblioteca de paredes celestes y rojas, esta habitación es un espacio fresco y perfecto para el verano. Unos ventanales arqueados y una puerta ventana brindan acceso directo al patio exterior. Una galería al aire libre, junto con una pileta decorada con mosaicos que representan un delfín, completa este rincón de descanso y recreación.
Pero es el bar el que se lleva el aplauso final de la planta baja. Como un tesoro en el tiempo, esta pequeña sala alberga una barra de madera con heladera integrada, tallada con el escudo de la familia Alvear. Antiguamente, el bar contaba con un pasillo secreto que conducía directamente a la cocina, permitiendo una doble circulación. Solía ser un lugar donde los invitados disfrutaban de un habano mientras sostenían su bebida, mientras que el personal se movía con facilidad entre la cocina y el bar.
Conforme uno asciende por las escaleras, los colores intensos dan paso a una paleta más neutra. Sin embargo, en el baño ubicado en el rellano de la escalera, una última ráfaga cromática hace su aparición. Con mosaicos turquesas en el suelo, al igual que las escaleras que conducen a él, este baño presenta detalles en rojo y blanco. Un sillón de un cuerpo se encuentra en la antesala, con paredes enteladas en celeste y líneas rojas.
Una ventana arqueada de gran tamaño ofrece una vista directa de la palmera que preside el primer piso. A la derecha, una habitación secundaria en suite se caracteriza por un techo pintado en tonos circenses. Las puertas conducen a un balcón privado que se asoma al jardín, un refugio para el descanso y la lectura.
Otra habitación, apodada “siestario”, es un espacio acogedor con una cama rodeada por gigantescas ventanas esmeriladas con detalles en verde. El espacio se baña en luz gracias a tiras de luces en los bordes de las ventanas, creando una atmósfera cálida y serena durante la noche. En el primer piso también se encuentra la amplia habitación, con una cama matrimonial, dos alfombras grandes y una chimenea. Esta habitación se extiende de un extremo a otro de la casa, lo que se refleja en las ventanas que ofrecen vistas tanto al frente como al fondo de la propiedad.
Una antesala con un armario alto conecta la habitación con su baño correspondiente. Este baño cuenta con un ventanal de vidrio esmerilado sobre una mesada de madera celeste desgastada, iluminando directamente la gran bañera antigua de mármol de cuatro cuerpos y un mural floral. Unos pasos más allá, se encuentra la puerta que conduce al baño.
Un vestidor de doble altura se conecta desde un pasillo de la habitación. Con tres armarios a cada lado, ocultos tras cortinas blancas y violetas, este espacio cuenta con un entrepiso de vidrio reforzado que duplica en altura los armarios.
Finalmente, otro baño de apoyo hace su aparición. En esta ocasión, una bañadera roja con patas de metal y una bacha original de la casa, en blanco con detalles rojos, aportan carácter. Este baño desemboca en una escalera secundaria que a mitad de camino conduce a la habitación de servicio y desemboca finalmente en la cocina de la planta baja.
La casa El Bosquejo es mucho más que una propiedad inmobiliaria; es un testigo vivo de la evolución de la ciudad y un reflejo de la rica historia que la rodea. En su fusión de estilos, arte y vida, esta residencia representa el espíritu diverso y en constante cambio de Palermo Soho. Con su fachada encantadora, su vegetación exuberante y su interior lleno de tesoros históricos, la casa El Bosquejo sigue siendo un faro de la historia en el corazón de la modernidad.
Fuente: Candelaria Reinoso Taccone, La Nacion