Ya hace más de veinticinco años que su ex marido, Imad Shaban, secuestró en Guatemala a sus tres hijos, Karim, Zahira y Sharif, que entonces tenían 5, 4 y un año y medio, para radicarlos en Jordania, la tierra natal de él. Desde entonces, Gabriela Arias Uriburu (58) se transformó en una firme representante de los derechos internacionales de los niños. Pero no sólo eso: con el paso del tiempo y gracias a su experiencia para seguir adelante a pesar del dolor, también se volvió una referente en el campo de las terapias de autoconocimiento y desarrollo personal, un camino que transitó “para no caer en la desesperación ni en la locura”, según ella misma aclara.
“Hubo un momento en el que incluso tuve la fantasía de que mi sufrimiento se iba a terminar si me quitaba la vida. Fue como si hubiese entrado a un cuarto oscuro donde la única pregunta que me hacía era ‘¿para qué seguir?’. Es un dolor que te cala en los huesos y es ensordecedor porque está ahí todo el tiempo, no se te va. Y yo estuve muchos años en ese lugar”, cuenta. En la actualidad, Gabriela mantiene contacto fluido con sus hijos. Hoy, Karim (31) y Zahira (29) están casados. El mayor, al igual que Sharif (27), estudió Administración de Empresas en Suiza y ambos trabajan en una compañía familiar en Jordania. Zahira, en cambio, se recibió de diseñadora de interiores en Escocia y se instaló con su marido en Dubái.
«Mi sueño más grande es que la próxima vez que me encuentre con mis hijos en una comida familiar, no nos miremos por todo lo que pasamos, sino por lo que somos hoy «
En este tiempo, Arias Uriburu escribió ocho libros –el último que acaba de publicar se llama Vínculos II–, se acercó al yoga (se recibió de instructora) y hoy brinda talleres de constelaciones familiares y sanación. “También podía haberme quedado en el lugar de víctima, con toda razón, pero eso no iba a ayudar a nadie. Tenía que trabajar lo que había pasado con mis hijos y ahí es cuando descubrí las constelaciones que hoy son mi filosofía de vida”, explica.
–¿Probaste otras terapias?
–Fui por muchos caminos. La realidad es que en ese momento yo estaba en una situación de emergencia, necesitaba trabajar el trauma lo más rápido posible y adquirir herramientas. Si mi historia la interpretaba un psicoanalista, me iba a morir en el intento porque esa terapia requiere de un tiempo que no tenía ni podía dar. Le tengo mucho respeto a la psicología, de hecho, es la base de todo lo que hoy estoy practicando, pero mi camino iba por otro lado. Así como estamos viviendo una verdadera evolución en las ciencias y en las nuevas tecnologías, también están surgiendo nuevos modos de comprendernos.
–¿Cómo fue tu acercamiento a la escritura?
–Mi primer contacto con la escritura fue durante mis viajes a Jordania. Todo lo que me iba pasando lo escribía; era como una necesidad terapéutica que con el tiempo se terminó convirtiendo de verdad en una escritura terapéutica. Escribía para no morir. Yo había estudiado Ciencias de la Comunicación, pero me alejé para dedicarme a full a la maternidad sin saber lo que se me venía después. Entonces, la escritura empezó a ser todo para mí. Así nació mi primer libro, Vínculos. Después la escritura tomó forma propia y ocupó un lugar enorme en mi camino.
–En tu último libro hacés hincapié en la frase “Si estás vivo, se puede”. ¿A qué te referís?
–Hay gente que se va a dormir y nunca más vuelve a despertar. Y cuando vos abrís los ojos, tenés un día más. Por eso digo: si estás peleado con tu padre o alguien querido, resolvelo, porque un día ya no vas a abrir los ojos. Muchas veces nos restringimos y no actuamos para evitar que pase algo peor. Las constelaciones nos ayudan a tomar la vida como es. Todas las veces que recurrí a terapia iba para evitar tener más dolor… Después me di cuenta de que en algún punto tenía que abrir esa puerta para salir a la vida. Tenía que abrirme a lo que la vida me iba a traer, con sus luces y sus sombras.
–También sos instructora de yoga.
–Sí, después de que tuve ciertos ataques de pánico durante uno de los viajes, mi hermana Marcela me recomendó que fuera a ver a un “huesero” (osteópata)… Como verás, mis búsquedas siempre fueron por lugares no convencionales. [Sonríe]. Él me sugirió que empezara a entrenar porque para atravesar lo que estaba atravesando, tenía que tener más corporalidad. Así empecé a entrenar y a practicar yoga y fue un camino de ida, maravilloso.
–Hace veinticinco años buscabas recuperar a tus hijos, ¿cómo es tu presente?
–La gran diferencia es que ahora me despierto a la mañana y no siento dolor. Ya no tengo el corazón doliente, no estoy pensando todo el tiempo cuándo voy a ver a mis hijos. Ese estado no existe más. Y no es que desapareció de un día para el otro, sino que fue un trabajo muy personal. Fue finalmente aceptar la historia que me tocó vivir y entender que no podía ir tras una maternidad igual a todas porque la mía nunca iba a ser como todas. Y cuando mis hijos crecieron y se hicieron grandes, también me tocó transitar otra etapa de la maternidad en la que los hijos se van y hay que dejarlos ir.
«Empecé a escribir en mis viajes a Jordania. Nació como una necesidad terapéutica, escribía para no morir»
–Qué difícil debe haber sido para vos dejarlos ir una vez más…
–No te das una idea. Yo tranquilamente podría haberles pedido irme a vivir con ellos porque nunca antes habíamos podido hacerlo, pero ya estábamos en otras etapas. Para mí fue una prue – ba de fuego la época de la universidad. Cada vez que iba a visitarlos quería hacer todo. Un día hice diez pizzas, es una barbaridad pero claramente atrás de eso estaba el deseo de querer cocinar todo lo que no les había cocinado antes todo lo que no les había cocinado antes.
–¿Qué se trabaja en tus talleres?
–Hacemos ejercicios para tratar de entender qué hay detrás de lo que nos pasó. Por ejemplo: en mi historia personal yo no soy la víctima; por el contrario, me hago cargo también de las deci – siones que tomé. Yo elegí a quien fue mi marido y eso también es asumir mi responsabilidad en la vida. Ya no se trata de lo que me hizo el otro. Cuando me siento a charlar con mi hija Zahira, no le digo: “¿Sabés lo que me hizo tu padre?”. Ya pasó, lo importante es ver qué hizo con lo que le pasó. Si uno se queda en el lamento, la queja o el enojo, entra en una espiral de la que después es muy difícil salir. Siempre digo que mi ambición más grande es que la próxima vez que me encuentre con mis hijos en una comida familiar, realmente no nos miremos por lo que pasamos, sino por lo que somos.
–¿Te gustaría ser abuela?
–Me encantaría, me siento preparada para esa nueva etapa. Mis hijos ya están grandes, así que me imagino que la noticia va a llegar en cualquier momento.
–¿Pudiste volver a abrirte al amor?
–[Sonríe] Sí, estoy enamorada, pero lo digo con cautela porque para mí el amor es un temón que también tengo que trabajar. •
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Fuente: La Nación.