Si por furor entendemos a una pasión irrefrenable, el término puede ser más apto para los sentimientos deportivos que para el mundo del espectáculo. Si le buscamos significado desde el diccionario, allí no encontraremos definiciones demasiado positivas, al menos en sus primeras acepciones (1. m. Furia, ira exaltada. 2. m. En la demencia o en delirios pasajeros, agitación violenta con los signos exteriores de la cólera, dice la Real Academia Española de la Lengua). Recién en su tercera descripción (“Momento de mayor intensidad de una moda o costumbre”) podríamos encontrar una conexión real con la irrefrenable tendencia de compra de entradas para espectáculos musicales o con la repercusión por la llegada de Luis Miguel, esta semana, que también fue denominada como un “furor”.
En los fríos números, el personaje no se destaca por encima de otros que durante los últimos meses llenan estadios cubiertos o a cielo abierto. No es un dato menor el hecho de que se hayan vendido más de 100.000 entradas solo para los diez shows que ofrece entre el último jueves y el 18 de este mes en la Argentina. Pero tampoco es un récord si se piensa que Duki, Tan Biónica o Taylor Swift han vendido muchas más. Lo que no se puede soslayar es el hecho de que la comparación no será justa para unos ni para otros. ¿Corresponde comparar la carrera de un trapero en vibrante ascenso, la fama mundial de una estrella pop angloparlante y el demorado tour de despedida de una banda vernácula con el éxito de un señor de 53 años que comenzó su vida como profesional en escenarios y pantallas de cine a los 11? Seguramente no. Mientras que para los primeros cabe la tercera acepción de “furor” (“Momento de mayor intensidad de una moda o costumbre”), para Luis Miguel solo corresponde una comparación con sí mismo. A menos, claro, que se tenga la bola de cristal para ver el futuro de quiénes hoy son los grandes vendedores de shows. ¿Qué será de sus vidas a los 50?
No hay que olvidar que Luismi grabó su primer disco a los 12 y dos años después ya tenía su primer Grammy en sus manos. Dio varios virajes en su carrera. El más importante fue, sin dudas, el de su incursión en los boleros. Pero también cantó en italiano, recurrió a las rancheras y al cancionero navideño. No se pegó a las modas ni echó mano a la estrategia del feat. No dejó de usar saco y corbata en sus conciertos aunque tampoco se privó de pasearse por el escenario de un modo más informal.
El furor por sus recitales no tiene transcendencia en el contexto actual; la tiene en el contexto de su propia carrera, que acumula más de cuatro décadas. Luis Miguel tiene agendados 66 shows hasta fin de año en ciudades de cuatro países (la Argentina, Chile, México y los Estados Unidos) y habrá muchos más cuando termine de completar su agenda 2024.
En paralelo transcurre lo anecdótico, que es usualmente a lo que más importancia se le da: si está más flaco, si hizo un tratamiento capilar, si sus primeros shows en el Movistar Arena fueron mejores o peores que los de otras giras. Si está de buen humor o no, arriba o fuera del escenario. Sus cualidades vocales no son advertidas en igual medida. Luis Miguel se ubicó, hace un par de décadas, cuando su voz llegó a su punto de madurez, muy por encima del promedio de los cantantes de su rubro. Es el gran crooner de la música melódica latina. Siempre abordó sus repertorios desde su puesto de cantante pop, incluso el repertorio bolerístico. Tiene un rango amplio de tesitura. Si fuera cantante lírico, sería un tenor ligero, pero dentro del canto popular es justamente esa amplitud lo que le da el toque abaritonado con tan buena presencia en la parte grave de su registro. Tiene un arrogante manejo de la mixtura entre la voz de pecho y la de cabeza. Puede. Y es muy consciente de que puede. Más allá de que ha tenido épocas mejores que otras en cuanto a esa virtud canora. También es cierto que muchos de sus conciertos son en estadios grandes. Entre el griterío de la platea femenina y las desfavorables condiciones acústicas de estos espacios, que no son los ideales para escuchar música, no siempre se pueden apreciar los detalles de sus recursos. Luis Miguel no se ha volcado a repertorios más comprometidos vocalmente, pero no se puede negar que en lo suyo es verdaderamente destacable y con un sello personal que se toma o se deja. Gusta o no gusta.
La otra característica, muy llamativa, del personaje es su hermetismo. Desde que era un joven de 16 años, cuando en 1986 perdió repentinamente a su madre (su desaparición, más allá de muchas hipótesis, sigue siendo un misterio), el ostracismo ganó la mayor parte de los planos de su vida. Hubo temporadas enteras en las que poco o nada se sabía de él. Y, de repente, resurgía como el Ave Fénix.
Su último paso por la Argentina fue en 2019, durante una gira en la que presentó en vivo su álbum dedicado al cancionero mexicano. Luego de la pandemia tardó en reaparecer. Fue el último, entre las figuras del pop, en ganar otra vez los escenarios. Claro que su nombre siguió sonando gracias a la biopic sobre su vida que produjo Netflix (sus tres temporadas se estrenaron entre 2018 y 2021). A principios de este año se puso a ensayar un repertorio retrospectivo de su carrera. Y días atrás volvió a salir a la ruta con el desarrollo de dos productoras, una argentina otra estadounidense; Fénix Entertainment y CMN, respectivamente: “Hicimos una alianza estratégica con Cardenas Marketing Network (CMN), que es un promotor muy importante en Estados Unidos –explicaron a LA NACION, desde la productora local, meses atrás, cuando se conoció la noticia de que Luismi volvía a salir de gira-. Incluye las ciudades claves e importantes que no pueden faltar en un tour por Estados Unidos. Aún faltan algunas por hacer, pero no nos ha dado el tiempo de cuadrarlas para este tramo. Esperamos que sea para el próximo”. En los últimos meses se fueron definiendo otras escalas, por eso su tour continuará en 2024 con actuaciones en otros países de América latina, Europa y su posible regreso a la Argentina.
Fuente: Mauro Apicella, La Nacion