Su fachada homenajea al barroco español y está inspirada en la Universidad de Alcalá de Henares.
Fue un encargo de la prestigiosa actriz española María Guerrero y su marido, Fernando Díaz de Mendoza, también actor, cuyo deseo fue construir su propio teatro en Buenos Aires. Empeñaron su fortuna personal para concretar el proyecto y, además, muchos fueron los que colaboraron económicamente en la construcción, hasta el mismísimo rey Alfonso XIII de España, quien autorizó que sus buques cargueros transportaran piezas exclusivas para la obra.
A pocos años de la inauguración y luego de algunas temporadas exitosas, la pareja quedó en bancarrota y el teatro estuvo a punto de ser un casino o un cabaret, hasta que el entonces Presidente de la Nación Marcelo Torcuato de Alvear, dispuso que el Banco de la Nación lo comprara, en septiembre de 1926. Diez años después, la Comisión Nacional de Cultura se hizo cargo del edificio que hoy es un símbolo arquitectónico urbano, cuya fachada homenajea al barroco español y está inspirada en la Universidad de Alcalá de Henares. Su nombre hace honor al novelista y dramaturgo Miguel de Cervantes, natural de esa ciudad; María Guerrero nunca aceptó que el teatro llevara su nombre, a pesar de las insistencias. En 1995 fue declarado monumento histórico nacional.
Nace un nuevo teatro, con toda la pompa
La inauguración del Teatro Nacional Cervantes se llevó a cabo el 5 de setiembre de 1921, y fue un gran acontecimiento cultural y social que convocó a artistas, intelectuales, políticos y a toda la alta sociedad de la época. Pero, sobre todo, fue el sueño cumplido de María Guerrero y su esposo Fernando Díaz de Mendoza. Actriz, directora, maestra de artistas y musa inspiradora de los dramaturgos de su tiempo, llegó por primera vez a Buenos Aires en 1897, encabezando la compañía que dirigía junto a esposo. Su nombre se asociaba con la renovación del arte dramático y escénico de España, y el público la amaba. La compañía del Teatro de la Princesa de Madrid, consolidó rápidamente su prestigio en Buenos Aires y durante la primera década del siglo XX, cada año se presentaba en el desaparecido Teatro Odeón.
En 1918, los diarios anunciaron la construcción de un teatro en el terreno de la esquina de Libertad y Córdoba. Y fue tal el empeño en conseguir financiación cuando vieron que sus ahorros no alcanzaban, que comprometieron hasta al rey de España Alfonso XIII, quien ordenó que todos los buques de carga españoles de su gobierno que llegasen a Buenos Aires transportaran los elementos artísticos indispensables para la obra. Así, diez ciudades españolas intervinieron en la construcción: de Valencia llegaron azulejos y damascos; de Tarragona, las losetas rojas para el piso; de Ronda, las puertas de los palcos copiadas de una vieja sacristía; de Sevilla, las butacas del patio, bargueños, espejos, bancos, rejas, herrajes, azulejos; de Lucena, candiles, lámparas, faroles; de Barcelona, la pintura al fresco para el techo del teatro; de Madrid, los cortinados, tapices y el telón de boca, una verdadera obra de tapicería que representaba el escudo de armas de la ciudad de Buenos Aires bordado en seda y oro.
Más de 700 personas, entre operarios y artistas, trabajaron durante más de tres años en la construcción del teatro, cuyo diseño y ejecución de obra estuvo a cargo de los arquitectos Fernando Aranda Arias y Emilio Repetto.
Inauguración y bancarrota
La inauguración fue el 5 de septiembre de 1921 con el estreno de la obra de Lope de Vega, La dama boba, que protagonizó María Guerrero. Todo iba viento en popa hasta que las deudas empezaron a ser un problema y ya no pudieron sostener la situación, debido a los altos costos de mantenimiento del teatro y, dicen, la impericia de Fernando Díaz de Mendoza en el manejo administrativo. En 1926 la deuda alcanzó una suma millonaria y la pareja decidió rematar el edificio en subasta pública. El prestigioso Cervantes, entonces, estuvo a punto de convertirse en un casino o en un cabaret, pero la intervención del autor Enrique García Velloso logró que pasara a ser patrimonio nacional. El Presidente Marcelo Torcuato de Alvear creó, por decreto, el Conservatorio Nacional de Música y Declamación, y al poco tiempo el Banco de la Nación adquirió el teatro. Dicen que quien también persuadió al presidente Alvear fue su esposa Regina Pacini, que había sido cantante de ópera y amaba el arte en todas sus expresiones.
En 1933 se creó el Teatro Nacional de la Comedia y se destinó para su funcionamiento el Teatro Cervantes, y su primer director fue el actor y director Antonio Cunill Cabanellas. Por su escenario pasaron, y continúan haciéndolo, prestigiosos aristas y directores.
La Sala María Guerrero es la más grande. De clásico diseño italiano, tiene capacidad para ochocientos sesenta espectadores distribuidos en sillones fraileros de la platea, palcos bajos, balcón y altos, platea balcón, tertulia y paraíso. Las puertas de acceso a los palcos están inspiradas en las de las viejas abadías españolas, y los pasillos están iluminados con candiles de bronce en forma de aceitera. Las cortinas de damasco de rayón separan los palcos de los antepalcos, acondicionados con espejos, percheros y un banco con respaldo. Inicialmente también tenían un bargueño, para que los propietarios de los palcos o los abonados guardaran sus efectos personales.
La Sala Orestes Caviglia, llamada Argentina hasta 1996, funcionó originalmente como confitería y bar, y luego fue ganada como otro ámbito para las representaciones teatrales. Tiene tres filas de sillas con tallado mudéjar que dan capacidad a 165 espectadores y tiene una disposición de semicírculo.
La Sala Luisa Vehil está inspirada en el Salón María Luisa del Palacio de Oriente de Madrid, y tiene capacidad para 67 espectadores sentados. No tiene escenario ni platea, y es conocida como Salón Dorado ya que toda su decoración tiene un acabado en dorado a la hoja.
Incendio y reconstrucción
Un incendio ocurrido el 10 de agosto de 1961 destruyó gran parte de las instalaciones del Teatro Cervantes. Si bien la pérdida no fue total, los daños fueron muy grandes: la pérdida material se estimó, en aquel momento, en cincuenta millones de pesos. Al poco tiempo comenzaron los trabajos de reconstrucción y remodelación, que incluyeron la construcción de un edificio sobre la avenida Córdoba en un solo block de 17 pisos (3 subsuelos, planta baja y 13 pisos altos) en el que quedaron incorporados el nuevo escenario de mayores dimensiones y altura que el original, fosos, parrillas, talleres, salas de ensayo, camarines, depósitos y oficinas para la administración.
También fue reconstruido el telón de boca, en base a fotografías y restos recuperados de entre los escombros. La obra fue proyectada y dirigida por la Dirección General de Arquitectura y Trabajos Públicos, donde una comisión de reconstrucción del teatro estableció un programa de necesidades y luego fue derivada al estudio de Mario Roberto Álvarez y Asociados. La restauración en los espacios que no fueron afectados en su totalidad por el incendio, sufrieron modificaciones indispensables para su funcionamiento, aunque conservando sus características originales, como alfombras, muebles, pisos, tapizados que fueron renovados por completo. El teatro volvió a abrir sus puertas en 1968 y desde entonces se han estrenado cientos de obras y han pasado por sus escenarios los más prestigiosos actores y directores.
Fuente: Liliana Podestá, La Nacion