Hay dos eventos en nuestra vida que todos los humanos y los animales que habitamos sobre este planeta sabemos hacer: nacer y morir. De esta regla nada escapa en el universo, todo posee un ciclo vital y luego de haber cumplido, se extingue.
Los humanos hemos ritualizado todo para exorcizar el trance que genera ese quiebre en nuestra (casi siempre) monótona vida. Nacer, crecer, casarse, enfermarse y morir. No hay cultura que no realice un ritual para generar en la mente y en la psicología de la persona que ha cruzado un umbral. Veremos cómo eran y son, en este caso, los rituales mortuorios de culturas diversas.
Para los griegos el morir era algo que era visto sin prejuicios, cotidiano, dado que desde pequeños se acostumbraban a vivir (valga la paradoja) entre la muerte, por guerras, hambrunas o pestes. Pero no estaba exento de ritualismo. Se lavaba el cuerpo del difunto, se rociaba con perfumes y bálsamos y se envolvía en un paño especialmente preparado por las mujeres de la familia.
En ese momento, se realizaba una práctica similar a la exposición moderna, con miembros de la familia reunidos alrededor del catafalco para cantar un canto fúnebre: cuanto más larga era la exposición, mayor era el respeto de la comunidad por la persona. Generalmente los ritos más largos estaban reservados para las personalidades: generales, políticos o filósofos. Ellos no consideraban la inhumación de los cuerpos, sino que lo incineraban. Lo colocaban en una pira de madera a la cual le agregaban los elementos más queridos por el difunto. Después de que las cenizas fueran depositadas en una urna, se celebran juegos o comidas en memoria del ser querido.
Una representación de las danzas que los griegos bailaban en los funerales (Getty)
La cultura romana adoptó ritos similares para el momento del deceso, aunque eran más supersticiosos. Para ellos era vital que el alma del difunto llegara al más allá en paz, para no volver a atormentar a los vivos en forma de espíritu o fantasma. Cuando era decretada la muerte se llamaba a personas encargadas para la limpieza del cuerpo y el traslado del mismo. Siempre ponían dos monedas en sus ojos, en la boca o en la mano; con ella deberían pagar el traslado del barquero Caronte por la laguna Estigia hasta el Hades.
Las familias más pudientes podían incluso pagar a mujeres que entonaban lamentos fúnebres, gritos y llantos para expresar el dolor de sus familiares. La “laudación funebris” se debía a los hijos o familiares más cercanos, y era un discurso que celebraba las hazañas más heroicas de los difuntos. También en este caso el cuerpo era quemado en una pira y los huesos colocados en una urna. Al final del ritual, los participantes en la procesión eran invitados a un banquete organizado por la familia.
Las familias más prestigiosas de Roma poseían imponentes mausoleos al costado de la vía Apia. Allí, en columbarios (nichos en forma de palomar), se depositaba la urna. Si no, había cementerios con mausoleos más simples, como por ejemplo en la colina Vaticana, el cual se puede visitar gracias a las excavaciones. Todos poseían una azotea donde una vez por semana irían a celebrar el “refrigerium” es decir una comida destinada a recordar a los familiares fallecidos. Dentro del mausoleo, había agujeros en las urnas que contenían las cenizas, donde depositaban vino para homenajear al difunto.
Una ilustración que muestra las catacumbas romanas (Getty)
Los más pobres depositaban sus cenizas en el suelo, con una pequeña lápida o estela. También estaban las catacumbas, a cargo de los fossores, los cuales cavaban los lóculos (nichos en forma horizontal) donde depositaban el cuerpo del difunto. A medida que un piso se llenaba, cavaban otro en la suave toba romana, que al contacto con el aire, se endurecía. Este ritual solo era para aquellos que, por su fe, no podían ser cremados, como los judíos o los primitivos cristianos. De allí es que sean tan profundas las catacumbas, porque cavaban cuando los lóculos que estaban a nivel del piso se llenaban. Vale la pena aclarar que la comunidad cristiana primitiva que habitaba en Roma jamás se reunió en las catacumbas para la celebración de la Eucaristía. Lo hacían en casas, sobre todo porque el hedor de los cuerpos en descomposición era bastante insoportable, de ahí que las pinturas en las catacumbas sean simples pinceladas. Las reuniones de los cristianos para esconderse de las persecuciones es solo un mito creado para las películas. Todo sabían dónde estaban las catacumbas, no era nada oculto.
También en Roma, el valor de un muerto era más fuerte que el de un vivo, aun si era esclavo. Si alguien profanaba el sepulcro de una familia o de un esclavo, podía ser condenado a muerte.
La máscara mortuoria del faraón Tutankamón (Getty)
Los egipcios son los que se llevan la palma de oro en temas de rituales funerarios. El cuerpo y el alma para los antiguos egipcios estaban tan íntimamente ligados que sin la perfecta conservación de uno, el otro habría sufrido la condenación eterna. Los rituales eran todos similares para la momificación, pero todo dependía del poder adquisitivo de la familia del difunto. La conservación del cuerpo era fundamental. Lo que primero se hacía era extracción del cerebro por las fosas nasales, luego se quitaban las vísceras y se las depositaba en diferentes vasos llamados “canopos”, los cuales estaban llenos de natrón líquido (un mineral usado en la momificación). Una vez que se realizaba esta tarea, el cuerpo era cubierto de sal y se lo dejaba en un lugar prefijado durante tres a cuatro meses aproximadamente. Después el cuerpo era lavado, perfumado, el rostro maquillado y finalmente envuelto en vendas de lino. Era fundamental crear una máscara, ricamente decorada, con los rasgos del fallecido: servía para que el alma reconociera a su propio cuerpo en el más allá. Se suponía que la tumba reconstruía la vida de la persona: allí estaba su ropa, platos y cubiertos, vino y provisiones de comida, joyas, muebles, obras de arte, papiros, cosméticos, navajas y peines. Si todo el proceso se hacía correctamente, una vez en el más allá el corazón del difunto sería pesado por Anubis, el dios del inframundo. Un corazón del mismo peso que las plumas de la verdad, lleno sólo de buenas obras y caridad, pasaría la prueba y se reuniría con el cuerpo. Los menos pudientes sepultaban el cuerpo en las arenas del desierto invocando a Seth, dios del desierto, para que él se encargara de los rituales.
Con la llegada del cristianismo a Roma, los rituales fueron cambiando. No obstante, las religiones abrahámicas, si bien con diferentes rituales, poseen casi una misma concepción teológica sobre el más allá.
La ofrenda de los judíos a los muertos: una piedra sobre la tumba (Getty)
La comunidad judía tiene rituales funerarios muy diferentes según la corriente de pensamiento. En general el cuerpo debe ser limpiado y lavado, para conservar su apariencia y pureza. Luego se viste a la persona, y generalmente se borda o dibuja una faja con la letra “shin”, uno de los nombres de Dios. En el ataúd, se coloca el cuerpo envuelto en su Talit, que es el manto de oración.
En Israel, el ataúd se usa solo para llevar el cuerpo al cementerio. De hecho, es necesario que la persona esté en contacto con la tierra, envuelta solo en el talit y la sábana funeraria. Si el difunto vive en un lugar donde el uso del ataúd es obligatorio, como en el caso de Argentina, se debe cumplir con las normas locales. El cuerpo nunca se muestra, el ataúd estará siempre cerrado. Sin embargo, la familia puede recibir la visita de amigos. Para las familias más tradicionales es fundamental hacer un rasgón en la ropa, a la altura del corazón y tapar o sacar los espejos de la casa. Durante una semana, los hombres tienen prohibido afeitarse. Tras el funeral comienza el período de luto. Durante los primeros siete días, los miembros de la familia están exentos de oraciones y mandamientos. Después, familiares y amigos pueden visitar, trayendo comida y bebida, para que los miembros de la familia no tengan que cocinar para los presentes. Está prohibido participar en fiestas y bodas o eventos culturales alegres, como teatro y conciertos. Progresivamente en el transcurso de un año después del entierro, la familia puede volver a sus hábitos ordinarios. Por supuesto esto es siempre referido a personas que practican la religión y las tradiciones, en este caso judías.
El rito funerario islámico es aún más sencillo. El cuerpo sufre una ablución ritual, una purificación por medio del agua. Luego lo visten y lo envuelven en una tela muy ligera de algodón o lino. Cuando el cuerpo ha sido cubierto, para respetar su intimidad, puede recibir el homenaje de familiares y amigos. Luego se recita el Janazah, la oración fúnebre y el cuerpo se entierra de varias formas según las tradiciones locales: el único factor (dentro de lo posible) es que el cuerpo esté en posición respecto a La Meca. El luto tiene una duración de quince días, salvo para la viuda, que se prolonga hasta unos cuatro meses (necesarios para asegurarse de que no está esperando un hijo del difunto) y en los que hay que respetar una serie de reglas de comportamiento afectivo y no tener contactos con hombres en edad casadera fuera de la familia. Sólo más tarde podrá volver a la vida social, especialmente si desea volver a casarse. Al igual que el judaísmo, estos rituales son para los más practicantes de este credo.
Un sepulcro islámico, orientado hacia La Meca (Getty)
La Iglesia Católica siempre ha fomentado un solo método de tratamiento de los difuntos: el entierro. Solo desde la década de 1960 ha permitido más libertad para la cremación de los muertos. El papa Francisco en el documento “Ad resurgendum cum Christo” prohíbe a los católicos esparcir las cenizas de los difuntos en el mar, en el aire, llevarlas a su casa, etc.. sino que deben ser depositadas en el cementerio o en un templo. Los métodos de inhumación son bastante similares: el cuerpo se encomienda a funerarias para que pueda ser preparado. Los funerales se celebran en la iglesia de referencia de la persona y su familia, el sacerdote vestirá de color morado o blanco y al culminar el mismo, según la tradición de cada lugar, se permite breves discursos comentando la vida del difunto. Generalmente, solo los familiares y amigos más cercanos son invitados a llevar las manijas del ataúd, comenzando por los más cercanos a la cabecera del mismo. Pero en el catolicismo, cada región posee sus rituales diversos, según la tradición del lugar.
Las iglesias de la reforma, por lo general, no pueden prescindir de cantar durante el funeral y, a menudo, la familia pide donaciones filantrópicas en lugar de regalos florales. Además, los servicios conmemorativos nunca se llevan a cabo después de la desaparición. La familia tiene pleno poder de decisión sobre el tratamiento del cuerpo y el método de entierro. También está permitido esparcir las cenizas en un lugar querido por la persona desaparecida. En la cultura norteamericana es costumbre exponer el cuerpo y ofrecer comida y bebida a los participantes después del funeral, para aliviar la preocupación y, en cierto sentido, “celebrar” el final del sufrimiento del difunto.
Un cementerio cristiano. Las costumbres varían, pero las únicas certezas que tenemos son el nacimiento y la muerte (Getty)
Como vemos, cada cultura o religión posee un ritual diverso para el momento final, pero también están los sepelios seculares, en los cuales se prescinde de cualquier ritual religioso. Pero también, dependiendo de la cultura del lugar, este paso esta ritualizado.
La pregunta es ¿todos estos rituales son para los difuntos o para los que quedan? La realidad de la psicología no indica que son para los que quedan, dado que el trauma de la pérdida de un ser querido es muy terrible y debe haber signos y formas que indiquen que sigue con vida, que se debe asimilar la pérdida y asumirla. para luego continuar la vida, por eso está ritualizada.
Actualmente, la negación de la muerte es notoria. En los cementerios parque nada demuestra de finitud de la vida, se oculta bajo hermosos paisajes. Ir a un cementerio tradicional interpela a los vivos y nos indica que nosotros también deberemos partir. En un tiempo en el cual se pretende la juventud perpetua y la perfecciona física, el hecho de envejecer significa solo una cosa: fracaso. Ignorar las leyes del universo. Por tanto, hoy día mayoritariamente no se vela al difunto, nadie sabe que falleció, solo los más cercanos, se lo incinera y en muchos casos, ni siquiera las cenizas son retiradas del crematorio. Se quita todo rastro de la existencia del ser fallecido, como si jamás hubiera existido, porque, al fin y al cabo el hecho de envejecer y morir no está ni aceptado ni bien visto en la sociedad del siglo XXI.
Fuente: Infobae.