Martha Argerich emerge hoy con inusitada fuerza como una figura convocante y venerada por un laureado talento que es celebrado, agradecido y tomado como referencia por el gentío que agotó la capacidad de cada jornada colonista, siguió algunos de los conciertos por streaming y siempre la colmó de ovaciones, vítores, aplausos y flores.
Y la pianista -que entra y sale del escenario casi flotando con pasos cortos bajo unas amplias faldas- asume el reto y responde con la maravilla que se le escapan de los dedos poniendo en acto páginas de inspirada concepción musical que refieren a la historia mayúscula de la disciplina y también aventurándose a nuevas partituras.
Por esos desafíos que encarna con pasionaria y talentosa determinación, Argerich consigue protagonizar en un mismo gesto dos acepciones posibles del término acontecimiento.
Cada presentación se convierte en un «suceso de cierta importancia» tal como lo define el diccionario pero, también y además, sobrevuela el carácter que el filósofo Alan Badiou dio al término al considerarlo como «el nacimiento de una verdad».
Argerich y su festival iniciado 15 días atrás que la reunió con una veintena de solistas y varias agrupaciones, sacude el panorama musical argentino por reafirmar que la música culta puede ser noticia e inventa la posibilidad de demostrar que el disfrute de un hecho artístico no requiere de otra cosa que de la predisposición a gozarlo, el permitirse que la maravilla de grandes obras en manos de notables intérpretes pueda ocupar el centro de la escena.
En ese sentido, la jornada de hoy no fue la excepción a esa regla y con un nutrido elenco animando los tres números previstos en las dos entregas del concierto, la magia volvió a decir presente.
Bajo la batuta del suizo Charles Dutoit (esposo de Argerich entre 1969 y 1973), la función comenzó con «Las Bodas», de Igor Stravinsky (1882-1971) en una puesta que incluyó a integrantes de la Orquesta Estable del Teatro Colón y a unas 40 voces del Grupo Vocal de Difusión que dirige Mariano Moruja.
Además, hubo cuatro pianistas (Iván Rutkauskas, Alan Kwiek y Marcelo Ayub, además de Argerich -siempre de blusa negra pero esta vez con una pollera blanquinegra-), protagonizaron las voces de la destacada soprano Jaquelina Livieri, la mezzosoprano Guadalupe Barrientos, el tenor Santiago Martínez y el bajo Hernán Iturralde y hubo un notable rol de las percusiones.
Hubo casi media hora de intensos y variados pasajes de una obra originalmente pensada como partitura de ballet sobre una boda campesina del siglo XIX.
Un similar período de intervalo permitió acondicionar el escenario para otra multitudinaria presencia artística que, nuevamente bajo el portentoso pulso de Dutoit tuvo una formación expandida de la Orquesta Estable colonista para una apertura con la «Sinfonía N° 4 en Re menor, Op. 120», de Robert Schumann (1810-1856).
El predominio de las cuerdas vistió la grandilocuente propuesta que no disimuló algunas disparidades saldadas en el altisonante movimiento de cierre «Langsam-Lebhaft».
Sumando enseguida al Coro Estable del Teatro Colón que dirige Miguel Martínez y la aclamada Argerich en el piano, la bella «Fantasía Coral en Do menor, Op. 80», de Ludwig van Beethoven (1770-1827), supuso un final acorde al Festival.
Con el piano de Argerich protagonizando en soledad los primeros cuatro minutos de la pieza, quedó expuesta una vez más la afinidad de la intérprete con el universo beethoviano para encabezar una briosa versión que terminó con el coro repitiendo la frase «si el mar y la fuerza se unen, el hombre merecerá la gracia de los dioses», según pudo leerse en la transcripción al español del texto en alemán.
Una sucesión de gritos y la sala de pie para saludar a Argerich, tuvo desde los palcos altos una fascinación expresada con el lanzamiento de flores que Dutoit se encargó de ir recogiendo para la homenajeada.
Semejantes muestras de afecto la obligaron a un bis que acometió bajando la partitura y tocando de memoria y deliciosamente «Escenas infantiles N°1-De extraños países y personas», de Robert Schumann (1810-1856).
Fuente: Sergio Arboleya, Télam.