Hay algo perturbador, siniestro y tierno a la vez en la rareza de esas “niñas inusuales”, con la mirada triste y perdida, que se metamorfosean con animales y elementos de la naturaleza. Hay algo de los universos mágicos y surrealistas de Leonora Carrington y Remedios Varo, así como de los personajes melancólicos de Emilia Gutiérrez en las pinturas sobre distintos soportes que Verónica Gómez exhibe hasta fin de mes en Colección Amalita. Y hay sobre todo fascinantes historias detrás de cada una de ellas, algunas de las cuales la propia artista contará a continuación.
“Todas son pálidas y están ausentes, en trance o a punto de ser abducidas”, observa Florencia Qualina en el texto curatorial de Las casas de las niñas inusuales, sobre esas jóvenes que según ella “forjan sus respectivos temperamentos” en alianza con reptiles, erizos, ranas y lechuzas. Transformarse en uno de esos seres híbridos será posible el viernes 28 a las 17, a modo de despedida de las vacaciones, cuando el museo monte un set para fotografiarse como un niño o niña inusual.
Madre escondida
“En los comienzos de la fotografía familiar –relata Gómez a LA NACION-, durante la era victoriana, en el estudio del fotógrafo los niños debían permanecer mucho tiempo inmóviles para que se pudiera hacer la toma que en ese entonces era de larga exposición. Como eso era muy difícil, el fotógrafo hacía sentar a la madre en una silla o poltrona y la cubría con una tela. Luego colocaba al niño encima. La madre escondida lo sujetaba. Si se trataba de un niño muy pequeño o de un bebé, sujetaba principalmente la cabeza, ya que para los bebés es difícil mantener la cabeza erguida. Esas fotografías vistas con nuestros ojos contemporáneos son tan graciosas como aterradoras. El truco está muy a la vista. Sin embargo, en ese entonces, debía ser tan fascinante el efecto de la fotografía que la ilusión era más fuerte que las pistas del artilugio.
En el cuadro la niña no es tan pequeña. La pata de la silla es una pata de araña. La madre se ve claramente por debajo del escondite. La niña tiene una mañanita agarrada con alfiler de gancho (la mañanita es una lengua). En la mesa de arrime hay un animal. Se le llama “palta triste” o “aguacate enfadado”. Es una rana sudafricana. Existe y es exactamente así como la pinté. La relación entre los personajes es algo que los visitantes deberán adivinar. No hay una sola respuesta”.
Niña Escorpio
“El árbol de pitra, también conocido como ‘patagua’, es un árbol cuyas raíces soportan mucha humedad, así que puede crecer en los pantanos. En el Parque Nacional Lago Puelo, sur argentino, existe el ‘Bosque de las Sombras’ que es un bosque de pitras. Es un lugar de cuento. El olor a humedad es penetrante, olor a vegetación en descomposición. Una mezcla de tierra y metal, cosas que se oxidan, se pudren. Hace frío ahí adentro. Dicen que todo ese suelo es muy rico en nutrientes. Edward Gorey o Tim Burton estarían allí a sus anchas. También el signo de Escorpio, que gusta hundirse en las profundidades oscuras, tomar su alimento desde el fondo de las cosas, ahí donde la muerte y la vida sellan un pacto. Niña Escorpio lleva su medallón de Escorpión. Tiene los ojos muy grandes, pues han visto mucho. Conoce el espanto. Conoce las cosas que crecen en la oscuridad. Ella estuvo en el bosque, los cuadros de la pared se lo recuerdan. Uno de sus brazos abraza o fagocita al otro, muy propio de Escorpio: identificar el amor con la deglución. Hay un ojo a su espalda. Y una mano vieja que la señala desde la esquina superior derecha. Un antepasado la señaló como heredera. El mandato es el siguiente: atravesar el bosque de pitras y sobrevivir”.
Niña Submarino
“En esta habitación se presentan varias anomalías. Hay una ventana con cortinado, como en cualquier casa. Separando el interior del exterior. Pero también hay una escotilla de submarino. Y un biombo que da la impresión de flotar. A los pies de la Niña Submarino hay un nautilus, un molusco que es considerado fósil viviente. Son seres que evolucionan de manera muy lenta y conservan aún muchos rasgos de sus antepasados. Sobre la mesa de arrime, hay una casa inspirada en un refugio de montaña, un perro de cerámica y una tetera con motivos de amor cortés. La niña tiene un fragmento de “men” en la cabeza, es una armadura que se utiliza en el entrenamiento de kenjutsu (esgrima japonesa), un pectoral que deviene de la armadura europea medieval, un vestido con muchos volados, y la mirada ausente. El piso quiso ser mármol verde, pero se transformó en agua. Nada en el cuadro se apoya, ni los objetos ni la niña sobre la mecedora, ni el nautilus. Y afuera no sabemos si hay agua o aire, si es de día o de noche. Se trata de una cápsula que tiene la virtud de enrarecer su interior. Lo que allí está sucediendo depende de la imaginación del espectador”.
Para agendar:
Las casas de las niñas inusuales de Verónica Gómez en Colección Amalita (Olga Cossettini 141) hasta el 30 de julio. El viernes 28 a las 17 habrá un taller gratuito de “juego inusual” dirigido a chicos de 6 a 12 años, que incluirá un set para jugar fotografiarse como un niño o niña inusual.
Fuente: Celina Chatruc, La Nación.