El filósofo, profesor y ensayista italiano Nuccio Ordine falleció hoy a la edad de 64 años, en Cosenza, Calabria, a causa de un derrame cerebral, según informaron sus más allegados. Recientemente, su trabajo había sido reconocido con el Premio Princesa de Asturias de Humanidades.
Teresa Sanjurjo, directora de la Fundación Princesa de Asturias, declaró que llevaban varios días pendientes del estado de salud del autor de La utilidad de lo inutil. “Compartimos de corazón el dolor de su familia y amigos y siempre recordaremos la inmensa alegría y el honor que supuso para él la concesión del Premio Princesa de Asturias por su compromiso con la educación y su férrea defensa de las humanidades como vía para transmitir el conocimiento a las nuevas generaciones. Seremos altavoz de su valiosísimo mensaje y transmitiremos su legado”, comentó.
Ordine fue una de las voces más notables del pensamiento moderno. Su obra, dedicada a la reivindicación de los clásicos en la literatura, le permitió recorrer diversos países y difundir aquella idea de que para entender el mundo en el que vivimos es necesario volver la vista atrás y ver cómo la vida parece seguir su curso en círculos concéntricos.
Su libro más reciente, y sobre el que habló con Leamos en Bogotá, ampliaba su “biblioteca ideal”, como bien lo señaló su editorial en español, e invitaba a los lectores a releer aquellos textos maravillosos de la literatura universal, los clásicos.
Convencido de que una cita brillante puede despertar la curiosidad del lector y animarlo a leer la obra de la que procede, en las páginas de “Los hombres no son islas”, titulo publicado por Acantilado, Ordine continuó su defensa de los clásicos, demostrando que la literatura es fundamental para fomentar el entendimiento y la compasión entre las personas.
En una época marcada por el individualismo, las terribles desigualdades sociales y económicas, el miedo al “forastero” y el racismo, reza la contraportada, estas páginas nos invitan a entender que “vivir para los demás” es una oportunidad de dotar de sentido nuestras vidas.
— Este libro supone el cierre de una trilogía en la que ha intentado llamar la atención sobre la importancia de la lectura de los clásicos de la literatura en estos tiempos. “Los hombres no son islas” amplifica lo que los lectores encontraron en “La utilidad de lo inutil” y “Clásicos para la vida”. Como en aquellos títulos, ¿cuál es la búsqueda que intenta llevar a cabo?
— Este libro trata sobre todo de cómo la literatura del mundo clásico, aún en la contemporaneidad, nos puede enseñar que la solidaridad humana es la cosa más importante de la vida. Solo las cosas que hacemos para los demás tienen el poder de ofrecer un sentido a nuestra vida, un sentido profundo. Me parece muy interesante este discurso, porque hoy en día vivimos en un mundo que tiene una visión insular del hombre, un hombre aislado que tiene su pequeñito perímetro bien establecido, que piensa de manera egoista, que se fija solamente en su vida y lo que necesita para sí mismo.
En el libro intento hablar de varias cosas que les permitan a los lectores comprender que esta idea del hombre isla es una completa mentira que se nos ha impuesto socialmente. En realidad, la humanidad es una. Hay una metáfora muy hermosa de Virginia Woolf, la metáfora de la ola, que dice que cada ola que se levanta del mar, es diferente de las otras, pero las olas vienen todas de la misma agua del océano. Es una idea muy hermosa. Los seres humanos somos diferentes entre nosotros, pero todos pertenecemos al oceáno de la humanidad.
El título del libro, “Los hombres no son islas”, viene de una meditación de John Donne, y nos enseña que cuando un hombre muere, una parte de nosotros muere con él, porque no somos islas separadas, somos un continente. Si una parte de la humanidad muere, toda la humanidad pierde.
Séneca habla de la metáfora de la bóveda, la humanidad es una bóveda, y dice que cada piedra yace junto a la otra, pero si una cae, todas se vienen abajo, pues cada una de estas piedras es esencial para mantener esta bóveda unida y sólida. Hoy en día estamos viviendo un momento difícil. En las naciones se levantan muros contra los migrantes, como si fueran enemigos.
Hace muy poco, en Calabria, de donde soy yo, cerca de 100 migrantes han perdido la vida en un naufragio. A diario, el mar nos presenta las vidas que ha reclamado, y esto sucede porque no hay solidaridad. Si yo no me preocupo por quienes sufren en otros lugares del mundo, yo no merezco ser llamado hombre, pues he perdido mi humanidad. Y eso es lo que intento decir en esta trilogía, que me permite llamar la atención sobre los clásicos y reflexionar sobre su importancia. Esto no es para conseguir un título universitario, sino para comprender el mundo que nos rodea y ver las cosas que estamos haciendo mal, para así hallar la manera de rectificar el camino.
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— La pandemia nos cambió a todos, de una u otra manera, y lo que vivimos en ese periodo nos permitió fijarnos de nuevo en los libros, entender que no todo sucede en las pantallas y encontrar en los clásicos esas respuestas a las preguntas que nos estamos haciendo continuamente. Todo esto ocurrió por nuestra soberbia y es que, aunque pasen los años, parecemos sentenciados a repetir nuestros errores.
— Los clásicos nos muestran que, efectivamente, hemos venido repitiendo nuestros errores, pero la lectura que hacemos de ellos no puede eliminar todo esto, ni hacer que desaparezcan las cosas horribles del mundo. Mi amigo George Steiner reflexionó mucho sobre esto. Con él hablabamos de cómo los nazis, por ejemplo, que masacraban, que mataban a millones de judíos inocentes, ancianos, mujeres y niños, eran personas que habían escuchado a Bach o Wagner, que incluso habían leído, aunque no todos, filosofía y textos clásicos, que habían admirado cuadros y obras de arte, y aún así hicieron todo lo que hicieron. La cuestión es que la cultura no es automática, no te permite una metamorfosis automática. La única posibilidad que tenemos para hacer que la humanidad sea más humana es diciéndonos la verdad.
“Historia est magistra vitae”, decía Cicerón. La historia es maestra de la vida. En tanto no contemos la verdad de lo que somos, seguiremos repitiendo los mismos errores. Y para esto están los clásicos, que no dejan que esta repetición de los errores sea más grande de lo que es, más poderosa.
El problema de hoy en día es que las universidades y las escuelas han perdido, han olvidado la verdadera tarea de la enseñanza, la verdadera tarea de la educación. En estos momentos, los profesores no son tratados con dignidad en nuestras sociedades, que desprecian la sabiduría y se fija solamente en el dinero. Hemos visto cómo, durante los útlimos años, los presidentes de varias naciones han llegado al poder no siendo más que unos ignorantes.
Si olvidamos que la tarea de un Estado es permitir a todos los niños y niñas aprender y expresar las cosas que desean, que tienen en su interior, la tarea solo puede estar hecha por los buenos profesores, pero en lugar de apoyarlos, se invierte mucho dinero en tecnología y armas. Para mí, esto es un error muy grande, porque un profesor que hace cada día su trabajo de la mejor manera, está siendo parte vital del futuro de la humanidad, pero esto no es apreciado de la manera correcta.
Hace unos 50 o 60 años las cosas eran diferentes y los profesores eran verdaderas autoridades dentro de la sociedad. Había un respeto por su conocimiento, y también agradecimiento de parte de las personas que no sabían leer ni escribir, así como de las que sí. Hoy en día no pasa igual. Los profesores no tienen el respeto que merecen, y tan solo son respaldados aquellos que se encuentran vinculados a instituciones costosisímas y a iniciativas conocidas por el gobierno. Por eso, para mí, entre la excelencia de Harvard y el trabajo de una pequeña universidad colombiana que permite a sus estudiantes de más bajos recursos estudiar gratis, esta última es la que verdaderamente hace las cosas bien. Con poco dinero, estas universidades hacen un trabajo enorme, buscando preparar personas que puedan hacer una sociedad más justa e igualitaria.
— Hablemos un poco de esas lecturas suyas, aquellos clásicos que más lo han maravillado, y aquí quiero centrar la atención en Gabriel García Márquez, pues debe ser usted el lector italiano conocido más fanático que existe del colombiano.
— El que un escritor colombiano haya conseguido hacer que la historia de un sitio mágico llamado Macondo se convirtiera en la historia de todos nosotros da cuenta de la fuerza de la literatura, y pudo haber sucedido en Venezuela, en México, o en La Patagonia. Es una historia universal. ¿Cuáles son las cosas que podemos aprender? Todo está en los gestos. La felicidad, por ejemplo, del coronel Aureliano Buendia, que fabrica pescaditos de oro para ganar monedas que luego funde para seguir haciendo más pescaditos. Lo que quiere este hombre no es ganar dinero sino sentir que su trabajo es útil, gozar de él, y esto nos permite pensar que lo que es gratuito en esta sociedad carece de interés genuino. O las páginas maravillosas en donde aparece Remedios la Bella, que es esta mujer que hace cosas que nadie más hace, y es apenas una manera de comprender cómo una persona logra llevar su vida a contracorriente. Todo está en la simpleza de los detalles.
Eso es lo que García Márquez intenta, entre otras cosas, reflexionar en sus obras. Lo que trata de decirnos es que las cosas mejores de la vida, como conocer el hielo por vez primera, trabajar en un taller para fabricar pescaditos de oro, o desaparecer entre las sábanas tendidas, son las cosas simples. Y muchos hemos perdido ya la capacidad para asombrarnos con lo simple, por eso sigue siendo tan actual esta historia de Macondo, y es la misma razón por la que consigue hacer llorar a un joven calabrés como lo fui yo.
— Entonces, esa es la real fuerza de los clásicos.
— ¡Claro! Nos recuerdan las cosas que hemos perdido, como la gente que contaba cuentos, por ejemplo. La oralidad, las historias, son cada vez menos importantes porque ahora todos tenemos la televisión, los videojuegos, las pantallas. Los más chicos crecen como drogados por estos instrumentos y no se dan cuenta, tampoco sus padres, pues ya es algo que hace parte de la normalidad. Sin embargo, esto es una cosa muy peligrosa. Nos están robando la intimidad. Es un poco como “1984″, la novela de George Orwell.
Todo el mundo desprecia al Gran Hermano porque todo el día está vigilando, controlando, castigando. Te espía todo el tiempo. Lo más gracioso es que hoy en día nosotros lo elegimos a él por sobre todo lo demás, porque estos instrumentos ejercen la misma fuerza. De alguna forma, escogemos entrar en la cárcel, una cárcel que es, ciertamente, la idea de nuestra felicidad. Es verdaderamente poderosa esta idea: construir una cárcel para que haya gente que la pida constantemente, que goce de ella.
Este es un mundo bárbaro, en muchos sentidos, y todo se debe al uso que hemos hecho de las propias herramientas que hemos construido para nuestro bienestar. Pasamos de controlarlas a permitir que nos controlaran. Si alguien lo ha olvidado, podría entenderlo, descubrirlo, leyendo de nuevo a los clásicos.
— Y usted empezó a leerlos desde muy joven. ¿A quién le debe todo esto?
— Bueno, lo he dicho, no se puede cultivar la lectura sin la presencia de un buen maestro y yo tuve unos buenos profesores cuando era joven. En el fondo, la lectura es esta transmisión de la pasión de alguien más. Aquí puedo citarlo a Albert Camus en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, en 1956, cuando dice que al enterarse lo primero que hizo fue escribirle una carta a su madre y luego a su profesor de la escuela primaria, porque fue él quien le cambió la vida.
Sin la escuela, yo no habría podido leer, porque en mi casa no tenía libros. En mi pueblo no había librerías, no existían bibliotecas. ¿Cómo puede un chico en un lugar así cultivar una pasión como esta? La escuela es la respuesta, y ese profesor que me pusó en las manos un ejemplar de “Corazón”, el libro de Edmundo de Amicis, esta historia que trata, justamente, sobre niños pobres que a través de su experiencia en la escuela pueden elegir una vida diferente. Para mí, esta es la misión principal de la literatura, cambiar vidas.
Fuente: Infobae