El psicólogo canadiense Jordan B. Peterson, conocido por su cruzada contra la corrección política, comparte sus «12 reglas para vivir» y hacerle frente a los problemas de la modernidad.
Aunque publicó su primer libro en 1999 sin demasiado éxito, el canadiense Jordan B. Peterson logró llegar a las librerías de todo el mundo con su segundo trabajo, 12 reglas para vivir, publicado en 2018 justo dos décadas después de su debut. Dos años antes de la aparición de su exitoso libro de autoayuda, el psicólogo clínico, intelectual, profesor y crítico cultural había ido ganando fama mediática gracias a sus videos en los que criticaba la corrección política y el proyecto de ley C-16 del gobierno canadiense, que protege la identidad de género y castiga los delitos de odio.
Catalogado por el medio británico The Spectator como “el pensador más polémico e influyente de nuestros tiempos”, Peterson parte de lo que llama “un momento de relativismo, grandes cambios, desestructuración y degeneración educativa” para condensar susenseñanzas en una guía para sobrevivir al orden y al caos de nuestras vidas.
Para ello, en 12 reglas para vivir, editado por Planeta, el autor propone un viaje por la historia, la religión y la ciencia en el que fuerza al lector a enfrentarse a sus ideas preconcebidas así como sus contradicciones. Con una mezcla de humor, ciencia y espíritu divulgativo, Peterson recorre países, tiempos y culturas, a la vez que reflexiona sobre conceptos como la aventura, la disciplina y la responsabilidad. Todo con el fin de desgranar el saber humano en doce prácticas reglas para la vida que rompen radicalmente con los lugares comunes de la corrección política.
“12 reglas para la vida” (fragmento)
«12 reglas para vivir», de Jordan B. Peterson, editado por Planeta.
Regla 1: enderézate y mantén los hombros hacia atrás
Las langostas y el territorio
Si eres como casi todo el mundo, seguro que no sueles pensar en las langostas… a menos que te estés comiendo una. Sin embargo, estos interesantes y deliciosos crustáceos merecen toda nuestra atención. Sus sistemas nerviosos resultan comparativamente simples, con neuronas —las células mágicas del cerebro— grandes y fácilmente observables. Es por eso que la ciencia ha conseguido trazar con gran exactitud el mapa de sus circuitos neuronales, lo que ha servido para comprender la estructura y la función del cerebro y el comportamiento de animales más complejos, incluido el ser humano.
En efecto, las langostas tienen mucho más en común contigo de lo que piensas (sobre todo cuando te enfadas y tu cara está tan roja como una de ellas después de cocerla, ja, ja). Las langostas viven en el fondo marino. Necesitan contar con una base propia allí, un espacio en el que cazan sus presas y rastrean cualquier resto comestible que haya podido caer como consecuencia del continuo frenesí de masacres que tiene lugar más arriba. Quieren un sitio seguro, donde la caza y la cosecha sean buenas. Un hogar.
Esto puede suponer un problema, ya que hay muchas langostas. ¿Qué pasa si dos de ellas ocupan al mismo tiempo el mismo territorio en lo más profundo del océano y las dos quieren vivir allí? ¿Qué pasa si hay cientos de langostas que quieren establecerse y criar a una familia precisamente en la misma parcela abarrotada de arena y desechos?
Otras criaturas tienen el mismo problema. Por ejemplo, cuando los pájaros cantores migran hacia el norte en primavera, se enfrascan en feroces luchas territoriales. Sus cantos, que tan pacíficos y hermosos resultan al oído humano, son en realidad señales de alarma y gritos de dominación. Un pajarito con grandes aptitudes musicales no es sino un pequeño guerrero que proclama su soberanía. Es el caso del chochín común, un diminuto y enérgico pájaro cantor insectívoro común en Norteamérica. Cuando llega a un lugar, busca un sitio protegido para construir un nido, a resguardo del viento y la lluvia. Quiere poder encontrar comida en las cercanías y que el emplazamiento resulte atractivo a sus posibles parejas. Y también quiere convencer a otros pájaros que quieran competir por ese espacio de que es mejor que no se acerquen.
Antes de publicar sus exitosas «12 reglas para vivir», como psicólogo clínico Peterson se especializaba en el tratamiento de ansiedad y depresión.
Los pájaros y el territorio
Cuando tenía diez años, mi padre y yo construimos una casita para una familia de chochines. Parecía un viejo vagón de caravanas y tenía una entrada frontal del tamaño de una moneda, lo que hacía de ella una buena casa para los chochines, que son diminutos, pero no tan buena para otro tipo de pájaros que no podrían entrar. Mi vecina, una anciana, también tenía una casa para pájaros, que le habíamos construido justo por aquel entonces con una vieja bota de goma. Esta otra tenía una entrada lo suficientemente amplia como para que entrara un pájaro del tamaño de un petirrojo, y la señora esperaba con impaciencia el día en el que estuviera habitada.
Un chochín no tardó en descubrir nuestra casita y se instaló. A lo largo de las primeras semanas de la primavera podíamos escucharlo trinar de forma sostenida, repitiendo su canto una y otra vez. Sin embargo, después de haber construido su nido en la caravana cubierta, el pequeño inquilino empezó a llevar trozos de ramas a la bota de nuestra vecina y consiguió llenarla de tal forma que ningún otro pájaro, grande o pequeño, podía entrar. A nuestra vecina no le hizo mucha gracia este ataque preventivo, pero tampoco se podía hacer gran cosa. «Si quitamos todo, limpiamos la bota y volvemos a colocarla en el árbol —decía mi padre—, seguro que vuelve a llenarla de palitos». Los chochines son pequeños y muy monos, pero no tienen compasión.
El invierno anterior me había roto la pierna esquiando —mi primera caída cuesta abajo— y me habían pagado cierta cantidad de un seguro escolar creado para premiar a los niños más torpes y desgraciados. Con ese dinero me compré una grabadora de casetes, que para la época era un prodigio de tecnología punta. Mi padre me sugirió que saliera al jardín, grabara el canto del chochín y que luego lo reprodujera para ver qué pasaba. Así que salí bajo el brillante sol de primavera y grabé unos cuantos minutos al chochín mientras escenificaba musicalmente su furiosa reivindicación territorial. Después le hice escuchar su propio canto. Entonces ese pajarito, que es como la tercera parte de un gorrión, se lanzó en picado sobre mí y mi casete, abalanzándose una y otra vez a escasos milímetros del altavoz. Fue algo que veríamos muy a menudo, incluso sin la grabadora. Si un pájaro más grande se atrevía a posarse y descansar en cualquiera de los árboles que quedaban cerca de la casita, muy probablemente acabaría desalojado por un pequeño kamikaze.
Ahora bien, las langostas y los chochines son muy diferentes. Las langostas no vuelan, ni cantan, ni se posan en los árboles. Los chochines tienen plumas, no caparazones rígidos. Los chochines no pueden respirar debajo del agua y no se suelen servir con un poco de mantequilla. Sin embargo, también comparten aspectos importantes. Por ejemplo, ambos están obsesionados con el esta- tus y la posición, como otras muchas criaturas. El zoólogo y psicólogo comparativo noruego Thorleif Schjelderup-Ebbe observó en 1921 que hasta los más comunes pollos de corral establecen «un orden a la hora de picotear la comida».
Peterson publicó los libros «Mapas de significado: la arquitectura de la creencia», «12 reglas para vivir» y «Más allá del orden: 12 nuevas reglas para vivir».
Determinar el «quién es quién» en el mundo del pollo tiene importantes implicaciones para la supervivencia de cada uno de ellos, sobre todo en tiempos de carestía. Los pájaros que gozan de la prioridad para acceder a cualquier comida que se eche son las estrellas del corral. Después vienen los segundones, los secuaces parásitos y los imitadores. Por último les toca a los pollos de tercera fila, y así hasta que llega el turno de los pobres zarrapastrosos, medio desplumados y picoteados por los otros, que ocupan el estrato más bajo, los intocables de la jerarquía aviar.”
Los pollos, como en las afueras de las grandes ciudades, viven de forma comunal. No así los pájaros cantores, como los chochines, que, sin embargo, sí que reproducen una jerarquía de dominación, en su caso más extendida sobre el territorio. Los pájaros más astutos, fuertes, sanos y afortunados ocupan el mejor terreno y lo defienden. Por eso, son los que tienen mayores probabilidades de atraer a las mejores parejas y de engendrar crías que sobrevivan y prosperen. La protección contra el viento, la lluvia y los depredadores, así como el fácil acceso a la mejor comida, dan lugar a una existencia menos estresante. El territorio cuenta y hay poca diferencia entre los derechos territoriales y el estatus social. Es, a menudo, una cuestión de vida o muerte.
Si una enfermedad aviar se propaga por una comunidad de pájaros cantores bien estratificada, serán los especímenes menos dominantes y más sometidos a presión, esto es, aquellos que ocupan los peldaños inferiores del mundo de las aves, los que tengan más probabilidades de caer enfermos y morir. Es lo mismo que sucede en las comunidades humanas, cuando los virus como la gripe aviar se expanden por el planeta. Los pobres y vulnerables siempre son los primeros en morir, y en mayores cantidades. Son también mucho más propensos a contraer enfermedades no contagiosas, como el cáncer, la diabetes o las cardiopatías. Cuando la aristocracia se resfría, como suele decirse, las clases trabajadoras mueren de neumonía.
Como el territorio cuenta, y como los mejores sitios siempre son escasos, su búsqueda es una fuente de conflictos en el mundo animal. El conflicto, por su parte, produce otro problema: cómo ganar o perder sin que las partes en discordia asuman un coste demasiado elevado. Esta cuestión resulta de particular importancia. Imagina que dos pájaros se lanzan a una riña a causa de una zona particularmente deseable para anidar. La interacción puede degenerar con gran facilidad en un combate físico abierto. En tales circunstancias, uno de los pájaros, por lo general el más grande, terminará ganando, pero incluso este puede acabar herido. Eso significa que un tercer pájaro totalmente ileso, un astuto observador, puede aparecer como buen oportunista y vencer al ganador que ahora está lisiado. Un resultado así no es nada bueno para ninguno de los dos pájaros del principio.
Quién es Jordan B. Peterson
♦ Nació en Alberta, Canadá, en 1962.
♦ Es psicólogo clínico, intelectual, profesor y crítico cultural.
♦ Publicó los libros Mapas de significado: la arquitectura de la creencia, 12 reglas para vivir y Más allá del orden: 12 nuevas reglas para vivir.
Fuente: Infobae