Capas sobre capas de historia en las paredes, los pisos y los techos. Como un palimpsesto en 3D en el que generaciones sucesivas de administraciones han ido construyendo y reconstruyendo durante décadas –con mejor o peor gusto– la estructura y la superficie de edificios centenarios que han sido recuperados, y que hoy vuelven a la vida como espacios gastronómicos. Algunos ejemplos son las confiterías La Ideal, La Giralda o La Ópera, el Edificio del Molino, el Mercado de los Carruajes, el Club Español o la cafetería La Puerto Rico, entre otros.
Todos albergan historias que hablan de usos y costumbres de antaño. Pero otros relatos que también merecen ser contadas son los de sus arduos y complejos procesos de restauración, que involucran a arquitectos, ingenieros y un gran número de artesanos de distintas especialidades.
“Al rescatar estos sitios que van a tener un nuevo destino gastronómico trabajamos en dos sentidos: darle funcionalidad desde un criterio gastronómico al espacio, pero al mismo tiempo que esa funcionalidad sea compatible con el valor histórico del lugar”, explica Alejandro Pereiro, arquitecto del estudio Pereiro-Cerrotti y Asociados, que se encargó de la restauración de sitios icónicos de la ciudad de Buenos Aires como La Ideal, La Giralda o el Club Español, entre muchos otros.
“Hay incluso aspectos que vale la pena recuperar y que quizá no son tan significativos desde un punto de vista histórico, pero que tienen una importancia en ese lugar particular y con una tradición determinada. Un ejemplo es La Puerto Rico, en cuyo rediseño hay una apelación a ciertos criterios que tienen que ver con el pasado. Una de las características del lugar es que se molía y se tostaba el café a la vista. Y eso a partir de la restauración se sigue haciendo, con otra máquina, de otra manera, pero se mantiene la tradición”, dice al respecto de este bar notable, uno de los más antiguos de la ciudad (fundado en 1887), y que reabrió sus puertas en diciembre.
Desafíos adicionales son los que se presentan cuando el rescate de un edificio histórico se realiza para darle una nueva funcionalidad, como es el caso del Mercado de los Carruajes, que abrió a comienzos de 2022 como patio gastronómico, pero que originalmente funcionaba como cochera presidencial. Allí se guardaban, primero, los carruajes tirados a caballo de presidencia, y luego sus automóviles.
“En este tipo de obras, el mayor desafío es poder transmitir a los diferentes actores la importancia de salvaguardar las partes originales de valor patrimonial del edificio y lograr que todas las operaciones que se realicen, tanto de proyecto como de obra, las respeten”, advierte Marcelo Magadán, arquitecto y Master en Restauración de Monumentos, que estuvo a cargo de los trabajos de restauración del Mercado de los Carruajes.
Renacer de las ruinas
En el Mercado de los Carruajes, quienes llevaron adelante su restauración tuvieron que enfrentar un escenario que es habitual en muchos edificios centenarios: una combinación de reformas superpuestas con abandono. “El edificio estaba completamente destruido y muy intervenido durante años, sin ningún tipo de miramiento hacia lo que era el patrimonio”, cuenta Santiago Scarabino, director de obra de la remodelación de Carruajes, que llevó adelante la recuperación estructural del edificio y la reconversión de su interior a paseo gastronómico.
“Estamos hablando de una obra proyectada por el arquitecto Emilio Agrelo, que fue construida a fines del siglo XIX, inaugurada en 1900 y que ya para 1912 estaba siendo remodelada y, en 1921, ampliada”, recuerda Magadán, que señala que el cambio de carruajes por autos también contribuyó al rediseño del espacio. “Ese cambio tecnológico en el transporte derivó en múltiples transformaciones a lo largo del tiempo, algunas drásticas, al punto de alterar el diseño original”.
Desde lo estructural, cuenta Scarabino, “nos encontramos con los muros muy intervenidos: algunos tenían revoques, otros azulejos, otros azulejos distintos, y nos preguntamos cómo iba a quedar. Como decisión proyectual decidimos sacar absolutamente todo lo que fueran intervenciones que no tuvieran que ver con el edificio original y su espíritu. A tal punto, que en parte de lo que se demolió recuperamos los ladrillos originales y los utilizamos en otras paredes que estaban a punto de derrumbarse”.
Mientras que el rescate de la estructura corrió por cuenta de los estudios Marcela Chiarelli y McComarck Asociados, Magadán estuvo a cargo del rescate de los elementos de valor patrimonial a ser conservados:
“En el interior, los elementos de valor patrimonial a salvaguardar eran los azulejos subway del acceso y los vitrales –señala–. Estos últimos habían sido intervenidos en varias ocasiones, pero de forma inadecuada. Presentaban una serie de deterioros y las condiciones de la estructura metálica contribuían a agravar su estado. Los paños del vitral tuvieron que ser desmontados y llevados a taller, donde se realizaon tareas de consolidación, se repusieron las teselas faltantes y se reemplazó la tracería de plomo. Luego cada paño fue embalado, identificado, trasladado a obra y vuelto a montar. Además, para salvaguardar los paños, se colocaron cristales de protección”.
Vale destacar que la restauración del Mercado de los Carruajes recibió el Premio Iberoamericano SCA-CICoP a la Mejor Intervención en Obras que Involucren el Patrimonio Edificado 2020.
Reconstruir la historia
Ícono de la arquitectura art nouveau en la Argentina, el Edificio del Molino atraviesa desde 2018 –año en que el Congreso de la Nación tomó posesión del inmueble, previamente expropiado– un proceso integral del restauración que no solo abarca a la tradicional confitería que funcionó en su planta baja entre 1916 y 1997.
“El edificio cuenta con dos niveles de subsuelo, la planta baja donde funcionaba la confitería, en el primer piso los salones de fiestas, y luego los pisos 2, 3 y 4, con tres departamentos por piso, y la cúpula y mirador –describe Nazarena Aparicio, una de las arquitectas a cargo de la restauración–. La ley que estableció su expropiación por su valor histórico y cultural también establece que en el edificio tienen que volver a funcionar la confitería y los salones de fiestas respetando el espíritu original, mientras que en los pisos superiores se tiene que instalar un centro cultural y un museo del sitio que cuente la historia del edificio y su vínculo con la comunidad”.
Uno de los grandes desafíos que planteó la restauración –aún en curso– es reconstruir muchos de los elementos (muros, vitrales, ornamentos) que no tenían ningún tipo de documentación o registro fotográfico para tomar como referencia.
“Por eso en cada evento que hemos realizado en el Molino fuimos convocando a la gente que, por ejemplo, haya festejado algún evento social en la confitería o en sus salones, o que haya trabajado en el edificio, para que acercara material gráfico que nos permitiera restituir piezas y elementos faltantes –cuenta Aparicio–. Un ejemplo es la baranda del palco del salón principal, que pudimos reconstruir a partir de fotos que nos trajo una persona que celebró allí un evento”.
Hallazgos inesperados
Una de las características de los procesos de restauración de sitios históricos es que, si bien se realiza una evaluación inicial, buena parte de las decisiones se toman una vez comenzada la obra. “Uno hace una evaluación que permita trabajar, y después profundiza en el mientras tanto. Siempre hay cosas inesperadas que salen a la luz”, sintetiza Pereiro, y aporta un ejemplo:
“En La Ideal nos encontramos con una fábrica de helados en su último nivel, que sería una precursora de las fábricas de helados, pero que estaba tan deteriorada –eran capas y capas sucesivas de óxido en las bateas– que lo único que pudimos hacer fue relevarla fotográficamente, para que quedara como documento histórico, pues inevitablemente tuvimos que remodelar íntegro el espacio”.
Si bien muchos de los elementos –vitrales, lámparas y ornamentos varios– se trasladan a distintos talleres para ser restaurados, otros deben ser trabajados in situ. “Nos pasó con grandes pinturas españolas del siglo XIX que se encontraban en el Club Español, como una de 7 metros por 3 que recrea la Batalla de Lepanto, que estaba negra, cubierta de una mezcla de tabaco y grasitud, y para cuya restauración tuvimos que montar una carpa dentro del mismo lugar de la obra”, cuenta Pereiro, que actualmente trabaja en la restauración de una villa italiana de 1920 que se encuentra en Adrogué, provincia de Buenos Aires, y que a mediados de año volverá a la vida como espacio gastronómico bajo la marca Croque Madame.
Fuente: Sebastián A. Ríos, La Nación