Son tiempos de emociones fuerte para el maestroHéctor Alterio, para su familia y para su otra familia: la que componen todos aquellos, que a lo largo de tanto tiempo, lo hemos visto actuar en películas que forman parte de nuestra historia. El viernes pasado se produjo el esperado reencuentro de este actor de más de 150 películas y de unas 50 obras de teatro en el Astros. Muchos de sus amigos y compañeros de ruta estuvieron ahí en la función de debut de A Buenos Aires. Cuando apareció en escena, mágicamente, las 700 personas que colmaban la sala se pusieron de pie para aplaudirlo. No podía de ser de otro modo. Fue, si se quiere, algo cercano a lo justo, algo muy ligado al agradecimiento.
En este semana mágica de este señor alado, el martes a la noche, en el CCK, el Ministerio de Cultura de la Nación organizó un merecido homenaje a este caballero de tantas batallas ganadas. Fue, como en Astros, con la sala del noveno piso con mirador hacia esa ciudad que durante tantos años extrañó tanto a donde concurrieron muchos compañeros, colegas y amigos. Un listado, seguramente incompleto, del cual formaron parte Víctor Laplace, Georgina Barbarossa, Ricardo Darín, Eleonora Wexler, Eduardo Blanco, Gerardo Romano, Alejandra Darín y Pepe Soriano, entre tantos otros que decidieron no perderse ese momento del merecido reconocimiento a una figura entrañable y maravillosa cuyos trabajos tuvieron esa extraña virtud de formar parte de la memoria colectiva de distintos momentos claves del país.
Pasadas las 18, hora prevista para el inicio, la cúpula del CCK tuvo algo del fervor de la scaloneta. Como prolijo coro, entró este maestro de la palabra al grito de “olé, olé, olé”. A metros de ese recorrido por el pasillo central matizado por abrazos y aplausos, se encontró en la primera fila con otro maestro: el señor Pepe Soriano. Como en una perfecta coreografía, todo el auditorio se puso de pie para tratar de fundirse en ese abrazo de dos señores de pelo blanco, ropa prolija, ojos cargados de historias que se fundieron en un saludo interminable. “Es como ver el abrazo entre San Martín con Belgrano”, dijo al pasar Georgina Barbarossa a uno de los que estaba a su lado (quien escribe esta crónica). Salvando detalles históricos, tiene razón con solo recordar, por ejemplo, el trabajo de ambos en La patagonia rebelde, película de 1974 que marcó una época.
Hubo otro abrazo que, inevitablemente, remite a asociaciones ligadas a dos necesarios e inteligentes películas que abordaron el período más oscura de nuestra historia. Fue cuando Alterio, protagonista de La historia oficial, aquel primer film argentino que ganó un premio Oscar en 1985, se encontró con Ricardo Darín, el protagonista de Argentina, 1985. Ambas películas conforman una especie de necesario e inteligente díptico sobre la dictadura militar (la misma que a este caballero de pelo blanco y ojos claros le implicó iniciar su exilio en España mientras presentaba en festivales La tregua, la primera película nominada al Oscar que se quedó en la instancia final como le sucedió hace poco a la que coprotagonizó Darín).
Volvamos al CCK. Gastón Pauls ofició de maestro de ceremonia. Fuera de libreto contó una anécdota de cuando lo llamaron para trabajar en la película Corazón de fuego, filmada en Uruguay, en la que trabajaban Héctor Alterio, Pepe Soriano y Federico Luppi. “Los que conocen a este dúo maravilloso saben que Pepe habla y habla y habla contando siempre cosas interesantes. Saben que Federico, también. Y yo, que era la primera vez que trabajaba con Héctor, conocí a una persona que más allá de que sus películas hayan estado nominada cinco veces a los Oscar, él nunca lo dice. Ahí me encontré con gran compañero, con alguien ubicado, callado y, por sobre todas las cosas que es algo todavía más grande del inmenso actor que es, con su humildad. Gracias enormes por eso”.
Por temas de saludo no pudo estar presente Susana Rinaldi, pero mandó una líneas. “Me encuentro tan débil que no puedo decirte personalmente que no se te ocurra irte sin esperarme”, le escribió con cierto dejo de ironía y admiración. Sumó su testimonio, su reconocimiento, Víctor Laplace, compañero de elenco de Adiós, Roberto, la primer película que se animó a abordar una temática gay en la que trabajaron ambos. Como sucede en la obra A Buenos Aires, la que está presentando en el Astros, el tango es un elemento constitutivo de este señor criado y nacido en el barrio de Chacarita. En sintonía con su universo musical, el reconocimiento mutó hacia el sonido del bandoneón del gran Rodolfo Mederos. “En las actitudes humanas hay dos columnas: la A y la B. En la A están los hombres que tiene amor por lo que hacen. En la B, los que son diferentes. Están los que tienen coraje y, en la otra, los cobardes. Están los hacen las cosas con convicción mientras que los otros lo hacen por oportunidad, por oportunismo. Héctor Alterio pertenece a la letra A. Gracias Héctor”, dijo mirándolo a los ojos antes de hacer sonar su bandoneón. Adriana Varela, a su estilo, fue bien directa. “Es un cacho de mi vida, de mi historia”, y le cantó a la familia del actor un tema de Homero Manzi.
El ministro de Cultura Tristán Bauer cumplió con lo formal entregándole a este señor de enorme talento una placa de reconocimiento. “Conmemorando los 40 años de democracia, quiero que sepas que te debemos muchísimo, que sos parte de nuestra historia, de nuestra memoria; y que estás siempre en nosotros”, dijo ante una nueva ronda de aplausos.
Como es costumbre en este maestro de la palabra, de la misma manera a cuando le entregaron en España el Premio Goya de Honor y cuando se topó el viernes pasado con esa platea que no paraba de aplaudirlo, él se llama casi al silencio. “Solamente puedo decir gracias, decir cosas como que no me lo merezco. Vuelvo a insistir: muchísimas gracias, ¿qué más hay después de gracias?”, dijo como mirando a cada una de las personas que lo aplaudían emocionadas.
Tras cartón leyó una carta en la que se recordaba de chico, en la que agradeció a sus compañeros de trabajo, a los directores que le permitieron meterse en diversos personajes y a su familia “que me acompañan en esta larga partida. Han pasado 93 años y los recuerdos se mezclan, se agolpan, se distorsionan. Veo a un muchachito flaquito y narigón andando en bicicleta por el barrio de Chacarita que encontró un modo de hacerse lugar en esta vasto mundo haciendo que la gente se divierta haciendo payasadas. Así fue como los personajes me ayudaron a encubrir mi timidez”.
Recordó su paso por el movimiento Nuevo Teatro y su propia convicción de que la revolución debía venir de la mano de cultura. “Mi partido político fue el teatro”, aseguró ante un impresionante silencio que toma cuerpo cuando habla un maestro. Y, claro, recordó al poeta León Felipe, el mismo que enaltece y alumbra actualmente en el teatro de su amada avenida Corrientes. “Hoy nos enorgullece poder decirle al mundo que madres, abuelas, hijos y nietos lucharon y lo siguen haciendo por la justicia y la memoria. En nuestro país, tan lleno de contradicciones, ese eje es el hito más importante que podemos mostrar al mundo. Así pasaron mis 93 años. Estoy contento con lo que he vivido”, dijo antes de decir, nuevamente, gracias en medio de merecidos aplausos para esta persona clave de la cultura argentina.
Fuente: Alejandro Cruz, La Nación