Es inagotable el derrotero y apasionante la historia que escribe la obra más popular del repertorio desde hace casi un siglo y medio; piedra de toque de toda bailarina clásica, vuelve al Teatro Colón.
Con las ínfulas de su vanidad a flor de piel, el director de una ficticia compañía de ballet de Nueva York (Vincent Cassel) observa un ensayo donde su ascendente estrella (Natalie Portman, en la actuación que le dio un Oscar en 2011) prepara el rol más emblemático del repertorio clásico.
Sin eufemismos, cuando ella se acerca a recibir sus correcciones, él la presiona: “Sabía que el Cisne Blanco no sería un problema. El verdadero trabajo será tu metamorfosis en su gemela malvada. Preparate para morder”. A partir de entonces, la película El cisne negro toma el sinuoso camino de un thriller psicológico, abrazando los peores estereotipos del mundo de la danza, pero usa como motor de la narración el desafío que significa para una bailarina interpretar a la vez los dos roles protagónicos de El lago: Odette y Odile. ¿Por qué cree el coreógrafo que la transformación de Nina no es suficientemente buena? ¿Qué tiene que tener?.
Es sencillo demostrar la popularidad que casi un siglo y medio después continúa teniendo la historia de la doncella hechizada en el cuerpo de un ave a la que una traición la conduce hasta la muerte. Bastaría con declarar a El lago de los cisnes como el afilado ancho de espadas de las taquillas de todo el mundo, se presente en cualquiera de las tantísimas versiones que existen (de la más académica a la más contemporánea, pasando por una en la que todo el plumífero cuerpo de baile está formado por varones). No obstante, cuando se estrenó en Moscú en 1877, había sido un fracaso; no fue hasta que dieciocho años más tarde se retomó la magistral partitura de Tchaikovsky y se encargó a Marius Petipa y Lev Ivanov una nueva coreografía en cuatro actos (dos palaciegos y dos en el bosque donde se ubica el espejo de agua del título) que este ballet tomó una ascendente e ininterrumpida senda de éxitos hasta convertirse en el más célebre. Y pensar que el genial compositor no sobrevivió para saborear la revancha que obtuvieron en San Petersburgo, de una vez y para siempre.
El Teatro Colón regresa al cuento de amor y engaño el próximo martes con la apertura de su temporada de ballet 2023, en diez funciones, todas con entradas agotadas. Serán cuatro repartos, con una particularidad: en tres de ellos, los roles de Odette y Odile recaerán en la misma bailarina –Ayelén Sánchez, Camila Bocca y también en el caso de la invitada estelar, Marianela Núñez, de regreso a casa con el coreano Kimin Kim el último fin de semana de espectáculos–, pero en el otro, el director de la compañía y autor de esta versión, Mario Galizzi, decidió desdoblarlo en dos intérpretes diferentes (Eliana Figueroa y Rocío Agüero). Al fin y al cabo, lo verdaderamente inalterable es que en este duelo entre el bien y el mal (tema que atraviesa transversalmente la programación del teatro este año) siempre habrá dos cisnes fieles a la esencia manifiesta en los dos colores: frágil, inocente, liviano y sutil, el blanco; soberbio, sarcástico, seductor, poderoso, el negro.
¿Qué pasó a lo largo de la historia?
Volviendo al estreno de la versión de Petipa-Ivanov, fue histórica la actuación de Pierina Legnani (Milán 1868-1930) en ambos papeles: el de Odette, la mujer que el hechicero Von Rothbart convirtió en cisne blanco, y la de Odile, la inescrupulosa hija del mago que se hace pasar por aquella para arrebatarle el amor del príncipe Sigfrido y, con ello, la única posibilidad de librarse del conjuro. Suya –de la bailarina italiana– es la primera ejecución de los famosos 32 fouettés, un hit en el pas de deux del Cisne Negro. Esos característicos giros continuos sobre una misma pierna –impulsados por el latigazo de la otra– ofrecen al público una pirotécnica demostración de virtuosismo y, a su vez, cumplen una razón dramática: son la demostración del poder de persuasión que tiene ese camuflaje para lograr el cruel engaño. Si aquella vez fueron o no efectivamente treinta y dos vueltas, ya poco importa: la leyenda las dejó ahí marcadas a fuego en la coda de uno de los dúos más famosos del repertorio.
Tendría que aparecer alguien con la extraordinariedad y el peso específico de Maya Plisetskaya para cambiar ese trompo feroz por un piqué manége y poner, así, su marca registrada en el siglo XX. “El tercer acto, el negro, técnicamente es más difícil. El fragmento más traicionero es la variación. Hay que demostrarles a todos de qué eres capaz. Sustituí los fouettés, donde me faltaba estabilidad –no tenía suficiente escuela– por un vertiginoso círculo de giros”, confiesa la diva en su biografía. Ese capítulo es apasionante: hacia el final, Plisetskaya cuenta que era tal el banquete que proveía su danza que sirvió a los soviéticos para agasajar al mariscal Tito, a Indira Gandhi, al general norteamericano George Marshall… “Lo bailarás para Mao Tse Tung”, le dijeron el 13 de febrero de 1950, y el líder chino se acomodó en el palco imperial. Tales eran las condiciones de seguridad ese día, que Maya tuvo que hacer toda la obra con su tarjeta de identificación personal clavándosele en el pecho, dentro del corset. Pero volviendo a la importancia de la obra, al principio de su texto, expresa sin dudar: “Lago es la piedra de toque de toda bailarina”. Un papel decisivo que, según su propio cálculo, hizo unas 800 veces entre 1947-1977: “es como la fecha de nacimiento y muerte en una lápida”. Le tomaba dos o tres días recuperarse después de cada función, no sólo por la exigencia física y técnica, sino especialmente por su entrega emocional. “A medio gas no se puede bailar el Lago –escribió–. Al acabar el ballet, me sentía vacía, como vuelta del revés”.
Hoy pareciera imposible pensar que Odette/Odile no llevaban los vestidos binarios en la producción de Petipa-Ivanov: la hija malvada de Von Rothbart disfrazada de Odette vestía un tutú de colores sin patrón de plumas. Se cree que Mathilde Kschessinska usó por primera vez un traje negro para ese papel a principios del siglo XX. Alicia Markova (“la Pavlova en miniatura”) abrió camino en hacer la producción full de El lago de los cisnes en Gran Bretaña, en 1934. En Londres, Anthony Dowell creó la propia en 1987, que el Royal Ballet continuó haciendo hasta que en este siglo el joven y tristemente fallecido Liam Scarlett produjo una nueva.
El arte de la transformación
La primera versión coreográfica completa en el repertorio del Ballet Estable del Teatro Colón fue la de Jack Carter, en 1963 (este mayo cumplirá 60 años). Contrariamente a la idea primigenia de Petipa-Ivanov, Carter asignó a dos bailarinas diferentes los roles principales. En el cortometraje documental Trabajo milagroso, de Daniel Pires Mateus, se registra el momento exacto en el que la gran bailarina argentina Olga Ferri, a punto de debutar, ensaya el aleteo del Cisne Blanco con sus brazos característicos mientras que otra figura de esa época dorada, Esmeralda Agoglia, asumía el papel de Odile. En esos días se podía escuchar a Ferri decir despreocupada: “¿¡Para qué voy a hacer también el Cisne Negro si ella lo interpreta maravillosamente bien?!”.
Deslumbrados se manifiestan aún quienes vieron a Ludmila Semeniaka, a fines de los 80, o a Uliana Lopatkina, en la década siguiente. Si bien ambas lo hicieron en la versión de Carter, la primera se alternó con Silva Bazilis (Odile), mientras que la segunda, con el aval del repositor oficial tras la muerte del coreógrafo inglés, rompió con la tradición y fue blanco y negro a la vez.
Si pareciera que la decisión, entonces, recae en la versión coreográfica, y vemos que Petipa-Ivanov concentraba en una misma bailarina los dos roles mientras que Carter lo asignaba a dos artistas diferentes. ¿Qué es lo que hace Galizzi esta vez? ¡Las dos cosas! “No creo que haya una obligatoriedad. Pero una vez que se instala algo, se suele decir: ‘esto es así’. Y no: ‘era así’, ‘no era así’ o ‘puede cambiar’. Hay bailarinas que se desempeñan muy bien en los dos roles, pero la verdad es que con la mayoría pasa como lo que opina el público al final del espectáculo: ‘está mejor en el blanco o me gusta más en el otro’. No vas a encontrar muchos casos en los que la misma sea sensacional en ambos papeles, porque no es igual artísticamente –asegura, y hace una importante distinción–. La gente cree que es más técnico el Cisne Negro, porque se confunde con el virtuosismo, y no es así: hacer una Odette, que tiene una ligazón de movimientos y una musicalidad, es más difícil que lo otro, aunque sea más fuerte. Si yo tuviera que definir qué es técnicamente más importante, decididamente diría que el blanco: primero, por esa entrega emocional al fracaso; y luego, tiene danzas con el brujo, enfrentamientos, un dúo que debe ser como un soplido, los port de bras y un cuarto acto desesperado”.
Fantasía de la luna, la poesía y emoción; desde este martes, la historia vuelve a empezar.
Para agendar
El lago de los cisnes. Por el Ballet Estable del Teatro Colón, en versión coreográfica de Mario Galizzi. Dirección musical, Carlos Calleja, al frente de la Orquesta Estable. Estreno, martes 11, a las 20: función con transmisión por streaming en las redes del teatro y en www.teatrocolon.org.ar
Ayelén Sánchez
Edad: 34 años
Funciones: la noche del estreno, el martes 11, a las 20; el 15 y 19 de abril, siempre con Federico Fernández.
Con más detalles. Desde su debut en 2017, esta es la tercera vez que hace Odette/Odile, un rol desafiante que continúa profundizando en el trabajo de los antagonismos. “Es muy interesante seguir encontrándole a cada rol más detalles y diferencias, tratando de aumentar el contraste en la relación de ambos con Sigfrido, como los movimientos corporales y expresivos, para mostrar aún más la sensibilidad de uno y la crueldad del otro”.
“Hoy me siento más identificada con la fragilidad de Odette”
Referencias. “Tengo imágenes en la retina de Uliana Lopatkina cuando vino al Teatro Colón en 1999″, cuenta Ayelén, que entonces era alumna del Instituto Superior de Arte y participó de esa función. “Su cisne es precioso, inspirador sin dudas”. También recuerda a las figuras locales que actuaron en este ballet, como Silvina Perillo, actual asistente de dirección, con quien preparó la obra en estudio.
Camila Bocca
Edad: 25 años
Funciones: bailará el 12, 16 y 20, con Juan Pablo Ledo como partenaire.
Doble faz. “Más que un desafío –dice la santafesina, consolidada en los roles de principal desde chica–, lo veo como algo muy divertido. Me gusta interpretar dos roles en una misma obra y que además sean completamente diferentes. Odette es puro amor, sutileza, belleza. Y Odile es engaño, egoísmo, ambición”.
“Me gustaría que Odette no se vea débil, creo que es un personaje muy valiente”
Investigación. Camila ve que el doble rol da muchas posibilidades de crear tu propio personaje. Dice: “No miro videos, una costumbre que me quedó de mi maestra, para no copiar. Todo fue escuchar correcciones y dejarme llevar por el personaje, que solo va apareciendo. La investigación es personal. Hay cosas que uno prueba instintivamente al escuchar la música, por ejemplo. Es un proceso de todos los días”.
Eliana Figueroa
Edad: 37 años
Funciones: hace Odette, el 13 y 18, con Gerardo Wyss en el rol de Sigfrido.
Antecedentes. Su primer Lago completo fue como Odette, con la Compañía Nacional que dirigía Iñaki Urlezaga; en 2018, hizo el doble rol en una gira por China (su partenaire era el argentino Matías Santos), con un grupo de bailarines italianos que dirigía María Grazia Garofali: “fueron 27 funciones en un mes”.
“Es interesante para el público ver en una noche a dos bailarinas”
Brazos como alas. ”Para llegar a esta Odette, mi previa fue La muerte del cisne”, dice Eliana, sobre la célebre miniatura coreográfica de Fokin, que no hay que confundir con El lago. “Me sirvió mucho ese trabajo que hicimos de interpretación animal, para el desafío técnico: hay que tener el control de las piernas, resistencia, estar segura de la coreografía y arriba poder lograr esa liviandad, fragilidad y blandura necesarias para que los brazos parezcan alas”.
Rocío Agüero
Edad: 23 años
Funciones: como Odile, el 13 y 18, con Gerardo Wyss en el rol de Sigfrido.
Gran promesa. Es la más joven de los cisnes que protagonizan estas funciones y tiene un notable talento. El año pasado asumió sus primeros papeles como principal: fue Carmen y Clara, en El Cascanueces de Nureyev, e interpretó una encantadora Olga en Onegin. “Tener estos roles es una gran responsabilidad y siempre fue mi sueño”, dice.
“Para mí es un buen inicio para entender el lenguaje que tiene este ballet”
Ser Odile. “Técnicamente es muy difícil –explica–. Se trata de una princesa que simula ser un cisne, pero al mismo tiempo tiene que estar llamándole la atención al príncipe”. Apoya su trabajo en estudio con videos de referencia. “Me gusta mucho Polina [Semiónova], ella está siendo mi inspiración”. Rocío cree que la eligieron para el Cisne Negro porque es una bailarina fuerte en los roles virtuosos. “Esta versión tiene mucho giros y saltos, me puedo desarrollar bien”.
La mirada del maestro, el coreógrafo y el director
Mario Galizzi ocupa en este caso los tres lugares, lo que permite un buen diagnóstico al inicio de la temporada
“Todavía dura la luna de miel”, sonríe Mario Galizzi y revuelve el cortado en la confitería del subsuelo del Teatro Colón. Frente a la mesa de café, donde la conversación se pierde entre plumas de viejos cisnes, en una pantalla se ve en tiempo real lo que ocurre en el escenario de la sala principal: están probando las luces sobre la magnífica escenografía de El Lago de los cisnes, realizada en 2019, para la propia versión coreográfica de Galizzi. Lo de la luna, entonces, causa gracia, porque mientras lo dice se ve el claro en el monitor, pero en verdad lo que persigue esa frase es un efecto tranquilizador: basta con recordar que en 2022, cuando asumía por tercera vez en la historia del Ballet Estable la dirección de la compañía, la convulsionada salida de Paloma Herrera había dejado con toda razón una atmósfera exaltada.
Lo cierto es que aunque el camino esté lleno de desafíos a superar, y un año después de convertirse en tema de interés público aún no esté resuelto el gran problema de la jubilación de los bailarines, hacia adelante aparece una programación de gran nivel, con obras e invitados internacionales, que pone alta la vara del elenco oficial de bailarines más importante del país. Sin ir más lejos, la llegada en pocos días de Marianela Núñez, figura argentina del Royal Ballet de Londres y una de las mejores artistas de la danza en el mundo de hoy, genera mucha expectativa entre los artistas y el público, desesperado por conseguir una entrada.
El maestro –no es este apelativo un exceso de formalidad: para Galizzi, enseñar es la actividad que mejor lo define y la que más satisfacción le da– habla alternativamente como coreógrafo y como director. Y su triple carácter le permite una mirada más integral a la gestión. Por ejemplo, como coreógrafo de este Lago decide romper el molde y alternar la asignación de una misma bailarina o de dos distintas al rol protagónico, y esa apuesta se apoya en un criterio de dirección. “Uno va viendo gente que tiene un progreso. como Rocío [Agüero], que es de las más nuevas, y hay que darle oportunidades. Sé que lo tengo que hacer, que su Cisne Negro va a ser de un grado superlativo, pero no quiero exponerla a hacer los dos. Mi misión para cuidarla es no dárselo”, ejemplifica.
Ferviente defensor de la estabilidad, y convencido de que una reina –como la que precisa en este título– no puede tener 22 años, Galizzi sabe al mismo tiempo que necesita la renovación del plantel para formar y contar con más y nuevas figuras. “Si vos no tenés una jubilación, cuando es muy exagerada la cantidad de gente mayor de 40 años, no podés ir metiendo la gente nueva. La escuela y el talento están, pero lo que no están son los lugares”, explica. “No quiero decir que se resuelva en un santiamén, pero también es una decisión política hacerlo. ¿Es dinero? Pónganlo, es más barato que sostener todo esto. Indemnicen a la gente que no quiere venir, otros van a estar felices de continuar. En este aspecto me siento impotente”, y concluye, optimista. “Lo que hace la compañía es una maravilla, yo me sorprendo mucho”.
Fuente: Constanza Bertolini, La Nación