En «Me alegro de que mi madre haya muerto», la estrella de iCarly Jennettw McCurdy cuenta la dura realidad detrás de los actores y actrices infantiles.
La reciente y exitosa biografía de la actriz, cantante y escritora estadounidense Jennette McCurdy, conocida por su rol en la serie juvenil de Nickelodion iCarly, sorprendió a sus fanáticos alrededor del mundo con un peculiar título que no se espera para las memorias de una estrella infantil: Me alegro de que mi madre haya muerto.
Este libro, que lleva más de 30 semanas encabezando el ranking de los libros más vendidos de no ficción en The New York Times y es furor en librerías alrededor del mundo, cuenta todos los detalles de la dura infancia de la autora, en particular la complicada relación con su madre.
“El ambiente en la casa es como si estuviésemos aguantando la respiración. (…) La fragilidad de la vida de mi madre es el centro de la mía”, escribe McCurdy sobre su madre, diagnosticada con cáncer de mama cuando ella tenía apenas 2 años. Esta enfermedad y la forma en la que su madre se la tomó dictó los primeros años de su vida, pero todo empeoró cuando arrancaron las audiciones para transformar a McCurdy en la estrella televisiva que su madre siempre había soñado.
Trastornos alimenticios, abusos en los sets de filmación (la autora denuncia que desde Nickelodion intentaron sobornarla para que esto no saliera a la luz) y violencia física y verbal, todo esto lo cuenta Jennette McCurdy en sus memorias que, además, sorprenden por su tono humorístico, lejos de toda solemnidad.
Me alegro de que mi madre haya muerto, publicado por el sello Tendencias de Ediciones Urano, cuenta las luces y sombras de las estrellas infantiles y las consecuencias que la fama masiva suele tener en estas vidas que se desarrollan delante de las cámaras.
Así empieza “Me alegro de que mi madre haya muerto”
Portada de «Me alegro de que mi madre haya muerto», de Jennette McCurdy, publicada por el sello Tendencias de Ediciones Urano.
El regalo que tengo delante está envuelto en papel de Navidad aunque estemos a finales de junio. Nos ha sobrado mucho papel de las fiestas porque el abuelo compró el pack de una docena de rollos en Sam’s Club aunque mamá le dijo un millón de veces que la oferta no era tan buena.
Despego —no rasgo— el papel, porque sé que a mamá le gusta guardar un trozo de cada regalo, y si lo rasgo en lugar de despegarlo, el papel no estará tan intacto como a ella le gustaría. Dustin dice que mamá es una acaparadora, pero mamá dice que simplemente le gusta conservar recuerdos de las cosas. Así que no lo rasgo.
Miro a todos los que me observan. La abuela está allí, con su permanente abullonada, su nariz de botón y su intensidad, la misma intensidad que siempre sale a relucir cuando ve a alguien abrir un regalo. Se interesa mucho por la procedencia de los regalos, por su precio, por si estaban en oferta o no. Ella tiene que saber estas cosas.
El abuelo también mira, y saca fotos mientras lo hace. Detesto que me hagan fotos, pero al abuelo le encanta hacerlas. Y no hay quien pare a un abuelo que quiere hacer algo. Como cuando mamá le dice que deje de comer helado de vainilla Tillamook todas las noches antes de acostarse porque no le hará ningún bien a su corazón, que ya está fallando, pero él no le hace caso. No dejará de comer su helado Tillamook ni dejará de hacer fotos. La verdad es que me enfadaría si no lo quisiera tanto.
Papá está allí, medio dormido, como siempre. Mamá le da un codazo y le susurra que no está muy convencida de que su tiroides esté sana, entonces papá, irritado, le dice «mi tiroides está bien» y se vuelve a quedar medio dormido cinco segundos después. Esta es su dinámica habitual. O esto o una pelea a gritos. Yo prefiero esto.
Marcus, Dustin y Scottie también están ahí. Los quiero a todos por diferentes razones. Marcus es muy responsable, muy sensato. Supongo que se debe a que es prácticamente un adulto (tiene quince años), pero aun así, tiene una fortaleza que no he visto en la mayoría de los adultos que me rodean.
Me encanta Dustin, aunque parece un poco molesto conmigo la mayor parte del tiempo. Me encanta que se le den bien el dibujo, la historia y la geografía, tres cosas que a mí se me dan fatal. Intento felicitarle a menudo por las cosas que se le dan bien, pero él me llama marrullera. No estoy segura de lo que significa exactamente, pero por la forma en que lo dice debe ser un insulto. Aun así, estoy segura de que en secreto aprecia los cumplidos.
Después del éxito de iCarly, Jennette McCurdy protagonizó la serie Sam & Cat junto a Ariana Grande, con quien nunca tuvo una buena relación, según afirmó.
Me encanta Scottie porque es nostálgico. Aprendí esa palabra en el libro de vocabulario ilustrado que mamá nos lee todos los días, porque nos educa en casa, y ahora intento usarla al menos una vez al día para no olvidarla. Describe a Scottie a la perfección. «Sentimentalismo por el pasado». Eso es exactamente lo que le pasa, aunque solo tiene nueve años y, por ende, no tiene mucho pasado. Scottie llora al final de la Navidad y al final de los cumpleaños y al final de Halloween y a veces al final de un día normal. Llora porque le entristece que se haya acabado, y aunque apenas ha acabado, ya lo recuerda con añoranza. «Añoranza» es otra palabra que aprendí en el libro de vocabulario ilustrado.
Mamá también está observando. Oh, mamá. Es tan hermosa. Ella no cree que lo sea, y probablemente por eso pasa una hora peinándose y maquillándose todos los días, aunque solo sea para ir al supermercado. Para mí, no tiene sentido. Juro que está mucho mejor sin esas cosas. Se ve más natural. Puedes verle la piel. Los ojos. A ella. En cambio, lo oculta todo. Se unta la cara con un bronceador líquido, se raspa el párpado con un lápiz, se unta las mejillas con muchas
cremas y se aplica muchos polvos. Se carda el pelo. Lleva zapatos de tacón para alcanzar el metro sesenta, porque dice que un metro cincuenta (su estatura real) no es suficiente. Son muchas cosas que no necesita, que desearía que no usara, pero puedo verla debajo de todo eso. Y lo hermoso es quién es ella debajo de todo eso.
Mamá me mira y yo la miro a ella y así es siempre. Siempre estamos conectadas. Entrelazadas. Unidas. Me sonríe como diciéndome que me dé prisa, así que lo hago. Me doy prisa y termino de despegar el papel de mi regalo
Me siento inmediatamente decepcionada, si no horrorizada, cuando veo lo que he recibido como regalo por mi sexto cumpleaños. Sí, me gustan los personajes de Rugrats, pero este conjunto de dos piezas (una camiseta y unos pantalones cortos) muestra a Angélica (mi personaje menos favorito) rodeada de margaritas (odio las flores en la ropa). Y hay volantes alrededor de las muñecas y los tobillos. Si hay algo que podría considerar totalmente opuesto a mi personalidad, son los volantes.
—¡Me encanta! —grito emocionada—. ¡Es el mejor regalo del mundo!
Pongo mi mejor sonrisa falsa. Mamá no se da cuenta de que mi sonrisa es falsa. Cree que el regalo me gusta de verdad. Me dice que me vista para la fiesta mientras empieza a quitarme el pijama. A medida que lo hace, me da la sensación de que está rompiendo el envoltorio en lugar de despegarlo.
Han pasado dos horas. Estoy de pie en Eastgate Park, con mi uniforme de Angélica, rodeada de mis amigos, o más bien de las únicas personas que conozco de mi edad. Son todos de mi clase de primaria de la iglesia. Carly Reitzel está aquí, con su diadema en zigzag.
Madison Thomer también está aquí, con las dificultades para hablar que me gustaría tener a mí, porque me parece sumamente genial. Y también está Trent Paige, hablando del color rosa, cosa que hace en exceso y a menudo, para consternación de los adultos que le rodean. (Al principio no me di cuenta de por qué los adultos se preocupaban tanto por la obsesión de Trent por el color rosa, pero luego sumé dos más dos. Creen que es gay. Y nosotros somos mormones. Y, por alguna razón, no se puede ser gay y mormón al mismo tiempo).
La madre de Jennette McCurdy fue diagnosticada con cáncer de mama cuando la actriz tenía solo dos años.
La tarta y el helado están listos, y yo estoy encantada. Llevo dos semanas enteras esperando este momento, desde que decidí cuál iba a ser mi deseo. El deseo de cumpleaños es el mayor poder que tengo en mi vida ahora mismo. Es la mejor ocasión que tengo para ejercer el control. No menosprecio esta oportunidad. Quiero aprovecharla.
Todo el mundo canta el «Cumpleaños feliz» desafinando, y Madison, Trent y Carly dicen chachachá después de cada verso, y a mí me molesta mucho. Me doy cuenta de que a todos les parece muy divertido escuchar los chachachás, pero a mí me parece que le quita la pureza a la canción de cumpleaños. ¿Por qué no pueden dejar las cosas como están?
Miro a mamá para que sepa que me preocupo por ella, que es mi prioridad. Ella no dice chachachá. La respeto por eso. Me dedica una de esas grandes sonrisas que me hacen sentir que todo va a salir bien. Le devuelvo la sonrisa, tratando de disfrutar de este momento lo mejor posible. Siento que los ojos se me humedecen.
A mamá le diagnosticaron un cáncer de mama en fase cuatro cuando yo tenía dos años. Apenas lo recuerdo, pero tengo algunos flashes. Me viene a la memoria mamá tejiendo una gran manta de hilo verde y blanco, para que pudiera usar cuando ella estuviera en el hospital. Yo la odiaba, u odiaba la forma en que me la daba, o la sensación que tenía cuando me la daba… No recuerdo con exactitud lo que odiaba, pero había algo en ese momento que detestaba por completo.
Me viene a la memoria el momento en el que caminaba por lo que debía de ser el césped de un hospital, de la mano del abuelo. Se suponía que íbamos a recoger dientes de león para llevárselos a mamá, pero en lugar de eso recogí unas hierbas marrones, pegajosas y con forma de palo porque me gustaban más. Mamá las guardó en un bote de plástico de Crayola en el mueble del comedor durante años. Para conservar el recuerdo. (¿Acaso Scott ha heredado su instinto nostálgico de ella?).
Me viene a la memoria el momento en el que estaba sentada en una moqueta azul llena de bultos de una sala esquinera de nuestra iglesia, viendo cómo dos misioneros jóvenes y guapos ponían sus manos sobre la cabeza calva de mamá para darle una bendición sacerdotal mientras todos los demás miembros de la familia estaban sentados en frías sillas plegables dispuestas alrededor de la sala. Uno de los misioneros consagró el aceite de oliva para que se volviera sagrado o lo que fuera, y luego lo vertió sobre la cabeza de mamá, dándole aún más brillo. Luego el otro misionero entonó la bendición, y pidió que la vida de mamá se prolongara con la voluntad de Dios. La abuela se levantó de su asiento de un salto y dijo: «¡Y aunque no sea la voluntad de Dios, maldita sea!», lo cual interrumpió al Espíritu Santo, por lo que el misionero tuvo que volver a empezar la oración.
Aunque casi no recuerdo esa época de mi vida, no hace falta que lo haga. En la casa McCurdy se habla tan a menudo de aquellos acontecimientos que ni siquiera hubiera hecho falta estar allí para que la experiencia se me quedara grabada en la memoria. A mamá le encanta explicarle la historia de su cáncer (la quimioterapia, la radioterapia, el trasplante de médula ósea, la mastectomía, el implante mamario, que estaba en fase cuatro, que solo tenía treinta y cinco años) a cualquier feligrés, vecino o cliente del supermercado que le preste atención. Aunque los hechos son muy tristes, me doy cuenta de que la historia en sí le produce un profundo sentimiento de orgullo. De motivación. Como si ella, Debra McCurdy, hubiera sido enviada a esta tierra para ser una superviviente del cáncer y contarlo a todo el mundo al menos cinco o diez veces.
El papel de McCurdy en iCarly le ocasionó trastornos alimenticios fomentados por su madre.
Mamá recuerda el cáncer como la mayoría de la gente recuerda las vacaciones. Incluso llega al punto de volver a ver cada semana un vídeo casero que hizo poco después de conocer su diagnóstico. Todos los domingos, después de la misa, le pide a uno de los chicos que ponga la cinta de VHS, ya que ella no sabe manejar el reproductor.
—Muy bien, shhhhh. Silencio. Miremos y demos las gracias por cómo está mami ahora —dice mamá.
Aunque mamá afirma que estamos viendo este vídeo para agradecer que ahora está bien, hay algo en él que no me gusta. Me doy cuenta de lo incómodos que están los chicos, y definitivamente lo incómoda que estoy yo. No creo que ninguno de nosotros quiera volver a ver a nuestra madre calva, triste y moribunda, pero ninguno lo dice.
El vídeo comienza. Mamá nos canta canciones de cuna a los cuatro niños mientras estamos sentados a su alrededor en el sofá. Y al igual que el vídeo es el mismo cada vez que se reproduce, también lo son los comentarios de mamá. Cada vez que volvemos a ver el vídeo, mamá comenta que la carga era «demasiado para Marcus», por lo que tenía que salir al pasillo para coger fuerzas y volver a entrar. Lo dice como si fuera el mayor de los halagos. El hecho de que Marcus estuviera angustiado por su enfermedad terminal es la prueba de lo buena persona que es.
Luego comenta lo «bicho» que era yo, pero dice la palabra «bicho» con una mordacidad tan venenosa que bien podría ser una palabrota. Continúa diciendo que no puede creer que no dejara de cantar Jingle Bells a todo pulmón cuando la situación era tristísima. No puede creer que no lo entendiera. ¿Cómo podía estar tan contenta cuando estaba claro que la situación era muy dura? Tenía dos años.
La edad no es excusa. Me siento tremendamente culpable cada vez que volvemos a ver el vídeo casero. ¿Cómo no me di cuenta? Qué estúpida. ¿Cómo no pude percibir lo que mamá necesitaba? Necesitaba que todos estuviéramos serios, que nos tomáramos la situación tan a pecho como fuera posible, que estuviéramos devastados. Necesitaba que no fuéramos nada sin ella.
Aunque sé que los tecnicismos de la historia del cáncer de mamá (la quimioterapia, el trasplante de médula ósea, la radiación) son palabras que evocarán una gran reacción de asombro en quien las oiga, como si no pudiera creer que lo haya pasado tan mal, para mí son solo tecnicismos. No significan nada.
Pero lo que sí significa algo para mí es el ambiente de la casa McCurdy. La mejor manera de describirlo es que, desde que tengo memoria, el ambiente en la casa es como si estuviésemos aguantando la respiración. Como si todos estuviéramos conteniéndonos, a la espera de que el cáncer de mamá regresara. Entre las constantes recreaciones del primer cáncer de mamá y las frecuentes visitas de seguimiento a los médicos, el ambiente en casa está cargado. La fragilidad de la vida de mi madre es el centro de la mía. Y creo que puedo hacer algo para aliviar esa fragilidad con mi deseo de cumpleaños.
Por fin se acabó la canción del «Cumpleaños feliz». Ha llegado el momento. Mi gran momento. Cierro los ojos e inspiro profundamente mientras pido el deseo en mi mente. Deseo que mamá sobreviva un año más.
Quién es Jennette McCurdy
♦ Nació en Los Ángeles, Estados Unidos, en 1992.
♦ Es escritora, guionista, directora, cantante, podcaster y actriz.
♦ Es conocida por su papel en las series juveniles iCarly y Sam & Cat, por el que ha recibido premios como el Teen Choice Awards y el Kids Choice Award.
♦ Me alegro de que mi madre haya muerto es su primer libro.
Fuente: Infobae