¿Cómo digo lo que digo?: Claves para hablar claro

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

La experiencia demuestra una marcada dificultad para construir mensajes claros, tan importantes porque evitan las confusiones.

Algunos motivos: hablar mucho con el riesgo de irse por las ramas. Dar rodeos si el tema es delicado de explicar. Perder tiempo en detalles innecesarios.

Cuando se encara un tema especial, es necesario medir las palabras y observar los gestos de quien escucha para darse cuenta si presta la suficiente atención. No sentir timidez ni pudor de preguntar: “¿soy clara/o?”. Al contrario, a veces, según las circunstancias, conviene repetir lo que se dijo para asegurarse de que fue comprendido.

La mala dicción influye en contra, lo mismo que conversar mascando chicle.

Otro inconveniente: conversar con alguien que inhibe con su sola presencia. En ese caso aparecen todo tipo de torpezas. Se traban las palabras o suenan apuradas, viene la carraspera, la tos… En fin, de ambas partes comienza a respirarse impaciencia.

A hablar claro se aprende. Una vez que el aprendizaje se incorporó brindará múltiples beneficios.

 

“¡Uy, cuánto me cuesta hablar claro!” es una protesta reiterada.

¿Por qué se repite tanto esta peligrosa costumbre que, para peor, provoca el dichoso malentendido?

Veamos algunos de los inconvenientes más comunes: doy muchos rodeos, no economizo palabras y me enredo con ellas, pierdo tiempo explicando detalles innecesarios.

Tengamos en cuenta, además, los inevitables flashes internos. Me refiero a esos pensamientos fugaces que se entrecruzan en nuestra mente, como si estuviéramos sintonizando varias emisoras de radio a la vez. Reacciones propias de esa pésima manía de autosabotearnos.

Entonces cuando abro la boca, sueno balbuceante, taartamudeo, pierdo la tan necesaria síntesis… Todo mal, en vez de aclarar oscurece.

A menudo, por más que llevemos el discurso aprendido, ensayado, la sola presencia de la otra persona dispara emociones que impiden ser breves y claros. Dupla básica del lenguaje verbal para sostener una comunicación fluída y lograr que nos escuchen.

Si deseo interactuar con buen resultado, necesito aprender a gestionar las emociones. Somos seres vulnerables, inseguros, con niveles fluctuantes de autoestima y enorme temor al rechazo.

El estado de ánimo influye en el modo de comunicar. Si advierto tensión, incomodidad, actitud dispersa en el momento de conversar, alcanza y sobra para reconocer que convendría cambiar mis conductas por otras más positivas, más firmes, más estables.

Una práctica eficaz que suma puntos: darme cuenta si soy capaz de economizar palabras y así evito los argumentos confusos. Si logro ponerme en el lugar del otro/a quien, probablemente, también está soportando sus propios flashes internos o no puede evitar la dispersión.

Como ven, comparto ejercicios útiles, sencillos, eficaces. Y si se efectúan metódicamente, está probado que los resultados son excelentes. Lo mismo que no sentir vergüenza de preguntar: “¿estuve clara?”,“¿estuve claro?”

Gesto que se agradece.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

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Propongo encuentros aptos para todo público, a quienes desean mejorar su capacidad de comunicarse de un modo eficaz y no violento.

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