En la pizarra se leía “Esta noche Patricio Rey sortea una mujer”. Era la noche under (los nochentas se diría) y el lugar se llamaba El Depósito, pegado a la redacción de la revista El Porteño sobre la calle Cochabamba, en el corazón de San Telmo. Quienes se aventuraban al varieté recibían un número como de kermese cuya posesión cobraría sentido hacia la mitad del concierto del grupo que había que salir a ver entonces. En ese 1984 donde la sombra de la dictadura se proyectaba contra el telón social, el monologuista tenía el aspecto de un investigador privado alcohólico y era el responsable de extraer el número del sorteo fake de la “ninfa” directamente desde su bikini. Enrique Symns tenía que ver entonces con el grupo de La Plata que se convertiría en la década siguiente en una banda de culto de masas y con la revista que era el único medio que se abismaba en los nuevos aires de la ciudad. Periodista gonzo al estilo de Hunter Thompson, narrador y malandra confeso, Symns murió hoy abandonando un cuerpo que nunca se cuidó de castigar. Tenía 77 años, más de diez libros publicados, dos obras de teatro y un perfil inconfundible. Dos matas de pelo arrancadas del cráneo como pasto quemado y la mirada del mismísimo diablo.
Nacido en Lanús el 22 de diciembre de 1945, Symns conectó con la Buenos Aires del underground luego de dar vueltas por Países Bajos (entonces Holanda), España y Brasil. Escribía crónicas cuando no eran el género periodístico mimado por los concursos y las editoriales en revistas como Eroticón (temas que no podían llegar a las grandes redacciones: el sexo en las cárceles) pero lo suyo iba más allá del celebrado destape. Con el lanzamiento de Cerdos & Peces (“la revista de este sitio inmundo”, se autopercibía en la tapa), Symns pasó del nuevo periodismo de El Porteño al activismo o la militancia nihilista. Su publicación era un trompada al ojo en los pocos kioscos que la distribuían y entre sus colaboradores contaba nada menos que con la pluma de Carlos Solari (Indio). Cerdos & Peces tuvo varias reencarnaciones como Symns las siete vidas de un gato callejero. Aquí en Buenos Aires, en Santiago de Chile donde se radicó cinco años con su compañera Vera Land o en Necochea donde vivió la temporada del infierno reservada a los poetas malditos.
En la voz de Luis Ziembrowski la edición digital de la revista Orsai tiene posteado un cuento con el que Symns prologa su vida que es la puesta en la realidad de una biopic. Se llama “El rey de los helados” y dice: “No hubo transición. La adultez fue una ropa que me pusieron como si fuera un presidiario; nunca dejás de ser niño, te obligan a dejar de serlo. El asesinato de la infancia se comete en los colegios y los maestros y profesores son los especialistas en cometer ese crimen. Mis padres jamás me enviaron a la escuela. No hice primaria, ni secundaria, ni universidad. Pero igual me dañaron severamente al mudarse de un pueblo a la ciudad. Compraron un departamento en Barracas y dejamos Monte Grande donde yo había vivido los trece años más mágicos, misteriosos y esquizofrénicos de mi vida. Me escondieron en el último cuarto, el más pequeño, y para protegerme de ese horror que son las paredes de un edificio comencé a desarrollar mis tácticas obsesivas (las sábanas y las frazadas no podían tocar el piso, los cordones de las zapatillas no debían en modo alguno tocar el piso y la puerta del ropero debía estar siempre cerrada)”.
De ahí en más la larguísima y escabrosa aventura que terminó ayer.
Fuente: Fernando García, La Nación