El calor es tan agobiante sobre la costa del Riachuelo contaminado como lo es para casi una veintena de intérpretes extranjeros que cantan sobre 80 toneladas de arena, en medio de reposeras, lonas, bolsos y pelotas inflables, junto a decenas de extras locales dentro de Colón Fábrica, el enorme galpón que aloja también en La Boca escenografías de óperas como Aída o Rigoletto. “¿A dónde vas?”, le pregunta una señora que toma mate a un nene, mientras otros dos juegan a tirarse un globo terráqueo inflable. Un tercero, de menos de dos años, celebra con un grito.
La adolescente en bikini que no despega la vista del celular, el grupo de jóvenes que juegan al tejo y el de sombrero que llega con una bicicleta también fueron convocados por Rugilė Barzdžiukaitė (dirección y escenografía), Vaiva Grainytė (guión) y Lina Lapelytė (música y dirección musical), las creadoras deSun & Sea. Una instalación-ópera-performance ganadora del León de Oro en la Bienal de Venecia en 2019, curada por Lucía Pietroiusti –fundadora del proyecto Ecología general en las Serpentine Galleries de Londres- que se consagró como el mejor pabellón al representar a Lituania en la biennale.
“Los artistas son como profetas: tiran mensajes al océano en una botella”, dijo esta última a LA NACION, mientras observaba el ensayo general desde el andamio donde se ubica también el público. Hay cierto riesgo de muerte real además del que evoca en forma sutil el guion de la obra, con alusiones al cambio climático. “En una función a alguien se le cayó un paraguas”, advierte Pietroiusti en perfecto español. De origen italiano, planea ir a visitar un par de días a su amigo Adrián Villar Rojasen Rosario.
Al igual que las creadoras de la pieza, ella no se identifica con el “artivismo”. “Me considero diplomática -aclara-, creo en la transformación de las instituciones desde adentro. Es importante que las instituciones artísticas se dediquen también a problemas ambientales, porque el arte puede convertir un dato científico, algo complejo y abstracto, en una sensación física”.
Tan palpable como las gotas de sudor que caen por el cuerpo, mientras uno de los intérpretes canta en inglés: “Mis párpados están pesados,/ Mi cabeza está mareada,/ Cuerpo ligero y vacío,/ No queda agua en la botella”. Minutos después, se oye otro lamento: “Todo está descoyuntado:/ El comienzo de mayo trajo heladas y nieve/ Y el invierno nos regala brotes y setas…/ Verás, tuvimos Navidad en nuestra casa de Campo, / Pero este año, no hubo heladas, ni nieve,/ ¡Parecía que podía ser Semana Santa!”. Y casi al final de la función, que dura una hora: “Lloré mucho cuando me enteré de eso/ los corales se habrán ido./ Y junto con la Gran Barrera de Coral/ el pez se extinguiría/ Desde tiburones hasta los alevines más pequeños./ Lloré mucho cuando aprendí abejas/ están cayendo masivamente del cielo,/ Y con ellas toda la vida vegetal del mundo/ morirá”.
“En algunos lugares del planeta estos problemas son conceptuales, se refieren al futuro. Pero en otros son materiales, del presente, y provocan migraciones”, observa la curadora de 38 años, en su primer viaje a la Argentina. Para conocer la escena local, al igual que Pietroiusti, Grainytė también recorrerá el país: planea visitar en unos días Puerto Iguazú y El Calafate. Y mientras Lina Lapelytė va de un lado a otro dando instrucciones a los sonidistas, Rugilė Barzdžiukaitė se muestra sorprendida con el galpón de 7500 metros cuadrados que aloja esta puesta en escena. “La vuelve surreal”, opina.
Una buena forma de definir la parada porteña de una gira global que también incluyó presentaciones en Barcelona, Londres, Nueva York, Sidney, Los Ángeles, Lisboa, Helsinki y Santiago de Chile, entre otras ciudades. La trajo hasta aquí Martín Bauer, director del ciclo Colón Contemporáneo, que iniciará este jueves su programación 2023 de la mejor manera.
Para agendar
Sun & Sea, instalación-ópera-performance de Rugilė Barzdžiukaitė, Vaiva Grainytė y Lina Lapelytė en Colón Fábrica (Av. Don Pedro de Mendoza 2163). Del 16 al 19 de marzo, con cuatro funciones diarias de una hora, a partir de las 17. Entrada: $3500.
Fuente: Celina Chatruc, La Nación