Rara Avis, en colaboración con Fundación Sur, edita por primera vez las cartas que se escribían Victoria Ocampo y Virginia Woolf en Correspondencia. Dos figuras fundamentales de la literatura del siglo XX, pero también dos editoras y agentes culturales que reflexionaron sobre las dificultades que debían atravesar las mujeres a la hora de intervenir en el mundo de las letras. En 1929, Sylvia Beach, editora y dueña de la librería Shakespeare and Company en Paris, le recomienda a Ocampo Un cuarto propio, de Woolf, y le dice: «Estoy segura de que con este libro sueña usted».
Cinco años después, Victoria y Virginia se verán por primera vez en una muestra del fotógrafo Man Ray en Londres. El encuentro, detallado en el prólogo de Correspondencia, es gracias al escritor Aldous Huxley, amigo en común, y queda registrado en los diarios de ambas: «Yo la miré con admiración. Ella me miró con curiosidad. Tanta curiosidad por una parte y admiración por la otra, que enseguida me invitó a su casa», escribe Ocampo. Por su parte, Woolf anota: «ella es muy madura y rica; con perlas hasta las orejas, como si una gran polilla hubiese puesto racimos de huevos; lleva el color de un durazno bajo el vidrio; ojos, creo, iluminados con algo de cosmético; pero allí nos detuvimos y hablamos en francés e inglés sobre la Estancia, los grandes cuartos blancos, los cactus, las gardenias y la riqueza y opulencia de América del Sur». Woolf ya es una escritora consagrada internacionalmente y Ocampo está dando sus primeros pasos en el campo intelectual argentino, desde allí comienza un intercambio epistolar que durará seis años y que será lo central en ese vínculo amistoso y cultural.
Con traducciones de Virginia Higa y Juan Javier Negri, el epistolario va acompañado de una valiosa reedición del ensayo Virginia Woolf en su diario, escrito por Ocampo y publicado por editorial Sur en 1954, casi imposible de conseguir hasta hoy. La idea detrás de la publicación, la compilación y el indispensable prólogo están a cargo de Manuela Barral, becaria doctoral en Letras y miembro del Consejo de Dirección del Archivo Histórico de Revistas Argentinas. Barral estudia las formas de la autobiografía en Ocampo y piensa en las cartas como un lugar donde la autora despliega, en el ámbito privado, la construcción de una figura pública. Ocampo controla cuidadosamente el desparramo de sus archivos: antes de morir, dona muchas de sus cartas a la Universidad de Harvard, a la vez que decide dejar fotocopias en la Academia Argentina de Letras. «Hay una conciencia de que ese material es valioso», explica Barral, «pero el gesto es doble: al mismo tiempo que decide guardar y conservar ciertas cartas, en los últimos años de su vida quema otro montón de papeles privados (quema, por ejemplo, las cartas de sus amoríos). Qué conserva y qué no da la pauta de qué tipo de figura póstuma ella quiere diseñar y armar. En ese marco, las cartas de Woolf las conserva».
¿Por qué Virginia Woolf? «Mi única ambición es llegar a escribir un día, más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer», le escribe Ocampo en 1935, carta que Victoria decide publicar y colocar al comienzo del primero de sus Testimonios. La decisión no es casual, hacía diez años que Ocampo no publicaba un libro propio, desde aquel debut fallido y criticado públicamente por sus contemporáneos (Paul Groussac y José Ortega y Gasset) que fue De Francesca a Beatrice. Se le criticó justamente el tono autobiográfico de esa lectura de la Divina Comedia e, incluso, la tildaron de atrevida, pedante e inapropiada. Un año antes de la publicación, le escribe a Virginia: «Si hay alguien en el mundo que puede darme valor y esperanza, es usted. Por el simple hecho de ser lo que usted es y de pensar como usted piensa». Virginia responde: «Espero que continúe con Dante, y luego con Victoria Okampo. Hasta ahora, muy pocas mujeres han escrito autobiografías veraces. Es mi forma favorita de lectura (quiero decir, cuando soy incapaz de un Shakespeare, y una muy a menudo lo es)».
La crítica ha leído el intercambio poniendo énfasis en la asimetría entre ambas y es cierto que hay una veneración de Victoria hacia Virginia: «¿Qué representaba ella para mí en aquella época? La cosa más valiosa de Londres. Para ella, ¿qué habré sido? Un fantasma sonriente, como lo era mi propio país», escribe en Virginia Woolf en su diario. «Cuando Victoria lee Un cuarto propio se fascina y Woolf se transforma en alguien a quien quiere acercarse y la empieza a cortejar, es una seducción lo que hace con esos regalos suntuosos que hasta descolocan un poco a Woolf. Victoria era una persona muy avasallante y su deseo la vehiculizaba», explica Barral. A la vez, Virginia no disimula la curiosidad que esa exótica y generosa sudamericana le despierta: «Cuénteme qué hace, con quién se encuentra, cómo es el país y también la ciudad, su cuarto, su casa, incluso la comida y los gatos y los perros y el tiempo que pasa haciendo esto o aquello».
En las cartas se aprecia también un intercambio de pares, a nivel profesional por momentos, y hasta un compañerismo amoroso por otros. «Virginia le da lo que Victoria quería, necesitaba y estaba buscando. La alienta, le dice: ‘vos también podés escribir, y podés escribir sobre vos’», señala la investigadora. Al mismo tiempo, vemos a la Victoria editora y pionera al publicar por primera vez los textos en español de Woolf en Sur y también cómo esa decisión se toma en las cartas y es de mutuo acuerdo: «Creo que el Cuarto es el mejor para empezar. Luego, si quiere otro, tal vez Orlando o Al faro«, le sugiere Virginia, que también tenía sus intereses profesionales en cómo quería que circulara su obra en Latinoamérica.
El ensayo Virginia Woolf en su diario permite también un acercamiento al interés de Ocampo como lectora de Virginia. «De Victoria primero se dice que es oligarca, luego que es mecenas y si tenés suerte que es escritora y feminista. Hay que recordar que además de directora de la revista Sur, ha escrito muchísimos testimonios, su autobiografía y ensayos», apunta Barral. Ocampo realiza allí uno de los primeros análisis feministas de la obra de Woolf a la vez que reconstruye su biografía. «En relación con Woolf, alguien que tan genialmente define la necesidad de un cuarto propio, Victoria puede pensarse a sí misma y pensar muchos de los problemas como mujer que tuvo en el campo intelectual en Argentina».
En la «Carta a Virginia Woolf», que cierra la publicación, Ocampo le escribe sobre el personaje de Un cuarto propio: «Ese supuesto poeta (la hermana de Shakespeare) muerto sin haber escrito una sola línea, vive en todas nosotras. En aquellas que, obligadas a fregar los platos y acostar a los niños, no tienen tiempo de oír una conferencia o leer un libro. A nosotras toca el crearle un mundo en que pueda encontrar la posibilidad de vivir íntegramente, sin mutilaciones».
Fuente:_ Josefina Vaquero, La Nación