PARÍS.- Todo comenzó en una estrecha calle empedrada cerca de la Plaza de la Bastilla. En una pared, un artista fijó un mosaico con la imagen de un marciano de Space Invaders, el legendario videojuego de 1978, hecho con azulejos de baño usados como píxeles.En menos de un año, había pegado 146 mosaicos más, en monumentos, puentes y veredas de la Ciudad Luz.
La policía lo detuvo por primera vez cuando estaba cementando un mosaico sobre el muro exterior de una iglesia. No lo agarraron cuando pegó diez de sus obras en el mismísimo interior del Museo del Louvre.
“Estaba invadiendo el espacio público con un mosaico de un pequeño personaje cuyo rol es invadir”, dice el artista, que usa el nombre callejero de Invader, durante una entrevista en una pequeña galería de París donde exhibe actualmente sus obras. “Así como los grandes artistas encontraron su estilo, yo encontré el mío.”
Un cuarto de siglo después de aquella primera intervención urbana, es casi imposible caminar unas cuadras por París sin cruzarse con un mosaico de Invader. Alcanza con mirar…
Uno de los mosaicos nos mira desde lo alto, encaramado cerca de la punta de la Torre Eiffel. Los ojos plateados de otro centellean desde la fuente de Place du Châtelet, y un monstruo de ojos rojos asoma cerca del Museo Pompidou. Al igual que los edificios de departamentos del arquitecto y urbanista Haussmann y de los puentes que cruzan en Sena, la obra de Invader se ha convertido en una parte esencial de la estética de París. Para los propios parisinos, es una parte íntima de sus vidas, al punto que se han formado cuadrillas de voluntarios que reparan los mosaicos dañados y reemplazan los faltantes. Otros organizan excursiones de fin de semana por toda la ciudad para detectarlos.
El trabajo de Invader sigue siendo técnicamente ilegal y fue el temor a ser arrestado lo que lo llevó a usar un seudónimo. Desde entonces, su anonimato se convirtió en una parte intrínseca de su identidad artística, y solo acepta ser entrevistado si no se menciona su nombre real. Pero el Hôtel de Ville, como se conoce al ayuntamiento de París, usó la obra del artista como imagen para publicitar una exhibición dedicada al arte callejero, y fue la propia alcaldesa, Anne Hidalgo, quien llamó personalmente al artista para pedirle permiso.
“¿Qué va a hacer la policía? ¿Llevarme preso o pedirme un autógrafo?”
“¿Qué va a pasar la próxima vez que la policía me detenga en la calle a las 4 de la mañana?”, dice Invader, que ya tuvo que pasar una decena de noches tras las rejas por vandalismo, aunque nunca fue llevado formalmente a juicio. “¿Qué va a hacer la policía? ¿Llevarme preso o pedirme un autógrafo?”
Sus “invasiones” han llegado hasta las profundidades del Mar Caribe y hasta los 30.000 metros de altitud en la atmósfera terrestre, con un globo blanco, antes de que ese tipo de objetos resultaran sospechosos. En 2019, una copia de su mosaico de Astroboy, cuyo original había pegado años antes en un puente de Tokio, se vendió en subasta por US$ 1,12 millones.
El mes pasado, el astronauta francés Thomas Pesquet le envió un email donde confesaba ser su fan y le ofrecía llevar una de sus obras a la Luna. “De alguna manera, tenía sentido que sus pequeños alienígenas estuvieran allá arriba, observándonos desde el espacio”, dice Pesquet.
Muchos de sus fans adoran la originalidad del concepto del artista, con su mezcla de nostalgia y ominosas presencias. Y además está su inquebrantable tenacidad: Invader ha instalado más de 4000 obras en 32 países, y 1500 de esas obras están en París.
“¿Quién es la encarnación más perfecta de París? ¡Invader!”, dice Nicolas Laugero Lasserre, experto en arte callejero y uno de los cuatro curadores de la exhibición auspiciada por el ayuntamiento de París.
El misterio que rodea al artista es parte del encanto, pero Invader acepta dar algunos detalles de su vida personal: creció en un suburbio de París, hijo creativo de un hogar donde había un cuarto oscuro de revelado, y se recibió en la famosa Escuela de Bellas Artes de la ciudad. Dice estar “cerca de los 50 años”, le gusta nadar y es vegetariano, la única causa que a veces incluye en sus obras. Vende copias de sus mosaicos en exhibiciones y subastas, y publica sus propios libros.
A lo largo de los años, la temática de su obra se ha ido ampliando y ahora incluye referencias históricas y culturales. Algunos de sus mosaicos de París parecen un chiste interno y otros una canción de amor.
En la calle Rue du Louvre esta la propia versión de Invader de La Gioconda junto al cartel de neón verde de la agencia de detectives Duluc, un guiño velado al robo de la obra en 1911. Encima del lugar exacto donde los estudiantes de La Sorbona iniciaron las protestas del Mayo Francés de 1968, hay uno de los invasores de Invader con el puño alzado. Y desde la ventana tapiada de un segundo piso, una elegante Nina Simone mira hacia abajo, donde se encuentra el bar donde solía actuar.
“Soy parte de la arquitectura y el paisaje de París”, dice Invader, que se desplaza por París en scooter para admirar sus propias obras. “Eso me fascina.”
En 2014, el artista creó la aplicación Flash Invaders, donde sus fans compiten por encontrar sus obras desparramadas por la ciudad y las escanean con su celular para obtener puntos de juego. De alguna manera, ese juego cierra el círculo: un videojuego de 1978 devenido en arte material y ahora recapturado por el mundo digital. La aplicación se anticipó dos años al lanzamiento de Pokemon Go y desató una locura en toda la ciudad. Los jugadores más empedernidos planificaban sus noches, fines de semana y vacaciones en función del arte de Invader. Con más de 277.000 competidores, el jugador que actualmente ocupa el primer lugar se llama Matthieu Latrasse.
Latrasse tiene 43 años y su cacería de mosaicos lo ha llevado a incursionar en los callejones medievales y los rincones más oscuros de la ciudad. “Me hizo redescubrir mi propia ciudad, la ciudad donde nací.”
Y cuando los jugadores más fieles y perseverantes empezaron a descubrir que algunos mosaicos estaban dañados o faltantes —por lo general, robados—, de inmediato armaron cuadrillas para restaurarlos y reponer las teselas faltantes. Sorprendido, Invader les envió instrucciones para lo que sus fans llaman “reactivaciones”.
Invader aceptó posar con máscara para una foto frente a una de sus obras junto al río Sena. Allá lejos asoman las torretas de la Conciergerie, residencia de los reyes en época medieval y hoy convertida en prisión.
Al notar que uno de los asistentes del artista estaba limpiando los azulejos del mosaico, una mujer de mediana edad se acerca. Convencida de que se trata de un grupo de fans del artista, la mujer confiesa que también tiene la aplicación en su teléfono.
“Tal vez un día podamos conocerlo”, dice. Invader, que todavía no se había calzado la máscara, le dice: “No creo”.
La mujer asiente con la cabeza y contesta: “Su encanto es precisamente ese.”
(Traducción de Jaime Arrambide)
Fuente: Catherine Porter, La Nación