Después de sacarse las fotos de rigor, en una oficina del Teatro Nacional Cervantes las tres señoras se acomodan alrededor de un mesa en donde se ha servido un té, mate cocido y café. También hay dos platitos. Uno con galletitas; el otro, con frutos secos. “Comé de estas, las castañas, que dicen que son buenas; las almendras son muy duras”, aconseja una a su amiga. Ramona Escalante, María Rojas y Marta Giménez viven en distintas zonas de la 31, ese barrio — o villa, como se quiera — ubicado geográficamente cerca de la centenaria sala, aunque, en verdad, en esta historia parece mostrar dos urbes lejanas y con escasos vasos comunicantes entre sí. Son tres de las once actrices de entre 75 y 85 años que participan de Los nacimientos, la obra de Marco Canale que dirige junto a Javier Swedzky, que abrirá mañana jueves la temporada del Cervantes. Será, seguramente, la primera vez en la historia de este teatro que una obra esté protagonizada por actrices no profesionales.
Ramona, María y Martason parte de una propuesta en la que se articulan datos biográficos, canciones, imágenes pregrabadas, lenguas diversas, imaginarios de una nueva ficción teatral, referencias sobre el mismo proceso creativo, un viaje imaginario y — en paralelo — la reconstrucción de la historia de ese barrio desde su origen en 1930; sus reconversiones, los cíclicos intentos de demolición, conflictos sociales y políticos, promesas incumplidas y su complejo proceso de urbanización. Cada una de esta capas es parte del cuerpo de cada una de estas señoras, predispuestas en todo momento a la charla y que no pueden creer estar debutando como actrices, habitar esos camarines por donde pasaron grandes figuras del teatro que, tal vez, no formen parte de sus recuerdos.Ads by
El encuentro inicial (o la prehistoria de todo esto)
Los nacimientos tiene su historia previa. Se llamó La velocidad de la luz y fue una inquietante propuesta dirigida por Marco Canale estrenada en 2017 en el FIBA. Recorría el interior de algunas casas, las calles de la 31, la capilla de Caacupé y terminaba en la parroquia del Padre Mugica en medio de una gran comilona y música andina. Ese trabajo, con los años, tuvo una versión en Japón, en Suiza y, en poco tiempo, tendrá otra en España. De aquellos primeros pasos ya lejanos en el tiempo, Marta Giménez recuerda una anécdota vivida en la capilla de la Virgen de Rosario de la 31. En aquel momento iban allí varios profesores de manualidades y otros oficios; pero un día la coordinadora les dijo que iba a “venir un muchacho extraño que las quiere conocer y enseñar algo nuevo”. El muchacho extraño era Marco Canale, el creador escénico y audiovisual cuyos trabajos se han presentado en diversos festivales del mundo.
Desde que este creador de una sensibilidad exquisita entró por primera vez a aquella capilla todo indica que empezó algo nuevo en ellas. Marta dice que no tuvo madre, pero sí padre. Se trataba de un señor estricto. Estricto es, claramente, un término poco adecuado. Sin profundizar, recuerda un cuero de vaca, unas velas o de tener que arrodillarse. Pero volvamos a recuerdos luminosos. “Un día llegó Marco a la iglesia. Yo soy muy de la iglesia, es mi vocación. Lo veo a él y me dio confianza. Y fíjese que yo siempre tengo recelo del hombre, me crié así. Pero me dijo que me pusiera a su lado, le hice caso, me dijo que se había confesado, que quería hacer la confirmación y me abrazó”, lo cuenta y se emociona. Marta es la madrina de confirmación de Marco Canale. “Lo quiero mucho, lo cuido mucho. Hizo todo por nosotras empezando de abajito. Yo siempre le digo: ‘Lo que prometés, tenés que cumplir’. Y él siempre cumplió”, agrega esta señora de remera floreada que se levantó bien temprano para ir a la iglesia.
María Rojas es de Oruro, Bolivia. Llegó a la 31 hace más de veinte años por iniciativa de su hija, que ya estaba instalada en Buenos Aires. A ella le gusta cantar. De aquellos primeros tiempos recuerda al “coqueto” y “risueño” de Marco cuando se presentó diciéndoles que quería hacer una obra de teatro con ellas. No le creyó. De todos modos, aquella vez le dedicó una canción que canta ahora. “Bésame, bésame mucho, que tengo miedo a perderte después”, canta casi cerrando los ojos. En aquel primer encuentro, la coqueta y risueña de María terminó bailando un vals.
La otra gran historia detrás de la historias de vida
Ramona Escalante vive desde hace mucho tiempo en la 31. Perón todavía estaba vivo. Como la gran mayoría de los habitantes de esta otra ciudad, ella no es de Buenos Aires. Llegó desde Corrientes con su papá, su hermano y el resto de la familia. “Cuando vinieron los militares me sacaron del barrio, nos sacaron a todos y nos quedamos viendo cómo una topadora tiraba abajo la casa tan hermosa que teníamos. Nos fuimos a Fiorito, cerco de un río mugriento. Mientras estábamos allá mataron al Padre Mugica, un buen padre, él siempre ayudaba a la gente que tenía hambre. Siempre me acuerdo de él. Con los años volví a la 31″. cuenta esta dama de mirada profunda.
Así como Ramona suma sus propios recuerdos sobre la 31, el relato coral va tranzando el complejo rompecabezas de ese barrio que es toda una ciudad. Durante la obra se muestran viejas fotos de la villa en 1930, cuando el lugar era habitado por inmigrantes europeos y se lo llamaba Villa Esperanza, hasta que pasó a ser denominado como Villa Desocupación. Durante Los nacimientos aparecen otros relatos de los años 70, del asesinato de Carlos Mugica, de cuando los militares decidieron “limpiar” a la Villa 31 para el Mundial 78, de las topadoras en tiempos de la presidencia de Menem como otro operativo de “limpieza”. Aquella vez, Ramona junto al padre de Martha Huarachi, otra de las actrices, encabezaron una huelga de hambre con los curas para frenarlo.
La vieja historia de los prejuicios
La Villa 31 siempre fue villa. Pero desde hace unos años, también se habla del lugar como un barrio de Buenos Aires. Ellas hablan de la villa a sabiendas de la estigmatización que pesa sobre ese sector lindante a una de las zonas más aristocráticas de Buenos Aires. “La gente de aquí dicen que somos ladrones y todo eso. Eso es un problema. Cuando hicimos La velocidad de la luz muchos se animaron a acercarse a la villa. Creo que a partir de ahí empezó a entrar otra gente a la 31”, apunta María, protagonista de Los nacimientos, en ese juego constante entre el “acá” y el “allá” de una misma ciudad.
Mucho más cercano en el tiempo, cuando el proyecto de esta obra fue madurando, Canale le aclaró a su elenco que en esta oportunidad iban a tener que ser ellas las que se trasladaran a esa otra parte de la ciudad. Y aunque el viaje entre un sector y otro es de pocas cuadras, en esta otra parte de la ciudad ellas se pierden, se desconocen, les da cierto temor.
La historia del debut teatral
Ninguna de las tres conocía el Cervantes. De hecho, poco recuerdan de haber ido a un teatro antes de convertirse en actrices. Marta Giménez rememora haber ido a ver una obra de teatro de la que se fue apenas comenzó. “Estaba por cantar una chica y me escapé porque a mí ‘el oscuro’ no me viene, me desespera. Me agarró un policía y me preguntó a dónde iba. Yo prendí la luz de mi celular y fue peor: no se podía encenderla porque todavía estaba en la sala, pero fíjese que a mí la oscuridad me desespera”, cuenta riéndose de su debut como público. María estaba aquella vez. No recuerda el nombre de la obra de teatro. Sí recuerda que los actores estaban desnudos. A esta altura del relato ya no se sabe si el problema era la oscuridad o el desnudo.
La historia del pan
Los nacimientos tuvo una previa en 2019 con funciones cerradas a manera de un work in progress. En esa oportunidad, las integrantes de la obra amasaban y cocinaban pan que terminaban compartiendo con el público. Durante la charla, evocan todo eso con especial cariño. Al pasar a la gran sala del Cervantes, esta vez no amasarán el pan en escena aunque sí habrá registro visual de todo aquello. Por lo pronto, sería sumamente complejo repartir pan al público distribuido en distintos niveles de los palcos. De todos modos, deslizan otro posible motivo: “Con el precio de la harina y de la manteca no se puede”.
Lo del pan remite a una ceremonia llamada tantawawas, el pan para los muertos. Durante la obra, Flora Solano, otra de las actrices, explica en quechua que en Bolivia se preparan esos panes para el día de los difuntos, para que las almas regresen de las nieves, de las montañas y visiten sus casas. En aquella oportunidad, Marta hizo un pan con forma de lagarto por una historia suya de chica en la que corría por el campo y se topó con uno. María hizo una muñeca y un cóndor que remiten a su imaginario y a su propia realidad. Como le cuesta hablar de eso, prefiere cantar una copla. Busca un cuaderno de su bolso y empieza por seguir con su dedo esa letra que, a veces, no logra descifrar. En medio del silencio de la oficina del Cervantes cuenta/canta la historia de su padre que murió muy joven y la de su madre que, siendo ella chiquita, partió a La Paz dejándola al cuidado de su tía. Ella fue quien le cortó las trenzas para que nadie la reconociera en el pueblo. La muñeca del pan que amasó en aquella oportunidad remite a un muñeca de madera que le había regalado su madre. La misma muñeca que su tía quemó cuando la descubrió. María, entonces, juntó las cenizas de la muñeca y las escondió en su cama. Y ahí es cuando aparece un cóndor que se la lleva bien lejos, al encuentro de su madre.
Las historias con presentes felices
Como contrapartida al dolor del pasado, lo más bonito que les sucede ahora es estar haciendo teatro, habitar un teatro, perderse en su pasillos. “Aquí tengo amor, cariño, las cosas que necesitaba”, apunta María, la dama de esa trenza que acaricia mientras habla. “Yo no sabía qué era un teatro, no sabía qué tenía que hacer. Acá me enseñaron, acá estoy contenta. Cuando estoy en casa no veo la hora de venir. Acá mi corazón está con todos los cariños”, apunta Ramona Escalante con su bastón en la mano, el mismo que empuña durante la obra mientras suena un furioso tema punk. “Yo me sentía inservible, pero cuando apareció Marco nos abrió puertas, aprendimos muchas cosas. Me siento feliz, parece que lo veo a Dios. Me siento feliz de ser una actriz, no pensaba llegar a esto”, concluye Marta.
En esta parte de la ciudad ellas se pierden. La propuesta, entre otras cosas, parece oficiar de puente, de conducto, de puerta entre un sector y otro. “Los nacimientos busca ser, en medio de todas las contradicciones, la construcción de una fuerza”, dicen sus creadores.
Dos hombres frente a un equipo de once damas
Marco Canale es el verdadero gestor de estas historias cruzadas. A nivel personal, siente que Los nacimientos tiene algo de cierre de un proceso que se inició hace muchos años. En su propia historia, después de estudiar cine en la Enerc partió a España, donde estudió dramaturgia. De ahí, a Guatemala. Estuvo fuera de su país doce años. Luego de ese largo proceso retornó a la Argentina por una crisis familiar y propia. Al tiempo empezó a pensar un proyecto con gente mayor para tratar de entender un poco a Buenos Aires, ciudad en la que se sentía un extranjero. Empezó a dar talleres y uno de esos fue en la 31, con los curas villeros. Ahí le advirtieron algo: podía dictar esos talleres pero no podía seleccionar a los participantes. “Me pareció interesante en términos políticos, tuvo algo de no casting. Luego, cuando hice las distintas versiones de La velocidad de la luz en otros países (Japón, Suiza y, ahora, en España) el que se suma al taller, queda”, apunta en diálogo con LA NACION. Para Los nacimientos se sumaron algunas charanguistas, una de las actrices falleció y otra partió a México. El elenco quedó integrado por las tres entrevistadas y Adelaida Franco, Marta Huarachi, Candelaria Ospina, Roberta Reloj, Paula Severi, Flora Solano, Beatriz Spitta y Francisca Vedia (dos de ellas no son viven en la 31).
En este largo proceso creativo se incorporó el cordobés Javier Swedzky,actor, director, dramaturgo y especialista en teatro de objetos de larga trayectoria internacional que, en varios montajes, integró el grupo El Periférico de Objetos. En un principio, lo contactó Marco con la idea de incorporar títeres en la obra. Pero esa posibilidad, por cuestiones de la misma edad de los actrices, no prosperó y así fue como empezó a tomar la idea de trabajar con figuras de pan que les permite a las actrices indagar sus propias memorias en el marco de una ritual ancestral de la cultura andina. “El trabajar con la harina, con la masa, permitió que aparecieran historias de ellas que fueron armando la obra. Si bien mi incorporación estuvo vinculada con los materiales derivó en este codirección”, señala. Junto con Canale aparecerá varias veces en escena en el transcurso de la obra.
Sea en su primera versión –La velocidad de luz– o en la nueva –Los nacimientos– Canale sabe que un proyecto de este tipo está atravesado por contradicciones, por tensiones que exceden a lo artístico. “Solo se puede crear en el territorio de la contradicción y tratar de que esa contradicción ilumine algo. No hay forma de pararse por fuera. Así como me gusta iluminar esas contradicciones me gusta reparar lo que guardan en común. Hablando mucho con ellas me di cuenta que se perciben mucho menos diferentes a los demás de lo que las perciben a ellas quienes viven afuera de la 31. Cuando se presentó la obra en el marco del FIBA fue a ver la obra un grupo de periodistas jóvenes. Uno de ellos preguntó a una de las actrices si no le daba vergüenza mostrar sus casas. ‘Tengo menos plata que vos pero soy de tan de carne y hueso como vos’, contestó una con total firmeza. En Los nacimientos hay una especie de acto de fe, tal vez un poco ingenio, de pensar que algo se puede comunicar”, señala el director, que supo gestar ambos proyectos junto a dos instituciones públicas, el FIBA y el Cervantes, parte de dos administraciones con distintos colores políticos.
En la óptica de Javier Swedzky, la llegada de la obra al Cervantes –algo imaginado y programado durante al gestión de Alejandro Tantanian– tiene que ver con la idea de establecer puentes. Unos videos con fondo musical de cumbia o polca paraguaya filmados en la misma villa van a sonar en la ostentosa sala inaugurada el 5 de septiembre de 1921 por la española María Guerrero. “No tenemos ganas de resolver las contradicciones, no nos corresponde; pero sí hacemos foco en el encuentro, atravesar la falta de información, los prejuicios y cambiar la imagen que percibimos de la 31″. En ese tren de cosas, aquel muchacho “coqueto” y “risueño” que alguna vez se acercó a la capilla de la 31 para hacer “algo nuevo” se queda con una foto del barrio: “Ellas no son para nada paternalistas cuando se refieren a los problemas de la 31. Hablan del paco o de la violencia mirándote a los ojos. El problema es que la mirada solamente está puesta en esos temas y, lo cierto, es que si vas a la 31 por la mañana te topás con cientos de pibitos en guardapolvos blancos subiéndose a los colectivos para ir a la escuela y eso, lamentablemente, no se ve”.
Para agendar
Los nacimientos, dirección de Marco Canale y Javier Swedzky. En el Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815. Funciones de jueves a domingo, a las 20 (únicamente por dos semanas). Entradas desde 900 pesos.
Fuente: Alejandro Cruz, La Nación