El palacio parecía un espejismo de sí mismo. El agua del canal brillaba bajo el sol, atrayendo mi mirada hacia ella. El opulento edificio dominaba el paisaje, y el paisaje parecía hecho para él.
Me subí a mi bicicleta. Haces de luz estroboscópica atravesaban las estrechas grietas entre los árboles y mis neumáticos aplastaron la grava. Mientras pedaleaba por un camino oculto, las hojas carmesí de los árboles cubrían mi cabeza y los campos abiertos se extendían en la distancia.
No había nadie a la vista. Pero, a poca distancia, dentro de los opulentos salones de baile del Palacio de Versalles, miles de personas pululaban.
Estaba en el Parque de Versalles, el patio de recreo de 800 hectáreas para los reyes, reinas y líderes políticos que conformaron la clase dominante de Francia hasta fines del siglo XVIII.
Versalles fue el centro del poder y la encarnación material de la monarquía absoluta que reinó en Francia hasta la Revolución de 1788-1799. El palacio fue testigo de matrimonios estratégicos y visitas de Estado.
Pero, toda la propiedad se construyó realmente por otras razones: el ocio, con el amplio parque y los cuidados jardines más pequeños utilizados para el placer y el libertinaje.
En los siglos transcurridos desde que se construyó, Versalles se convirtió en uno de los palacios más famosos y visitados del mundo, un sitio que recibe a 27.000 personas a diario.
Pero fuera del palacio hay otra historia, una que se extiende por kilómetros y es casi imposible de recorrer a pie en un día. Es ahí donde, en medio del aire fresco y la soledad, se puede ver otra faceta de la gran visión del magnífico lugar.
“Cuando vas a los jardines, conoces más de la historia de Luis XIV, XV y XVI”, me dijo la guía turística Mara Alfaro Prias. “Versalles es más que las pinturas o los candelabros”.
Distintas ideas
Todo comenzó en 1623, cuando Luis XIII construyó un pabellón de caza en la campiña que rodeaba la pequeña ciudad de Versalles, unos 20 km al suroeste del centro de París. Pero, su hijo, Luis XIV, tenía planes más grandes para los terrenos.
“Luis XIV era un poco arquitecto”, explicó Mathieu da Vinha, director científico del Centro de Investigación del Palacio de Versalles. “En París no pudo realmente agrandar los palacios porque el tejido urbano era demasiado denso… en Versalles fue todo lo contrario”. El rey no solo quería más espacio.
“Luis XIV necesitaba lo que hoy llamaríamos un ‘apartamento de soltero’, es decir, una pequeña casa de placeres… para fiestas divertidas con algunos amigos”, dijo Michel Vergé-Franceschi, coautor del libro Une Histoire Érotique de Versalles. “Entonces, creó Versalles en parte para su placer, para su sexualidad, con jardines asombrosos”.
Cerca de la parte superior del Gran Canal del parque, escondido entre cafeterías y restaurantes, hay un puesto donde los visitantes pueden alquilar bicicletas. Camino a él, el pasado otoño, pasé junto a la Fuente Latona, recogí hojas anaranjadas caídas de los árboles esculpidos y quise saber más sobre los jardines rebosantes de flores y las arboledas románticas. Fueron obra de André Le Nôtre, el jardinero del rey.
“Es un jardín donde nada se deja al azar”, me dijo Hélène Dalifard, directora de comunicaciones del palacio. “La mirada siempre es dirigida hacia un efecto particular. La idea es imaginar el jardín como un museo en el que el visitante cree que está dando un paseo sin rumbo, mientras que en realidad está completamente guiado por los efectos de la perspectiva”.
Cálculo minucioso
Las dimensiones de Versalles y su parque se calcularon minuciosamente para reflejar el Louvre; el Etoile Royale (el mirador en el otro extremo del canal) y la Fuente de Apolo están exactamente a la misma distancia que la Place de l’Êtoile y la Place de la Concorde en París.
Y, la distancia entre la Fuente de Apolo y el Palacio de Versalles es la misma que la distancia entre la Plaza de la Concordia y el Louvre.
Hay ilusiones ópticas, arboledas ocultas y sutiles mensajes alusivos al Sol por todo el parque, el símbolo personal elegido por Luis XIV, a quien se le conoce como el Rey Sol.
Para reforzar esa conexión, la imagen de Apolo, el dios griego del Sol, aparece en fuentes, arboledas y estatuas del lugar. Simbólicamente, Versalles giraría a su alrededor y los jardines serían su escenario.
“Versalles era el teatro del rey”, dijo Vergé-Franceschi, y agregó que Luis XIV incluso escribió un libro sobre la forma correcta de visitar los jardines.
La ruta, que comienza en los escalones superiores del jardín, se lee casi como un manual de instrucciones, con indicaciones precisas sobre dónde caminar, detenerse y qué admirar en el camino.
En 1661, cuando Luis XIV estaba casado con María Teresa de Austria, conoció a Luisa de La Vallière, la mujer que se convertiría en su primera amante oficial. “Ella montaba a caballo por el parque… podía pararse en un caballo sujetando las riendas del animal con cuerdas de seda, y matar un jabalí en el bosque de Versalles con estacas”, dijo Vergé-Franceschi.
Se encontraban, en privado, en el pabellón de caza de Luis XIII en el parque. “Dado que el castillo era demasiado pequeño antes de que Luis XIV lo ampliara, la mayoría de las fiestas tenían lugar en los jardines”, dijo da Vinha.
La primera gran festividad ofrecida en Versalles fue la legendaria Fiesta de las Delicias de la Isla Encantada. Fueron seis días de celebraciones espectaculares, con carruseles, fuegos artificiales y obras del reconocido dramaturgo francés Molière, ofrecidas oficialmente en honor a la madre y esposa de Luis XIV, pero, extraoficialmente, dedicadas a la duquesa de La Vallière.
Un lugar abierto
El parque tiene un aire de exceso y exclusividad, pero sorprendentemente, los terrenos nunca estuvieron cerrados al público. Todo el complejo permaneció abierto, desde el dormitorio del rey (siempre que no estuviera allí) hasta los jardines y el parque.
Hoy en día, Versalles sigue estando siempre abierto al público, y el acceso a los jardines y al parque es gratuito, excepto durante unos días determinados.
“La tradición de la monarquía francesa es que el rey debe ser accesible para sus súbditos, por lo que uno podía ingresar al castillo con mucha libertad bajo la condición de estar bien vestido”, explicó da Vinha.
Queriendo tener un lugar al cual escapar, Luis XIV encargó el Gran Trianón en el extremo norte del Gran Canal en 1670. Aquí fue donde pasó un tiempo con Madame de Montespan, la amante que reemplazó a Louise de La Vallière.
Es una caminata de 30 minutos desde el palacio hasta el sitio, pero está a 5 minutos en bicicleta desde el puesto de alquiler. El Gran Trianón se asienta en un terreno elevado, sus paredes de mármol rosa salmón se doblan en arcos abiertos al paisaje. Es ventoso y bonito, como un pequeño joyero nacido de la nada.
A poca distancia del Gran Trianón se encuentra el Petit Trianon, un palacio que Luis XV encargó para la condesa de Barry en 1758, su amante en ese momento (se suponía que era para Madame de Pompadour, pero murió antes de su finalización).
Finalmente, se le ofrecería a María Antonieta como regalo de Luis XVI en 1774. Pasó la mayor parte de su tiempo allí. La falta de privacidad podría haber sido un factor que contribuyó a la expansión de los terrenos. En Versalles, un palacio no era suficiente.
El aislamiento de la monarquía en Versalles jugó un papel en la Revolución; allí vivían en la opulencia mientras la población francesa se moría de hambre, y cientos de ciudadanos finalmente asaltaron el lugar en 1789.
“Versalles contribuyó a que [Luis XVI y María Antonieta] se desconectaran de la realidad”, dijo Vergé-Franceschi.
Pocos años después de la Revolución, el palacio y sus jardines fueron absorbidos por la República, para ser conservados para el público.
Fuente: Lily Radziemski, La Nación