Durante la ceremonia de premiación que el conglomerado Penguin realizó en Madrid, afirmó que hay que «hablar más de la muerte en general y de la dignidad al morir en particular».
«No sé exactamente por qué he escrito esta novela, creo que se debe a la muerte reciente de personas mayores de mi entorno y también a la estela mortal que dejó la pandemia de Covid en mi país. Sin embargo tengo más claro para qué la escribí, para que empecemos a hablar de la muerte con más naturalidad, con más frescura y hasta con humor», dijo Rodríguez tras conocerse el fallo que lo postuló ganador al premio dotado de 175 mil dólares, entre 706 manuscritos inéditos escritos en español recibidos desde España (296), Argentina (112), México (99), Colombia (81), Estados Unidos (43), Chile (28), Perú (27) y Uruguay (20).
«Creo que el sexo ha tenido demasiado protagonismo al promocionarse como estrella tabú, al menos en Occidente, y me parece que de la muerte se habla incluso menos que del sexo, eso se puede comprobar con la cantidad de eufemismos que usamos cuando alguien muere: pasó a mejor vida, trascendió, está en el cielo. Soy un completo convencido de que cuando menos se habla de algo más daño se forja al interior de uno al esquivarlo. Tenemos que hablar más de la muerte en general y de la dignidad al morir en particular», postuló el escritor peruano, nacido en Lima en 1968.
La novela «‘Cien cuyes’ es una novela tragicómica situada en la Lima de hoy, que refleja uno de los grandes conflictos de nuestro tiempo: somos sociedades cada vez más longevas y cada vez más hostiles con la gente mayor. Paradoja que Gustavo Rodríguez aborda con destreza y humor. Un libro conmovedor cuyos protagonistas cuidan, son cuidados y defienden la dignidad hasta sus últimas consecuencias», dice el fallo que leyó la escritora argentina Claudia Piñeiro, presidenta del jurado de esta edición, en la ceremonia de anuncio del premio celebrada en la tarde madrileña, mediodía argentino.
«Me da mucha alegría que el premio vaya hoy para Perú, un país donde hay un paro nacional y una marcha de cientos de personas yendo hacia la capital pidiendo derechos y democracia» -dijo Piñeiro después de leer los fundamentos-; y me alegra que el título tenga la palabra ‘cuyes’ -agregó-, una palabra que todos se deben estar preguntando qué significa y que desde Latinoamérica suman a ese español que entre todos hacemos tan rico».
Una palabra, además, que en este libro da cuenta de «una contraposición entre lo súper regional y lo absolutamente universal», como las inquietudes ante los cuidados de una ancianidad que se acrecienta en años pero no en calidad de vida, destacó la editora y traductora argentina Carolina Orloff, una de las cinco integrantes del jurado que falló a favor de «Cien cuyes», libro que estará en las librerías a partir del próximo 23 de marzo.
A propósito del título, Rodríguez destacó que «el cuy, este roedor simpatiquísimo que se conoce como cobayo o conejillo de indias que tenemos la costumbre de criar y comer en Perú, tiene una simbología enorme: fue la principal fuente de proteína en este territorio antes del mestizaje, antes de que llegaran los españoles a esta región, por eso me alegro cuando supermercados pitucos, pijos como decimos nosotros, empezaron a venderlo, por fin el abrazo entre dos culturas que se ven con suspicacia a veces y las más de ellas con violencia, como está ocurriendo con las protestas en el país ahora».
«Quisiera aprovechar el título, también, para hablar del día especialmente difícil que está viviendo hoy mi país y Lima, mi ciudad, donde miles ciudadanos de regiones apartadas de la capital están viniendo a protestar por lo que consideran una vida de inequidad y ninguneo, hartos de políticos poderosos que sólo ven sus propios intereses. La palabra cuy, en mi país, y especialmente en los Andes, es de uso extremadamente cotidiano, me alegra que al menos el título ayude a visibilizar una gran cultura», porque «la división clasista entre Occidente y lo originario es la gran tragedia de mi país y de casi toda Latinoamérica. Que la literatura sirva para ir cerrando esa grieta», deseó Rodríguez.
«Cien cuyes» está protagonizada por Frasia, una madre mestiza con problemas económicos, y los ancianos que ella cuida. Frasia busca juntar el dinero que necesita para comprar diez conejillos de Indias, porque su tío le decía que eso le permitiría «empezar una nueva vida» y sostener con menos estrecheces a su hijo Nico. En esta novela «se dan la mano la soledad y el encuentro, las diferencias de clase y la capacidad de empatizar por encima de ellas, la incertidumbre ante el futuro y la tercera edad, el final de la familia y la dependencia», indica la sinopsis editorial, y, por encima de todo, «planea sobre la necesidad humana tan esencial de encontrarle un sentido a la vida».
«Nos has hecho reír mucho y emocionar mucho, creo que cada uno de nosotros encontró algún lugar de empatía con el relato y eso nos dio muchas satisfacciones como lectores que espero que se trasladen a los próximos lectores», dijo Piñeiro; en tanto que Orloff le agradeció «la risa», eso de «traer el humor al centro de la cuestión cuando estamos lidiando con cosas tan fuerte y delicadas como la muerte y la empatía con quien tenemos al lado».
«Es que sin humor no se puede entrar en estos temas -respondió el escritor-, es impresionante, en esta época de la caducidad adelantada, cómo a la larga convertimos a las personas en objetos, así como a los objetos los ponemos en depósitos cuando ya no nos sirven, ‘entre comillas’, temo mucho que eso se esté trasladando al ser humano. Era parte de los temas que quería tocar en esta novela, pero es algo tan desagradable que si no le entramos a través del humor genera rechazo», aseguró.
Otra de las cosas «más impresionantes del libro -destacó otro miembro del jurado, el escritor y periodista español Javier Rodríguez Marcos, coordinador de la sección literaria de Babelia-, es el tratamiento del cuerpo, a veces es muy difícil hablar de lo que pasa en el cuerpo y hacer de eso literatura, y en ‘Cien cuyes’ éste es uno de los grandes hallazgos», una novela, además, «que hace una muestra de ternura sin caer en la cursilería, con un humor negro muy fino».
«El humor ha sido una salida para sobrevivir y en la literatura esa faceta me sale naturalmente -explicó el autor-. Lo que tuve que aprender a lo largo de la vida fue diferenciar la humorada del humor, la ocurrencia más que el humor soterrado y la experiencia es la que enseña. Ahora no me quita el sueño que alguien diga que mi novela lo ha divertido, menos cuando me enteré que un día alguien encontró a Stendhal muriendo de risa en la calle y era por el Quijote».
De hecho, «el uso del humor negro ayudó a contrarrestar la cursilería, porque hablar de la muerte, de los recuerdos solitarios de ancianos que cursan el último tramos de su vida, puede ser melodramático».
Rodríguez ha escrito inspirándose en su pasado, en el machismo, en la paternidad, en la incertidumbre y ahora contempla la vejez, la dependencia, la soledad y el sentido de la vida en un texto de su tiempo y de su siglo que desde esa contemporaneidad también trabaja la memoria.
«Esta etapa me encuentra haciendo balance entre lo que me queda por vivir y lo que ya he vivido, creo que en este momento me toca pensar el tramo que viene y en cómo quisiera vivir ese tramo. Imagino que parte de eso impregna esta novela», por otra parte, esta conciencia de que cuando muere una mente un mundo desaparece surge sin querer, aunque de la misma forma en que a un tenista le sale un buen saque sin querer, uno viene practicando con los insumos que le da la vida, en todas mis novelas los personajes recuerdan, la memoria es como el hidrógeno en mi atmósfera literaria», resumió Rodríguez.
Después de que el peruano Santiago Roncagliolo ganara el Premio Alfaguara en 2006, Rodríguez es el siguiente escritor peruano en ganar ese galardón. Nacido en Lima en 1968, tiene entre sus obras «La furia de Aquiles», «La risa de tu madre», «Treinta kilómetros a la media noche», «La semana tiene siete mujeres», «Cocinero en su tinta», «República de La Papaya», «Te escribí mañana», «Madrugada», «Trece mentiras cortas» y libros infantiles y juveniles que se leen en escuelas peruanas. Fue finalista del Premio Herralde y del Premio Planeta-Casamérica.
El Premio Alfaguara de Novela fue creado en 1965 con la intención de difundir la literatura en español. Su primera edición fue en 1965, un año después de la creación del sello que desde 2014 forma parte del grupo Penguin Random House. Se lo entregó hasta 1972 y tras 26 años de silenció resurgió, en 1998, para volver a ser convocado en forma anual.
Entre sus ganadores, además de los dos peruanos, se encuentran argentinos como Graciela Montes y Ema Wolf, Patricio Pron, Eduardo Sacheri, Leopoldo Brizuela, Andrés Neuman, Tomás Eloy Martínez o el chileno Cristian Alarcón, además de grandes escritoras como la mexicana Elena Poniatowska y la colombiana Laura Restrepo.