WASHINGTON.– Como a todo procrastinador crónico, el inicio de año me trae una sensación de angustia: es un momento de balances y de nuevas metas, pero yo sigo con objetivos pendientes del año que se fue.
¿Por qué procrastinamos?
Un estudio publicado en 2022 en la revista científica Nature Communications sugiere que la procrastinación, es decir, la tendencia a postergar, puede ser producto de un sesgo cognitivo: creemos que de algún modo realizar determinada tarea nos será más fácil en un futuro.
“Sabemos perfectamente que en el futuro será igual de horrible que ahora, pero internamente no podemos evitarlo –dice Samuel McClure, profesor de psicología y neurociencia cognitiva de la Universidad Estatal de Arizona–. Es un fenómeno fascinante, una especie de miopía de la que no podemos escapar por más que nos paremos a pensar que es totalmente ridículo”.
Cada individuo es diferente, “aunque la tendencia a la procrastinación es algo que todos enfrentamos en los diferentes aspectos y momentos de nuestras vidas”, sostiene Raphaël Le Bouc, neurólogo del Instituto del Cerebro de París y autor del estudio. “Pero el verdadero mecanismo cognitivo que está detrás de ese sesgo sigue siendo desconocido, y tal vez por eso es tan difícil contrarrestar esa inclinación que nos resulta natural”, agrega.
Durante la investigación, se les pidió a 43 adultos que eligieran entre recibir pequeñas recompensas de inmediato o grandes recompensas más adelante y también entre realizar tareas fáciles en el momento o tareas más esforzadas después.
En cuanto a las recompensas, estudios previos habían mostrado que los humanos tendemos a hacer más impulsivos y a preferir pequeñas recompensas inmediatas, un dato que confirmó Le Bouc. Como dice el viejo dicho: “Más vale pájaro en mano…”
El estudio de Le Bouc también muestra que la gente evita –y al mismo tiempo minimiza– el esfuerzo futuro y prefiere realizar una tarea fácil ahora en vez de una más difícil después, como memorizar 10 dígitos del número Pi en un día y no 20 dígitos para la semana que viene.
Cuando los investigadores hicieron que 27 de los 43 participantes hicieran el mismo experimento conectados a un resonador magnético funcional, en todos esos cálculos de la relación costo-beneficio se destacó la actividad de una misma región del cerebro: la corteza prefrontal dorsomedial.
La actividad de esa región del cerebro pareció combinar la información sobre recompensa y esfuerzo por una tarea: ante tareas más exigidas, mayor actividad neural, y a mayor recompensa, menor actividad neural.
Y cuando nos cuesta decidir porque las opciones son casi idénticas, la actividad cerebral es más intensa que nunca, explica McClure, que no participó del estudio. Eso encaja con nuestra sensación subjetiva de procrastinación: “En ese momento, lo estamos procesando y tratando de resolver”.
Los cerebros proclives a la procrastinación fueron los más permeables a la idea de que realizar una tarea será mucho más sencillo en el futuro.
“Cuando imaginan que el esfuerzo deben hacerlo dentro de un mes, el costo para ellos disminuye notablemente”, señala Le Bouc. Para los no-procrastinadores, el costo disminuye mucho menos.
Cuanto más difícil, más procrastinamos
Para medir la procrastinación de manera más directa en el laboratorio, los investigadores les pidieron a los participantes que eligieran entre realizar tareas a cambio de una recompensa ahora o la misma tarea por la misma recompensa al día siguiente, con la aclaración de que la tarea tendría que ser realizada el día que eligieran.
Como era de esperar, cuanto más esfuerzo demandaba algo o cuanto menos gratificante la tarea, más probable era que los participantes quisieran posponer las cosas.
Lo crucial es que cuanto más minimizó un participante la dificultad de las tareas futuras, más probable fue que decidiera postergarlas.
La procrastinación tampoco es algo que se decide de una vez y para siempre, sino una decisión que se toma repetidamente para posponer la tarea hasta un mañana intangible.
Para evaluar el comportamiento de procrastinación en entornos más reales, los investigadores analizaron al trabajo burocrático.
A los participantes se les informó que para cobrar su recompensa debían completar en sus casas 10 trámites administrativos complejos –como documentos para la renovación del pasaporte y el registro de conducir– y entregarlos completos en un plazo de 30 días. “Los formularios eran realmente muy aburridos”, indica Le Bouc.
Usando los datos de imágenes cerebrales y de comportamiento recolectados previamente, los investigadores pudieron construir un modelo computacional para predecir cuánto tiempo demoraría cada participante en completar el papeleo.
Casi todos procrastinaron en mayor o menor medida y seis participantes nunca entregaron ninguno de los documentos, pero igual recibieron su recompensa.
Tanto en los experimentos conducidos en el laboratorio como los realizados desde el hogar, el grado de procrastinación dependió de hasta qué punto cada individuo creía que en el futuro las tareas serían menos pesadas. Las diferencias en la actividad neuronal de la corteza prefrontal dorsomedial también predijeron la tendencia a la procrastinación de los participantes.
En otras palabras, cuanto más minimiza nuestro cerebro el esfuerzo que implicará hacer algo en el futuro, más probable que decidamos postergarlo.
Cómo enfrentar la procrastinación
Los hallazgos de este estudio sugieren que hay dos formas de abordar la procrastinación, aunque hace falta investigar más el fenómeno.
1) Recordatorios de la tarea. Como la procrastinación es una decisión repetida, lo primero es recordar que tenemos algo pendiente. “Si olvidamos que tarde o temprano tendremos que decidir, obviamente nunca vamos a realizar la tarea pendiente”, dice Le Bouc. Ponerse recordatorios que nos obliguen a reconfirmar con frecuencia nuestra decisión puede reducir la probabilidad de postergar las cosas, añade.
2) Visualizarnos a futuro. Otra opción es combatir de frente el sesgo cognitivo que nos hace creer que una tarea será más fácil en el futuro. Y la manera de hacerlo es visualizar a nuestro yo futuro –el que tendrá que cargar con nuestras facturas impagas, los plazos inminentes y los platos sin lavar– para avisarle que postergar no hace que las tareas sean más fáciles.
Esta técnica conocida como “pensamiento episódico futuro” también se ha utilizado para contrarrestar adicciones o antojos alimenticios.
“Si logramos que esas imágenes del esfuerzo en el futuro sean vívidas y realistas, podemos alterar la ecuación de costo-beneficio que hace nuestro cerebro y ayudarlo a entender que el precio que pagaremos será exactamente el mismo que ahora”, concluye Le Bouc.
Fuente: Richard Sima, The Washington Post, La Nación