Luego de seis años cerrada la Confitería La Ideal, considerada uno de Los Tres Mosqueteros de la gastronomía porteña, reabrió sus puertas. Renovada, con un trabajo artesanal que llevó un largo tiempo, el reducto del microcentro que guarda los recuerdos de las milongas y despedidas de soltero de los porteños volvió después de caer derrotada tras un período final de decadencia que terminó con sus puertas cerradas.
Desde hace algunos días los clientes ya cruzan la puerta de roble del ingreso y se sumergen en la historia de la tradicional confitería fundada en 1912 por el inmigrante gallego Manuel Rosendo Fernández, que puso a su emprendimiento familiar a la altura del Café Tortoni y la Confitería del Molino, los otros dos mosqueteros.
Con la base de sus rasgos históricos, más algunas intervenciones modernas, la restauración de La Ideal, situada en Suipacha 384, estuvo a cargo del arquitecto Alejandro Pereiro, del estudio Pereiro, Cerrotti & Asociados, especializado en proyectos gastronómicos de recuperación patrimonial que también trabajó en la puesta en valor de La Giralda y el Café Petit Colón.
En la planta baja hay espacio para unas 180 personas y, en el primer piso, para otras 160. La confitería propone una carta diaria de desayuno, almuerzo (con menú vegano incluido y para celíacos), el té de las 16, brunch y platos elaborados por el chef Gustavo Nari son parte de la cena. Las opciones nocturnas son más delicadas, con productos como merluza negra, langostinos a la chapa o sorrentinos de cordero braseado. También volvió un clásico del lugar: el vermú preteatro, que era un símbolo.
El hall de entrada fue acondicionado para montar heladeras y exhibidores donde se mezclarán la pastelería moderna con los clásicos, como palmeritas o fosforitos, promoviendo un espacio de venta al paso que también ofrecerá un vino especial elaborado por Catena Zapata para la Ideal (un blend de petit verdot, malbec y cabernet franc), y un aceite de oliva.
Dividido en dos plantas de acceso público y cuatro pisos de elaboración propia, donde se encuentra la sección de fuegos, pastelería, panadería, cocina y lavandería, todo el espacio cuenta con 2000 metros cuadrados. Las cuadrillas de cocina cuentan con 60 personas que trabajan en diferentes turnos, algunas de ellas produciendo los pedidos que se venden por redes sociales. El lugar abre sus puertas a las 7 y funcionará hasta después de la medianoche.
Puesta en valor
La puesta en valor respetó la estructura original del edificio, con algunas modificaciones como el corrimiento de la puerta de ingreso para darle mayor amplitud al hall. En la restauración se mantuvo toda la boiserie (la carpintería), se restituyeron todos los dorados a la hoja con papel de oro, se pulieron las arañas y se restauraron los vitrales y la cartapesta de la cúpula.
Los pisos colocados son nuevos, de mármol, y sustituyeron a las placas de granito que se habían agregado en algún momento. Para el dibujo los arquitectos se guiaron por la intuición y el concepto de los pisos que tenían las construcciones de la época, ya que no contaban con registros fotográficos.
En el fondo del salón están las barras históricas que conservan las piedras y las heladeras. Todo el equipamiento fue restaurado y dotado de elementos modernos.
Además del estudio de Pereiro, Cerrotti & Asociados trabajó la restauradora de obras de arte, Agustina Esperón Ahumada, quien fue la responsable de la puesta en valor de los dorados a la hoja, los muros, las boiseries y las molduras de la cúpula confeccionadas en cartapesta. Los vitrales de la claraboya y de la fachada estuvieron a cargo de María Paula Farina Ruiz, formada en el Centro Internacional de Vitrales de Chartres, Francia.
Fuente: La Nación