“Haga del Ahora el foco primario de su vida. Establezca su residencia en el Ahora y haga breves visitas al pasado y al futuro cuando se requiera, para manejar los asuntos prácticos de la vida.
Diga siempre SÍ al momento presente. ¿Qué podría ser más fútil, más demente, que crear resistencia interior a algo que ya es?
¿Qué podría ser más demente que oponerse a la vida misma, que es ahora y siempre ahora? El momento presente, a veces, es inaceptable, desagradable u horrible. Es como es.
Diga SÍ a la vida y observe cómo ésta empieza súbitamente a funcionar en favor suyo y no contra usted.”
(El Poder Del Ahora, de Eckhart Tolle)
Me cuesta comprender a esas personas que, sobre diversos temas, aseguran: “En mi tiempo era diferente”.
Si la oportunidad me lo permite, contesto:” Tu tiempo es hoy y será así mientras continúes con vida.”
Es natural que las épocas vayan cambiando y las costumbres también. Son otras, distintas. Mientras las personas evolucionan, acompañan los cambios. Algunas, menos flexibles, se resisten. ”En mi tiempo todo era mil veces mejor”. Otro popular latiguillo.
La memoria, casi siempre, rescata circunstancias inolvidables con abuelos y padres que ya no están. Como la larga mesa dominguera, donde se servían tres, cuatro platos de comida y a nadie se le ocurría hablar de dietas o comentar sobre el peligro del colesterol. Simplemente porque eran temas desconocidos.
Aunque las familias tenían sus problemas, algunos muy serios, la evocación es piadosa y prefiere borrarlos, ignorarlos.
Quienes idealizan sus años pasados, es probable que hagan un recorte de aquella realidad. Por caso, no existía la píldora anticonceptiva. Ni la cantidad de vacunas que previenen infinidad de enfermedades mortales o con severas secuelas. Antes del salvador lavarropa existían las sacrificadas lavanderas. Mujeres que se doblaban sobre las piletas llenas de ropa, mientras sus manos con sabañones por causa del agua fría, no paraban de fregar sobre una tabla de madera.
No creo que nadie extrañe los veranos sofocantes apantallándose o buscando un cachito de aire fresco cerca del ruidoso ventilador. Ni los crudos inviernos junto a la estufa a kerosén, cuyo olor era insalubre. Más de un nostálgico lector/a pensará que mis ejemplos apelan al confort, mientras los recuerdos de muchas personas están teñidos de melancolía.
Confieso que es deliberado. Disfrutar de bienestar produce tranquilidad física y espiritual. El estado de bienestar, que no se considera lujo y es producto del trabajo, debería estar garantizado si habitáramos en una sociedad igualitaria. ¿Quién puede rechazar, entonces, los maravillosos beneficios de la vida moderna, que proporcionan una existencia más amable?
Pese al tiempo transcurrido desde el primer trasplante, cuando me entero de que han donado un órgano y lo llevan con urgencia a cualquier lugar del país, donde alguien espera con desesperación, no dejo de emocionarme. Me sigue pareciendo un milagro.
Los argentinos padecemos una debacle económica y moral tremenda. El peso perdió su valor, mantener el trabajo ya parece excepcional y el sueldo no rinde por la galopante inflación. Penurias imposibles de negar. Así y todo, aferrarse a la convicción de que todo tiempo pasado fue mejor, nos inmoviliza. Y, en semejantes circunstancias, es fundamental ser creativos.
Somos ciudadanos emprendedores. Impulsados por las economías adversas, aprendimos a resolver lo que sea con alambre y palito. Aunque cambiar tiene sus bemoles, la opción no es estancarse. Los melancólicos del ayer deben aceptar que ya no existe más el trabajo para siempre. Aquél en el cual varias generaciones tomaban la posta cuando su familiar se jubilaba.
La incertidumbre que provoca darse cuenta de no tener la vaca atada, vuelve a las personas más creativas. Quien sabe germinan nuevas ideas. Por lo tanto, resultaría útil abordar otros conocimientos y arriesgarse a emprender cosas nuevas. El tiempo no para. El tiempo es ahora. Ya.
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Dionisia Fontán
Periodista y coach en comunicación
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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación.
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