Cuando Jorge Bergoglio era el arzobispo de Buenos Aires y aún no había sido designado Papa paraba en una esquina del microcentro a tomar café y charlar con los parroquianos, en ese sitio donde también ocurrió el primer cónclave que terminó en la fundación del Club Atlético Independiente. Esa es la historia que repiten una y otra vez quienes hoy están a cargo del bar Cabildo de Buenos Aires. También alardean de otros relatos, pero vinculados al tango y a sus referentes, el personal de El Boliche de Roberto, en Almagro.
Esos dos locales tienen, los dos por igual, fundamentos históricos para ser parte de los espacios gastronómicos que representan parte de la cultura porteña. Por esa razón fueron los últimos dos sitios en ser incorporados a la lista selecta de Cafés y Bares Notables, que se hará oficial en las próximas semanas, junto a otros 75 distribuidos en toda la ciudad.
El listado fue cambiando a lo largo de los años y llegó a contar con 86, pero muchos de ellos se fueron bajando por haber cerrado o por dejar de cumplir con ciertas normas del protocolo establecido por la Comisión de Protección y Promoción de los Cafés, Bares, Billares y Confiterías Notables de la Ciudad.
La comisión, formada por integrantes de los poderes Legislativo y Ejecutivo y miembros de las cámaras empresariales del rubro, tiene la potestad de nombrar, de oficio, a los bares o cafés de la ciudad, pero la catalogación también puede ser solicitada por los responsables de esos lugares, como ocurre habitualmente.
Antes de la pandemia, en 2019, se oficializó la última resolución y desde ese tiempo hasta hoy no hubo nuevos nombramientos. Según fuentes de la comisión, en la última reunión fueron admitidos el bar Cabildo de Buenos Aires y El Boliche de Roberto (que ya había sido declarado como tal, pero dejó de serlo por razones administrativas), aunque aún no hay una resolución ministerial que lo respalde. Se espera que la documentación se emita antes de fin de mes y también para ese entonces se haga el anuncio.
“Ya tenemos una declaración de Sitio de Interés Cultural otorgada por la Legislatura en 2019, pero pedimos la de Bar y Café Notable por la antigüedad y la historia del lugar. Acá se fundó el club Independiente en 1904 y el Papa venía siempre por la cercanía de la Catedral. Hay mozos trabajando desde los años 70 y el cafetero desde 1982. Tenemos mucha historia encima”, relata Maximiliano Huerga, gerente de Cabildo de Buenos Aires.
El bar de Perú e Hipólito Yrigoyen, frente a la Legislatura porteña, se encuentra en un edificio de 1900 y el local, en sus inicios, fue una tienda de ropa masculina cuyos propietarios eran ingleses y se dedicaban a comercializar telas. En 1936 se convirtió en la Cafetería Paulista, nombre que perduró durante 20 años hasta que se modificó a Los Dos Cabildos. En los setenta tomó el nombre actual.
La historia está presente en el salón y recuerda los hechos salientes que allí ocurrieron. Un mensaje en un pergamino encuadrado recuerda la fundación del Club Atlético Independiente. “En este solar se alzó, entre 1900 y 1910, la gran tienda de Londres en la cual trabajaban los ocho jóvenes que el 4 de agosto de 1904 decidieron reunirse para darle vida al club Independiente. Vaya nuestro recuerdo y homenaje para aquellos pioneros: Rosendo y Marcelo Degiorgi, Luis y Nicolás Bassou, Antonio y Nicolás Cabana, Fernando Aizpurú y Juan Ipart”, dice el mensaje.
El bar tiene una presencia más política. Por la cercanía con la Legislatura es uno de los elegidos por los diputados porteños para desayunar, almorzar o armar reuniones de trabajo. “Acá vienen todos los partidos políticos, se juntan los radicales, peronistas, socialistas. Se juntan en buena onda, a comer y relajarse, las discusiones las dejan afuera”, indica Huerga.
Otra impronta tiene El Boliche de Roberto, en Bulnes 331, en el corazón de Almagro, abierto desde 1893 aunque con el nombre de 12 de Octubre. Allí es una institución con un sentido de pertenencia muy fuerte para el barrio. Todas las tardes, un grupo de parroquianos se juntan a jugar al truco como lo hacían con Roberto, el dueño del lugar, que falleció hace algunos años. El tango es infaltable, una condición para acompañar las rondas del juego y los vasos con Hesperidina, Campari o Fernet con soda y limón.
“Tenemos una clientela muy fiel, viene gente desde hace 40 o 50 años, aunque también nuevas generaciones de clientes frecuentes y gente más joven que se va integrando al bar, que le atrae un bar con un estilo muy característico del tango”, cuenta Federico Galaz, el encargado del local.
“Muchos son clientes del barrio, pero también gente que viene hasta de provincia, de Ramos Mejía por ejemplo, dos veces por semana y solo para estar en el boliche. Vienen acá porque conectaron con el bar. Es una cuestión casi mística porque el lugar es muy cultural y emblemático. Hay una situación de amistad entre los clientes aunque lleguen solos. Se sienten parte de la casa. A cada persona que llega le explicamos la historia y les presentamos a los otros parroquianos”, explica a modo de manifiesto.
Al igual que otros bares y cafés notables, El Boliche de Roberto sintió el efecto de la pandemia y terminó cerrando por algunos años, como ocurrió con muchos espacios gastronómicos que no lograron superar el momento. La reapertura llegó con la posibilidad de volver a integrar el listado del que alguna vez había sido parte.
“La declaración nos abrirá la puerta a muchas más personas porque hasta hoy era muy de boca en boca. Ahora estamos en una lista oficial, creemos que habrá mucho turismo que se acercará a preguntar por El Boliche de Roberto”, señala Galaz.
La declaración que llegará en las próximas semanas resulta un empuje aún mayor para todos aquellos reductos que están fuera del circuito turístico. La mayoría de los bares y cafés notables se concentran en el microcentro y en el caso histórico y para los que están alejados de ese recorrido, pertenecer a un listado oficial al que pueden acceder visitantes extranjeros y argentinos significará un valor agregado a sitios como El Boliche de Roberto, a pesar de la clientela fiel que no lo abandona.
Fuente: Mauricio Giambartolomei, La Nación