La Argentina, en la gran mayoría de los casos, no da buenas noticias cuando el foco se pone en la educación. Un informe del Centro de Estudios de la Educación Argentina (CEA) de la Universidad de Belgrano (UB), realizado a partir de las cifras publicadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en “Education at a Glance 2022″, muestra que los estudiantes argentinos pasan menos días en la escuela que el promedio del alumnado de los 35 países de diferentes regiones del mundo involucrados en el estudio. Por ejemplo, al terminar el nivel primario, un alumno de Brasil habrá pasado 192 días más adentro de un aula que sus pares argentinos. Sin embargo, los especialistas consultados advierten que más horas dentro del aula no garantizan mejor calidad educativa. De hecho, en ese país hay fuertes críticas a los resultados en Educación.
A nivel local, la ley 25.864, sancionada en diciembre de 2003, establece que “un ciclo lectivo anual” debe tener, al menos, 180 días efectivos de clase. Eso rige para los establecimientos educativos de todo el país en los que se imparta Educación Inicial, Educación General Básica y Educación Polimodal, o sus respectivos equivalentes.
Si se compara ese calendario escolar formal con el de Brasil, que estable un ciclo lectivo de 200 días por año, durante la extensión del nivel primario completo, un estudiante del país vecino recibe 120 días más de clases que un argentino, equivalentes a más de medio año lectivo. Y si se añaden los días de clase perdidos por diversos motivos, se llega a la cifra de 192 días, lo que equivale a alrededor de un año lectivo completo.
En el informe se observa que la educación primaria en instituciones estatales abarca entre 160 y 203 días obligatorios de clase al año. Japón se encuentra en el primer lugar de la lista, con 203 días, seguido por Brasil y los Países Bajos, con 200 jornadas de clase anuales. En el extremo inferior se encuentran Letonia, con 160, y Francia, con 162 días.
De los 35 países involucrados en el informe, la Argentina está en el puesto 18, si se tiene en cuenta lo establecido por ley. Sin embargo, por diversos motivos, como los paros realizados por los docentes, las tomas en las escuelas por parte de estudiantes, tal como sucedió hace pocas semanas en la ciudad de Buenos Aires, o cualquier otro motivo que genere la interrupción de las clases, los estudiantes argentinos suelen tener, en promedio, 168 días de clase. Con ese número, la Argentina descendería al puesto 24.
Por otro lado, durante la pandemia de coronavirus el gobierno argentino mantuvo las aulas cerradas durante casi un ciclo lectivo completo. Eso, generó una deserción escolar sin precedentes y aún hoy hay alrededor de 550.000 alumnos que nunca retomaron su trayectoria educativa. En su gran mayoría, esos eran alumnos de los últimos años del nivel secundario.
En este contexto, el ministro de Educación de la Nación, Jaime Perczyk, firmó hoy con su par deGobierno y Educación de Neuquén, Osvaldo Llancafilo, un convenio para que escuelas primarias de esa provincia sumen una hora más de clase por día y garanticen un mínimo de 25 semanales. Con la incorporación de Neuquén, ya son 20 las provincias que implementan el programa impulsado por el Ministerio de Educación que suma una hora de clase por día lo que equivaldría a 38 jornadas más de clase por año.
Calidad educativa, lo importante
Alieto Guadagni, director del Centro de Estudios de la Educación Argentina (CEA) de la UB, remarca que según la ley de Educación, la Argentina se encuentra por debajo de la media de los países analizados por la OCDE, con 180 días de clase, al igual que Irlanda y Grecia, mientras que el promedio es de 184 días. “Pero incluso la extensión del calendario escolar de otros países latinoamericanos también es superior a la nuestra, ya que, por ejemplo, no solo Brasil, sino también México, Colombia y Costa Rica dictan entre 190 y 200 días de clase obligatorios en el nivel primario estatal”, indica el especialista.
“Tener un calendario escolar con igual o mayor cantidad de días que el resto de los países latinoamericanos debería ser un primer paso para que nuestros jóvenes no splo comiencen a recuperar el nivel perdido, luego del cierre de las escuelas por la pandemia, sino para que dejen de perder sistemáticamente días de clase, año tras año, en comparación con los jóvenes de otros países, por la simple diferencia de extensión del calendario escolar”, concluye Guadagni.
Por su parte, Guillermina Tiramonti, politóloga e investigadora del Área de Educación de Flacso, no pone todos los reflectores en la cantidad de días u horas que los chicos pasan dentro de la escuela, sino que la especialista hace especial hincapié en la calidad educativa.
“Si un chico en la Argentina está ocho años entre el preescolar y la primaria y no aprende a leer y a escribir, no sirve de nada. La relación entre tiempo y calidad siempre es muy relativa. No es cierto que mientras más horas pase el chico en un aula va a obtener una mayor calidad educativa. Voy a dar un ejemplo trillado, pero en países como Finlandia, los chicos tienen pocas horas de clase y excelentes resultados. Por supuesto, la extensión del tiempo escolar tiene otras ventajas, como que los chicos pasen más tiempo en un espacio educativo. Además, la escuela también los contiene en caso de venir de sectores humildes, pero de ninguna manera eso es garantía de mejor educación”, argumenta Tiramonti.
Sandra Ziegler, directora de la maestría en Educación de Flacso Argentina, también considera que, ante todo, hay que considerar la calidad y los resultados que brinda la constancia en la regularidad del funcionamiento escolar. “No sé trata solo de más días, sino de plantear una extensión del tiempo escolar que sea provechoso y esté enriquecido por la calidad de la propuesta escolar. No tiene sentido extender el tiempo para hacer lo mismo. A su vez, la regularidad en la asistencia de chicos y docentes es un pilar fundamental para generar un clima de trabajo fructífero. La clave es la asistencia constante sin intermitencias y una propuesta escolar enriquecida y diversificada”, señala la especialista.
Fuente: Alejandro Horvat, La Nación