Hace exactamente 40 años, el 21 de octubre de 1982, el rico mundo literario en lengua española de aquellos días era sacudido con la noticia de que el prestigioso Nobel de Literatura era para Gabriel García Márquez, el autor de «Cien años de soledad», un premio que tenía entre sus 150 candidatos a Borges y Cortázar y que tuvo un trasfondo poco conocido que culminó con el famoso discurso de aceptación del 11 de diciembre de ese año donde, entre otras cosas, el escritor y periodista colombiano reclamó por los nietos apropiados durante la vigente dictadura argentina.
En el primer jueves del otoño europeo de 1982, ante una multitud de periodistas y figuras del mundo literario, el entonces secretario permanente de la Academia, el escritor y médico sueco Lars Gyllensten (quien abandonaría su lugar en 1989 en solidaridad con la «fatwa» decretada ese mismo año contra el escritor Salman Rushdie), anunció el Nobel de Literatura para García Márquez. A partir de ese momento, el mundo literario en lengua española se revolucionó. Y el escritor colombiano fallecido en 2014 en México no solo ganaría 1.150.000 coronas suecas sino que su voz militante tendría una mayor repercusión.
La distinción a García Márquez puso feliz a muchos pero generó incomodidad en un gran sector de la literatura y del arco político gobernante en Latinoamérica: «Gabo» no solo hablaba de literatura, su militancia era muy marcada.
La entrega del premio Nobel al autor de «La mala hora» fue en diciembre. En ese tiempo entre el anuncio y la entrega, en la Argentina de la dictadura post Malvinas se descubría el cementerio secreto de la ciudad de Grand Bourg, en la zona norte del conurbano bonaerense, con 400 N.N. enterrados a partir de 1976. Las Madres de Plaza de Mayo buscaban a sus hijos y las Abuelas, a sus nietos.
En la ceremonia de entrega en Estocolmo, con una rosa amarilla García Márquez rompió la costumbre de llevar frac a la ceremonia: usó un «liqui-liqui» de lino blanco, el traje de los caribeños. En su discurso titulado «La soledad de América Latina» comenzó explicando cómo desde las crónicas de Indias hasta el fin del siglo XIX los relatos de europeos sobre América parecían ficción e hizo reír a carcajadas a los 400 invitados cuando señaló cómo la «realidad» latinoamericana es «mágica». Y entre otras historias «delirantes» relató que «el monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas».
Luego de esa introducción, habló de la realidad política de América Latina: «Ha habido 5 guerras y 17 golpes de Estado, y surgió un dictador luciferino (Efraín Ríos Montt, el dictador de Guatemala) que, en nombre de Dios, lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo», dijo: Y agregó: «Los desaparecidos por motivos de represión son casi 120.000, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de Upsala».
Luego llegó la referencia a la dictadura argentina que pocos meses antes había intentado borrar su descrédito con la fallida gesta en Malvinas. «Numerosas mujeres arrestadas encintan dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares», denunció García Márquez. Era un momento histórico para los Derechos Humanos. El reclamo de las Abuelas argentinas recorría el mundo.
La misma semana del anuncio, el narrador recibía en México el Águila Azteca, la máxima condecoración que concedía el gobierno mexicano a ciudadanos de otros países, y el escritor señalaba: «En América hay aún muchas dictaduras que obligan al destierro. No hablo en nombre de nadie, pero agradezco a México la acogida que brinda a estas gentes», aseguró.. De este acto participaron Juan Rulfo, Carlos Monsivais, Jorge Castañeda, Luis Cardoza, Augusto Monterroso, mientras los medios mexicanos resaltaban la ausencia del «patriarca Borges», a quien García Márquez le había asegurado que recibiría el Nobel porque iba a vivir más de doscientos años, «según una profecía que sólo él y yo conocemos», manifestaba Gabo sonriente. La del autor de «El Aleph» no era una ausencia literaria, por supuesto.
La historia más rica del anuncio del Nobel comienza el día anterior cuando se barajaba que los 18 integrantes de la Academia podrían entregar el galardón a los «hasta ahora frustrados candidatos» decía el diario El País de España, donde trabajaba García Márquez. En su nota agregaba: «casos del argentino Jorge Luis Borges o el británico Graham Greene, vuelven a mencionarse, y entre los escritores de lengua hispana el colombiano Gabriel García Márquez, el argentino-francés Julio Cortázar, el mexicano Carlos Fuentes, el peruano Mario Vargas Llosa y la española Ana María Matute».
El jueves del Nobel, el narrador les mentía a los periodistas en México (ciudad donde llevaba exiliado 20 años) diciendo que había conocido la noticia a las seis de la mañana, por una llamada de su amigo Pierre Schori, viceministro sueco de Exteriores, aunque en realidad lo sabía de mucho antes. A su vez denunciaba que en Colombia no lo dejaban hablar con su madre Luisa Santiaga, para comunicarle el premio. Pero en pocos días los medios de Bogotá celebraron la noticia y fue incorporado a la Academia Colombiana de la Lengua como miembro de honor. Y le permitieron hablar con su madre.
«Los desaparecidos por motivos de represión son casi 120.000, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de Upsala»Gabriel García Márquez
El día del anuncio, la Academia fundamentó que la concesión del Premio a García Márquez no suponía el «descubrimiento» de un escritor desconocido: «Desde finales de la década del cincuenta, sus novelas y cuentos nos arrastran a Macondo, el pueblo por él inventado, donde se dan cita lo milagroso y lo más puramente real -el espléndido vuelo de la propia fantasía-, fabulaciones desmedidas y hechos concretos que surgen del fondo del pueblo, realizados con la precisión de un reportaje». La Academia no dejaba de marcar el lado periodístico del escritor, aunque resaltando siempre su obra de ficción.
En esta fundamentación hay un dato que le da pie a García Márquez de pensar en su discurso de aceptación. La Academia ubica al escritor laureado en el contexto de un continente cuya vitalidad creadora tiene reconocimiento universal: «La literatura latinoamericana muestra, desde hace un tiempo, una vitalidad que apenas se encuentra en otro ámbito literario…». La justificación termina mencionando a los escritores latinoamericanos: «América es un continente donde se entrecruzan multitud de impulsos y tradiciones (…) Todo ello mezclado produce una bebida vivificante y rica en especies de las que García Márquez y otros escritores latinoamericanos extraen su material e inspiración», concluye.
Un amigo del autor de «Cien años de soledad», el uruguayo Juan Carlos Onetti, quien estaba exiliado en España, señaló de inmediato que festejaba el premio porque el colombiano «escribe en castellano, virtud premiable que hace años la Academia sueca no aceptaba o reconocía» y por otro lado por esa «América descubierta, colonizada, explotada y que hoy parece civilizarse parcialmente, es extraña y desconcertante», explicaba el autor de «Juntacadáveres» y «La vida breve».
«No sé si el premio Nobel añadirá algún prestigio a García Márquez-, sí en cambio es seguro que García Márquez hará que el Nobel recupere un poco de su crédito»Mario Benedetti
El escritor mexicano Octavio Paz, quien obtendría el Nobel ocho años después, decía que «El hecho de que le hayan premiado a él comprueba de nuevo que la literatura en lengua española goza de gran salud, y esto nos debe alegrar a todos» pero agregaba: «Yo tengo una reserva de orden no literario, sino político y moral. Tengo entendido que no se ha premiado a Borges porque hizo unos lamentables elogios a Pinochet. Creo que la Academia sueca no es consecuente, porque García Márquez no ha arriesgado nunca la menor crítica al régimen de Fidel Castro».
A esta discusión político-literaria, se sumaba el novelista Francisco Umbral quien escribió, esa misma semana que a García Márquez «le han dado el Premio Nobel de la Paz». El autor de «Las ninfas» y «Trilogía de Madrid» aseguraba con su característica ironía que «‘Cien años de soledad’ es quizá la mejor novela que yo haya leído en mi vida (aunque no creo que le hayan dado el Nobel porque la haya leído yo). Y es, sobre todo, un libro que ha cambiado la escritura en el mundo entero».
Sin embargo, continuaba diciendo que «el Nobel es un premio político en cuanto que lo tiene Winston Churchill y no lo tiene Proust». Y agregaba: «Este año, igual podían haber premiado a Onetti, Cortázar, Paz o Rulfo (para quien lo pide el propio García Márquez). ¿Y Jorge Luis Borges? Es el patriarca de la literatura americana. Pero es reaccionario, burgués y comodón», subrayaba en su nota Umbral.
Julio Cortázar, quién vivía en Francia, declaraba a la prensa que recibió la noticia del premio al colombiano «con alegría, por América Latina y por Gabo, mi amigo personal y compañero de tareas comunes de defensa de los derechos humanos» y agregaba: «Este galardón servirá para poner al día los muchos problemas que tenemos en América Latina… Él es un hijo de nuestra América, y esta distinción significa mucho para los que amamos al continente y a Gabo como escritor y como persona».
El escritor uruguayo Mario Benedetti, quien vivía exiliado en Palma de Mallorca, declaró: «No sé si el premio Nobel añadirá algún prestigio a García Márquez-, sí en cambio es seguro que García Márquez hará que el Nobel recupere un poco de su crédito».
«Nunca, en ninguna circunstancia, he olvidado que en la verdad de mi alma no soy nadie más ni seré nadie más que uno de los dieciséis hijos del telegrafista de Aracataca», decía el autor de «El amor en los tiempos del cólera», que logró rescatar en sus columnas periodísticas la memoria de escritores desaparecidos, había defendido a presos, torturados y perseguidos.
Los que no escribían ni ya podían hacerlo encontraban su voz, la de García Márquez, que al ganar el premio multiplicaba aún más esas voces y esas historias.
Fuente: Télam