La comunicación refleja nuestro modo de ser, de vivir. Si hay caos seremos caóticos. Una sociedad tomada se convierte en una continua máquina de impedir. Es decir: en un desafío a la comprensión y a la paciencia. Nos habituamos a transgredir las más mínimas reglas de convivencia. Predomina la anomia y donde más se advierte es en el lenguaje no verbal.
La calle, hace rato, se convirtió en un ring de boxeo. Las palabras fueron reemplazadas por trompadas y vandalismo. ¿Cuándo pasó? ¿Cuándo permitimos el avance de semejante barbarie? ¿Habrá sido responsabilidad del dichoso no te metas? Quizás ocurrió porque preferimos mirar para otro lado o permanecer en el molde. Por limitarnos a cuidar la quintita propia. Por hacer la vista gorda al roban pero hacen. Por la idea equivocada de salvarse solo/a.
Mientras reemplacemos la actitud persuasiva, serena, por la bravuconada, como grupo social manifestamos atraso. En vez de sufrir, de lamentarse, conviene hacer autocrítica con el afán de cambiar, de poner manos a la obra y actuar como gente civilizada.
“Esta noche duermo en lo de mi vieja. Se me soltó la cadena con mi mujer y también la ligaron los chicos. No pude contenerme: vomité toda la furia reprimida luego de un día infernal”. Me confió un amigo querido, mientras tomaba un café doble tras otro.
“En vez de viajar en auto, para evitar piquetes o cortes de calle, preferí hacer la combinación de tren y subte. Tuve que bancarme largas esperas en los andenes; algunas líneas son a prueba de resignación. Llegan demoradas o hacen un paro sorpresivo. Comencé la jornada mal y todo lo que siguió fue peor”.
Aunque estaba fresco, mi amigo se quitó la corbata y el pulóver. Acalorado, nervioso, encendió varios cigarrillos, adicción que había abandonado.
“Maltraté a media oficina -continuó-. Lo admito con mucha vergüenza. Estoy harto de esta máquina de impedir a la cual nos hemos adaptado. Al final, uno revienta, se va de mambo. No soy original, me pasa lo mismo que a muchísima gente que parece a punto de explotar en cualquier momento”.
Cruda historia de la vida cotidiana, influye de modo negativo en la ciudadanía. El más mínimo roce provoca una trifulca. La bronca, el hartazgo, la impotencia, están a flor de piel listas para ir al choque. Cero prudencia.
Vivo a pocas cuadras de una comisaría. Días atrás, en la vereda, un ciclista y un peatón intercambiaban insultos a granel. “Yo iba por la bicisenda y este tipo cruzó igual, él fue quien me llevó por delante -se defendía el ciclista-. Mientras tanto el peatón, enojadísimo, sin daños físicos, menos mal, se aferraba a los manubrios con firmeza para que el dueño no se la llevara .
Debemos admitir que la disciplina no es, precisamente, una virtud que nos caracteriza. Somos peligrosos de a pie y temibles al volante de autos, motos, bicicletas, delivery…
En efecto, nos comportamos mal como peatones y como conductores. La anomia que se instaló en la sociedad gravita, y mucho, en el modo de comunicarnos. ¿O acaso todo lo que describí no está directamente vinculado con la comunicación?
Comunicamos con enojo, con revanchismo, con prepotencia. La calle se transformó en un inmenso ring de boxeo. ¿Cuándo permitimos el avance de semejante barbarie? ¿Qué fue lo que no supimos detener para llegar a este estado de cosas? ¿Habrá sido responsabilidad del dichoso no te metás?
Quizás ocurrió porque preferimos mirar para otro lado. Por quedarnos en el molde. Por dejarnos avasallar. Por limitarnos a cuidar la quintita propia. Por la idea equivocada de salvarse solo/la. Por hacer la vista gorda al roban pero hacen. Por callar injusticias. Por miedo de perder el puesto de acomodado. Por conveniencia.
“Vivimos en una sociedad tomada por sus propios habitantes. Son compatriotas quienes provocan paros, se interponen como barreras en rutas, avenidas, calles, ocupan las escuelas -sentenció mi amigo, ya más reflexivo y calmo-. Ojo, no me opongo a los motivos que impulsan a proceder así. Me molesta que se apele al caos como única respuesta. Que nadie proponga intercambiar opiniones, conversar, discutir hasta que las velas no ardan. Que no se encuentren límites para la exasperación, que la empatía (ubicarse en el lugar del otro) no se practique. Qué querés que te diga, duele aceptar cuánto atrasamos”.
Resulta obvio que, en circunstancias violentas, es imposible recortar a la comunicación. Está absolutamente contaminada. Donde más se advierte es en el lenguaje no verbal. Las canchas de fútbol representan un típico ejemplo de lo que son capaces algunos hinchas desaforados. Las imágenes demuestran cómo el idioma preferido se expresa con trompadas, patadas, golpes, patoterismo.
El deporte más popular que mueve masas en todo el mundo, difunde escenas brutales aptas para todo público, pese a estar tan alejadas del espíritu civilizado.
Mientras comuniquemos violencia, mientras reemplacemos la palabra persuasiva por la bravuconada y la actitud serena por la belicosa, atrasaremos como grupo social.
Sociedad es cada uno de nosotros/as que se multiplica y va generando su idiosincrasia. Somos responsables de hacer autocrítica para mejorar, de atrevernos a cambiar para que la decadencia no siga avanzando.
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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación
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