No son muchos los ejemplos en los que editorial y librería compartan nombre e historia. Tal es el caso de El Ateneo, que se inauguró produciendo libros y poniéndolos a disposición del público allá por 1912. La librería abrió sus puertas en septiembre de ese año, y su primera sede estuvo en la calle Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen) 653, entre Perú y Chacabuco, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires.
El marco era una Argentina próspera, en plena expansión, con una población ávida de información y preocupada por cultivarse. Algo en lo que colaboraban la educación obligatoria y el deseo de los inmigrantes por incorporarse a la nueva realidad que les tocaba vivir. A ese país llegó Pedro García, inmigrante de origen español, nacido en Logroño, quien de algún modo quiso devolver el entrañable amparo que le dio su país de adopción. Y que terminó por ser conocido como «el as de los libreros de América».
Los primeros rumbos
García llegó a la Argentina luego de que su hermano mayor, que había emigrado diez años antes, le ofreciera rearmar la familia del otro lado del Atlántico. Puesto muy pronto a librero, García fue sabiendo, a través de sus contactos, sobre todo, en el mundo de la medicina, que había libros imprescindibles que no se conseguían en el país. El ideario socialista -al que adhería Pedro García, ferviente republicano- hacía a principios del siglo XIX un fuerte hincapié en las cuestiones de la salud pública y de lo que se conoció como «higienismo», serie de hábitos y prácticas destinadas a mejorar la calidad de vida de la población. De allí, surgieron los primeros vínculos de El Ateneo con la medicina, que terminaría por ser el punto fuerte del catálogo de la editorial.
En busca del material que le indicaban sus asesores ad honórem, García emprendió varios viajes a Europa, en especial, a Francia, en busca de esos textos, que al principio la editorial ofrecía en su versión en lengua extranjera, para luego traducir y convertir muchos de ellos en material de consulta obligatoria para el gremio médico.
Un nombre con sentido
Un catálogo del año 1922 da cuenta de más de dos mil libros puestos a disposición y, a la vez, funciona como un documento de los principales intereses de los lectores argentinos por aquellos años. Por un lado, se nota la impronta española del fundador, porque existe un ítem titulado «Literatura cervantina». La lista se abre con una compilación de textos sobre el Quijote, firmada colectivamente como «El Ateneo de Madrid«. La institución, fundada en la capital española en 1835, que perdura hasta hoy, organiza toda una serie de actividades destinadas a la difusión de las ciencias y las letras. No es improbable que este modelo haya servido de inspiración para Pedro García cuando eligió el nombre de su librería y su editorial.
Al fin y al cabo, había un espíritu en común entre El Ateneo español, profundamente democrático, al punto que fue cerrado en la década de 1930 por la dictadura de Primo de Rivera, y esa librería interesada en mejorar el nivel cultural argentino, y que reunió en sus salones, a lo largo de los años, a lo más granado de la intelectualidad nacional. La contratapa de ese catálogo de 1922 ofrece a «los cultores del arte y las letras» el muy ilustrado Museo español de Antigüedades, a 600 pesos, una obra carísima para los cánones de ese momento, en que un libro rondaba los 20 pesos.
Por otro lado, en su afán de llegar con libros a más personas, García había implementado un sistema de cuentas corrientes que les permitía a los clientes llevarse los libros y pagarlos a medida que su economía se los permitía. Hubo varios que no cumplieron con sus deudas (uno de esos deudores fue Agustín P. Justo, presidente entre 1932 y 1938), pero eso no limitó el uso del sistema, al menos hasta que la inflación empezó a hacer estragos en la economía nacional.
A esta modalidad, se sumaban los catálogos que permitían a lectores del interior del país o, incluso, de otros países de habla hispana pedir que se les enviara libros por correo. A su vez, la librería era un lugar en el que García no se daba más descanso que salir de vez en cuando a tomar algo con sus hijos, que cada tanto iban a buscarlo. Adriana Hidalgo, nieta de García, contó una vez que su madre recordaba esas salidas como una fiesta familiar y uno de los pocos momentos en que su padre se permitía distenderse. También habla de los inventarios, ceremonias contables, en los cuales un empleado recorría la sala lapicera en mano, mientras otro se subía a los estantes para vocearle los títulos. Dos días al año, la librería cerraba sus puertas.
Los primeros libros que salieron de la imprenta contratada por El Ateneo fueron Las Bases, de Juan Bautista Alberdi, y Vida de Franklin, del historiador francés François Mignet, que había tenido una primera impresión hacia 1870 en España y que, seguramente, formó parte de las lecturas juveniles de Pedro García. Un personaje, por otra parte, muy emblemático para un inmigrante que había llegado al país para hacerse a sí mismo sobre la base de méritos y esfuerzo, como enseña el patriota norteamericano. La fecha que anuncian ambos en su portada es 1913, con lo cual queda claro que librería y editorial eran parte de un mismo proyecto.
En 1917, la librería se traslada a la arteria porteña más transitada y elegante, instalándose en Florida 371. Luego, en 1932, la empresa abre una sucursal en Córdoba 2099, frente a la Facultad de Medicina. En ese momento el catálogo de Ciencias Médicas de Editorial El Ateneo ya era de singular importancia, tanto en el país como en el exterior.
Al cumplirse las Bodas de Plata, en 1938, El Ateneo se traslada al tradicional edificio de Florida 340, un suntuoso local de varios pisos, propiedad de uno de los primeros magnates de la industria del cine, Max Glucksmann, quien, por esos azares que terminan por no serlo tanto, también era propietario de la sala del Grand Splendid, donde se instalaría El Ateneo en un local ubicado entre las más hermosas librerías del mundo.
Ya con la mudanza a Florida 340 y ayudado por la amplitud y la elegancia del edificio art nouveau, El Ateneo se transformó en un lugar imprescindible para cualquiera que tuviera que ver con los libros. Una frase, repetida como un latiguillo por entonces, daba cuenta de esa situación: «Lo que está, está en El Ateneo». El escritor mexicano Carlos Fuentes dijo que a los quince años compró su primer libro de Borges en El Ateneo. También el local fue acompañando la pujanza de la industria editorial. La Guerra Civil Española había traído al país a toda una serie de industriales del libro y, ante la severa censura franquista, la Argentina se convirtió en el primer polo editorial en lengua hispana.
Aquí se traducían las obras contemporáneas y se difundían los clásicos. El Ateneo tuvo también su colección, en la que se podían ver títulos como la Divina Comedia, el Decamerón, los ensayos de Montaigne y una lista de textos selectos que iba de Shakespeare a Rubén Darío y de Maquiavelo a Homero. La librería quiso facilitar el acceso de los lectores a un material tan vasto, e implantó la práctica de colocar mesas de novedades que permitieran descubrir títulos a primera vista en reemplazo de la práctica de recorrer anaqueles en los cuales muchas veces era difícil guiarse. Esta constante ampliación del catálogo en diferentes direcciones no fue obstáculo para que durante décadas el fuerte de El Ateneo fueran los libros de Medicina.
Un catálogo publicado en 1987 con motivo del 75o aniversario de la editorial muestra más de mil títulos de la especialidad de edición propia y de diferentes sellos (todo lo que consultaba el gremio médico por entonces) y, entre los asesores, había prestigiosos médicos e investigadores como los ganadores del Premio Nobel Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir.
Alrededor de un libro
Además, algo ha distinguido desde el comienzo a los locales de El Ateneo, y se mantiene hasta hoy, como una marca. No se trata solo de vender libros, sino de que el libro funcione como un instrumento de reunión y que la librería se convierta en un espacio cultural y de intercambio. Eso llevó a que en las librerías El Ateneo se instalara la costumbre de un café dentro de los locales. Allí es posible hojear libros, encontrarse con amigos, acercarse de pronto a algún autor que frecuenta el lugar, matizar la espera con una buena lectura, y elegir el libro que queremos comprar con el tiempo suficiente como para saber qué nos estamos llevando.
En el mismo sentido hay, en muchos locales, un espacio destinado a los niños. La idea es que en ellos se den, con el acompañamiento familiar, los primeros acercamientos de los chicos a los libros.
En el local de Florida 340, se reunían numerosos autores en las denominadas «Peñas de Escritores», posteriormente, llamadas «Peñas de la Amistad». Allí era posible encontrar a escritores de las más diversas procedencias y adscripciones estéticas e ideológicas, y es de suponer que más de una vez esos encuentros no deben de haber sido del todo pacíficos. Eran habitués de la librería Manuel Mujica Láinez, Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea, Horacio Quiroga, Victoria Ocampo, Julián Centeya, Conrado Nalé Roxlo, Leopoldo Marechal, Martha Lynch, Ezequiel Martínez Estrada, Roberto Giusti, María Elena Walsh, Juan Filloy y Héctor A. Murena, entre otros. Con el tiempo, la librería recibió a personajes tan disímiles, pero hermanados en la pasión por los libros, como el expresidente uruguayo José María Sanguinetti, Héctor Larrea, Nicolás Guillén, Alejandro Apo e, incluso, Ray Bradbury.
En 1968, cuando empezaban a correr nuevos aires en el país, luego del oscurantismo de los primeros años de gobierno militar, desde El Ateneo se lanzó la «Primavera de las Letras», una creación de Francisco Gil, quien había ingresado a trabajar en la librería como cadete, en 1931, y permaneció en ella durante cincuenta años. Durante esas jornadas, una gran cantidad de escritores firmaba ejemplares de sus libros. Eso favorecía el diálogo con los autores, muchos de los cuales se encontraban por primera vez con la opinión de los lectores. Marechal, un entusiasta participante de estos acontecimientos, comentaba, entre risas, el reto de una lectora por lo que consideraba un error de ortografía en el título de Adán Buenosayres. La «Primavera de las Letras» es considerada el principal antecedente de la Feria Internacional del Libro, de la cual Eustasio García, sobrino de Pedro García, fue primer presidente ejecutivo.
Otro de los importantes emprendimientos de la editorial fue la Enciclopedia (en 12 tomos) y el Diccionario enciclopédico (en cinco tomos). Un enorme esfuerzo a cuya producción se destinó un piso entero del local de Florida 340. Allí trabajaban redactores, editores, diseñadores. Uno de ellos, Julio Orione, contó una vez que habían recibido la divertida carta de un lector de la enciclopedia que decía: «Hago llegar a ustedes mi protesta porque los tomos de la Enciclopedia son muy grandes y pesados para llevarlos a la cama». De alguna manera, a través del humor, se revela la magnitud de aquella obra que buscaba dar cuenta de todas las áreas del saber y que se volvió de consulta indispensable hasta que las enciclopedias dieron paso a Internet.
A partir de 1998, Grupo Ilhsa (de capitales nacionales) adquirió El Ateneo, ya con la cadena Yenny en su haber. Desde entonces ha iniciado un plan de expansión, comenzando a abrir nuevas sucursales a partir del año 2000. Desde la adquisición por parte de Grupo Ilhsa, la editorial emprendió un plan de renovación de su catálogo. Durante los primeros años de este siglo, creó colecciones con textos sólidos y amenos, en asociación con editoriales internacionales de primer nivel como Grasset, Gallimard, Rizzoli, Gallucci, Dorling Kindersley y Wiley, entre otras.
Así, se desarrollaron biografías, tanto de personajes del pasado como de figuras contemporáneas: de Molière a Astor Piazzolla, de Maria Callas a Lula da Silva, de Napoleón a Daniel Barenboim. El catálogo de esos años también incluía traducciones de grandes obras de la literatura universal adaptadas para el público juvenil, libros de divulgación histórica, de investigación periodística y ensayo, con plumas como la de Oriana Fallaci, y grandes álbumes y libros de referencia ilustrados. Un particular hito de ventas de esa época lo conformaron los libros de Víctor Sueiro, con cientos de miles de ejemplares vendidos.
El cambio de década trajo la incorporación de la colección de literatura argentina Litterae, en la que convivieron autores consagrados y noveles. En ella se publicaron tanto obras clásicas, como Los pichiciegos, de Fogwill, como las ganadoras del Premio Internacional de Novela Letra Sur, que la editorial coauspició e incluyó textos de escritores inéditos, como Glasgow 5/15, de Isabel de Gracia. El jurado estaba integrado por Claudia Piñeiro, Juan Sasturain y Martín Kohan.
El bicentenario de la independencia argentina fue la ocasión para lanzar la Biblioteca del Bicentenario, con 14 libros con el pensamiento político desde la generación de mayo hasta el desarrollismo. Junto con este trabajo de recuperación documental, se publicaron siete «breves historias», cada una dedicada a un aspecto histórico clave, escritas por los máximos referentes en cada tema, como la Breve historia de la sociedad argentina, que sería el último libro de Félix Luna, o el Panorama histórico de la literatura argentina, por Noé Jitrik.
En la actualidad, la editorial mantiene vivo el propósito fundante de que los lectores se encuentren con los libros, cualesquiera sean sus intereses. Con la convicción de que hay un libro para cada persona, ha construido un catálogo con colecciones que van de la ficción a la superación personal, de la divulgación histórica a libros de arte, de biografías a libros infantiles, entre los que se encuentran los dos más elegidos como los favoritos a nivel mundial dentro de este género: El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, y Mi planta de naranja lima, de José Mauro de Vasconcelos.
Cabe destacar que la editorial ha sido la primera difusora en castellano de la obra de ese entrañable escritor, y que en su homenaje creó el Premio de Cuento infantil «Mi planta de naranja lima». En los archivos hay «joyas» como los contratos firmados por el propio autor, leído por millones y tan querido en nuestro país, en su Brasil natal y en toda América Latina.
Como en sus comienzos y sin olvidar cuáles fueron sus primeros libros, mantiene vivo el catálogo de medicina, que continúa actualizándose y siendo un faro para la disciplina en el mundo hispanohablante. La editorial da cuenta de su tradición aun desde un detalle como el ISBN, el número internacional que identifica a cada libro: es dueña del prefijo del editor 02, lo que prueba que fue la segunda editorial registrada del país.
Así como el local de Florida 340 fue dedicado a Jorge Luis Borges, la librería ubicada donde antes se hallaba el cine Grand Splendid honra la memoria de Ernesto Sabato. Son 2000 metros cuadrados, con cuatro niveles, además de la cafetería. Ahora no se trata solo de libros. Hay a disposición de un público con intereses diversificados una sección de música (con CD y vinilos) y otra de DVD en la que predominan los clásicos. No fue fácil adaptar una sala cinematográfica a las exigencias de una librería si se toma en cuenta el esfuerzo realizado por mantener el estilo del lugar.
Dice una nota del diario británico The Guardian, en la que se coloca a El Ateneo Grand Splendid en el segundo lugar entre las librerías más bellas del mundo: «El Ateneo retuvo su antiguo esplendor, con su cúpula pintada, los balcones originales y la ornamentación intacta. Hasta el telón de terciopelo es parte del show. Hay sillones repartidos, el escenario se usa como espacio de lectura y café y, todavía mejor, los palcos se utilizan como pequeñas salas de lectura». La lista de artistas y escritores que han participado en actividades -conferencias, recitales, mesas redondas, debates- es inmensa.
Basta con citar algunos nombres para dar cuenta de su variedad y trascendencia: Ernesto Sabato, Mario Benedetti, Rosa Montero, Mario Vargas Llosa, Slavoj Žižek, León Gieco, Fito Páez, Gustavo Santaolalla, Adrián Iaies, Les Luthiers, Alejandro Dolina, Ken Follett, Isabel Allende, Liniers, Quino, Abelardo Castillo, Alan Pauls, Hebe Uhart, Chayanne, Abel Pintos, Soda Stereo, Luciano Pereyra, Paula Hawkins, Escalandrum, entre muchos otros. Esta diversidad refleja de algún modo la que proponen los libros, distintos universos e ideas que pueden convivir en un espacio público del mismo modo que los libros en un anaquel.
A lo largo de los años, se han abierto más sucursales en la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, en Florida 632 y en la emblemática esquina de Cabildo y Juramento. También en las principales ciudades del interior, como La Plata, Rosario, Córdoba y San Miguel de Tucumán. En el mismo sentido, la librería virtual permite acceder a volúmenes de todas las editoriales desde cualquier punto del país o del mundo.
En cuanto a la editorial, recientemente ha habido una vuelta a los autores nacionales, en todos los géneros y contenidos: mujeres y varones que escriben e ilustran desde Buenos Aires, pero también Córdoba, Neuquén, Tucumán, Venado Tuerto, Mar del Plata, Concordia, entre otras ciudades. La editorial tiene sede en Buenos Aires, pero espíritu federal, también en las campañas solidarias de donaciones y en la difusión de sus libros con el flamante programa «El Ateneo visita tu escuela». Y sigue llevando el talento de sus autores a los eventos más significativos: ha participado de todas las Ferias Internacionales del Libro de Buenos Aires, y con una enorme frecuencia en otras del mundo, como Frankfurt y Guadalajara.
Con motivo de su 110° Aniversario, El Ateneo relanza «Primavera de las Letras» en El Ateneo Florida 340, manteniendo vivo el propósito fundante de que los lectores se encuentren con los libros, cualesquiera sean sus intereses.