Han pasado 500 km desde la partida de Buenos Aires y la RN 5, ya a las puertas de la provincia de La Pampa, está lejos de terminar: de hecho, quien siga el trazado durante más de mil kilómetros llegará finalmente hasta San Carlos de Bariloche.
El tránsito nunca se detiene: los camiones revelan el vaivén incesante de la actividad agropecuaria y, en temporada, el ir y venir de quienes viajan en auto o en micro hasta la cordillera. Junto a la ruta, los carteles señalan que la localidad de Pellegrini –en el kilómetro 496 de la RN 5– está próxima. Es la última ciudad (o la primera, según desde dónde se la mire) de la provincia de Buenos Aires, discreta y con ritmo de pueblo, pero dueña un tesoro arquitectónico que destaca sobre la llanura. Para conocerlo, hay que dejar la ruta principal y seguir las indicaciones que llevan hasta el centro (sin desconcertarse por detalles particulares como la esquina de “Alsina y Alsina”, que marca la ubicación del Museo del Inmigrante, frente a la plaza principal).
Lo primero es lo primero. Así que Joaquín Gastañaga director de Producción y Desarrollo local, subraya que la ciudad se llama “solamente Pellegrini; ni Carlos Pellegrini, que está en Santa Fe, ni Colonia Carlos Pellegrini, que está en Corrientes”.
Pellegrini, la bonaerense, tiene sus propios atractivos. Y uno de los principales es bien visible apenas uno se aproxima a la sede municipal, que lleva el sello de Francisco Salamone. El arquitecto ítalo-argentino dejó su huella en decenas de edificios públicos repartidos en numerosas localidades bonaerenses: en un frenesí constructivo desatado entre 1936 y 1940, más de 60 grandes obras llevan su firma.
Fue durante la gobernación de Manuel Fresco y gracias a la ley de Bonos de Obras Públicas, que impulsó la construcción de municipios, mataderos y cementerios ante la mirada seguramente asombrada de tranquilos pueblos más acostumbrados a una llanura sin límites que a la gigantesca verticalidad de algunas de las construcciones.
En el caso de Pellegrini, las obras se hicieron con un préstamo del Banco Provincia de Buenos Aires y costaron 700.000 pesos moneda nacional: eran el equivalente a dos presupuestos y medio del municipio, mientras el sueldo del intendente era de 100 pesos moneda nacional. Y los tiempos, eficaces al estilo Salamone: pasaron apenas 297 días entre la firma del contrato y la entrega, llave en mano del palacio.
Gastañaga y Miriam Bonini, jefa de Producción y Desarrollo local del municipio, cuentan con orgullo la historia del edificio donde trabajan todos los días. Dominado por una torre de 34 metros de altura –la única proyectada por Salamone con relojes en ambas caras– el municipio forma conjunto con la plaza central, donde las lámparas, canteros, pavimento y mobiliario urbano también fueron diseñados por el mítico arquitecto.
El poder del Estado
“En medio de la pampa, las torres municipales sobresalen como símbolo del poder del Estado sobre la Iglesia. Aquí la iglesia, que se encuentra junto a la parte posterior del municipio, ni siquiera tenía su torre construida cuando se levantó la sede del gobierno local”, explica Gastañaga, precisando que “hasta las plantas de la plaza están inventariadas en el proyecto y se conservan originales, salvo algún que otro árbol que fue necesario reponer con el paso del tiempo”.
Al pie del municipio, una pileta refleja en sus aguas la silueta del poder estatal. Mientras tanto, dentro del edificio el tiempo parece no haber pasado: muebles intactos, prolijamente catalogados y señalizados como “salamónicos”, mantienen sus ubicaciones originales y permiten admirar la coherencia del conjunto. Hasta el pavimento tiene un código de color, donde el granito verde de los umbrales de ingreso representa el libre acceso del ciudadano al Estado. Sobresale especialmente el recinto del Concejo Deliberante, donde todo es original: solo es réplica la banca número 11, la banca del pueblo.
Al pie del municipio, una pileta refleja en sus aguas la silueta del poder estatal. Mientras tanto, dentro del edificio el tiempo parece no haber pasado: muebles intactos, prolijamente catalogados y señalizados como “salamónicos”, mantienen sus ubicaciones originales y permiten admirar la coherencia del conjunto.
Pellegrini extiende su jurisdicción también sobre el vecino pueblo de Bocayuva, donde algo más de un centenar de residentes –sobre todo de origen correntino– custodian el alma de campo. Bocayuva es “el pueblo de los seis tesoros”, tesoros modestos pero auténticos que hablan de la historia del lugar: el Museo de los Pioneros, el Rincón de los Mugidos, la Capilla Nuestra Señora de Fátima, el homenaje al Gauchito Gil, la Cruz de los Médanos y la Plaza Juana Bordoy, un homenaje a la recordada “Juanita” que fuera asistente de Doña Petrona.
Esta parte de la provincia de Buenos Aires guarda también recuerdos trágicos de la Campaña al Desierto. Sobre todo en torno de la laguna Sanquilcó, situada a unos cinco kilómetros del casco urbano: hoy tranquilo hábitat de varias especies de aves, en 1877 fue uno de los escenarios del enfrentamiento entre las tropas del coronel Conrado Excelso “el Tigre” Villegas y los indios pampas que le habían robado una preciada tropilla de caballos de pelaje claro. A sangre y fuego, los hombres de Villegas lograron recuperarlos tras sorprender a los indios que, ya en su territorio y creyéndose seguros, pagaron caro su descuido.
Los paisajes rurales de Pellegrini se pueden ver también desde el aire si se coordina un vuelo de bautismo en el aeroclub local. En la entrada, una escultura en hierro de la artista local Mary Perretti recuerda las hazañas de Pablo Libossart, un francés aficionado a la aviación que en 1913 –después de intentar en vano armar un avión con un kit importado de Francia– puso manos a la obra y construyó su propio monoplano. Casi todo lo que sabía lo había aprendido por correo y en lecciones teóricas, pero no descansó hasta lograrlo: después de muchos intentos logró dar lo que algunos describieron como “saltos de codorniz” con un avión cuyo motor apenas tenía 35 HP. Lo suficiente para estar no más de cinco minutos en el aire…
Y así volaba, en numerosas etapas breves, “a los saltos”, hasta que el 23 de septiembre de 1915 el avión dijo “basta” y cayó sobre un monte de la estancia Los Prados, solo siete kilómetros después del despegue. Libossart pagó su aventura con la vida, pero en Pellegrini -donde se encuentra su tumba- los recuerdos de su aventura perduran.
Datos útiles
Dónde comer. Es famoso el bife de chorizo del Club Huracán, en Bernardo de Irigoyen 163, Pellegrini. Tel. (02392) 498546.
El vagón de emprendedores. En el ingreso a Pellegrini, a la vera de la RN 5, un vagón reúne la producción de artesanos locales. Fue instalado por emprendedores pellegrinenses que comparten el espacio para mostrar sus creaciones y productos (pastelería, conservas, chacinados, artesanías). Abre todos los días hasta las 20.
Fuente: Pierre Dumas, La Nación