“Una de las razones por las que me metí en el mundo del póker fue entender mejor cuál era la línea que separaba la suerte de la habilidad, aprender qué se puede controlar y qué no”, explica Maria Konnikova,(Moscú, 1984) la escritora y experta en psicología que decidió sumergirse desde cero en el universo del póquer para desentrañar qué papel juega la suerte en nuestras vidas y hasta qué punto se puede controlar todo lo que nos ocurre. “Llevo muchos años esforzándome por establecer un equilibrio entre la suerte y el control de la vida que llevamos, de las decisiones que tomamos –detallaa Konnikova en El gran farol (Libros del Asteroide)–. Siendo niña, tuve muchísima suerte: mis padres se marcharon de la Unión Soviética y abrieron para mí un mundo de oportunidades que, de no haber sido así, nunca habría conocido (…) Siendo adulta, me he esforzado para desentrañar qué parte de mis logros han sido cosa mía como algo opuesto a los giros del destino; como muchas otras personas antes que yo, quise saber qué parte de mi vida había sido responsabilidad mía y qué parte había sido tan solo pura suerte”.
Como psicóloga experta en toma de decisiones, Konnikova decidió aprender a jugar al póker y para hacerlo se contactó con Erik Seidel, uno de los mejores jugadores profesionales del mundo. “Lo he elegido con todo el cuidado del mundo –narra su primer encuentro en Nueva York, a finales del verano de 2016–. Después de todo, voy a pedirle que pase un año de su vida conmigo; una propuesta matrimonial, si se quiere así, justo en la primera cita”. Phil Galfond y Jason Koon fueron sus otros profesores, los que hicieron posible que, a los pocos meses, Konnikova, que no tenía idea del lenguaje ni de saber cuántas cartas tiene una baraja, se convirtiera en una campeona internacional de póker y ganara más de 350.000 dólares en un terreno muy competitivo y mayoritariamente masculino.
“Supe de la existencia de Erik como supongo que lo habrán conocido la mayoría de los novatos en el mundo del póquer: lo vi en la película Rounders, de 1998 –cuenta Konnikova, también autora del best seller ¿Cómo pensar como Sherlock Holmes? (Planeta)–. En muchos sentidos, Rounders acercó el póker a las masas. Es la historia de un brillante estudiante de Derecho (Matt Damon) que se paga la universidad jugando al póquer, hasta que finalmente llega a dejar la carrera para jugar a tiempo completo. Y la partida que más forja el carácter de Damon, que se va desarrollando a modo de trasfondo y analizándose ad infinitum a lo largo de la película, es la partida final de la Serie Mundial de Póker de 1988 entre Erik Seidel y Johnny Chan. La más famosa partida de póker entre los que no se dedican al póker. Las reinas de Seidel cayendo frente a la escalera de Chan, una trampa de experto para una víctima desprevenida. Chan reinaba como campeón del mundo. Seidel se presentaba a su primer gran torneo. Había tenido que ganar a 165 participantes para llegar allí, a la última mesa, el último hombre en pie a excepción de otro más. Fue una hazaña increíble, el inicio de una carrera increíble. La película fue todo un éxito en los campus universitarios. Se estrenó a finales de los años noventa y, en muy poco tiempo, todos los chicos se imaginaban financiando su paso por la universidad a base de partidas de póker. Por aquel entonces, no me interesaba el póker; para mí era un idioma desconocido y no me interesaba aprenderlo. Pero cuando por fin vi la película, años más tarde, una de las líneas de diálogo que Matt Damon dice mientras observa la partida entre Seidel y Chan se me quedó grabada: No se trata de jugar con las cartas. Se trata de jugar con el hombre. Un cliché, es cierto, pero igualmente llamó profundamente mi atención, pues resumía en buena medida lo que pensaba sobre el mundo”.
En las casi 400 páginas de El gran farol, Konnikova asegura que la cruda verdad es que los seres humanos creemos con demasiada frecuencia que tenemos el control cuando, en realidad, “jugamos según las reglas que marca el azar (…) Equilibrar la suerte y la habilidad es, en el fondo, algo que tiene que ver con la probabilidad. Y un defecto esencial de nuestro cableado neuronal es que no podemos entender del todo las probabilidades. Las estadísticas funcionan de un modo opuesto a la intuición: nuestro cerebro no está preparado, a nivel evolutivo, para entender esa incertidumbre inherente.”
La frase de Clemens France en el libro The Gambling Impulse, de 1902, (“Pero en relación a la opulencia y los peligros, no resulta posible encontrar una mejor educación para la vida entre los hombres que la mesa de juego; especialmente la de póker”) abre El gran farol, la investigación que Konnikova presenta como una aventura épica, una invitación a acompañarla por los entresijos del juego. “La suerte que nos rodea está en todas partes, desde un contexto tan prosaico como ir caminando al trabajo y llegar sano y salvo a tu destino, como sobrevivir a una guerra o a un atentado terrorista cuando otros, a escasos centímetros, no tuvieron esa suerte. Pero solo somos conscientes de ello cuando las cosas no salen como queríamos. No solemos preguntarnos por el papel que desempeña el azar en los momentos en que nos sentimos protegidos de otros y de nosotros mismos. Cuando la suerte está de nuestro lado, la ignoramos: es invisible. Pero cuando se vuelve contra nosotros, somos conscientes de su poder. Empezamos a preguntarnos el por qué y el cómo. Algunos de nosotros encontramos consuelo en los números. Lo llamamos por su nombre: pura y simple cuestión de probabilidades matemáticas de instituto. Tal como dijo Sir Ronald Aylmer Fisher, estadista y genetista del siglo XX, en 1966: Esa única posibilidad entre un millón tendrá lugar, inevitablemente, con, ni más ni menos, la frecuencia que le corresponde; sin embargo, nos sorprenderá que nos pase a nosotros”.
En cada capítulo, Konnikova, graduada en Psicología y escritura creativa en Harvard, y con un doctorado en Psicología por la Universidad de Columbia, columnista en la revista The New Yorker y presentadora de la serie de podcasts The Grift, que explora a los estafadores y las vidas que arruinan, explora técnicas que ayudan a controlar el azar, si eso es posible, métodos que dan pistas para tomar decisiones acertadas. Para lograrlo es importante fallar, equivocarnos. “Mi primera lección de póker no se trató sobre ganar. Trató sobre perder. La utilidad del fracaso es que con él obtienes una visión objetiva, algo que el éxito, simplemente, no puede ofrecer. Si ganás nada más llegás –si tu primera incursión en un nuevo territorio es un éxito rotundo–, no tenés modo alguno de calibrar si realmente sos brillante o si ha sido casualidad y hasta tenido mucha suerte.” En este punto, Maria Konnikova resalta que el exceso de confianza suele estar detrás de grandes fracasos de la historia e incluso de situaciones cotidianas: “La mayoría de los accidentes de autos tienen lugar cerca de casa. Por dos motivos: el primero tiene que ver con la probabilidad ya que es el lugar por donde más solemos conducir; pero el segundo tiene que ver con la comodidad: como conocés al dedillo el camino, te sentís seguro, empezás a mirar el móvil, te relajás… Y te estrellás.”
En una entrevista con un medio especializado en psicología, Konnikova reconoció que el texto fundacional de la teoría de juegos, The Theory of Games and Economic Behavior, que coescribrió John von Neumann, fue fundamental en su investigación. “Fue uno de los grandes eruditos del siglo XX, el padre de la teoría de juegos, el padre de la computadora, uno de los padres de la bomba de hidrógeno, simplemente un todo. En el texto de la teoría de juegos habla sobre el hecho de que estaba buscando una manera de modelar la toma de decisiones estratégicas complejas, la toma de decisiones humanas en los niveles más altos. En ese momento estaba asesorando al Consejo de Seguridad de los Estados Unidos. Hablaba de todos los grandes problemas de seguridad. La teoría del juego se basa en el póker y descartó el ajedrez por considerarlo completamente aburrido e irrelevante para la toma de decisiones humanas, porque es un juego de información perfecta. Es un juego donde lo ves todo. Ves todo el tablero, ves todas las piezas y teóricamente con suficiente poder de cómputo, podés resolverlo. Siempre hay un movimiento correcto. Mientras que, si mirás un juego como el póker, es mucho más real, porque es un juego de información incompleta. Es un juego de incertidumbre. Es un juego de incógnitas. Es un juego de personas. Como escribió, y esta es una cita suya: La vida real consiste en fanfarronear, en tratar de averiguar qué cree este hombre que pretendo hacer. De eso se tratan los juegos en mi teoría. Si lo pensás, es solo esta hermosa visión de la psicología y del hecho de que aquí está este matemático que dice que las matemáticas no son suficientes. El cálculo no es suficiente. El ajedrez no es la vida. La vida es como el póker. La vida es un juego de incógnitas de información incompleta en el que tenés que hacer todas estas deducciones y tenés que cambiar y ajustar constantemente en función de las personas con las que jugás. Las matemáticas no son suficientes. Quería resolver el póker. Pensó que, si podía resolverlo, tendría la respuesta, la clave, para la toma de decisiones estratégicas, que sería capaz de prevenir una guerra nuclear.”
Retomando el pensamiento de Sir Ronald Aylmer Fisher en 1966, Konnikova reflexiona: “Pensemos en los 7500 millones de habitantes que en la actualidad tiene el planeta: podemos estar seguros de que lo altamente improbable pasa con una frecuencia regular. Esa una oportunidad entre un millón ocurre cada segundo. Alguien cercano morirá en un accidente extraño. Alguien perderá el trabajo. Alguien contraerá una extraña enfermedad. A alguien le tocará la lotería. Se trata de probabilidades, pura estadística, y es parte de la vida, tanto en el buen sentido como en el malo. Si las extrañas coincidencias y las excepciones no tuviesen lugar… Bueno, eso sí resultaría verdaderamente destacable. Algunos de nosotros impregnamos las probabilidades de emoción. Se convierten en suerte: el azar adquiere un valor, positivo o negativo, fortuito o desafortunado. Buena o mala suerte. Una buena o mala racha. Algunos de nosotros le damos sentido, dirección e intencionalidad a la suerte. Se convierte así en destino, karma: el azar respondiendo a un orden. Estaba destinado a ser así y cualquier sensación de control o de libre albedrío que tengamos no es más que pura ilusión”.
En enero de 2018 Maria Konnikova aterrizó en Bahamas para jugar el torneo de póker que le iba a cambiar la vida por completo. En aquella isla caribeña se lleva adelante la PokerStars Caribbean Adventure. Konnikova estaba lista para jugar, para observar y seguir con su investigación. La crupier de la mesa sacó el Rey de corazones. Su contrincante se levantó para darle la mano. “He ganado. 84.600 dólares son míos. Soy la ganadora de campeonato nacional PCA de 2018″. Aquí debería terminar esta historia, pero no. Maria se transformó en una jugadora profesional de póker. “Si realmente voy a aceptar el título de profesional, si realmente creo que merezco que me llamen campeona, tendré que demostrar, aunque sea a mí misma, que puedo hacer que el éxito continúe. Que puedo vencer muchas veces. Solo entonces podré decir que mi habilidad está por encima de la suerte (…) En el juego del póker sos un detective y un narrador, debés averiguar qué significan las acciones de tu oponente y, a veces, lo que es más importante, qué no significan”.
Fuente: Fabiana Scherer, La Nacion.