Aquella noche de enero de 1610, cuando se puso a observar el cielo a través de su telescopio recién construido,Galileo Galilei detectó varios objetos brillantes alrededor del planeta Júpiter, y se dedicó durante semanas a registrar sus cambios diarios de posición en el cielo nocturno. Y cuando se puso a dibujar cómo vería esos objetos alguien parado sobre la superficie de Júpiter, Galileo se dio cuenta de que eran lunas.
Era la primera vez en la historia que alguien registraba un cuerpo celeste orbitando un planeta que no fuera la Tierra, y durante casi un siglo, la Universidad de Michigan se jactó de contar con ese diagrama manuscrito de Galileo como una de sus más preciadas “joyas”.
“Esta hoja manuscrita es uno de los grandes tesoros de la Biblioteca de la Universidad de Michigan”, rezaba la descripción del documento en los archivos de la universidad. “Es testimonio directo de un momento bisagra en la vida de Galileo y modificó por completo nuestra forma de entender el universo.”
Pero en mayo de este año, uno de los curadores de los archivos de la universidad recibió un email de Nick Wilding, profesor de historia de la Universidad Estatal de Georgia. En su mensaje, Wilding manifestaba “serias dudas” sobre la autenticidad del manuscrito de Galileo, según la nueva descripción redactada por la biblioteca sobre el origen del documento. A los expertos de la universidad, los hallazgos de Wilding les parecieron “evidencia convincente”, volvieron a examinar su “preciada joya” y llegaron a la misma conclusión que su colega. Era una falsificación, escrita no a principios del siglo XVII por el padre de la astronomía moderna, sino más de 300 años después y por un vil impostor.
“Estamos muy agradecidos con el profesor Wilding por compartir sus hallazgos y estamos reconsiderando el lugar del manuscrito en nuestra colección”, escribió la Universidad de Michigan en su actualización de la descripción del documento.
El manuscrito apareció en el radar de la opinión pública en mayo de 1934, cuando una casa de subastas sacó a la venta la biblioteca del difunto Roderick Terry, un rico anticuario de libros y documentos históricos. Según el catálogo de aquella subasta, el arzobispo de la ciudad italiana de Pisa había autenticado el manuscrito comparándolo con su propia colección de cartas de Galileo.
Un empresario de Detroit de nombre Tracy McGregor compró el manuscrito, y tras su muerte, en 1938, sus herederos se lo legaron a la Universidad de Michigan para honrar a uno de sus profesores de astronomía. Y allí ha estado desde entonces, durante 84 largos años, sin que nadie dudara de su autenticidad.
Hasta que llegó Wilding, autor de una biografía de Galileo de próxima aparición, y se abocó a examinarlo. En su nueva descripción del documento, la universidad menciona dos puntos concretos que suscitaron las “serias dudas” del especialista.
Para empezar, la hoja de papel tiene una marca de agua —“BMO”, una referencia a la ciudad italiana de Bérgamo—, que indicaba que el documento era mucho más nuevo de lo que creían los expertos: no hay ningún documento con esa marca de agua anterior a 1770, más de 150 años después de que Galileo supuestamente hubiese bosquejado la trayectoria de las lunas de Júpiter.
En segundo lugar, no encontraron ni un rastro ni referencia a la existencia del manuscrito anteriores a 1930, a pesar de que la obra de Galileo está “extensísimamente documentada”. El cardenal Pietro Maffi había autenticado el documento comparándolo con otras dos piezas, las que -según se determinó más tarde- eran falsificaciones donadas por un tal Tobia Nicotra, que según las sospechas de Wilding sería el falsificador. La universidad dice en su nuevo texto que Nicotra era “un conocido falsificador” que en 1934 fue condenado por venderle un falso autógrafo de Mozart al hijo del director de la Orquesta Filarmónica de Chicago, según un artículo publicado el 10 de noviembre de 1934 por el diario The New York Times. Durante el juicio en su contra en Milán, la policía italiana dijo haber encontrado evidencia de que Nicotra estaba preparando falsificaciones autográficas de Abraham Lincoln, George Washington, Cristóbal Colón, Martín Lutero, Leonarda da Vinci, Miguel Angel, y muchos otros.
Para realizar sus falsificaciones, el impostor iba a la biblioteca de Milán, arrancaba páginas en blanco de libros antiguos, y luego las usaba para crear “autógrafos” de músicos famosos, según el mismo artículo de 1934. Los bibliotecarios de Milán testificaron que con ese procedimiento Nicotra había malogrado decenas de libros antiguos.
La semana pasada, los bibliotecarios y archivistas de la Universidad de Michigan anunciaron que el descubrimiento de Wilding los obligará a reconsiderar el valor del falso manuscrito falso. Pero cerraron el anuncio con una nota positiva, asegurando que esa reevaluación del documento puede volverlo más importante que nunca. “En el futuro, tal vez sirva para investigar, estudiar y enseñar en el campo de las falsificaciones y los engaños, una disciplina intemporal que hoy se ha vuelto más relevante que nunca.”
(Traducción de Jaime Arrambide)
Fuente: Jonathan Edwards, The Washington Post, La Nacion.