Caspalá.- A espaldas del Hornocal –también conocido como cerro de los 14 colores–, en un valle situado en el corazón de la quebrada Honda está escondido Caspalá, uno de los diez mejores pueblos del planeta, según la Organización Mundial del Turismo. El único elegido de toda la Argentina. ¿Por qué trasladarse cuatro horas desde Humahuaca o desde Calilegua para conocer esta pequeña villa enclavada entre dos ríos y dos montañas en el noreste de Jujuy? Porque el camino hasta este pequeño pueblo –comprometido con el desarrollo sostenible de su economía, de su cultura y de su gastronomía– es un viaje entre montañas multicolor de una belleza prístina inigualable que conduce a una comunidad ancestral con fuerte impronta andina.
Pero esto no es todo. Caspalá tiene un tesoro para explorar: un sendero de piedras de influencia incaica que sale desde el pueblo y conduce a la cima del Hornocal. La escalera al cielo es el nombre del último tramo hacia lo más alto del cerro. Un atractivo adicional para visitar al único pueblo de la Argentina distinguido en la lista de los Best Tourism Villages durante 2021.
Hay varios circuitos para visitar en las afueras de esta localidad de casas bajas que tiene un paisaje de transición entre la quebrada y la yunga: todos se hacen caminando o a caballo, entre cardones enanos.
Para ir a la Cascada del Silencio, una vertiente de agua que surge entre las montañas como un desvío del Río Grande, se parte desde la senda del antiguo camino inca que lleva al Hornocal, pero en lugar de caminar cinco horas hacia el cerro hay que andar tres horas y tomar una bifurcación del camino principal. Si el plan es conocer Pueblo Antiguo, un conjunto de ruinas arqueológicas con vistas en altura desde las montañas, es preciso caminar dos horas. Implica un trekking de dificultad media, que invita a detenerse en el mirador Antigüito y el Río Hornos. Acaso el paseo más corto sea a la Cascada Casa Mocha, que es a 3 km del caserío y ofrece otra postal encantadora. El viajero que no quiere perder ninguno de estos circuitos debe reservar al menos dos noches en Caspalá.
Un escondite mágico El viaje hacia este pueblo, que hoy ocupa el cuarto lugar en la nómina de las mejores villas del mundo según la Organización Mundial del Turismo, es largo y sinuoso, pero vale el esfuerzo. Para seleccionarlo tuvieron en cuenta su compromiso con la promoción y la conservación de su patrimonio cultural y con el desarrollo sostenible a través del turismo. Caspalá tiene calles empedradas y predominan las casas de adobe con techos de barro y paja en monocromo tostado claro: una postal propia de las tierras altas de siglos pasados interrumpida por el color celeste pálido de la iglesia que se funde con el cielo. Es un pueblo bucólico donde las mujeres van vestidas con rebozos bordados con flores en azules, verdes, fucsias, o colorados, con polleras a tono, y de hombres que visten poncho de lana de oveja en su devenir diario. Todo el pueblo trabaja en comunidad. Las artesanas tienen sus cooperativas: luego de tejer y bordar cada mañana salen juntas a trabajar la tierra para sembrar papas o maíz. Los hombres fabrican las telas que bordarán las mujeres en los telares y se ocupan de criar ganado en los parajes cercanos.
Todos usan sombreros desde que amanece hasta la hora de dormir para protegerse del sol que, aun en invierno, es demasiado fuerte. Las mujeres los llevan con flores y cintas multicolor. Los hombres, de paño crudo o negro. Cuando cae la noche después de las jornadas de trabajo, el silencio del pueblo es solo interrumpido por los sonidos del ziku, del bombo o de las coplas que cantan niños y ancianos. “Es un lugar mágico”, sostiene Teresa, una turista suiza que proviene de Gruyères, una villa situada en octavo lugar en la nómina de los diez mejores pueblos del mundo, por debajo de su par jujeño en la competencia de 2021.
Caspalá no decepciona a los extranjeros. Pero el viaje a este caserío de 350 habitantes situado en el departamento de Valle Grande de Jujuy hay que planearlo con anticipación dada la geografía del lugar: la aventura no es para personas con vértigo. Ya sea desde la Quebrada de Humahuaca o desde Calilegua, el acceso no es sencillo. Aquí no hay taller mecánico ni gomería. Tampoco hay hospitales, supermercados, ni hoteles. La comunidad recibe a los turistas en sus propios hogares. Las casas se abren de brazos ante los viajeros, que son atendidos como si se los esperara hace años. Eso sí, la reserva es indispensable: hay poco más de 35 camas disponibles repartidas en unas pocas viviendas, con baños compartidos y comedores comunes. Don Cipriano y Mónica atienden Pueblo Viejo, el más antiguo de los hospedajes. La casa es de adobe, con techos de torta de barro y cemento. Dentro, el cielorraso es de caña hueca, las paredes de cemento y hay cuadros de pintores locales con colores alegres. Por las ventanas se filtran la luz del sol y el canto de los pájaros.
El jardín tiene salvias, rosas y gladiolos. Hay mesas en las que sirven el api, una bebida a base de harina de maíz morado, extremadamente calórica para los días de frío. También ofrecen tortas de queso, fritas en el momento en el que el visitante toma asiento, para que sean crujientes y sabrosas. En la habitación, los colchones resultan confortables. Los pies de camas son de flores con colores fuertes, parecidas a los rebozos que dan identidad al pueblo. Claudia y Ariel también abren su casa en el hospedaje y comedor Santa Rosa de Lima. Ella prepara comidas regionales: el desayuno está incluido en el precio del alojamiento, que no supera los $1500 para pasar la noche. Su esposo es uno de los cinco guías del lugar, y suele acompañar a los visitantes a recorrer los caminos del inca. Doña Guillermina recibe a los turistas en el Hospedaje Amancay. A pocos metros de allí está el comedor La Cutanita en el que Hilda Cruz ofrece guiso de papa verde, con entrada de charqui y queso de cabra. El almuerzo y la cena rondan los $800 por persona, aun con varios platos. Hilda no solo atiende el comedor, también borda e integra de la comunidad de artesanas locales Flor en Piedra.
Flores en las piedras Estas artesanas tomaron el nombre de un tramo del camino inca donde las piedras tienen grabadas formas que parecen flores. Esa es la parte más linda del recorrido que conduce a la espalda del Hornocal, según relata Hilda Velázquez, que hizo el viaje acompañada por el guía local Víctor Ernesto Luere. Ellos alcanzaron la cima tras caminar seis horas. La senda es angosta: apenas pasa un caballo. Tiene piso de lajas y a los costados hay pircas que marcan el trayecto, que siempre es en ascenso. Los últimos 100 metros, los más empinados, son los denominados Escalera al Cielo, ya que desde allí se llega a lo más alto. Hilda y Víctor Ernesto son dos de los aventureros que se animaron a más: caminaron durante 16 horas por el camino peatonal de montaña que fue el único acceso de Caspalá a Humahuaca hasta 2009. Recién entonces el pueblo tuvo camino vial.
Setenta curvas Llegamos a través del único camino asfaltado. En Humahuaca abandonamos la RN 9 y tomamos un desvío por la ruta 73, de 120 kilómetros de ripio consolidado. A medida que subimos hasta los 5000 metros sobre el nivel del mar, quedaban atrás las comunidades de Pucará, Ciancio, Hornocal y Palca de Aparzo. En lo más alto del ascenso hay que cruzar el Abra del Zenta, Abra Azul y Abra del Viento. Desde allí llegamos a Santa Ana, donde se celebra la fiesta de la papa y se exhiben más de 40 variedades de tubérculos: hay verdes, rosas, amarillo, azules y negros. Cada una de las mujeres de esta comunidad vecina a Caspalá los exhibe con orgullo. Dejamos atrás Santa Ana por la cuesta de las Setenta Curvas y tomamos la ruta 73 b en el tramo de la quebrada Honda hasta el Río Hornos. No nos cruzamos un solo auto en el camino de curvas y contracurvas entre estos precipicios, donde nos sentimos acompañados por la inmensidad de las montañas, las vicuñas y los cóndores.
El viaje desde Santa Ana por la senda serpenteante entre los macizos de roca lleva poco más de una hora. Son 10 kilómetros, pero la velocidad es necesariamente lenta. En muchos tramos, no pasan dos autos juntos, por lo que hay que estar atentos a ver si viene alguien montaña arriba para detenerse a un costado y esperar a que pase. Aquí la mayoría de los locales viajan de noche en una costumbre andina que persiste: el transporte público es una buena opción para quienes temen manejar por rutas de ripio con precipicio. En época de verano, cuando crecen los ríos y las cascadas desbordan, los autos no pueden pasar. Para salvar las distancias, el gobierno tiene prometido construir una ruta que una Caspalá con Huacalera. Entonces, el sueño de llegar a Caspalá para ascender por sus escaleras al cielo quedará más cerca.
Fuente: La Nación